29

El finde siguiente estoy preparando una comida estupenda para Héctor —en su piso, claro está, porque la verdad es que me he acostumbrado a venir aquí y me encanta— cuando mi teléfono móvil empieza a vibrar con una de mis canciones favoritas. Lo dejo sonar porque me chifla y porque no me apetece coger el teléfono ahora. Balanceo las caderas a un lado y a otro al tiempo que añado una pizca de nuez moscada al guiso. «Didn’t know how lost I was until I found you… I was beat, incomplete. I’d been had, I was sad and blue. But you made me feel…». («No sabía lo perdida que estaba hasta que te encontré… Estaba derrotada, incompleta. Había sido engañada y me sentía triste y deprimida. Pero tú me haces sentir…»).

—«Yeah, you made feel shiny and new» —canturreo toda emocionada.

—«Like a virgin… Touched for the very first time…». —La voz de Héctor a mi espalda me sorprende, y me echo a reír al oírle cantar con esa vocecilla que intenta imitar a la de Madonna. A continuación, agita el móvil ante mis ojos—. Es Dania.

—¿Qué quiere ahora? —Chasqueo la lengua, convencida de que irá a contarme alguna de sus movidas, a pesar de que lo hace en el trabajo cada día. Me seco las manos en el delantal y cojo el móvil. Aprieto el botón verde y me lo llevo a la oreja—. Me pillas con las manos en la masa.

—¿Esa masa mide más de veinte centímetros? —pregunta divertida, la muy descarada.

—Estoy cocinando para Héctor —le explico con los ojos en blanco. Siempre pensando en lo mismo, la cerda.

—Entiendo. Estás preparándole una buena comida. —Su tono cómplice me saca una risa. Si es que, en el fondo, me divierte cuando se comporta de esta forma, y ella lo sabe. Si no, no sería mi amiga Dania.

Me vuelvo para mirar a Héctor, pero descubro que ha regresado a su despacho. Desde que empezó en la nueva revista lo cargan de trabajo, así que las mañanas de los sábados y los domingos tiene que dedicarlas a avanzar en las tareas de Love.

—¿Qué pasa? ¿Has conocido al hombre de tu vida? —pregunto a mi amiga al tiempo que busco la pimienta entre las docenas de botecitos que mi novio tiene en el armario de la cocina.

—Pues más o menos. —Aprecio en su tono de voz que está mucho más alegre y emocionada que de costumbre. ¡No me digas que Dania se me ha enamorado!

—¡¿En serio?! ¿Y desde cuándo? Esta semana no me has comentado nada en la oficina, así que imagino que lo conociste… ¿anoche?

Suelto una risita ante mi ocurrencia. La oigo chasquear la lengua al otro lado de la línea.

—Muy graciosa, nena, pero te aseguro que va a sorprenderte.

—¿Es feo y aun así te has acostado con él? ¿La tiene pequeña pero te da más placer que ninguno? ¿Es un pervertido al que le gusta rozarse con tus pies…? —La torturo a base de preguntas tontas, y ella lo único que hace es seguirme la corriente y darme un «no» tras otro.

—Cállate ya y escúchame —me ordena con su tono de marimandona—. Esta noche vamos a quedar los cuatro. Sí, tienes que traer a nuestro jefe potentorro.

—Dania… Te recuerdo que Héctor ya no es nuestro jefe —le digo como si fuera una niña.

—Bueno… Estoy segura de que lo es en vuestra cama —susurra con voz picantona.

—Mira, bonita, en ese lugar ¡soy yo la jefa! —Le sigo el juego, esbozando una sonrisa.

Desisto de encontrar la pimienta. Ya preguntaré luego a Héctor dónde está.

—¡Eso es lo que quería oír! —exclama ella, muy contenta.

—Entonces ¿vas a hacer que me pierda una noche de sexo fantástica con Héctor? —Me cambio el móvil de oreja y me apoyo en la mesa de la cocina—. Pues espero que merezca la pena lo que tienes que enseñarme.

—Quedamos a las once y media en el Dreams. ¡No os retraséis!

—¡Oye, oye, espera un momento! ¿Por qué tenemos que quedar ahí? No sé yo si a Héctor le hará mucha gracia encontrarse con…

—¡A las once y media! —repite con su voz chillona. Y la muy cabrona me cuelga sin que pueda rechistar.

