8
He pasado otra noche de perros en la que he dado vueltas y más vueltas en la cama. Mi cabeza debería tener un interruptor que permitiera apagar los malos pensamientos. Espero que en el futuro se encarguen de fabricar un chisme semejante porque, sinceramente, la humanidad se lo merece. Yo, al menos.
A las seis tenía los ojos más abiertos que un búho, así que he decidido ponerme en marcha. Llego a la oficina antes que nadie. Por suerte, Héctor se ha marchado de viaje de negocios. De todos modos, no quiero encontrarme con ningún compañero. No deseo mirarlos ni que me miren. Me da miedo descubrir en sus pupilas burla o reproche. Quizá repugnancia, quién sabe. Mi mente se ha convencido de que ayer nos oyeron o al menos intuyeron que sucedía algo. Me moriré de vergüenza si alguien insinúa cualquier cosa.
Camino de puntillas hacia la habitación del café como si fuese una criminal. Sólo me falta la ropa negra y la media en la cara. Uf, qué bien, solita que estoy. Me preparo mi café rápidamente y me sirvo una taza. Ni siquiera le echo azúcar porque me ha parecido oír que alguien se acerca. Al salir por la puerta, me topo casi de frente con uno de mis compañeros. Me disculpo sin mirarlo, así que ignoro de quién se trata. Seguro que se habrá dado la vuelta mientras avanzo hacia mi despacho. ¿Se habrá corrido la voz? ¿Héctor será tan gilipollas de haber contado que se ha tirado a «la aburrida»? No, porque eso podría echar por los suelos su reputación. Imagino que él presumirá de acostarse con leonas, y yo, para todas estas personas, soy una ovejita avinagrada.
Una vez que he cerrado la puerta de mi despacho apoyo la espalda en ella y suelto un suspiro de alivio. No me da tiempo a dirigirme a la silla: la puerta se abre, empujándome hacia delante. Por poco me caigo al suelo.
—Eres una guarra. —La voz de Dania retruena en mis oídos.
—¿Quieres callarte? —Me vuelvo y tiro de ella para hacerla entrar.
—No voy a callarme ni de coña —suelta con cabreo—. Ayer nuestro jefe se tiró un buen rato en este despacho, que lo vi entrar.
Me pongo blanca al oírlo. Apoyo las manos en los hombros de Dania y la miro con ojos suplicantes.
—¿Cuánta gente crees que se dio cuenta?
No contesta, sino que se limita a mirarme con expresión enfadada. Madre mía, ha venido a que le explique todo lo que sucedió y esta vez no podré mentirle. ¿Qué le cuento? ¿Que Héctor vino a ayudarme con un trabajo? Como si me hubiera leído el pensamiento, me suelta:
—No me digas que estabais corrigiendo juntitos porque no me lo creo.
Me aparta de un empujón y se pone a recorrer la habitación, deteniéndose a observar las paredes, la mesa y la silla. Lo escruta todo de manera minuciosa, como una experta detective. La situación podría ser divertida, pero la verdad es que a mí no me parece graciosa.
—¿Qué estás haciendo? —Me acerco a ella con el ceño fruncido.
—Buscando la huella del delito.
—¡No digas más tonterías!
La dejo mientras continúa estudiando todo y me dirijo a mi mesa. Enciendo el portátil con mala cara. Ojalá me hayan encargado muchas correcciones y pueda mandarla a paseo.
—Oye, no me seas puta y cuéntame la verdad. —Me coge de la barbilla y da un repaso a mi rostro como el día anterior. Suelta una exclamación—. Mira cómo te brillan los ojos, y tu piel tiene un aspecto mucho mejor hoy. ¡Te lo tiraste como una perra!
—¡No! —exclamo.
—¡Sí! —chilla.
—¡Que no! —Le llevo la contraria a pesar de que me estoy poniendo colorada.
—¡Por supuesto que sí! —El tono de su voz asciende a niveles insospechados.
