Tras una caminata de poco más de veinte minutos, Hannah empujó la puerta de la entrada, saludó a Carin en recepción, deslizó su pase electrónico, introdujo el código y se fue al vestuario para ponerse el uniforme.

De camino a la reunión de la mañana oyó pasos a su espalda en la escalera. Se detuvo y esperó a Gordon, que fue a su encuentro con una sonrisa en los labios y una carpeta fina en la mano.

—Hola, ¿no vienes con X? —preguntó ella dando por hecho que seguían estando delante de un caso de asesinato, por mucho que la tipificación jurídica del delito terminara cambiándose por homicidio en tercer grado, a menos que se demostrara que el autor se hallaba bajo los efectos de algo, lo cual podía suponer homicidio involuntario. Eso si encontraban al culpable, claro.

—Prefiere esperar a que el forense y los técnicos hayan terminado su parte antes de subir —respondió Gordon—. Así que seguiremos con lo nuestro y lo mantendremos informado.

—Ayer fui a ver a UV —le informó ella mientras se dirigían juntos al office.

—¿Cuándo?

—De camino a casa. Dos coches que chocan, pensé en él al instante.

—Ya no está metido en nada, ¿no?

—Es lo que él dice, pero estaba en el taller pasadas las doce de la noche.

—Tendrá mucho trabajo.

—Debe de ser maravilloso pensar tan bien de la gente.

Hannah le sonrió y abrió la puerta de la espaciosa habitación que precedía a la sala de reuniones. P-O estaba sentado como un bulldog triste en el gran sofá esquinero de color azul, sumido en su teléfono móvil, pero se levantó en cuanto los vio entrar. Lurch estaba de pie junto a la encimera que había a lo largo de la pared, esperando a que la máquina de café preparara lo que había pedido.

—Hola a todos —los saludó Hannah.

—Hola —respondió Lurch al mismo tiempo que cogía su taza.

Gordon se metió directamente en la sala de reuniones, seguido de Roger y P-O. Hannah apretó los botones de la máquina para que le saliera una taza grande de café negro extrafuerte.

En la sala de reuniones, se sentó al lado de Morgan, quien la saludó en silencio con la cabeza. Enfrente tenían a Lurch, P-O y Ludwig Simonsson, el más nuevo de la plantilla. Aún no llevaba ni un año con ellos. De la provincia de Småland, formado en Växsjö, había hecho el curso preparatorio en la academia de Kalix y se había arrejuntado con una finlandesa que vivía en Haparanda. Madre soltera. Ni ella ni su hija hablaban una palabra de sueco; Ludwig no hablaba finés. Pero aprendía deprisa, cada vez entendía más. Lo cual facilitaba las cosas, no solo en el plano personal. Un tercio de los habitantes de Haparanda había nacido en Finlandia. Cuatro de cada cinco tenían ascendencia finesa. «La ciudad más finlandesa de Suecia», la llamaban a veces, no sin despertar cierta controversia entre la parte de la población que todavía hablaba solo sueco. Podías opinar lo que quisieras, pero en principio la ciudad era bilingüe, y cada vez resultaba más difícil arreglárselas sin el finés.

—El forense y los técnicos todavía no han terminado —comenzó diciendo Gordon, y el leve bullicio en la sala cesó de inmediato—. Pero han descubierto mucho en poco tiempo. Si empezamos por el informe forense... —Abrió la fina carpeta que llevaba consigo y ojeó uno de sus documentos—. Lo dicho, todo es preliminar, pero apuntan la rotura de nuca como causa de la muerte. Los daños en los huesos sugieren que fue atropellado por un vehículo.

—O sea, que estaba fuera de su coche y fue atropellado —señaló Hannah, más como una sugerencia que como una afirmación.

—Eso parece. También tenía una herida de bala. Por encima de la nalga derecha. La bala seguía dentro. —Gordon pasó las pocas hojas impresas que tenía en la carpeta, cambió de informe—. Las pruebas técnicas apuntan que era de calibre 7,62 milímetros.

—Los rifles de asalto finlandeses todavía usan ese calibre —informó Morgan.

—Ninguna identificación, nada en los bolsillos, excepto una cajetilla de cerillas rusa. El tabaco ruso y al menos parte de la ropa se habían comprado en Rusia —continuó Gordon—. Así que, probablemente, ruso. No aparece en nuestros registros —concluyó antes de cerrar la carpeta.

—¿Qué coño hacía ahí fuera? —preguntó P-O en voz alta.

—Estaría pasando algo de contrabando —propuso Lurch, y varios compañeros asintieron con la cabeza.

Donde hubiera frontera, habría contrabando.

La de Haparanda no era ninguna excepción.