Dejo el guiso cocinándose a fuego lento y me escabullo hasta el despacho de Héctor. Al asomarme, lo encuentro muy concentrado sobre un montón de papeles que tiene en la mesa. Durante unos segundos mi mente me juega una mala pasada y asocio esa imagen con otra. Por suerte, estoy haciéndome fuerte y logro esquivarla antes de que pueda instalarse en mí. Me cuelo en la habitación de puntillas y me coloco a su espalda, rodeándolo con los brazos e inclinándome para posar un beso en su oreja. Suelta las hojas de una mano y me acaricia el costado.

—¿Qué quería Dania? —me pregunta con curiosidad.

—Pues nada, que se ve que tiene una nueva conquista y se muere por presentárnosla.

—Bien, ¿no? Así me despejo un poco de esto.

Se lleva la otra mano a los ojos y se los frota. La verdad es que está trabajando mucho, pero no sé cómo reaccionará cuando le diga a dónde vamos…

—La cuestión es que nos ha citado en el Dreams —suelto rápidamente y en voz bajísima.

—¿Cómo? No te he entendido.

Vuelve el rostro hacia mí para mirarme. Aprovecho para besarlo, algo que siempre me remueve por dentro.

—Pues… que tenemos que ir al Dreams —repito, esta vez más despacio, pero aún con la boca pequeña.

—Oh… —Se limita a escrutarme con los ojos, y el corazón empieza a palpitarme contagiado de mis nervios—. ¿Y…? —insiste, al darse cuenta de que yo no digo nada.

—Ya sabes de quién es ese local.

—Repito: ¿y…? —Esboza una sonrisa que quiero creer que es sincera. ¿Dónde está el Héctor celoso y posesivo de aquellos primeros encuentros? No puedo creerlo. Abro la boca, un tanto confundida—. Vamos, Melissa, somos adultos. No me importa encontrarme con él. Además, es tu amigo, así que creo que va siendo hora de que nos conozcamos mejor, ¿no?

—Claro que es mi amigo, pero no tiene por qué ser el tuyo.

—No hagas suposiciones, Melissa. Nunca llegó a caerme mal, aunque creas lo contrario. —Da la vuelta a su silla y con un gesto me indica que me siente en sus piernas. Lo hago y enrosco los brazos en su cuello. Me estudia el rostro unos segundos al tiempo que me lo acaricia—. Quizá podamos llegar a ser amigos.

—Estás muy raro. —Frunzo las cejas sin comprender nada—. ¿De verdad eres tú mi Héctor o lo ha abducido un alienígena que quiere traer la paz y el amor al planeta?

Héctor se echa a reír con ganas. Me besa en la mejilla suavemente, de esa forma que yo jamás habría esperado de él. Pero me gusta tanto que lo haga así…

—Mi único deseo es que estés contenta. Nunca me opondré a vuestra amistad. Y si Aarón forma parte de tu vida, quiero que también esté en la mía.

Me sorprende que sea tan comprensivo, pero la verdad es que no parece estar mintiendo. Me abrazo a él con ganas y esbozo una sonrisa contra su cuello. Se lo beso y le doy un pequeño mordisco.

—Oye… Huele muy bien. ¿Qué me estás preparando? —me pregunta encogiendo los hombros a causa de las cosquillas que le provoco.

—Ya lo verás. Vas a chuparte los dedos.

—Creo que no me los chuparé más que cuando te como a ti.

Suelto una risita y, en el momento en que se dispone a besarme, me levanto y me marcho corriendo a la cocina. Me encanta hacerlo rabiar y, sobre todo, saber que me desea tanto. Hace que me sienta querida, algo que he estado esperando durante mucho tiempo y que pensé que no llegaría. Pero nunca hemos de decir «nunca», y jamás debemos pensar que no le importamos a nadie.

Tal como le había asegurado, Héctor disfruta muchísimo con la comida que le he preparado. De hecho, incluso repite. No hago más que mirarlo, deleitándome en sus gestos, pues me gustan todos de él, incluso la forma que tiene de limpiarse con la servilleta. ¡Ay, Señor, que voy a acabar más enchochada todavía! Estamos atiborrándonos de fresas en el sofá, cuando se me queda mirando con una expresión indescifrable.

—¿En qué piensas? —le pregunto llevándome una fruta a la boca.

Héctor se arrima a mí y me la quita de los labios con sus dientes que me rozan tan sólo unos segundos; aun así, me vuelve loca.

—Creo que tengo un poco de nata en la nevera —responde pensativo.