Ambas nos quedamos calladas hasta que estallamos en carcajadas. Estamos así un buen rato, hasta que tengo que inclinarme para sujetarme la barriga. De repente, Dania se pone seria, con los dientes apretados. Al final cedo: su mirada es mortífera. Asiento con la cabeza.
—Vale… Tienes razón.
Como había imaginado que haría, empieza a aplaudir y da un saltito tras otro. Se echa a reír de forma incontrolada otra vez. Espero con los brazos cruzados a que se le pase. Tarda un minuto al menos en tranquilizarse. Abre los ojos de manera desmesurada.
—¿Sabes que yo no me he acostado con él?
—No es necesario que lo hagas con todo el mundo —le digo un poco molesta.
—Pero ¡con él sí! Cuentan que es lo más potente del mundo… —Apoya las manos en mis hombros y me pregunta como si le fuese la vida en ello—: ¿Es verdad? Dime que sí, por favor.
—No está mal —respondo simplemente. Pero no puedo negar que estuvo bastante bien. Hasta que mi mente se puso a pensar en Aarón, claro. Aun así no menciono nada de eso, ¡sólo falta que Dania crea que también me he acostado con él!
Mi amiga vuelve a caminar por la habitación. Toca el respaldo de la silla, pasa la mano por el escritorio y, como una actriz, se coloca de cara a la pared simulando que alguien está dándole placer.
—¿Lo hicisteis aquí? —Me mira de forma picarona—. ¿En esa mesa? ¿En la silla? ¿En el suelo? —Su voz va adquiriendo decibelios. A este paso, se enterará toda la planta.
—¡Basta, Dania! —La separo de la pared y la encamino hacia la puerta. Me mira con ojos suplicantes—. No me observes como el gato de Shrek, anda.
—¡Soy tu amiga! Merezco que me cuentes todo lo que hayas hecho con nuestro jefe. ¿Te castigó con su cinturón? —Se le escapa una risita.
Yo suelto un suspiro y me aparto un poco de ella. Quizá si le digo algo se contentará y me dejará en paz. Pero ¿qué? A mí me da vergüenza hablar de lo que hice con Héctor, y mucho más con Dania porque ambas lo conocemos.
—No llegamos a ese punto —respondo un poco seria, insinuándole que ahora no es el momento de hablar sobre esto.
¿Es que no tiene trabajo que hacer? Seguro que en su mesa la aguarda un montón de papeles, pero parece que le da exactamente igual. En casos así dedica una de sus devastadoras sonrisas a su superior y todo solucionado. Y ahora que yo me he acostado con mi jefe, ¿será así también… o quizá peor? ¿Héctor se mostrará conmigo más mandón que de costumbre o, por el contrario, me dejará salir una hora antes?
—Pues yo me había imaginado que nuestro jefe sería uno de ésos a los que les va lo duro.
Una imagen en la que Héctor y yo estamos haciéndolo en la mesa a lo bestia me sacude. De inmediato me pongo colorada y Dania lo nota. Abre la boca con sorpresa y me señala con un dedo acusador.
—¿Le va el papel de jefe también en el sexo? —Apoya una mano en mi hombro y me rodea, como si estuviésemos bailando. Me está acosando más que Héctor ayer, por Dios. Se coloca de nuevo delante de mí, con esa sonrisa que me pone nerviosa—. ¿Has visto una película que se llama Secretary?
—Pues no… ¿Es una de esas pelis porno que te gustan?
Me la quedo mirando con curiosidad. A Dania le encanta ver películas eróticas y no le da nada de vergüenza decirlo. Es más, se muestra orgullosa cada vez que uno de nuestros compañeros le pregunta por un título. Mi amiga se los sabe todos, y conoce todas las novedades. Fue ella la que me recomendó unas cuantas para que las disfrutara en mis noches solitarias, aunque la verdad es que no me gustaron mucho.
