11
Reconozco que he estado sumida en mis pensamientos más tiempo del que debería. Estoy harta de que me suceda algo así. Va siendo hora de que entierre de verdad todo eso que me provoca dolor. Ya hace mucho que Germán se fue… ¿Acaso no puedo ser una mujer fuerte que supere todas esas vivencias? Todo el mundo lo hace. Y yo… sé que tengo que curarme sin demorarlo más.
Vuelvo la cabeza con suma lentitud, un tanto aletargada. Aarón está mirándome más de cerca que antes. Ha arrimado su silla a la mía. ¿Cuándo ha pasado? No me he enterado de nada con todo esto de soñar despierta. Y basta su mirada, tan próxima a la mía, para que todo se venga abajo. Ahora que lo tengo delante de mí, y después de todos esos pensamientos, ya no me siento tan tranquila. Y cuando apoya su mano sobre el dorso de la mía, un estremecimiento de placer me recorre la espalda. ¿Cómo es posible que este hombre me atraiga tanto? Estábamos tan a gusto hablando… Ha tenido que moverse y joderla. ¿Es que no podemos ser amigos y punto? Quizá si se mantiene a cincuenta metros de distancia…
—¿Estás bien, Mel?
—¿Puedes llamarme Melissa? —le pido.
Me mira con expresión confundida, pero luego se encoge de hombros y asiente con la cabeza. Me llevo una mano al pelo y empiezo a toquetearme un mechón como si me fuera la vida en ello.
—No habrás bebido demasiado, ¿no? —Parece preocupado. ¿Cuánto tiempo he estado sumida en mis recuerdos?
—Estoy bien.
—Te ocurrió algo muy doloroso, ¿verdad?
No quiero contarle lo que pasó. Simplemente, no puedo. El corazón se me encoge con tan sólo pensarlo. Si mi boca se abre y le explica lo sucedido, no habrá marcha atrás. No deseo que conozca esa parte oscura de mi vida. Es preferible mantenerme callada y que saque sus propias conclusiones. Al fin y al cabo, no serán tan vergonzosas como la realidad.
—No importa. Todo eso es el pasado, y ahora estamos viviendo el presente, ¿no?
Esbozo una sonrisa triste, que me devuelve. En el pecho me retumban los latidos. No, por favor, no. No sonrías así porque vas a acabar conmigo.
Se aproxima un poco más. Noto su aliento a alcohol, pero también acompañado de un aroma que se me antoja muy excitante. Aspiro de manera disimulada para que no se dé cuenta.
—Ahora puedes empezar una nueva vida. Con otros hombres… —Ha bajado la voz. Su rostro está cerca… Tan tan cerca… Se calla y se me queda mirando. Tan sólo oímos el ruido de los coches a lo lejos, en la carretera.
El corazón me palpita como un loco. Oh, Dios… ¿Va a besarme? No sé si estoy preparada para ello, pero me humedezco los labios casi de forma inconsciente. Los entreabro en el momento en que sonríe. Y para mi sorpresa, dice:
—Y también puedes disfrutar con tu pato.
Se me cae la cara de vergüenza. ¡Todavía lo recuerda! Me aparto de golpe y le doy un manotazo en el brazo.
—¡Eres un imbécil!
Tiene una risa tan contagiosa que al cabo de unos segundos me estoy carcajeando también, olvidando todo el malestar que me había embargado por los malos recuerdos. Y regresa a mí esa sensación de poder tirarnos toda la noche hablando sin que suceda nada más. Y estaría bien… Pero ¿es lo que quiero?
—Debe de ser interesante. ¿Cómo funciona? —me pregunta cuando se le ha pasado la risa.
—Pues… el funcionamiento es muy sencillo. —Para poder hablar sobre esto, necesito beber algo más. Le arrebato la copa de la mano y me la bebo de un trago, como la otra. Suelto un bufido al notar el fuego en mi garganta al tiempo que hago gestos raros. Me observa con una ancha sonrisa—. El pato funciona con pilas. Lo aprietas y vibra; no hay más secretos. —Río como una tonta.
—Me gustaría probarlo.