Para mi sorpresa, se levanta del sofá y se marcha a la cocina, dejándome con el cuenco de fresas en las manos y con el sexo palpitándome. Sí, sus palabras causan un sorprendente efecto en mí, un estímulo en cada uno de los rincones de mi cuerpo.

Me apresuro a deshacerme de las braguitas antes de que regrese al salón. Las escondo detrás de uno de los cojines y lo espero con el vestido de estar por casa estirado hasta las rodillas, para que no se percate de nada. Aparece por la puerta con un bote de nata. Se ha puesto un poco en un dedo índice y lo acerca a mi boca cuando se sienta en el sofá. Separo los labios y se lo chupo sin dejar de mirarlo a los ojos.

—Esa boca es mi perdición, Melissa —susurra con un tono de voz que empieza a ser bastante erótico.

Le sonrío en silencio y me arrastro por el sofá para pegarme a él. Con la mano libre me acaricia los muslos y, cuando sube un poco y descubre que no llevo ropa interior, abre los ojos con expresión de sorpresa. Me pone a mil cómo se muerde los labios, de esa forma tan sensual en la que tan sólo él sabe.

—Vaya… Alguien va a coger frío. Tendré que remediarlo, ¿no?

Deja el bote de nata a su espalda, y después me atrapa de las caderas y me sienta encima de él. Enseguida puedo notar su bulto bajo los pantalones del pijama. Una vez más, su mano se pierde bajo mi vestido. Primero me toquetea el trasero, lo estruja al tiempo que se muerde el labio inferior más y más. Apoyo las manos en su pecho y me inclino para ser yo quien se lo devore. No obstante, de repente noto sus dedos en mi sexo y doy un brinco sin poder remediarlo.

—Ya estás mojadísima —dice entre jadeos, tan excitado como yo.

—¿Dónde quieres ponerme esa nata? —La señalo con mi mejor cara de seductora.

—Mmm, déjame pensar… ¿Dónde estará más buena? —Me desliza los tirantes del vestido por los hombros y los brazos, hasta que mis pechos, libres de sujetador, asoman por entre la tela. Sus ojos se oscurecen y abre la boca, moviendo la cabeza fascinado ante lo que ve—. Creo que estará bien empezar por aquí… —Se hace con el bote y me pone un poco de nata en ambos pezones. Me echo a reír porque está muy fría, pero me callo en cuanto me roza uno de ellos con la lengua. Cuando me chupa el otro y me lo mordisquea, empiezo a gemir—. Buenísimo… Un placer para el paladar.

Sin esperar más, agarro los bordes de su camiseta y se la subo para no perderme detalle de su fantástico torso. Me ayuda a sacársela por la cabeza y, una vez que está desnudo, aprovecho para quitarle la nata y ponerle un poco sobre el tatuaje, el cual me dedico a lamer. Apoya una mano en mi cabeza y se recuesta en el sofá.

—¿No era yo quien tenía que disfrutar del postre? —me pregunta con voz temblorosa.

—Yo también tengo derecho a hacerlo… —murmuro alzando la cabeza para observarlo. A continuación me bajo de sus piernas, se las separo y me pongo de rodillas entre ellas. Me mira sorprendido, con la boca entreabierta y con una expresión de deseo que logra que me excite mucho más—. Vamos a ver… ¿Adónde irá a parar el siguiente chorrito de nata…?

Jugueteo un poco, pasando mi dedo por su pecho hasta llegar al ombligo. Pero no me detengo en él, sino que bajo hasta su pantalón. Comprende lo que quiero hacer y alza el trasero para ayudarme.

Se lo bajo hasta los tobillos y se lo quito para estar más cómoda. Después hago lo mismo con su bóxer, sonriendo ante la estupenda vista que tengo delante de mí. Vuelvo a colocarme entre sus piernas y me inclino para depositar un beso en la punta de su miembro. Suelta un gemido y apoya, una vez más, su mano en mi cabeza.

—Madre mía, Melissa, ¡cómo me pones! Si es que con tan sólo notar tus labios siento que voy a correrme…

—Pues aguanta un poquito…

Sonrío de forma maquiavélica. Cojo el bote de nata y le pongo un chorro en la punta. Lamo un instante y trago con ganas, para después ir un poco más allá y meterme parte de su pene en la boca.

Todo su cuerpo se tensa, haciendo que me entre más. Le limpio la nata y me paso la lengua por los labios, deleitándome en esa mezcla de sabor dulce y salado de su excitación.