—Bueno, no es tan guarrindonga como otras —responde mientras se sienta frente a mi escritorio. Puf, eso indica que no está dispuesta a marcharse. Ya no sé qué hacer para echarla de aquí—. Está basada en un relato que salió mucho antes que Cincuenta sombras de Grey —me explica, a pesar de que sabe que no me interesa para nada.
—No lo he leído aún.
—Pues tienes mi libro desde hace ya meses, ¿eh, guapa? Espero que me lo devueltas intacto. —Me mira con mala cara, pero de inmediato se le dibuja otra vez la sonrisita—. Secretary trata de una chica aficionada a hacerse daño a sí misma.
—Me recuerda a alguien —contesto con un suspiro sentándome también.
—No, no. No es lo mismo. Tú te martirizas con recuerdos, pero es que esta chica está loca de verdad. Se hace cortes en las piernas para sentirse viva.
—Pero ¿qué pelis miras, Dania?
—Chis, deja que continúe. La cuestión es que es muy tímida, muy insegura, y viste como el culo. —Me mira con los ojos muy abiertos—. En serio, cuando estaba viendo esa película me daban ganas de gritarle que, por favor, espabilara. ¡Una ropa horrible llevaba! —Lo ha dicho como si la chica existiese. Queda claro que a mi amiga le encanta la moda, ¿o no? Si un día se levantara y no encontrara en su armario nada para conjuntar, se volvería loca o sería capaz de llamarme para que le comprara algo, porque ella no se atrevería a salir a la calle.
—¿Puedes ir al grano? —le pido con impaciencia mientras abro el correo interno para echar un vistazo a las correcciones que tengo que hacer.
—Un día acude a una entrevista de trabajo en la que piden una secretaria para una oficina de abogados. El jefe no está nada mal… Me recuerda un poco a Héctor, aunque este otro es mayor. —Mueve las cejas de arriba abajo y le indico que continúe—. Pero él tiene unas aficiones un poco raras…
—¿Le gusta dar azotes? —pregunto, recordando que ha mencionado la novela erótica de moda.
—Pues sí, le gusta dar buenos azotes… en el culo.
—Vale, gracias por contarme todo eso, pero a Héctor no. —O al menos eso creo, claro. Aparto la mirada del correo y la dirijo a mi amiga.
—Pues no debe estar tan mal, ¿no? Tú ahí inclinada en la mesa, con las palmas sobre ella, el culo en pompa y Héctor con su cinturón…
Suelto un gruñido rabioso y me levanto de la silla, dispuesta a echar a Dania del despacho. Ya basta de tanta tontería, por Dios. Se me queda mirando con expresión de sorpresa cuando la cojo del codo y la obligo a levantarse.
—¡Todavía no me has contado nada, perraca! —se queja de forma lastimera.
—Te lo cuento después si quieres. Tomando una copa. Aquí no.
Esta vez no impide que la lleve hasta la puerta. La entreabro, indicándole con un gesto que salga.
—Hoy no podemos. ¿No recuerdas adónde tienes que ir? —Esboza una sonrisa maliciosa.
¡Uf, sí! Me toca sesión con el pintor. Nada más pensarlo, se me contrae el estómago a causa de los nervios.
A las siete en punto, la misma hora a la que acudí la primera vez, me encuentro en el portal del edificio de Aarón. Me duele la cabeza. He tenido que tomarme un paracetamol porque la visita de Dania esta mañana, la cantidad de trabajo que me han encargado, los recuerdos del sexo con Héctor y saber que tenía que ver a Aarón me la habían convertido en un campo de batalla.
Llamo al timbre y me abre sin siquiera contestar. Espero el ascensor con impaciencia, golpeando el suelo con el tacón. Quiero que alguien me explique por qué me he vestido de manera provocativa.
