—Es para ti —dijo la rusa, o de donde fuera que viniera, cuando se bajó del coche que había insistido en meter en el garaje. UV se lo quedó mirando sin entender absolutamente nada—. Un regalo.
—¿Por qué?
—Quiero que me ayudes, y la última vez que nos vimos fui un poco dura. —Puso una mano sobre el capó del Mercedes plateado mientras lo rodeaba—. Es una ofrenda de paz —dijo, parecía sincera, y luego le tendió una mano—. Por cierto, me llamo Louise.
—Gracias —dijo UV, le estrechó la mano sin demasiado ímpetu y con mirada franca—. Pero no puedo ayudarte.
No era cierto. Tampoco lo era lo que le había dicho la primera vez que ella había ido a verlo. Entonces él ya sabía que el Honda azul estaba en el garaje de Kenneth, pero la había enviado a Jonte. Había querido saber más antes de decidir qué pensaba hacer con la información que tenía en sus manos. Y ahora lo sabía perfectamente.
Mentir no era difícil. Se le daba bien. Cuanto más importante era que la verdad no saliera a la luz, mejor lo hacía. Y nunca había sido más importante que en ese momento. Tras meses de sacrificio, angustia, lágrimas y cansancio que habían hecho que le doliera todo el cuerpo, la vida le brindaba la oportunidad de resolver sus problemas. La famosa luz al final del túnel que jamás había creído que vería.
Así que ayudarla quedaba descartado.
Por lo tanto, le mentiría sin tapujos.
—René ya no está —informó ella en un tono normal de conversación, y se apoyó despreocupada en el coche mojado.
—¿Quién es René?
—René Fouquier. ¿No estás al día?
Empezaron a saltarle las alarmas. Le aconsejaron mantenerse alerta; por mucho que ella diera una impresión distante, casi desinteresada, UV tenía una fuerte sensación de que la mujer lo estaba tanteando. Él reconoció en el acto el nombre que ella acababa de mencionar, y se descubrió a sí mismo alegrándose de que Raimo se hubiese ido pronto a casa.
—He visto el nombre en algún sitio, pero no sé quién es.
Lo cual era cierto: UV nunca había oído hablar de René hasta ese día, cuando había leído alguna noticia. Ahora caía en la cuenta de qué le estaba diciendo en realidad aquella mujer. Ella era la razón de que René ya no «estuviera». Él y cuatro más. Era peligrosa, más de lo que él había intuido la primera vez que se vieron, más que ninguna otra persona con la que se había cruzado en la vida.
—Era el nuevo tú. —Se volvió otra vez hacia él—. Estaba pensando que si el nuevo tú ya no está, a lo mejor la gente vuelve al de antes.
UV no respondió de inmediato. ¿Cuánto sabía ella? ¿Más de lo que decía? Si hubiese sabido algo de Kenneth y Sandra y del trato que habían hecho, no habría ido a verlo a él, sino que habría ido directamente a por ellos. Habría conseguido la droga y el dinero. A él lo habría castigado. No le habría dado un coche ni pedido ayuda. Tranquilizado por la rápida conclusión a la que había llegado, comprendió que tenía que seguir actuando con cuidado. Cuanto más lejos pudiera permanecer de esa mujer, mejor.
—Ya no me dedico a eso —afirmó, muy consciente de que no le sería tan fácil.
—Vas a empezar otra vez.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Haz correr la voz de que has vuelto al negocio.
—No puedo.
Ella dio unos pasos hasta él. UV tuvo que contener el impulso de retroceder. La mujer se paró muy cerca, lo miró directa a los ojos, parecía no tener del todo claro cómo continuar.
—¿Te acuerdas de que la otra vez te pregunté por una partida de anfetaminas, Dennis? —dijo al final—. Una partida grande.
—Sí.
—Tengo que encontrarla. Es muy muy importante para mí. Tú vas a ayudarme a hacer que aparezca la persona que la tiene escondida.
¿Se lo estaba imaginando o había un atisbo de desesperación en su voz? La mujer parecía franca pero contenida. ¿O solo era una nueva táctica para convencerlo de que la ayudara?