Alzo la cara y me quedo mirándolo con los ojos entrecerrados. Por un momento, todo parece haberse detenido. No oigo los coches allí abajo. Tampoco se desliza la brisa veraniega por mi piel. Ni siquiera oigo mi propia respiración. Ni la suya. Lo que llega a mis oídos es el latir de mi corazón. Fuerte y desbocado. Hasta me parece percibir el suyo, más pausado. Su sonrisa es preciosa. Y sus ojos brillan a causa del alcohol. Tiene los labios un poco húmedos. Me detengo en ellos durante unos segundos, ansiosa de tomarlos entre los míos.
—Y a mí —respondo. Me apresuro a añadir—: Me encantaría que lo probaras.
Aarón arrima el rostro al mío otra vez. Se pone serio de repente. El corazón me da un vuelco. Oh, Dios mío… ¿Está a punto de besarme? «Por favor, hazlo, hazlo. Cómeme la boca».
—Ya me contarás dónde lo has comprado —dice, haciéndome tropezar con toda la realidad—. Así podré añadirlo como juguete en mis sesiones.
Estoy casi un minuto sin poder hablar. Me siento como una tonta. Cuando lo hago, mi voz es fina y débil como la de una niña pequeña.
—Puedes comprarlo en cualquier tienda erótica.
Tras mi respuesta, no decimos nada más acerca del tema. La magia se ha esfumado. Eso si la había porque, al parecer, tan sólo estaba en mi mente. Él no se ha fijado en mí. Quizá no le guste esta ropa tan provocativa. O a lo mejor las prefiere jovencitas, como la chica del local del otro día, por mucho que Dania me asegure que no.
—Creo que me voy a casa. Es tarde.
Me levanto de la silla, ocultando mi rostro entre mechones de pelo.
—Quédate un poco más —me pide muy serio.
Lo miro sorprendida. ¿Para qué quiere que me quede? Ya no tenemos nada más que decirnos.
—Es tarde.
—¿Sabes?, creo que hay que disfrutar de la vida —dice, haciendo caso omiso a mi respuesta.
Se acomoda en su silla, entrelazando los pies, con las manos apoyadas detrás de la cabeza y con la mirada puesta otra vez en el firmamento. ¿Por qué le gusta tanto mirar allí arriba?
—A veces es difícil encontrar la diversión.
Me siento de nuevo y jugueteo con el vaso haciendo tintinear los cubitos de hielo.
—Es difícil si tú quieres que lo sea. —Ladea el rostro para mirarme—. No tienes que pensar tanto, Mel… Melissa. Simplemente haz lo que te plazca y no te ahogues en los recuerdos.
Aparto la vista de la suya porque no aguanto sentirme tan indefensa. ¿Por qué me dice todas esas cosas? ¿Y por qué parece que sabe tanto de mí sin conocerme apenas? Me causa un poco de dolor que piense de forma tan parecida a Germán. Sí, vivir sin mirar atrás, disfrutar sin detenerse a pensar lo que dirán los demás, luchar por aquello que quieres… Tengo la sensación de que Aarón es así. Y eso me provoca miedo… Y, al mismo tiempo, me atrae a él más y más.
—No me ahogo en nada —me limito a contestar, mintiéndole a él y a mí misma. Pero sé que no me cree.
—¿Sabes cómo soy yo con las mujeres? —me pregunta de repente, observándome de manera divertida.
—Puedo imaginármelo. —Dejo el vaso delante de mí, en el suelo—. Pero tampoco quiero ser prejuiciosa.
—No pasa nada. Estoy acostumbrado a ello. ¿Por qué no me dices lo que piensas? —Se incorpora y con un gesto me conmina a hablar.
—Pues… Imagino que te gusta pasártelo bien con ellas.
—Supongo que sí. ¿Y qué más?
—Y ya lo has dicho tú mismo, que no te gusta repetir.
—No se me da bien establecer lazos sentimentales —responde con una sonrisa, pero hay algo en sus ojos que me insinúa que tampoco está demasiado orgulloso de ello.
—No quiero ser irrespetuosa… —Me rasco el cuello, un tanto nerviosa—. ¿Por qué no te explicas tú mismo?