—¡Joder! Si es que moviendo así la lengua, no puedo… —dice con los ojos cada vez más oscurecidos y bañados de todo el placer que estoy otorgándole.

Agacho de nuevo la cabeza con una sonrisa en el rostro porque no puedo evitar sentirme orgullosa de hacerlo tan bien —y porque estoy cachondísima, vamos— y me meto su erección en la boca, lamiéndola con todas mis ganas y ayudándome de suaves movimientos con la mano. Me coge del pelo, me lo acaricia y se enrosca un mechón al tiempo que suelta unos cuantos jadeos que hacen que me humedezca más y más.

—Ven aquí, Melissa… Quiero tocarte yo también…

Hago caso omiso de su petición. Lo único que me apetece ahora es devorarlo; ver su rostro me pone a mil, y sé que así después estaré mucho más dispuesta para que haga conmigo todo lo que desee. Alzo el rostro para observar sus gestos. Tiene los ojos cerrados pero, al darse cuenta de que lo miro, los abre y los clava en mí, mostrándome una mirada turbia que me indica que no le falta mucho para irse.

—Uf, no pares…

Alza el trasero con intención de metérmela más y enseguida puedo apreciar la palpitación que anuncia lo que estoy esperando con tantas ganas.

Sin embargo, cuando estoy dándolo todo, oigo una vibración a mi derecha. Se trata de un móvil, pero no es el mío porque no suena la canción de Madonna. Ladeo el rostro y recuerdo que el pantalón del pijama de Héctor está en el suelo. Pero ¿por qué lleva el teléfono en el bolsillo?

—No lo cojas… —le suplico sacándome su erección de la boca.

Niega con la cabeza y me indica que continúe, algo que yo hago gustosa. No obstante, a los pocos segundos el móvil vuelve a vibrar. ¡Pues ya me ha cortado el rollo! Me aparto con brusquedad, mirándolo con mala cara. Se incorpora y alza una mano, como disculpándose.

—Lo siento, cariño… Estoy esperando una llamada importante.

Se inclina hacia delante y recoge el pantalón del suelo. Después saca el móvil del bolsillo y, antes de contestar, echa un vistazo a la pantalla. Chasquea la lengua y asiente con la cabeza al tiempo que se levanta y me deja allí sola, completamente excitada y con un cabreo de tres pares de ovarios.

Saco las braguitas de detrás del cojín y me las pongo en plan venganza. Cuando termine de hablar no le daré la satisfacción de tenerme otra vez para él. Así de rencorosas somos las mujeres cuando nos cortan en plena faena.

Diez minutos después regresa, aún desnudo, pero estoy de brazos cruzados y con unos morros que llegan hasta el suelo.

—Aburrida… ¿No te apetece que continuemos donde lo habíamos dejado? —Apoya una rodilla en el sofá, con la nariz en mi cuello.

Niego con la cabeza y con un gesto le indico que se vista. Suelta un suspiro resignado y se apresura a hacerme caso.

—Era mi jefe. Quiere que en un par de horas le envíe un informe. —Me vuelvo para mirarlo. Se le ve cansado. Me parece fatal que, siendo nuevo en la revista, no dejen de mandarle tanto y tanto trabajo—. Me habría gustado pasarme toda la tarde entre tus piernas, pero iré al despacho y así terminaré cuanto antes.

Sé que la culpa no es suya, sino del pesado de su jefe, pero he cogido un enfado que para qué. Me paso el resto de la tarde tirada en el sofá viendo una película. Cuando Héctor termina su informe y se mete en la cocina para hacerme la cena, ya se me ha pasado el enfado. Y tan contenta que me pongo cuando me trae un sándwich de tres pisos con pechuga, beicon, tomate, lechuga y mahonesa.

—Tú sí que sabes cómo hacer feliz a una mujer —le digo, poniéndome morada.

A las once empezamos a arreglarnos para nuestro plan con Dania. Mientras me ducho, pienso en que quizá sería mucho mejor que Aarón no estuviera esta noche en el Dreams, aunque me contó que últimamente iba más a menudo porque está planeando hacer unos cambios en el local. A las once y cuarto ya estamos metidos en el coche de Héctor.

—Melissa… Te noto un poco inquieta —observa, si bien sonriendo.

—¿Yo? Qué va.

No añade nada más, sino que enciende la radio y se pone a tararear una pieza de esas clásicas que tanto le gustan. Creo que llegaré dormida. Sin embargo, como en un par de ocasiones me acaricia los muslos de una forma tan erótica, consigue que me mantenga bien alerta.