Una falda que parece un cinturón, un escote que me llega casi hasta la tripa, taconazos que me obligan a andar como un pato y cabello suelto y alborotado a lo Julia Roberts en Pretty Woman. En fin, que pueden pasar dos cosas: que abra la puerta de su casa y se lance sobre mí directamente o que piense que soy una buscona y me mande a freír espárragos. Me inclino más por lo segundo, la verdad. Aunque, ¡quién sabe!, si Dania tiene razón estoy que me salgo, así que…
Como estoy sumida en mis pensamientos, no me doy cuenta de que Aarón ya está delante de mí con un brazo apoyado en el marco de la puerta. Cuando salgo del letargo y descubro sus ojazos azules y penetrantes, todo mi cuerpo despierta.
—Vaya, al final has venido —dice en voz baja y grave.
—No soy tan mala —me quejo.
—Tampoco tenía dudas de que lo hicieras. —Esboza una sonrisa.
Qué tío… Últimamente estoy rodeada de tipos que se creen másteres del universo. Bueno, imagino que si yo fuera un hombre y estuviera como ellos, también me lo creería, para qué mentir. Aarón me mira de arriba abajo y noto que ya me ascienden los calores.
—¿Te pedí que te vistieras así? No lo recuerdo… —Lo ha dicho de manera inocente, sin borrar esa estupenda sonrisa, pero está claro que intenta provocarme.
—Sí —contesto de inmediato. Soy tonta perdida.
—¿En serio? —Se echa a reír y, una vez más, sus ojos me recorren toda. Seguro que piensa que estoy desesperada o algo por el estilo. Tendría que haber venido tapada hasta el cuello y todos contentos. ¿Qué esperaba al vestirme así?
—Bueno, si no te gusta o es un impedimento para tu cuadro, puedo ir a cambiarme.
No responde. Con un gesto me indica que pase. Dejo mi bolso en el perchero de la entrada y lo sigo hasta su estudio. El lienzo está cubierto por una fina tela, como todos los que tiene aquí, así que no puedo verlo a pesar de que me gustaría… mucho. ¿Qué tipo de artista será? En las paredes del apartamento hay algunos cuadros colgados, pero como ninguno de ellos tiene firma no sé si es él quien los ha pintado.
Sin que me diga nada, me coloco en el mismo lugar y en idéntica posición que en la sesión anterior. La falda se me sube tanto que casi le enseño la ropa interior —me he puesto mi mejor culotte por si acaso, pero eso no quiere decir que éste sea el momento idóneo para mostrárselo— y me veo obligada a sentarme de manera incómoda. Me escruta con una mirada burlona que se demora en mis piernas. Bueno, son largas, pero ¡no son lo más bonito que tengo! Retira la tela y, sin añadir nada más, se pone a pintar.
—¿Sabes que eres muy divertida?
—¿Perdona? —Parpadeo, confundida. La verdad es que me había quedado absorta en mis pensamientos.
—Que me pareces una chica muy graciosa —responde sin apartar los ojos de su trabajo.
—Ah —me limito a exclamar.
¿Eso es lo que piensa de mí? Cuando un hombre te dice eso, nada bueno te espera; significa que serás la amiga con la que se explayará, con la que hablará de otras mujeres y a la que le contará sus escarceos sexuales mientras ambos os reís, aunque está claro que tú lo harás casi de una forma desquiciada y con lágrimas en los ojos.
Durante una hora y media poso, pero ni siquiera me preocupa estar haciéndolo bien porque lo único que hago es observarlo. Su estrecha cintura y su espalda ancha me vuelven loca. Su piel morena me cala hasta la médula. Me apetece revolver ese pelo que ya de por sí está alborotado. Tiene un aspecto de hombre libre y sin complejos que hace que me replantee muchas cosas y que piense en momentos y situaciones a los que no debería ni conceder un segundo de mi tiempo… Hoy lleva un pantalón negro y una camisa suelta de color blanco que contrasta con el tono de su piel. Tiene un botón desabrochado, y atino a ver parte de su pecho, del que asoma un fino vello oscuro que le da un aspecto más varonil. En un par de ocasiones, se queda pensativo y se muerde el labio inferior de una manera muy sexy. Esto es demasiado para mí.