—Mira, yo no tengo ningún problema en ser como soy. Quizá me apetezca encontrar el amor más adelante… pero de momento estoy bien. Y que sepas que soy muy selectivo.
—Eso me dijo Dania.
Esbozo una sonrisa. Quizá sea verdad… El día que lo conocí jamás habría pensado que podría hablar con él de manera tan sincera. Creo que Aarón es mucho más sensible de lo que aparenta. Me gustaría hacer salir a ese hombre apasionado y sentimental que debe de estar escondido en algún rincón de su interior.
—No me acuesto con la primera que se me cruza por delante —continúa sin apartar sus ojos de los míos. Está hablándome como si de verdad necesitara darme todas esas explicaciones. Me siento totalmente confundida—. Pero si una mujer me atrae, me lanzo a por ella. Sé seducir, Mel.
Me dan ganas de contestarle que no hace falta que lo asegure, que a mí ya me ha seducido apenas chasqueando los dedos. Me quedo callada, sin saber muy bien qué decir. Me sorprende que esté abriéndose a mí de este modo. Porque, al fin y al cabo, esto es una confesión. No me lo imagino diciendo a las mujeres con las que se acuesta todas estas cosas.
—Tengo claro que la gente habla de mí, pero no me importa. —Se encoge de hombros al tiempo que dibuja una sonrisa—. No soy así por ningún problema que tuviera durante la infancia o la juventud. Siempre fui atractivo y no me quedé sin madre de niño, así que no hay ningún trastorno oculto, como muchos intentarán aducir. Simplemente, disfruto.
—Ya. Me parece bien.
Asiento con la cabeza, aunque sigo sin entender a qué viene todo esto. ¿Y qué le digo ahora? ¿Que me he pasado años sin acostarme con nadie porque todo mi cuerpo estaba dolorido y maltrecho? ¿Que mi mente me alejaba de los brazos de otros hombres porque se empeñaba en conservar al único que amé?
—Te explico esto porque pareces triste, Mel.
—¿En serio?
—Cuando me contabas lo de tu jefe… no parecías muy segura. —Se inclina hacia delante para arrimarse a mí—. Pero, en cambio, tus ojos decían lo contrario. Te gustó acostarte con él. ¿Por qué no piensas únicamente en eso?
Trago saliva, sorprendida por su último comentario. Vuelvo la cabeza y observo el horizonte, los tejados de los otros edificios y el Miguelete, más allá. Me muerdo el labio con los ojos cerrados y con un incipiente dolor de cabeza. Por mi mente pasan las imágenes de mi encuentro sexual con Héctor. En mis oídos resuenan mis gemidos y sus jadeos y, de nuevo, me siento culpable sin entender los motivos.
—Me voy a casa. En serio, tengo que irme. Es muy tarde y me apetece acostarme.
Me levanto de la silla rápidamente, ansiosa por salir.
—¿Te llevo?
También se incorpora y casi nos tocamos, pero me echo hacia atrás porque un simple roce me pondría cardíaca… y porque hemos compartido demasiadas cosas. Me siento extraña, confundida y nerviosa.
—Llamaré a un taxi —respondo, e intento sonreír.
Nos despedimos sólo con dos besos. Pero la incipiente barba de su mejilla hace que todo mi cuerpo sufra un tremendo impacto. El corazón reanuda su marcha histérica y la piel me estalla en cientos de fuegos artificiales. Y sólo por el suave roce de sus labios en mi cara… No puedo más. Este hombre está volviéndome loca.
Una vez fuera del edificio, telefoneo a la centralita de taxis y pido que me envíen uno a la calle de Aarón. Mientras espero pasa una parejita muy acaramelada. Incluso tienen la caradura de detenerse delante de mí y empezar a morrearse como si estuvieran solos. Quiero apartar la vista, pero lo cierto es que la manera en que se besan es atrapante. Cuando se separan, se percatan de mi presencia y se echan a reír. Me pongo colorada y desvío la mirada hasta que, por fin, se van muy agarraditos. A ver si han pensado que soy una prostituta… Tampoco es que parezca otra cosa con esta ropa que me he puesto, por favor.