—Han pasado bastantes días. Si no la ha conseguido ni el tal René, ¿por qué iba a hacerlo yo?
—Nadie lo conocía. Ni siquiera nosotros. Tú, en cambio, vas a hacer correr la voz de que has vuelto y que quieres hacer grandes negocios. Cuanto antes. Ponerte en marcha otra vez... Por tu hija.
Aunque no pretendiera ser una amenaza, no cabía duda de que sonaba justo como tal. Lo más sencillo habría sido chivarse de Kenneth y Sandra. Darle a la rusa lo que había venido a buscar para que desapareciera de su vida para siempre.
Pero entonces se llevaría consigo también los millones de UV.
El futuro de su familia.
Por lo tanto, no era una alternativa. Tenía que ganar la batalla. Quitársela de encima. Sin complicarlo. Decirle que aceptaba el trato, venderle la droga de Sandra a los finlandeses, dejar que pasaran un par de días, llamar a la tal «Louise» y decir que nadie había mordido el anzuelo, que nadie lo había telefoneado.
¿Qué podría hacer ella al respecto? UV era un mentiroso excelente.
Si no por otra cosa, al menos así podría ganar un poco de tiempo; tendría margen para pensarlo todo debidamente.
—¿Qué gano yo con eso? —preguntó, no quería ceder con demasiada facilidad para no despertar sospechas.
—Te acabo de regalar un coche.
La miró a los ojos, luego miró el Mercedes, hizo ver que se lo pensaba un momento y luego se encogió de hombros.
—Vale, de acuerdo, acepto...
Fuera se oyó un coche que aparcaba cerca de la entrada. UV echó un vistazo por la ventana, lo reconoció al instante. La última persona del mundo a la que quería ver en ese momento...
Pasados unos segundos se oyeron los primeros compases de Para Elisa cuando Sandra abrió la puerta y entró en el taller con una gran bolsa de deporte negra en la mano. UV hizo un esfuerzo por relajarse, pero cuando alzó la mano a modo de saludo notó que el pulso le palpitaba en las sienes.
—Buenas, espérame en el despacho, enseguida voy. —La voz entera, sonaba normal. Iba a conseguirlo.
—Claro.
Sandra miró un instante a la mujer que tenía delante, sonrió y la saludó con la cabeza. «Louise» le sonrió de vuelta y siguió con interés a la visitante con la mirada.
—¿Tu amante? —preguntó en cuanto Sandra se hubo metido en el despacho y cerrado la puerta.
—¿Eh? No, joder, no, no —se rio UV por acto reflejo, quizá con demasiado entusiasmo.
—Pareces haberte puesto nervioso cuando ha llegado.
—¿Ah, sí? Pues no, no es nada de eso.
Ella no dijo nada, solo se limitó a mirarlo con ojos exhortadores, claramente a la espera de obtener una explicación de lo que tenían entre manos, ya que no se trataba de «eso». Habría sido mejor confesarle que era un pichabrava. A buenas horas. UV observó la puerta cerrada del despacho donde se había metido Sandra, y cuando se volvió hacia la mujer bajó la voz.
—Estamos arreglando una historia de... un seguro.
—Suerte con ello, pero no te olvides de nuestro acuerdo.
—No, no, empezaré a hablar ya mismo con algunas personas.
—Gracias.
Una sonrisa, y luego se encaminó a la puerta. Él suspiró aliviado.
—Dennis...
UV se volvió hacia ella, que había hecho un alto con una mano en la manilla de la puerta.
—No tardes demasiado en deshacerte de él —indicó señalando el Mercedes.
—¿Por qué?
—Tarde o temprano, alguien querrá saber dónde está.
Para Elisa la acompañó al salir mientras UV se quedaba mirando el coche. Mierda. Le había endosado un vehículo robado. O algo peor. El coche no estaba completamente a la vista, así que no tenía que decidir ya mismo qué hacer con él.
Sandra lo estaba esperando en el despacho.