Los periodistas seguían fuera. Parecía que habían aumentado un poco en número desde el día anterior. Preguntas, cámaras y teléfonos persiguieron a Hannah hasta la entrada. Saludó a Carin en recepción, quien miró con despecho el reloj que había en la pared. La reunión más importante jamás celebrada en Haparanda y ella se tomaba media mañana libre. Hannah deslizó la tarjeta por el lector de la cerradura electrónica y cruzó el pasillo por delante de los calabozos en dirección al vestuario de mujeres. Quería ponerse el uniforme lo antes posible.
Quitarse de encima a la Hannah civil, la esposa de Thomas.
Ser Hannah la policía.
Una vez cambiada, subió la escalera y caminó por el pasillo hasta su despacho. Todos los demás por los que fue pasando estaban vacíos. La reunión de la mañana debía de seguir en marcha, pero estaría a punto de terminar de un momento a otro. A estas alturas no merecía la pena entrar y dar la nota.
La mujer de la limpieza, una chica nueva, estaba en su despacho cuando Hannah entró pasándole un paño al banco que había debajo de la pizarra.
—Sorry, done now —dijo la joven disculpándose, y Hannah juraría que hizo una suerte de genuflexión antes de salir de la estancia.
Hannah se sentó al escritorio, encendió el ordenador, introdujo su nombre de usuario y contraseña, y se quedó mirando fijamente las carpetas y los iconos. ¿Por dónde debería empezar? ¿Qué podía ocuparla lo suficiente como para despejarle la mente? Centrarse en otra cosa. Creía saber la respuesta. Nada. Hoy tendría que esforzarse mucho para concentrarse en el trabajo. Al mismo tiempo, no le quedaba más remedio que conseguirlo, así que, ¿por dónde empezar? Por suerte, no tuvo que elegir. Gordon llamó a su puerta a la vez que entraba en el despacho.
—Aquí estás —constató mientras cerraba la puerta.
Hannah soltó un leve suspiro; sabía a la perfección por qué estaba cerrando el despacho. No podía simplemente presentarse en su casa en mitad de la noche, largarse por la mañana sin decir palabra y esperar que él no fuera a sacar el tema en cuanto se vieran de nuevo.
—¿Cómo estás? —empezó él, confirmando las sospechas de Hannah, y se sentó en el sitio de siempre.
—Bien —dijo Hannah, y logró exprimir una discreta sonrisa—. O por lo menos, mejor.
—Pareces cansada. Cansada y triste.
—Estoy cansada.
—¿Sigues sin querer hablar de ello?
—No, y lamento haberme presentado así, en mitad de la noche.
—No pasa nada.
—Y no podemos vernos más.
—Vernos más...
—No podemos follar, no vamos a tener más sexo. Se acabó.
Estaba claro que no era lo que él se esperaba. Por un instante pareció un tanto conmocionado. Tragó saliva varias veces mientras asentía ensimismado con la cabeza. ¿Eran imaginaciones suyas o a Gordon le brillaban un poco los ojos cuando alzó la cabeza para mirarla?
—¿Por qué?
—Porque no, y punto.
—¿Tiene algo que ver con Thomas? ¿Lo sabe? ¿Es por eso?
Había cierta súplica en su voz, como si tuviera la necesidad de conocer un motivo, tratar de entender. Hannah no tenía ánimos para darle ninguno.
—Ya no quiero, da igual por qué.
—Vale —dijo. Definitivamente con voz inestable, con una decepción que ya no pudo disimular cuando se levantó y abrió la puerta—. Ya... lo hablamos luego. Pero... bueno, sí, tenemos cosas que hacer.
Y se fue. Hannah lo siguió sorprendida con la mirada, pero se lo quitó de la cabeza. Fuera lo que fuera eso, ahora mismo no tenía fuerzas para lidiar con ello. Era probable que estuviera leyendo más cosas entre líneas de las que realmente había. No estaba en su sano juicio. Por eso estaba aquí sentada. Para recuperar el equilibrio. Con ayuda del trabajo. Tenía que trabajar. Así que se levantó de la silla, giró a la izquierda por el pasillo y se fue a ver a Morgan. Estaba sentado frente al ordenador, con las lentes progresivas en la punta de la nariz, escribiendo. Cuando Hannah apareció en el quicio de la puerta y se apoyó en el marco, se las quitó y se volvió hacia ella.