—Esta noche no te me vas a escapar.

Saludamos al vigilante de seguridad que hay en la puerta y entramos en el local. A pesar de ser temprano, ya está bastante concurrido. Me alegra ver que a Aarón le va tan bien el negocio. Cojo a Héctor de una mano y pasamos por entre la gente mientras intento encontrar a mi amiga. Al no verla por ninguna parte, opto por sentarnos en uno de los sillones y mandarle un whatsapp desde allí.

—¿No te recuerda esto a nada? —me pregunta Héctor, una vez que nos hemos apalancado y estoy tecleando.

—¿A qué? —Alzo la cabeza del móvil y lo miro con curiosidad.

—Aquí nos sentamos la primera noche que quedamos. —Se acerca a mí y me pasa una mano por los hombros—. Cómo me pone tu perfume, Melissa… —me susurra contra el cuello, rememorando aquella cita.

Me echo a reír con coquetería y permito que me bese durante un buen rato, hasta que unas palmadas me sacan de mi ensueño.

—¡Oyeee, que estáis dando un espectáculo! —La voz chillona de Dania se alza por encima de la música.

—Tú siempre tan inoportuna…

Me levanto y le doy dos besos. Dania se inclina y saluda a Héctor.

—Y muy contenta de veros así.

Agita sus larguísimas pestañas y acto seguido coge una silla de otra mesa vacía y la coloca a mi lado.

—¿Al final has venido sola? —le pregunto poniendo mala cara. Sólo faltaba eso, después de habernos hecho venir hasta aquí.

En ese momento aparece Aarón de entre la multitud y a mí los nervios se me instalan por completo en el estómago. Deslizo mi mano hasta encontrar la de Héctor, quien me la coge y me la aprieta con cariño, como asegurándome que esté tranquila.

—¡Hola a todos! —saluda él con su habitual frescura.

Se agacha para darme dos besos y enseguida alarga una mano hacia Héctor, quien se la estrecha con naturalidad y con una sonrisa. Vaya, estaba volviéndome loca, pensando que se tirarían los trastos a la cabeza, y están más tranquilos que yo. Pero lo que me deja patidifusa total es ver que mi Aarón —no, espera, no es mi Aarón; por favor, Mel, ¿qué diablos estás pensando?— atrapa a Dania por la nuca y le da un morreo que podría revivir a un muerto.

Me vuelvo hacia Héctor y lo miro con la boca abierta. Él, en cambio, no aparta los ojos de mis amigos, que siguen enganchados. ¿Qué está sucediendo aquí? ¿Se ha acabado el mundo y yo no me he dado cuenta?

—Bueno, Mel, pues ésta es mi sorpresa —me dice Dania en cuanto se sueltan, limpiándose los restos de saliva de los labios.

Me quedo callada unos instantes, aún con la boca abierta y con la sensación de que se trata de una broma. ¿Dania y Aarón liados? No, no puede ser. ¡O sí, sí puede ser! Porque en el fondo se asemejan mucho. Pero…

—¿Qué significa…? —Parezco tonta, ¡vaya pregunta!

Aarón se ha colocado al lado de Héctor y me mira con curiosidad, pero también con algo que me suena a disculpa.

—Pues que Aarón y yo estamos saliendo —me explica Dania muy orgullosa.

—Pero…

—Bueno, nos acostamos juntos —aclara Aarón.

¡Pero no, a mí eso no me deja nada tranquila! Parpadeo un par de veces, tratando de asimilar lo que acabo de ver y luego, al reparar en que Héctor me observa con una ceja enarcada, intento disimular.

A ver, no, no puede parecer que estoy celosa porque realmente no lo estoy. No, ¿verdad? Si yo no quise nada con Aarón, si ahora estoy estupendamente con Héctor…

—¿Desde cuándo? —quiero saber.

—Pues hubo un acercamiento la noche de la fiesta de despedida de Héctor… —Dania lanza a mi novio un beso, como agradeciéndoselo—. Después de encontrarme con vosotros en el baño… —Se detiene unos segundos y se dirige a Aarón para decirle—: Es que estaban reconciliándose allí, ya te imaginas cómo… —Mi amigo se echa a reír pero, al fijarse en mi cara de asesina, calla—. Pues eso, nenes, que después de veros allí, como me aburría, me propuse ir a divertirme y me encontré a Aarón en la calle, en su coche.

Lanzo miradas a uno y a otro, con la sensación de que me he perdido algo. Pero no, no, me lo están dejando muy clarito…

—Y una cosa llevó a la otra.

