A medio camino de vuelta notó que necesitaba hablar con alguien. Creía que quería estar a solas con sus pensamientos, pero el recuerdo había sido tan potente, tan vívido, que se había posado sobre todo lo demás como una fina membrana que lo ensuciaba todo.
Pensó en si llamar a Thomas, como solía hacer. Era lo que habría hecho si todo estuviera como siempre, pero no se vio capaz. Ahora no. Aún no. Tenía que seguir manteniendo ciertas distancias. Como había hecho siempre con las cosas difíciles. Con los grandes sentimientos. Pero necesitaba oír otra voz que no fuera la suya taladrándole la cabeza.
Llamó a Gordon. Él lo cogió al primer tono, le preguntó cómo había ido y ella le explicó la visita: Svärd, la casa, el cristal roto, todo excepto la lluvia y el recuerdo.
—Pienso que deberíamos enviar a un técnico de todos modos —indicó al acabar.
—¿Por qué?
Hannah titubeó un instante. Después de abandonar la casa, una teoría había ido haciéndose hueco en su mente. Al principio había tratado de ignorarla, tachándola de ilusa, un mero deseo de brindarle a la tardía visita más importancia y relevancia de la que en verdad tenía. Pero la idea se había negado a esfumarse. Ahora, al verbalizarla, Hannah también estaba probando si se sostenía o no.
—Deberíamos comprobar si pueden haber sido ellos los que atropellaron a Tarasov.
—¿Por qué lo piensas?
—Viven en la zona adecuada, los dos son de aquí y acaban de deshacerse de su coche y se han comprado uno nuevo. Lo he encontrado en el registro: un Mercedes por un valor de casi medio millón de coronas.
—Es mucho dinero.
—El padre ha dicho algo de que les había tocado la lotería, pero a lo mejor solo era una manera de explicar cómo se lo habían podido permitir.
Gordon esperó. Hannah pudo imaginárselo con el teléfono al oído, tratando de tomar el mismo camino que ella, formular las preguntas pertinentes.
—Y si es así, ¿dónde están?
—No lo sé.
—No se irían libremente sin llevarse a la niña, ¿no?
—A lo mejor se están escondiendo, quizá vayan a buscarla más adelante. Quiero decir, ya saben dónde está.
—A lo mejor.
—O...
Hannah dudó de si completar la frase. La continuación era mucho más rebuscada que lo que había expuesto hasta el momento; había menos indicios que sugirieran que pudiera estar en lo cierto. Por no decir ninguno.
—¿O? —quiso saber Gordon al ver que se quedaba callada.
—En el caso de que fueran ellos, puede que hubieran cometido algún error.
—¿Por tanto...?
—Por tanto, la persona o las personas que se han encargado de Fouquier y su pandilla podrían haberlos pillado a ellos también.
Oyó el suspiro al otro lado de la línea, pero sin saber descifrar si se debía a que su teoría estaba cogida con pinzas o a la eventualidad de que fueran a aparecer aún más cadáveres.
—¿Había algo en la casa que lo sugiriera? —preguntó él con una leve esperanza en la voz de recibir un no por respuesta.
—A decir verdad, no —admitió ella—. Todo estaba en orden, pero a lo mejor un técnico podría encontrar rastros de sangre o algo.
—Se lo comentaré a X, pero no hay mucho a lo que acogerse.
—Lo sé, pero por una vez en la vida tenemos recursos.
—Iré a hablar con él ahora mismo, pero no tengas demasiadas esperanzas.
—¿Sigue ahí?
—Está hablando con la prensa, les está ofreciendo una última puesta al día.
—¿Alguna novedad?
—Nada que no sepas.
—¿Tú también estás en comisaría?
—Sí.
—Llego en diez minutos, un cuarto de hora.
Se mordió la lengua; antes de terminar la frase ya se estaba arrepintiendo. ¿Por qué había dicho eso? Vieja costumbre, probablemente. El riesgo era que él fuera a interpretarlo como una invitación, que Hannah quería que él se quedara a esperarla. Y puede que fuera lo que ella quería. No lo tenía claro. De todos modos, ahora ya no podía hacer gran cosa: lo hecho hecho estaba.
—Pues supongo que nos vemos ahora.
—Nos vemos —respondió ella, cortó la llamada y continuó su camino en plena lluvia.