—Hola, ¿has ido a la reunión? —le preguntó Hannah.
—Sí, ¿tú dónde estabas?
—He tenido movida en casa.
Era un sitio seguro donde comentarlo, Morgan jamás le preguntaría qué había pasado ni querría saber si Hannah quería hablar sobre ello. Ni sentía curiosidad ni le interesaba demasiado.
—No te has perdido gran cosa —dijo él, y confirmó su intuición encogiendo los hombros levemente—. Han sacado el Honda del agua, lo han enviado a Luleå.
—¿Y el número de teléfono que encontramos en casa de Fouquier?
—Le he hecho un rastreo esta mañana. Sigue apagado. Por el momento, no hay nada en los teléfonos ni en los ordenadores de las víctimas que explique qué estaban haciendo en la casa abandonada ni por qué fueron asesinados.
—Entonces ¿ninguno de ellos atropelló a Tarasov?
—Eso parece. No hemos encontrado nada que apunte a las anfetaminas. Nadie que quiera comprar, nadie que se ofrezca a vender.
Hannah pensó en las implicaciones que eso tenía. El número de teléfono que habían encontrado, activado en la fecha en la que habían identificado el cuerpo, las evidencias de que René Fouquier traficaba con drogas. De alguna manera tenía que estar relacionado.
—Pero seguimos pensando que tiene algo que ver con Tarasov, ¿no? —preguntó.
—No nos cerramos a nada y trabajamos de forma imparcial —apuntó Morgan con una sonrisita por el sobado cliché de rueda de prensa—. Pero, claro, cómo va a ser, si no.
—¿Y qué hacemos ahora?
—Seguimos con los interrogatorios, llamando a las puertas, esperando resultados de la científica, cruzando los dedos para que aparezcan testigos.
—¿Ritola ha dicho algo acerca de a quién han enviado los rusos?
—No ha venido a la reunión.
—¿Dónde estaba?
—¿Quién sabe? —respondió Morgan encogiéndose de hombros.
Hannah consideró que ya había obtenido lo que había ido a buscar y regresó a su despacho; echó un vistazo al de Gordon, al final del pasillo.
La puerta, cerrada.
Él nunca la cerraba.
Se metió en el despacho, que ahora se le antojaba aún más pequeño que de costumbre. Volvió a mirar la pantalla, no sabía qué hacer. Seguro que había algún informe forense o técnico que debería leer. Quizá podría dedicar un poco de tiempo a elaborar un eje cronológico de los acontecimientos. Para hacerse una imagen general. Habían pasado tantas cosas sin aparente conexión entre ellas... En algún sitio debía de haber puntos en común. Se quedó de pie delante de la pizarra, miró el mapa, el círculo. Norra Storträsk quedaba dentro.
Sandra iba mucho en coche entre su casa y el trabajo.
Kenneth se pasaba los días en casa.
Por algún sitio tenía que empezar, por qué no allí, en casa de sus sobrinos políticos. Además, a lo mejor le sentaba bien. Tener un día normal en el trabajo no le iba a resultar tan fácil como había esperado. La noticia del día anterior y la conversación de la mañana le pesaban mucho. Cayó en la cuenta de que a Kenneth también le afectaría la muerte de Thomas. Le supondría un duro revés. ¿Debía contárselo? Vio interrumpidas sus cavilaciones cuando alguien llamó a la puerta. Esperaba que fuera Gordon otra vez, pero era Morgan.
—¿Te molesto?
—No, en absoluto.
—Uno de los tíos a los que encontramos, Jari Persson.
—¿Qué le pasa?
—Por lo visto, ayer estuvo en el Stadshotellet. X publicó los nombres y la recepcionista nos ha llamado por si nos interesaba saberlo.
—¿Qué estaba haciendo allí?
—No queda claro. ¿Vamos a ver si podemos enterarnos?