23
—Pues es precioso —murmura en tono de adoración Dania.
Me saca de todos esos horribles pensamientos. No he escuchado nada de lo que ha dicho antes. Últimamente estoy bastante perdida.
—Sí —contesto; sólo «sí».
Dania me observa con el ceño arrugado. Cada día me pregunta que por qué estoy tan mustia. Ni siquiera yo lo sé. Me limito a observarme en el retrato que Aarón pintó de mí. Lo he tenido un par de semanas en casa sin saber muy bien qué hacer con él porque, a pesar de lo mucho que me gusta, me provoca un extraño sentimiento que no logro comprender. Al final esta mañana me he levantado decidida a encargar que lo enmarquen cuando salga del trabajo para colgarlo. Expliqué a Dania lo que Aarón había hecho e insistió en verlo, y hoy me ha parecido el momento más adecuado.
—Es un detalle tan tierno… —Dania suelta un suspiro.
—Sí. —Me limito aún a los monosílabos.
—Pues a ti no parece gustarte mucho.
—Claro que sí. ¡Si voy a colgarlo en casa y todo!
Se encoge de hombros. Se acerca al lienzo y lo observa con curiosidad. Ya van tres veces que se planta ante él y se queda prendada mirándolo. Apuesto a que le encantaría tener uno igual. Quizá pueda convencer a Aarón para que se lo haga.
—Parece tan real… —murmura sumida en sus pensamientos. Se vuelve hacia mí—. ¿De verdad estabas vestida mientras lo pintaba?
—Te juro que sí. —Es la enésima vez que se lo repito.
Continúa observándolo en silencio, y yo me pierdo, una vez más, en mis pensamientos. Ahora recuerdo con total claridad las noches que he pasado con Aarón, cada una de ellas. Y en todas me ha invadido un miedo atroz cuando alcanzaba el orgasmo. Sentía culpabilidad, vergüenza, tormento. Tenía la sensación de estar cometiendo un error terrible. ¿Es que no puedo ser normal? ¿Por qué tengo que preguntarme, siempre que tenemos sexo, si hemos iniciado una relación? Evidentemente, no se lo he preguntado; él tampoco ha hablado de ello. Pero recuerdo tanto… Recuerdo que me dijo que nunca se acostaba más de una vez con la misma mujer si no la quería. ¿Acaso he sido la afortunada? ¿Y por qué una parte de mí no quiere serlo? El corazón me palpita con violencia ante la idea.
—¿Sabes que regresa hoy?
Me vuelvo hacia Dania con la mirada perdida. Parpadeo confundida, sin entender de qué me habla.
Cojo el lienzo y lo enrollo para guardarlo en el tubo.
—Hoy he acabado ya las correcciones —respondo con voz pausada.
—Pero ¿qué dices? —Me mira como si fuese un bicho raro—. Estoy diciéndote que regresa hoy.
—¿Quién?
—¿Quién va a ser, Mel? Nuestro jefe regañón.
—Pero ¿dónde estaba?
Dania abre mucho los ojos y la boca, y mueve la cabeza. Se me acerca y me coge de las mejillas.
—¿Te encuentras bien? —Esboza una sonrisa diablesca—. Normal que no te enteres de nada, copulando todas las noches con ese dios…
Pues realmente no me he enterado de nada. El primer día que pisé la oficina tras el encuentro con Héctor en la feria, imaginé que vendría a mi despacho para gritarme o para empotrarme en la mesa… o algo peor. Sin embargo, no apareció en ningún momento y se limitó a enviarme las tareas por correo electrónico de manera muy profesional, casi como en los inicios. Tengo que reconocer que me sentí decepcionada al no recibir ninguna visita. Habría preferido que me insultase o me soltase alguna de sus pullitas, cualquier cosa antes que tanta indiferencia.
Me sorprendo enfadada porque no me contó que estaría fuera. Me regaño a mí misma por estas tonterías. ¿Qué más da? Él tiene su vida y yo la mía, ¿por qué iba a explicarme nada a mí?
—Quizá lo contraten en Love —asegura Dania desde lejos.
Aterrizo en nuestro mundo de golpe. La miro sin comprender del todo.
—¿Qué? ¿Está pensando en cambiar de empleo?
—Es lo que se rumorea en la oficina. Hombre, yo también me iría si me quisieran en esa pedazo de revista.
Dania se queda un rato más cotorreando sobre uno de nuestros compañeros en el que no se había fijado nunca pero que, de repente, se le antoja el hombre más sensual del universo. Sí, a veces le ocurre. Me informa de que esa misma noche irán a tomar una copa al local de Aarón y me anima a que vayamos nosotros también.
