Hasta que no volvió a su despacho, Hannah no fue consciente de lo cansada que estaba en realidad. No era de extrañar. Mirando el reloj comprobó que pronto llevaría en marcha casi dieciséis horas ininterrumpidas. Al mismo tiempo que ahogaba un bostezo, cogió uno de los rotuladores que estaban colocados en orden en el extremo del escritorio y se fue hasta la pizarra blanca de la pared, donde seguía colgada la foto de René Fouquier. Hizo un círculo para marcar la misma zona del mapa que había marcado con Thomas durante el almuerzo y dio un paso atrás.

—¿Qué es eso?

Hannah se dio la vuelta. Gordon estaba en la puerta con la fina chaqueta de verano puesta, a punto de irse.

—Si vamos a disponer de más personal y partimos de que todo puede seguir en la zona, opino que es aquí donde deberíamos buscar —respondió señalando el mapa con la cabeza.

—Porque...

—El choque, el Honda en el lago, los caminos desconocidos y los sitios donde hacer desaparecer cosas. Al menos empezar aquí y luego ir ampliando.

Gordon asintió aprobando sus palabras. Hannah volvió a su silla de escritorio, cogió la chaqueta y justo iba a ponérsela para acompañar a Gordon cuando el calor comenzó a expandirse sin previo aviso.

—¡Joder!

Un día entero sin la más mínima molestia. Después de acostarse con Gordon se había sentido caliente, pero se debía al sexo, precisamente, y no a la menopausia. Por un rato se había permitido creer que a lo mejor iba a experimentar el lujo de pasar un día o dos sin sofocos, pero qué va. Notó que se ponía roja como un tomate, el sudor le comenzaba a correr por la espalda, el rostro y entre los pechos. Se acercó al escritorio, abrió el primer cajón y sacó un paquete de pañuelos de papel.

—¿Un sofoco?

—¿Qué aspecto tengo?

—Parece que acabas de correr una media maratón.

Hannah no tenía fuerzas ni para sonreír; se secó la cara y el cuello, tiró el pañuelo a la papelera, cogió uno nuevo.

—¿Tienes el coche abajo? —le preguntó Gordon.

—No, ¿por?

—Está todo lleno de periodistas. Si vas a pie corres el riesgo de que te persigan un rato.

Hannah se limitó a suspirar. Miró la hora. ¿Llamaba a Thomas para pedirle que la pasara a buscar? Era tarde, pero no tanto como para que se hubiese acostado. Esperaba que no lo hubiera hecho, quería continuar la conversación que habían empezado al mediodía.

—Puedo llevarte, si quieres.

—Genial. Gracias.

Hannah se pellizcó la blusa y la fue agitando para meter un poco de aire fresco al mismo tiempo que apagaba la luz del despacho. Luego bajaron juntos por la escalera y salieron.

En cuanto abrieron la puerta, se vieron rodeados. Mientras ponían rumbo al coche de Gordon, este respondió en tono afable que no tenían nada que decir y que Alexander Erixon celebraría una rueda de prensa o bien un poco más tarde o bien a primera hora de la mañana. Hannah guardaba silencio, limitándose a fulminar con la mirada a quien se le acercaba demasiado. Llegaron al coche, se subieron, consiguieron dar marcha atrás e irse de allí sin atropellar a nadie.

Cuando se metieron por la calle Köpmansgatan, vieron bastante gente reunida en la parte de la plaza que quedaba más cerca del Stadshotellet y el ayuntamiento. Hannah calculó que habría unas cincuenta personas repartidas en grupos de distinto tamaño; varias personas se abrazaban, algunas lloraban. Había varias antorchas prendidas, cuyo efecto luminoso era más bien escaso por culpa de la claridad de la noche. Había flores en el suelo y apoyadas sobre el murete, algún peluche suelto entre ellas, tarjetas blancas escritas a mano y fotografías plastificadas.

—¿Hemos publicado los nombres de los que estaban allí fuera? —preguntó Hannah cuando vio que todas las fotos eran de hombres jóvenes.

—X lo está haciendo ahora, pero está claro que ya han circulado por las redes sociales.

Un par de minutos más tarde, Gordon detuvo el coche delante de la casa de la calle Björnholmsgatan. Hannah miró por la ventanilla. Apagada. En la rampa de acceso solo estaba uno de los dos coches. Thomas no estaba en casa. Nada que Gordon necesitara saber.

—Gracias por acercarme.

—No hay de qué.

Hannah se desabrochó el cinturón y por un instante tuvo el impulso de darle un abrazo corto y un beso en la mejilla, pero se abstuvo.

—Adiós. Nos vemos mañana —se despidió, y cerró la puerta.

Se quedó contemplando cómo Gordon se alejaba antes de cruzar la calle y mirar el buzón. Vacío. O bien hoy no habían recibido correo, o bien Thomas había pasado por casa en algún momento de la tarde y lo había cogido. Se metió en el jardín y observó que había que cortar el césped, pese a la falta de lluvia.

Ese día Hannah había empezado algo. No era propio de ella, no solía hacerlo. Era Thomas quien tomaba la iniciativa, quien hablaba, no mucho, pero más que ella, cuando era necesario. Pero ahora no, y desde hacía tiempo, no de este tema.

Fuera cual fuera dicho «tema».

Hannah tenía que descubrirlo, se dijo. Esa mirada a la hora del almuerzo. El peso que tenía. La gravedad. La asustaba, ahora ya era imposible seguir esquivándolo.

Mejor saber que hacer conjeturas, imaginarse lo peor.

Entró para coger las llaves del coche. No se molestó en gritar su nombre ni en mirar si estaba durmiendo en la cama. Sabía que Thomas no estaba allí. No sabía dónde, pero al menos había un par de sitios en los que podía buscar.