En las casas y los pisos, las tazas a rebosar de cafeína preparan a sus habitantes para un nuevo día.
Uno de tantos. En Haparanda.
Los trabajadores se desplazan, los turnos comienzan o acaban, alguien se queda en casa para cuidar del niño enfermo, alguien saca la llave del coche, se pone un uniforme, corre al parvulario y a la escuela. Hay que abrir los negocios. Pese a todo.
Mucha gente trabaja. Mucha otra no lo hace.
Recuerda la sensación de cuando Ikea abrió sus puertas en ella. La tienda más al norte del mundo. El mismísimo Kamprad en persona para inaugurarla. La gente hace cola bajo la llovizna de aguanieve durante horas para poder entrar. Los hoteles al completo, prensa sueca e internacional in situ, las cámaras se ponen en marcha, le sacan fotos, la graban, la ven. Ahora todo dará un giro. Si viene Ikea, vendrán otras empresas, vendrán clientes, vendrán oportunidades de trabajo, vendrá una ciudad creciente, una región floreciente. Se habla con orgullo de crecimiento.
Los clientes vinieron —al Ikea—, pero ella no recuperó la grandeza de antaño. Ni de lejos.
Quizá la respuesta se esconda en una expresión que oye demasiado a menudo.
Ei se kannatte.
«No merece la pena», en meänkieli, el finés del valle de Torne. La menor de las lenguas que se habla en su seno. Por mucho que se suela decir con una sonrisa, más o menos en broma, nota cómo va haciendo mella en ella. Para muchos, es la primera reacción cuando se habla de una nueva apuesta, ya se trate de deporte, negocios, turismo o política.
Tiene el índice de participación electoral más bajo de Suecia.
Ei se kannatte.
Cuesta saber qué provocó qué, pero muchas apuestas han resultado no ser viables en ella. Profecías autocumplidas o un clima inusualmente duro para tener éxito. Un poco de cada, supone. Sea como sea, no hay nada que pueda hacer al respecto.
El sol ya calienta cuando Gordon Backman Niska echa una ojeada a la pulsera de actividad que lleva en la muñeca: ciento cuarenta y dos pulsaciones. Aprobado, después de trece kilómetros en cincuenta y cuatro minutos. Se entrena seis días a la semana. Sin excepción. En situaciones normales, los pasos rítmicos y la respiración constante suelen tener un efecto casi meditativo en él. Ahora se descubre pensando en Hannah. Otra vez. No termina de reconocérselo a sí mismo, pero ayer la echó de menos; cuando se metió en la cama tenía ganas de estar con ella. La echa de menos a menudo. Aumenta el ritmo, se concentra en la respiración, aparta esos pensamientos a la fuerza.
Cuando cruzan la frontera a Finlandia, Ludwig mira a la niña de siete años que va sentada sin decir nada en el asiento de atrás. La hija de su novia. Vacaciones escolares. La está llevando a casa de su abuela materna en Kemi de buena mañana, Eveliina la irá a buscar por la tarde. No tiene muchas ganas de pasar este rato a solas con la niña. Ella no entiende su finés, o no quiere entenderlo. Ludwig está convencido de que la cría se inventa palabras cuando habla con él para que se sienta tonto. Está bastante seguro de que no le cae bien. Y tiene razón, pero tendrá problemas mucho más serios con ella dentro de unos cuantos meses, cuando Eveliina se meta en una secta y se lleve a la pequeña consigo.
Viggo, su gato de raza azul ruso de tres años, maúlla molesto cuando Morgan Berg llega a casa. Se le ha terminado la comida y le habría gustado pasar la cálida noche de verano fuera, no encerrado en el piso. Morgan le echa pienso y le pone agua fresca antes de meterse malhumorado en la ducha. Anoche fue a cenar a casa de los vecinos y terminaron en la cama, como hacían a veces, cuando les apetecía. Luego se habían quedado dormidos. Eso le molesta, le gusta despertarse en casa, tiene sus rutinas; ahora apenas tendrá tiempo de ducharse antes de ir a comisaría.
El caso de la desaparición ocupa todo el despacho que tiene montado en el sótano de su casa. P-O Korpela lleva ya dos horas allí metido. Se ha convertido un poco en su obsesión. Y ella también. Lena Rask. Perdió la virginidad con ella a los diecisiete años. Cuatro años más tarde, ella y una amiga se esfumaron sin dejar rastro. Nadie las volvió a ver, nadie supo nunca nada más de ellas. Desde hace muchos años, su desaparición es un caso sin resolver. P-O no sabe que se relaciona de forma habitual con el hombre que las mató a ambas.
Empieza a hacer calor, así que Roger entreabre la ventana y mira a Nora, que sigue durmiendo en la cama de matrimonio. Tan feliz cuando se conocieron, tanto miedo de perderla ahora. Ella lleva años hablando de tener críos. Él finge que comparte el deseo. Anoche salió por primera vez el tema de la fecundación in vitro, y ahora él está ahí de pie, nervioso por si lo descubren, por si sale a la luz que el motivo por el que Nora no se queda embarazada es que él se esterilizó en secreto al año de conocerse.
Corre las cortinas para tapar el sol, sale de la habitación y de la casa. Igual que sus compañeros, que estarán todos reunidos en comisaría en poco más de una hora, da por hecho que le espera un día como cualquier otro.
No va a ser así.