Aumentó la velocidad del limpiaparabrisas, echó un vistazo rápido al material que estaba sobre el asiento del copiloto. De la reunión con Elena no había sacado mucho más de lo que ya se había llevado de la comisaría.
A decir verdad, solo una cosa. Una palabra.
La Academia.
Era lo que había, lo único que Elena le había podido proporcionar que iba mínimamente más allá de las meras suposiciones y especulaciones.
Elena le había abierto la puerta y la había invitado a pasar a su habitación de hotel en Torneå, donde Hannah se había presentado a la hora en punto a la que habían quedado. Solo estaban ellas dos.
—¿Y Henric? —preguntó Hannah al entrar.
—En el Stadshotellet, está haciendo seguimiento de la labor de los técnicos.
—Entiendo —dijo Hannah tomando asiento.
Elena le ofreció café, que ella rechazó, y luego también se sentó y abrió un bloc de notas sobre el regazo.
—Dices que tienes detalles que podrían ayudarnos —manifestó, yendo directa al grano.
—Sí, pero es mentira. —Elena la miró desconcertada—. No sé más de lo que pudisteis oír ayer en comisaría.
Elena cerró el bloc con un movimiento lento. Tensa, más alerta, como si de pronto Hannah se hubiese convertido en una amenaza.
—Y entonces ¿por qué estás aquí?
Sin duda, suspicacia en la voz. Hannah ya sabía que le haría esa pregunta. Se había preparado. Tenía intención de continuar con la verdad por delante, y cruzaba los dedos para que fuera la mejor manera de obtener lo que andaba buscando. Lo que necesitaba.
—Me topé con ella mientras limpiaba mi despacho.
—Ya.
—Hubo algo, en aquel momento no pude decir qué, pero luego vinisteis vosotros...
—Sí...
Había llegado el momento. La parte más difícil. Hannah la miró fijamente a los ojos; era importante que no la tachara de loca de buenas a primeras en cuanto soltara la verdadera razón del encuentro.
—Mi hija desapareció en Estocolmo en 1994, a los dos años de edad. Creo ver similitudes.
La reacción de Elena dejó claro que Hannah no había conseguido del todo no parecer un tanto fuera de sus cabales. La agente secreta titubeó con la mirada y una discreta sonrisa insegura, de superioridad, asomó en sus labios.
—Sería una extraña coincidencia, cuando menos.
—Lo sé, y puedes pensar lo que quieras. Puedes creer que estoy loca, mi marido lo piensa, pero ¿no podrías contarme lo que sabéis?
—Eso depende. —Ya más relajada, pero sin duda, aún alerta—. ¿Qué piensas hacer con la información?
—Nada —mintió Hannah sin tapujos—. ¿Qué puedo hacer? Vosotros trabajáis a tiempo completo con recursos europeos y no conseguís encontrarla.
—Entonces ¿por qué?
—Quiero saber lo máximo posible. Todo lo que pueda. A lo mejor me doy cuenta de que es imposible que sea ella. Incluso estaría bien... Sería mejor —se corrigió, sin tener del todo claro si esto último le parecía cierto.
Elena respiró hondo, soltó el aire en un ruidoso suspiro. Se quedó pensando, observando a Hannah como tratando de ver si esta tenía segundas intenciones, si había algo que se le escapaba. Al final tomó una decisión.
—Tal y como ya dijimos ayer, no sabemos gran cosa, pero hay alguna información...
La Academia.
Eso era lo que tenían, lo que había, según Elena.
El sitio al que mandaban a los niños para entrenarlos. Diez años. Si sobrevivían. Una palabra que solo se susurraba, que aparecía mencionada en algún documento puntual, más rumores y habladurías, pero aparecía con suficiente frecuencia como para tomársela en serio. No sabían dónde estaba, si era un único sitio o varios lugares.
La Academia.
Era allí por donde Hannah pensaba empezar en cuanto llegara a la cabaña del bosque.