Más o menos un millón quinientos ochenta mil resultados. Parecía una broma.
Hannah añadió «especias» en la barra de búsqueda, le sonaba algo de albahaca, quizá tomillo, y de pronto solo había doscientas cuarenta y cuatro mil recetas entre las que buscar. Ojeó las primeras dos páginas de resultados, pero no le sonaba ninguna. La mayoría tenía buena pinta y podía escoger cualquiera, al fin y al cabo solo se trataba de una cena entre semana, pero se le había metido entre ceja y ceja una en concreto. Era fácil de cocinar y a Thomas le había gustado. Maldijo entre dientes y cerró la página de búsquedas.
—¿Qué haces?
Hannah se volvió hacia la puerta, donde Gordon estaba listo para terminar la jornada.
—Estaba buscando una receta de pasta con pollo que preparé hace unos meses, pero no la encuentro.
—Vente y cenamos por ahí.
Sonaba tentador, pero, con un poco de suerte, los planes que tenía para esa noche culminarían con sexo.
—Le he prometido a Thomas que íbamos a pasar la tarde juntos, hace tiempo que no nos vemos en condiciones.
—Pues otra vez será —repuso Gordon encogiéndose de hombros.
Si estaba decepcionado, lo disimulaba bien.
—Sí.
Hannah dio por hecho que ahora él le diría «adiós, nos vemos mañana» y se marcharía, pero, en lugar de eso, Gordon entró y se sentó en su sitio de siempre, junto a la puerta. Hannah echó un vistazo al reloj. Cambiarse, pasar por el súper, ir a casa, hacer la cena. Podía darle cinco minutos.
—Entonces ¿tú crees que alguien va a tirar treinta millones por el váter?
—Solo he dicho que la gente normal no puede vender droga.
—A lo mejor estás en lo cierto. Si es así, ¿qué hacemos?
Hannah titubeó un instante; después de la reunión había empezado a darle vueltas a una idea, pero, como no la había desarrollado del todo, no había pensado comentarla hasta al día siguiente. No perdía nada tanteándola con Gordon.
—Puede que sea una estupidez, pero ¿qué me dices si publicamos que sabemos lo que había en el coche y ofrecemos una amnistía? Si lo entregas, conservas tu anonimato.
Gordon sopesó lo que acababa de oír unos segundos en silencio. El año pasado habían hecho una amnistía de armas en todo el país. Tres meses durante los cuales cualquier persona podía entregar cualquier arma, sin que nadie les preguntara nada ni hubiera ninguna investigación posterior. Más tarde, lo mismo pero con material explosivo. Había sido un éxito, pero nunca se había hecho con narcóticos. El Estado tampoco tenía ningún plan en marcha para ello, que Hannah supiera. Estaba lejos de estar segura de que la policía de Haparanda fuera a obtener el permiso para hacer una excepción.
—Supongo que el problema es que atropellaron de muerte a aquel chaval cuando consiguieron la mercancía —dijo al final Gordon.
—Solo ofreceríamos amnistía por la droga, y seguimos investigando el atropello con fuga.
—Pero ¿decimos que pueden quedarse con el dinero?
—No lo sé —suspiró Hannah, y comenzó a arrepentirse de no haber esperado hasta el día siguiente y haberse dado más tiempo para encontrar ella misma las fisuras de la propuesta—. No lo he pensado mucho, solo era una idea para poder retirar esa mierda de la calle.
—No es del todo descabellado —reconoció Gordon.
—Muchas gracias.
—Mañana se lo comento a X, a menos que quieras hacerlo tú. A lo mejor la directiva nos deja aplicar alguna variante.
Hannah asintió con la cabeza, cerró el ordenador y se levantó de la silla. Gordon permaneció sentado, sin intención aparente de apartarse. Hannah pensó que quizá pretendía acompañarla abajo, al vestuario. Parecía un poco reticente a irse a casa.
—¿Cómo te sientes teniéndolo a él aquí? —le preguntó, y empezó a recoger sus cosas del escritorio.
—Bien, ¿por?
—Ha venido y te ha quitado el caso.