—Melissa…
Parpadeo al oír mi nombre. Parece que me ha estado llamando un par de veces más porque lo noto impaciente.
—¿Perdona?
—Que cuando quieras puedes moverte. —Ríe de forma disimulada.
Abro la boca como una tonta y asiento con la cabeza. Me bajo del taburete, sujetándome la corta falda para que no se me vean hasta las entrañas. Aarón cubre el lienzo con la tela.
—¿No me dejas verlo? —le pregunto al tiempo que me acerco.
—Hasta que no esté acabado, no —dice muy serio.
Me quedo callada sin saber qué responder. ¡Qué raros son los artistas! Me encojo de hombros.
—¿Cuándo quieres que vuelva? —Oh, eso ha sonado demasiado desesperado. El otro día no quería regresar y ahora estoy deseándolo. Por lo que parece el sexo que mantuve con Héctor me ha hecho despertar del letargo. Estoy abriéndome como una flor y me siento ansiosa por que este hombre me tome. Aunque no tengo muy claro que quiera hacerlo porque no observo en sus ojos ni una pizca de deseo. A ver si es por mi atuendo… ¿Demasiado pilingui? ¿Le gustan las mujeres sensuales pero con un aspecto menos descarado? Bueno, pues la próxima vez me pondré un vestido atrevido pero también elegante.
—En toda la semana que viene no podré. No hasta el viernes —responde tras unos segundos—. ¿Te parece bien?
No sé por qué me hace esa pregunta si le daría igual que no me viniese bien. Me citaría ese día de todas formas. La verdad es que no estoy de acuerdo porque me encantaría regresar mañana mismo. Tengo muchas ganas de saber más sobre él, de conocer detalles de su vida, sus aficiones, sus sueños… Ay, por favor, ¡qué loca estoy! Es sólo un hombre que me está pintando, y no parece interesado en mí. Tengo que hacer más de lo mismo: pasar de él y punto.
Podría iniciar una conversación con él, pero la verdad es que no le veo predisposición a charlar porque tan sólo me ha dirigido frases cortas. No es que sea antipático, más bien lo contrario: se me antoja que es un hombre con el que es posible hablar de todo. Pero, simplemente, parece que no le apetece hacerlo conmigo. Me acompaña hasta la puerta, donde me detengo durante unos segundos. Me entrega el bolso y me mira con curiosidad.
—Bueno, pues hasta el viernes —me despido en un susurro.
—Hasta el viernes, Mel.
Tan sólo un puñado de personas me llaman así. Mi hermana y mi familia… Se lo permito a las mujeres, pero no a los hombres. No me gusta porque me trae malos recuerdos.
Me muerdo el labio y, sin añadir nada más, abro la puerta. ¡Pues vaya! No me ha servido de nada vestirme de esta forma. Seguro que al final sí ha pensado que soy una buscona y por eso me ha largado tan pronto. Ahora entiendo que no se haya acostado con Dania. No le gustan tan atrevidas. Pero vamos, yo creo que la jovenzuela con la que estaba el otro día en aquel local era una espabilada.
Me apoyo en la barandilla con la cabeza gacha. Pero antes de que pueda poner un pie en el primer escalón, Aarón se acerca. Alzo el rostro para toparme con su expresiva mirada. Esos ojos… Uf, esos ojos azules y rasgados… Mi corazón no puede evitar acelerarse.
—¿Quieres tomar una copa?
Contengo la respiración. ¿De verdad está haciéndome esa pregunta o me lo estoy imaginando? Lo miro con la boca abierta sin que salga ningún sonido de mi garganta. Me observa con curiosidad, con una ceja enarcada y el rostro ligeramente ladeado. Está esperando a que responda. Si no contesto enseguida, pensará que no quiero o que soy tonta.
—Sí. —Oigo mi voz demasiado nerviosa, pero no puedo evitarlo.
Me dedica una sonrisa que hace que mi alma entera palpite.