El taxi llega al cabo de diez minutos. Me lanzo al asiento trasero y doy mi dirección a la conductora. Parece interesada en mantener una conversación que a mí por nada del mundo me apetece.
—Ya va haciendo calor, ¿eh? —dice de manera alegre. A ver si se refiere a mi vestido.
—Sí —contesto únicamente.
—Ay, mira, esta canción me encanta. —Pone la radio a todo volumen. Vaya, si son Bustamante y Bisbal. Recuerdo que hace años no me cansaba de cantarla con mis amigas en los karaokes—. «¡Por el amor de esa mujeeer, somos dos hombres con un mismo destinooo…!» —canturrea la taxista haciendo un montón de gallos.
No puedo evitar pensar en Aarón y en Héctor. Bueno, en realidad ninguno de los dos está combatiendo por mi amor, para qué engañarnos. Tampoco creo que me gustara estar entre ellos como una damisela en apuros. Estoy segura de que los triángulos amorosos son muy duros y que uno acaba siempre hecho polvo. Pero la cuestión es que ahora no puedo dejar de dar vueltas a lo que hice con Héctor. Estuvo mal, muy mal. Ni siquiera sé cómo voy a mirarlo cuando regrese de su viaje.
Aarón tenía razón: no soy de esas capaces de fingir que nada ha pasado. Ojalá me pareciera un poquito a Dania, que puede acostarse con un tío y al día siguiente no acordarse de él. Pero yo no, yo tendré que toparme con Héctor día sí y día también, y su mirada, sus labios y sus manos me recordarán lo que sucedió en el despacho.
—Yo quería que ganara el Bisbal. —La taxista interrumpe mis pensamientos. Me mira por el espejo retrovisor con curiosidad—. Y tú, maja, ¿quién querías que ganara?
Madre mía, pero si hace un montón de eso. Ya casi ni me acuerdo de los participantes.
—Chenoa —respondo. Lo he dicho para que callara, aunque es cierto que Chenoa me gustaba más que el resto de los concursantes.
—Esa chica también cantaba la mar de bien. —La mujer se detiene en el semáforo de la calle anterior a la mía. Por favor, este viaje se está haciendo interminable. ¿No se da cuenta de que voy bastante borracha y de que no me apetece hablar? Qué mareo—. Me dio pena que Bisbal y ella terminaran. Hacían buena pareja. —Suelta un suspiro como si de verdad fuera muy doloroso para ella.
—Sí.
Poso la mano en la manija de la puerta, dispuesta a salir echando leches en cuanto le haya pagado.
—Ocho euros —me indica una vez que hemos llegado a mi casa. Como ya los tenía preparados, se los entrego a toda velocidad y salgo casi sin despedirme. Creo que no le han gustado mis modales, pero no estoy para mantener contento a nadie, lo juro.
Abro el portal con la cabeza dándome vueltas. Puf, espero no vomitar; tengo el estómago que parece una centrifugadora. En cuanto entro en el piso me lanzo al cuarto de baño para refrescarme el rostro y la nuca. Unos minutos después me siento un poco mejor. Me dirijo a la cocina y saco la botella de agua de la nevera. Recuerdo que Germán siempre me decía que era la mejor forma para no acabar enferma después de haber bebido mucho. Muevo la cabeza para sacármelo de la mente y, cabreada, guardo la botella.
Me deshago de los tacones, del vestido y de todos los complementos, y me echo en la cama sin siquiera ponerme el pijama de verano. Hace demasiado calor y estoy sudando. Empiezo a dar vueltas sobre la sábana… No, espera, ¡si es el techo lo que se mueve! Me incorporo a toda prisa y alcanzo el móvil, que he dejado en la mesilla de noche. Ni se me ocurre mirar la hora porque en el fondo me da igual. Marco el número de Ana y, tras unos cuantos pitidos, contesta con voz somnolienta.
—Mel…
—Hola. ¿Te he despertado?
—¿Tú qué crees? ¿Es que te has vuelto loca o qué? Son las dos de la madrugada.
—Hala, ¿en serio? Creía que era más pronto —respondo, fingiendo inocencia. Pero vamos, que tenía claro que sería tardísimo—. He pensado que quizá estarías por ahí… Pero no; al final resulta que eres más aburrida que yo.