—Asumió el mando cuando encontramos el cuerpo.
—Pero tenerlo aquí es otra cosa.
Solo era la tercera vez, desde que Gordon era jefe, que Luleå había subido para dirigir un caso in situ. Y siempre le quedaba muy claro a todo el mundo que él ya no era el jefe de mayor rango, sino que había bajado un escalafón. Hannah no creía que para Gordon la presencia de Alexander fuese un problema, pero no hacía ningún daño preguntárselo, interesarse un poco por él.
—Es lo que hay —respondió Gordon encogiéndose de hombros—. Ni es la primera vez ni será la última.
Gordon echó un vistazo a la pizarra blanca que Hannah tenía en la pared, donde ahora había una foto junto al mapa. Un hombre joven con raya a un lado, bien afeitado, mirada fija en el objetivo. Hannah la había sacado del registro de pasaportes, y para ser una foto de pasaporte estaba entre las mejores que había visto.
—El chico de Hellgren —indicó Gordon, se levantó y se acercó un poco a la pizarra.
—René Fouquier. —Hannah se oyó a sí misma pronunciando el apellido como fucker—. Es francés, no sé cómo se pronuncia.
—Esperemos que así no, por su propio bien —sonrió Gordon—. ¿Qué sabemos de él?
—Nacido en Lyon, la familia se mudó a Gotemburgo cuando él tenía cinco años. Se mudó aquí arriba hace apenas tres años, trabaja media jornada en Max y el resto del tiempo estudia a distancia. Un chico joven, veintiséis.
—¿Qué relación tiene con Hellgren?
—Ni idea —dijo Hannah, e hizo un último barrido con la mirada sobre la mesa, no se estaba dejando nada—. No aparece en ninguno de nuestros registros, no le han puesto ni una multa de tráfico.
—Un ciudadano modélico.
—Que se relaciona con Anton Hellgren.
—¿Tiene licencia de caza?
—No, y no lo he encontrado en Facebook ni en ningún otro sitio en internet, así que no sé qué opinión tiene de la caza y los depredadores.
—Ni de los hombres mayores con camisa de franela.
Hannah le lanzó una mirada de desconcierto mientras apagaba la luz, y luego salieron juntos del despacho. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza que la visita del joven a la casa de Hellgren pudiera tratarse de algo sexual o romántico.
—¿Crees que Hellgren es gay?
—Nunca se ha casado.
—Tú tampoco.
—Pero tampoco recibo visitas de hombres jóvenes y elegantes, bien peinados y con blazer de doble abotonadura.
—Estoy bastante segura de que eso es puro prejuicio lo mires por donde lo mires —replicó Hannah con una sonrisa.
Pasaron por delante del despacho de Gordon, salieron y bajaron la escalera. Se detuvieron ante la puerta que daba a recepción. Ella tenía que ir hacia la derecha y pasar por el calabozo para acceder al vestuario.
—Nos vemos mañana —se despidió él con la mano en la manilla.
—¿Qué vas a hacer esta noche?
—¿Ahora que no puedo ir a cenar contigo?
—Sí.
—Nada. Pensaba llamar a mi hermano, a ver si se quiere pasar por casa, echar unas partidas al FIFA.
Cuando Gordon decía ese tipo de cosas era cuando Hannah tomaba conciencia real de la diferencia de edad que había entre ellos. No porque no supiera de qué estaba hablando. Sabía perfectamente qué era el FIFA, su hijo jugaba con sus amigos cuando todavía vivía en casa. Igual que Gordon con su hermano. Tres años menor. Divorciado con dos hijos, custodia compartida. Casa en Nikkala. Hannah había visto a Adrian algunas veces, no tenía ni idea si sabía que se acostaba con su hermano mayor. ¿Los hermanos se contaban ese tipo de cosas?
No pensaba preguntarlo, prefería no saber.
—Que te lo pases bien.
—Tú también.
Gordon salió por la puerta. Hannah se quedó un momento allí de pie antes de regresar corriendo por el pasillo. Volvía a tener la cabeza en el trabajo. Había una cosita más que quería hacer antes de desconectar. La cena tendría que esperar un poco.