—Más bien fue Dania quien me llevó. —Aarón le guiña un ojo y ella sonríe coqueta, inclinándose hacia delante y mostrándonos sus pechugas. Me dan ganas de taparle los ojos a mi novio, pero lo cierto es que Héctor sólo me mira a mí, y de una forma muy insistente.

No quiero que piense que estoy molesta por lo que ha sucedido entre estos dos —pero sí lo estoy un poquito, ¿vale? ¡Y creo que tengo derecho!—, así que carraspeo y me dirijo a Dania como si estuviera muy cabreada, aunque por otros motivos bien distintos.

—¡Se supone que somos amigas! Has tardado todo un mes en contármelo. —Me vuelvo hacia Aarón y lo señalo con un dedo acusador—. ¡Igual que tú!

—Es que Aarón y yo aún no tenemos lo que vosotros… —me explica Dania haciendo un mohín con los labios.

—Sólo f…

—¡Vale! —Alzo una mano para que mi amigo no diga nada más—. Lo he captado. —Me quedo callada unos segundos—. Pero la cuestión es que vosotros siempre queréis saber todo de mí.

Me cruzo de brazos como si estuviese molesta. Me dedico a mirarlos unos segundos y, al final, acabamos los tres tronchándonos de la risa.

—Bueno… —Héctor nos interrumpe, sin entender muy bien por qué nos reímos de ese modo—. Pues todo queda en familia, ¿no? —Y, ante mi sorpresa, se une a nosotros.

Al principio de la noche él no dice nada más, sino que son Aarón y Dania los que llevan todo el peso de la conversación y cuentan anécdotas divertidas. Yo tampoco digo mucho suponiendo que Héctor está un poco incómodo y que posiblemente no ha sido buena idea venir aquí y tener a Aarón a nuestro lado porque, a pesar de que ahora esté compartiendo saliva con Dania, hubo algo entre nosotros y mi novio puede pensar que todavía existe esa atracción. Sin embargo, cuando mi amiga y yo regresamos de la barra con cuatro cervezas, me encuentro con que los dos están hablando muy animados, como si se conocieran de toda la vida.

—Eh… Pero ¿qué pasa aquí? —pregunto con una sonrisa dejando los botellines en la mesa.

—No me habías dicho que a Héctor le gustaba tanto el fútbol. —Aarón coge su cerveza y le da un sorbo con una sonrisa.

—Ni que a Aarón le encanta El Padrino. —Héctor me observa con la cabeza ladeada.

Los miro con los ojos muy abiertos y con expresión de susto. En serio, ¿qué pasa? ¿Esta noche todo el mundo se ha vuelto loco?

—Mel, no habrás intentado todo este tiempo mantenernos alejados, ¿no? —Aarón me dedica una de esas sonrisas que son capaces de derretirte.

—¡Por supuesto que no! ¿Por qué iba a hacer eso? —Me muestro falsamente indignada, y Dania suelta una risita a mi espalda.

—¿Acaso tenías miedo de que nos hiciéramos buenos amigos y descubriéramos tus más ocultos secretos? —Aarón parpadea como un niño inocente.

—Eeeh, ¡os estáis pasando! —exclamo, notando que me he puesto colorada.

—¡Mel, que es broma, chica! —Aarón se echa a reír y hace un gesto a Dania para que se siente a su lado.

Cuando se les han pegado los labios otra vez, Héctor me coge a mí por la cintura y me atrae hacia él sin dejar de mirarme. Yo le miro con los hombros un poco encogidos, temiendo lo que va a decirme.

—Te quiero, Melissa —me susurra.

Me quedo con la boca abierta, hasta que una sonrisa se me dibuja en el rostro. Me abrazo a él con los ojos cerrados y con la sensación de que es el hombre más maravilloso de la tierra. Me pellizca la barbilla y me acerca a sus labios, hasta que se unen a los míos y nos fundimos en un beso tan apasionado que despierta en mí un tremendo calor. Se me borra la conciencia y floto… Pero la pesada de Dania tiene que sacarme de mi maravillosa burbuja.

—¡A follar a un hotel!

Y me río. Me río con unas ganas inmensas, hasta que la mandíbula y el estómago me duelen. Me río con mis amigos y con el hombre que me ha despertado.

Y esa noche, cuando regresamos al apartamento de Héctor y él me hace el amor, trazando con sus dedos todo mi cuerpo, mi corazón también sonríe.