—¿Aburrida? —Mi hermana parece haberse despertado. Suelta un gruñido antes de contestarme—. Félix y yo trabajamos mucho y estamos cansados. Ya saldremos mañana.
—Hostia, ¿lo he despertado también? —Me da igual molestar a mi hermana, pero me sabe mal por Félix.
—No. Ya sabes que aunque le cayera una bomba continuaría durmiendo. —Se queda callada unos segundos, durante los cuales la oigo bostezar—. Y bien, ¿qué quieres? Me has dado un susto de muerte. Pensaba que te había pasado algo.
—Me apetecía hablar.
—¿Qué? ¿Me has llamado a estas horas para hablar? —Otro gruñido.
—Soy tu hermana pequeña y estás obligada a escucharme sea la hora que sea.
Me recuesto en la cama, un poco menos mareada.
—Está bien. —Ana suelta un suspiro y, al cabo de unos segundos, me pregunta—: ¿Has salido de fiesta? Porque sólo quieres hablar cuando has bebido.
—No he ido de fiesta, no. Pero sí he bebido.
—¿Con quién? ¿Con Dania?
—No, hoy no he salido con ella. —Cierro los ojos y automáticamente regresa el mareo, así que me obligo a mantenerlos abiertos, pero la verdad es que me está entrando un sueño…
—¿Has recuperado tus viejas amistades? —continúa preguntándome.
Tengo que contarle la verdad. La he llamado para eso, ¿no? Porque necesito compartir con alguien lo que siento.
—He conocido a una persona…
Ana se queda callada unos instantes, sopesando mi respuesta. Acto seguido vuelve a hablar, esta vez con un tono de voz más alto y alegre que a mí, sin embargo, me provoca un pinchazo en la sien.
—¿En serio, cariño? —Es su apelativo para indicarme que está contenta—. ¿Te refieres a un hombre?
—Pues claro. Que yo sepa, aún no me gustan las mujeres —contesto de mala gana. Uf, esto resulta más duro de lo que pensaba. Sólo quería llamarla para decirle que me gusta un tío y punto.
—Vale. «Y… ¿cómo es él? ¿En qué lugar se enamoró de ti? ¿De dónde es…?». —Se pone a canturrear. A veces se cree muy graciosa, pero para nada lo es. Sus bromas no tienen chispa. O puede que yo ya no encuentre el sentido del humor en ninguna parte.
—Guapo. No está enamorado. Es de aquí.
—Bueno, pero aunque no esté enamorado aún… Se empieza así, ¿no?
—Pues no lo creo. Vamos, que no me parece que esté muy interesado en mí en ese aspecto. —Omito que ni en ése ni en ninguno.
—No te estarás acostando con él así porque sí, ¿no? —me pregunta con voz asustada.
Sí, es que Ana es reacia al sexo sin ataduras. Todavía no sé a quién ha salido tan tradicional, porque hasta mis padres son más abiertos. Vamos, que si le contara lo que he hecho con Héctor, le daría un soponcio. Con ella jamás he podido hablar abiertamente de sexo porque se escandaliza.
—No, Ana. Tranquila que todavía llevo el cinturón de castidad —digo en tono irónico.
—Entonces ¿qué es lo que tenéis?
—No sé… Puede que amistad.
Recuerdo toda la charla que hemos mantenido esta noche. Sí, la verdad es que podría decirse que he hablado con él como si fuera una amiga de toda la vida. Sí, he dicho «amiga» porque a pesar de que he tenido algún que otro amigo de confianza, con ellos no hablaba sobre temas calentorros de una forma tan sincera y libre de prejuicios.
—¿Y me llamas a estas horas para decirme que has hecho un nuevo amigo? —Ya se está enfadando otra vez. Me parece que no volverá a dirigirse a mí llamándome «cariño».
—Me gusta.
—Bueno, pues ya sabes: continuad quedando, profundizando en vuestra amistad… Pero no te acuestes con él sin que te deje claras sus intenciones.
—Ana, que ya hace mucho que cumplimos dieciséis años, ¿lo recuerdas?
