Mantuvo una velocidad constante al cruzar el puente a la península de Finlandia. Ni demasiado lento ni, desde luego, demasiado rápido. No sabía si en la aduana de la frontera había cámaras de reconocimiento automático de matrículas, pero se bajó la gorra de todas formas todo lo que pudo y casi miró al suelo mientras cruzaba. «Tarde o temprano, alguien querrá saber dónde está», había dicho. UV esperaba que fuera más tarde.

Después de que Sandra se hubiese ido del taller por la tarde, él había intentado trabajar con normalidad, pero no había podido concentrarse. Su cabeza iba todo el rato a la bolsa que había en su despacho, pero más todavía al maldito coche. Al final se había quedado allí de pie mirándolo fijamente. La pasma no se había vuelto a presentar desde aquella noche, pero no se atrevía a tenerlo en el taller. No podían pillarlo por algo tan simple. Había tomado una decisión rápida, había hecho una llamada y había colgado el cartel de cerrado. Ahora estaba cruzando el siguiente puente, que lo devolvió a tierra firme; continuó por la carretera E8, giró a la izquierda en la primera rotonda y apenas unos minutos más tarde se metió en el polígono industrial de Torpin Rinnakkaiskatu. Mikko estaba esperando en la puerta abierta del garaje, y UV entró con el coche y aparcó. La puerta se cerró a su espalda al mismo tiempo que Jyri, doce minutos mayor que su hermano, se acercaba para mirar el Mercedes.

—No es este —constató en cuanto UV se hubo bajado.

—Lo sé, es otro.

—¿No has dicho que venías con el Mercedes?

—He dicho que venía con un Mercedes.

—¿Dónde está el de Florida? —quiso saber Mikko, y se metió una bolsita monodosis de tabaco en polvo bajo el labio mientras le hacía compañía a Jyri, quien estaba dando una vuelta al coche.

Los hermanos Pelttari. UV no era pequeño, pero a su lado parecía un alumno de instituto. Ambos rondaban los dos metros de altura, musculosos, pelo rapado y rubio, tatuajes. Además, Mikko tenía una gran cicatriz de color rojo sobre el ojo derecho que le bajaba hasta la mejilla y le hacía parecer de lo más peligroso. Cosa que era. Cosa que eran los dos.

—Aún no está listo —mintió UV.

No tenía ninguna intención de explicarles que le había prestado el coche a Kenneth, estaba seguro de que era algo que a ellos no les gustaría demasiado. El otro coche sería un problema para más adelante.

—¿Y este de dónde lo has sacado?

—Un colega lo ha robado.

—O sea, que está caliente.

—Sí, necesita matrículas nuevas, número de bastidor, repintado, todo —dijo UV con total franqueza.

—¿Por qué no lo has arreglado ya? —quiso saber Mikko dándole una patadita al neumático trasero.

—Para ser sincero, no puedo tenerlo en mi taller. La poli viene a verme de vez en cuando.

Los dos hermanos intercambiaron una mirada por encima del techo y Mikko se encogió un poco de hombros.

—Te doy cinco —dijo Jyri.

Cinco mil. Poco más de cincuenta mil coronas suecas. UV no sabía qué se había esperado, pero más que eso, desde luego. No era nada.

—Pero si ronda el medio millón en el mercado —intentó.

—Si no te sirve, te lo puedes llevar de vuelta.

UV suspiró para dentro. Se daba cuenta de que no podía estar en peores condiciones de negociar. No podía volver con el coche a Suecia por nada del mundo. No quería verlo nunca más.

—Cinco ahora y otros cinco cuando venga a dejar el otro Mercedes.

Jyri asintió con la cabeza y con ello el acuerdo quedó zanjado. Se puso a caminar, UV lo siguió de cerca. El despacho era más grande que el suyo, más luminoso, más hogareño, con un sofá en un rincón y un televisor en la pared. Jyri fue a la caja fuerte que se erguía prominente junto a una de las paredes y la abrió, contó cincuenta billetes verdes de cien euros, que le entregó a UV, devolvió el resto a la caja fuerte y la cerró.

UV se quedó allí de pie mirando el dinero que tenía en la mano. Sabía lo que estaba obligado a hacer, sabía por qué, pero se resistía. Estaba cabreado y decepcionado de que la solución a los problemas que él y Stina tenían pasara por retroceder varios pasos no deseados. Volver a ser un delincuente. En serio. Había estado totalmente convencido de que nunca más comerciaría con droga. Era pura mierda, había visto con sus propios ojos lo que le hacía a la gente, a los amigos, a los jóvenes que no eran más que unos críos; pero sobre todo le pesaba porque sabía que, si volvían a pillarlo, volverían a meterlo en la cárcel. Si se daba el caso, ¿qué pasaría entonces con Stina y Lovis? La sociedad ya les había vuelto la espalda, les había dejado claro que no se preocupaba por ellas. No había ningún indicio de que, si él retornaba al trullo, ellas podrían contar con la ayuda y el apoyo de alguien. Pero ¿qué opciones tenía? Ninguna.

—También tengo otra cosa —dijo, y vio que Jyri se volvía hacia él con curiosidad. Se lo contó. Las anfetaminas. La cantidad que había, cuánto quería, empezó pidiendo más de lo que sabía que Jyri aceptaría, bajaron hasta ocho.

—Necesitaremos algo de tiempo para conseguir la pasta —indicó Jyri al alargar la mano para estrechársela a UV y cerrar el acuerdo.

—Claro.

—Te llamamos. Mikko te llevará de regreso.

Salió del despacho y del garaje. Cuando llegaron a Haparanda, le pidió a Mikko que lo dejara delante del supermercado Maxi. Compró comida sin mirar ni un solo precio. Disfrutó de poder coger lo que le apeteciera, cosas que sabía que Stina quería. Satisfecho, a pesar de todo. Pese a las circunstancias. Cinco mil euros en el bolsillo. Otros tantos en camino. Darían para muchas más horas de asistencia y, junto con el dinero que ya había conseguido de Kenneth y el quince por ciento que pronto recibiría de la venta de la anfetamina, el horizonte se veía muy luminoso. Por una larga temporada.