Estupefacientes aparte, la mayor parte del contrabando era culpa de la Unión Europea, pues había legislado contra la venta de tabaco de mascar en todos los Estados miembros, excepto en Suecia. Un producto cuya venta estaba prohibida, imposible de comprar de manera legal, pero que unos cientos de metros más allá podía conseguirse a raudales de forma legítima. Era obvio que se traficaba. El tabaco no solo animaba a jóvenes aventureros que querían ganarse un dinerillo extra cruzando la frontera con una caja o dos más de lo permitido. Un volumen grande suponía mucho dinero. Así que un contrabandista ruso en los caminos del bosque era más que posible, desde luego.

—La pintura en la piedra, ¿se sabe de qué tipo de coche proviene? —quiso saber Hannah.

—Aún no. En principio, lo sabremos a lo largo del día.

—Pero damos por hecho que la persona que lo atropelló es alguien de aquí, ¿no?

—¿Por? —preguntó Ludwig.

—Aquella pista forestal de poca monta hay que conocerla; ningún mapa ni ningún GPS lleva hasta allí.

—Bien pensado. Entonces, nos centraremos en el área de Övre Byggden. Miraré a ver si puedo lograr que manden personal para hacer un puerta a puerta.

Hannah asintió para sí. Por alguna parte tenían que empezar, y eso limitaba el área de búsqueda, aunque siguiera tratándose de una veintena de pueblos con más de trescientos cincuenta habitantes repartidos por un área que tenía una envergadura de cientos de kilómetros.

—¿No había rusos implicados en aquel tiroteo a las afueras de Rovaniemi de hace algunas semanas? —preguntó Morgan, quien por lo visto seguía dándole vueltas a los rifles de asalto finlandeses y a los rusos. Todos los presentes sabían a qué se estaba refiriendo. Una especie de trato comercial que se había torcido. La policía finlandesa no había solicitado refuerzos, así que en principio eso era todo lo que sabían.

—¿Consideramos la posibilidad de que estuvieran conectados? —preguntó Ludwig con su habitual acento de la provincia de Småland.

—No hará ningún daño echar un vistazo.

—Yo puedo hacerlo —se ofreció Hannah, y nadie se opuso.

—Rovaniemi, ¿significa eso que nos mandarán a los finlandeses?

—Ya veremos —respondió Gordon, y volvió a ganarse la atención de todos los presentes en la mesa—. Hemos encontrado lo que quedaba de la carne con la que se envenenaron los lobos.

—¿Ah, sí? —preguntó Hannah consternada—. ¿Cuándo?

—Mis vecinos y yo nos quedamos un rato buscando después de que encontrarais el cuerpo —contó Morgan, y se metió una galleta en la boca.

—¿Y?

Hannah esperó a que Morgan terminara de masticar y le diera un trago al café para bajar la galleta antes de responder encogiéndose de hombros.

—Nada en especial. Estaba ahí tirada en una roca. También había matado a unos pájaros y a un zorro.

—¿Tenemos alguna idea de quién la puso allí? —inquirió P-O.

—No, pero las tierras adyacentes son de Hellgren.

Todos menos Ludwig asintieron casi al mismo tiempo. Morgan no tenía que decir nada más.

Anton Hellgren.

Sospechoso de delito de caza furtiva, de comercio ilegal, de exterminio.

Denunciado por caza furtiva de linces, águilas reales y osos.

Había sido investigado en varias ocasiones, pero nunca había sido condenado, ni siquiera acusado.

—¿Qué veneno era, lo sabemos? —quiso saber Ludwig—. ¿Se puede rastrear?

—Los del INV dijeron que los lobos habían muerto envenenados con alfacloralosa —respondió Hannah—. Matarratas normal y corriente, vaya, así que no, probablemente no.

—¿Qué hacemos? —planteó P-O dirigiéndose a Gordon.

—En lo referente a Hellgren, nada. Al menos por ahora —dijo Gordon, y comenzó a recoger los papeles que tenía delante—. Hannah hablará con Finlandia, los demás trabajaremos cada uno con lo nuestro. Ahora, después de la reunión, celebraremos una breve rueda de prensa. Luego, con un poco de suerte nos llegará alguna pista.

—¿Hacemos una porra sobre cuál será el titular? —saltó Morgan con una sonrisa semioculta tras la prominente barba.

—Mejor no.

—Mafioso ruso devorado por lobos —declaró Morgan marcando cada palabra con las manos.

—No diremos nada acerca de la supuesta nacionalidad ni de los lobos, así que ese titular te aseguro que no va a salir —repuso Gordon levantándose de la silla: la reunión había terminado.

—Lástima, es el titular perfecto. Rusos y lobos, eso asusta más a la gente que los «tu dolor de cabeza puede ser un tumor cerebral», como suelen soltar todos los veranos.

—Mafioso ruso devorado por lobos, ¿cómo se diría eso en finés, Ludwig? —quiso saber Lurch.

El compañero se lo pensó un momento, sus labios se movían en silencio.

Venäläisen gangsterin... syönyt sudet.

—Ya te queda poco, cualquier día de estos tu novia y tú ya podréis hablar también —comentó Morgan sonriendo de nuevo y poniéndole una mano en el hombro.