—Podrías explicarme cómo es, que ahora tengo curiosidad. —Su tono de voz vuelve a ser más alegre.
—Ya te lo he contado. Es guapo… —Me quedo callada unos segundos. ¿Se lo digo? ¿No se lo digo…? Al final me decanto por el sí, ya que la he llamado con esa intención; no voy a colgar sin cumplir mi objetivo—. Me recuerda a alguien.
—¿A quién?
No respondo. No quiero decir su nombre porque, simplemente, se me atraganta en la garganta. Por unos instantes me sube un sabor amargo y tengo que apretar el móvil con fuerza para recuperar la calma.
—Cariño… ¿A quién? —insiste, pero mantengo mi silencio. Al final cae en la cuenta de a quién me refiero y dice con voz preocupada—: Eh, no, no. ¡Ya te estás alejando de ese hombre!
—No puedo, Ana. No quiero alejarme de él.
—Esto no te hará ningún bien. Me has telefoneado porque realmente estás preocupada… y empiezas a preocuparme a mí.
—Cada vez que estoy con él, no puedo evitar sentirme atraída —continúo explicándole cerrando nuevamente los ojos. Ahora sí consigo que lo que hay a mi alrededor no dé vueltas.
—Yo sé por qué te sientes atraída, Mel. Y ya te digo, esto no es bueno para ti. —Su tono es de reproche. Me paso la lengua por los labios resecos sin abrir los ojos—. Te ha costado mucho llegar al punto en el que estás. Estás recuperándote y no tienes que echar por la borda todos tus esfuerzos. ¡Y, qué caray, tampoco los míos!
—Ana, no creo que me atraiga sólo por eso. Él ya es historia…
Pero ni yo misma estoy segura de que ése sea el verdadero motivo. Si no, no habría molestado a mi hermana a estas horas intempestivas.
—Mira, cariño, las cosas que nos traen malos recuerdos tienen que apartarse.
Sabía que me aconsejaría algo así, y supongo que precisamente por eso la he llamado, para tratar de tomar una decisión. Sin embargo, ahora mismo con sus palabras sólo consigue que quiera continuar acercándome a Aarón.
—No me trae malos recuerdos. Simplemente su mirada me recuerda a…
—¡Ni pronuncies su nombre! —exclama en tono tajante.
—No iba a hacerlo.
—Tenemos que quedar. Por teléfono no podemos hablar de esto como es debido.
—Como quieras…
No me apetece mucho verla porque sé que se pondrá en plan madre y, al final, acabaremos discutiendo.
—No puedo mañana porque como en casa de los padres de Félix. ¿Tienes algún hueco entre semana?
—No lo sé. Ya te avisaré si eso.
Me llevo una mano a la frente y me la froto con la intención de relajarme, pero no lo consigo.
—Pues lo buscas. Seguro que a la hora de comer puedes. —Ana se muestra decidida. Ya le ha salido la vena mandona—. A mí no me importa pasarme.
—Quedamos sólo si me prometes que no me largarás un sermón.
—¿Desde cuándo hago yo eso? —dice, molesta. Parece mentira que no se dé cuenta.
Suelto un suspiro y me separo el móvil de la oreja, que ya me está ardiendo. Me muero de ganas por colgar, pero ahora parece que mi hermana tiene ganas de cháchara.
—Oye, tengo sueño y me duele la cabeza. Creo que es mejor que terminemos esta conversación.
—¡Será posible…! Pero ¡si has sido tú la que me ha despertado cuando estaba en la mejor parte de mi sueño!
—Espero que fuera uno muy tórrido.
Esbozo una sonrisa maliciosa que Ana no puede ver. Empieza a quejarse, pero, antes de que pueda terminar, ya he colgado.
Me tumbo en la cama, con los brazos en cruz y las piernas completamente abiertas, intentando relajarme para dormir. Y nada, mi cabeza sigue dando vueltas y más vueltas… ¡Maldito alcohol! Nunca trae nada bueno. Pero al fin, al cabo de un rato, caigo en un sueño que se acerca a la inconsciencia. Y creo que lo hago con los ojos de Aarón grabados en mi retina y con la sensación de que los dedos de Héctor recorren mi piel.