—Quizá. —Me encojo de hombros—. Aunque estoy un poco cansada.
Mi amiga se marcha del despacho diez minutos después. Echo un vistazo a mi reloj: a punto de dar las dos. Me percato de que estoy hambrienta. Hoy no he traído nada para comer, así que decido bajar a la cafetería para comprar una ensalada. Apago el ordenador y cojo mi monedero.
Nada más salir, me topo con la feroz mirada de Héctor. Oh, espera, no. No es feroz. Es… diferente. Es más oscura, más apagada que otras veces. No tiene ese brillo pícaro que atrae a todas las mujeres. Es mucho más profunda, pero con un matiz distinto.
—Melissa… —me saluda en voz baja.
Me detengo sin saber qué hacer. Reconozco que lo traté mal aquel día en la feria, pero realmente me sentía muy molesta. No quería que fastidiara mi cena con Aarón. Y bueno… estaba harta de que me tratara como a un simple cuerpo con el que desfogarse.
—Héctor… —Inclino la cabeza.
Guarda silencio, poniéndome más nerviosa. Al fin, carraspea y me pregunta:
—¿Tienes las correcciones de Mistral? Te las habría pedido por correo, pero él está aquí y las quiere ya. Si puedes imprimirlas…
—Claro —respondo sin dejarle terminar.
Vuelvo a mi despacho con los nervios a flor de piel. No me gusta lidiar con jefes, pero si encima te has acostado con ellos… Ahora entiendo lo que se siente. Aun así, estoy confundida… ¿Qué ha sido de la Melissa que se enfrentó a este hombre hace tan sólo un par de semanas? ¿Por qué ha vuelto la Melissa avinagrada y aburrida que no se atrevía a levantar la cabeza? Tengo que deshacerme de los pensamientos relacionados con lo que me ocurrió con Germán… No debo permitir que regresen y se instalen en mi vida para destrozármela como ya hicieron una vez.
Corro al ordenador, lo enciendo a toda prisa y, en cuanto está listo, imprimo el documento.
Cuando alzo la cabeza, descubro que Héctor está de espaldas a mí, sin mover ni un solo músculo. Estiro el cuello para saber qué es lo que ha llamado su atención, y entonces me doy cuenta de que el tubo con el lienzo ya no se encuentra en su sitio, y que lo ha desenrollado y está observándolo. Me está viendo desnuda, como tantas otras veces, y me avergüenzo. Lo hago porque él parece hallarse muy lejos de aquí. Porque en ese lienzo se encuentra la Melissa del pasado que se pasaba llorando todas y cada una de sus noches, sintiéndose sola e incomprendida. Acabo de ser consciente de ello y el corazón no puede más que golpearme el pecho sin clemencia.
—Toma. Aquí están —le digo en cuanto las hojas terminan de imprimirse, un tanto enfadada. ¿Quién se ha creído que es para meter mano en algo que no es suyo?
Como no responde, me acerco a él y las agito ante su rostro. Está muy serio, y cuando bajo la mirada a sus manos descubro que le tiemblan. Vuelve el rostro y me observa un tanto confundido.
—Es como si te estuviese viendo por primera vez.
El corazón se me impacienta. Agito los papeles ante su rostro otra vez para que los coja y salga ya del despacho. Este Héctor me asusta mucho más que el jefe autoritario y gruñón.
—No me había olvidado de tu cuerpo, pero en esta pintura estás…
—Mistral te espera —lo interrumpo de nuevo. Y le arranco el lienzo con las manos de malas maneras. Me mira con temor y con algo más que no alcanzo a identificar.
Por fin coge los papeles, pero no hace amago de marcharse. Al contrario, vuelve a concentrar su atención en mi pintura, que no consigo meter en el tubo. Pero ¿cómo se me ocurrió traerla aquí?
—No has debido coger algo que no es tuyo —le regaño en tono seco—. ¿Es que no te han enseñado modales?
—Lo ha hecho él. —No me lo está preguntando; es una afirmación.
—Eh, las correcciones… Mistral… ¿Lo recuerdas? —Le señalo mis papeles con un dedo.
—Conoce tu piel mucho mejor que yo. Tus virtudes y defectos —dice, pero como si yo no estuviese allí.
—¿Defectos? —Arqueo una ceja. Yo no he visto ninguno. ¿Qué insinúa? Empiezo a enfadarme otra vez.
Para mi alivio, consigo meter la pintura en el tubo y lo dejo encima de la mesa, colocándome delante para que Héctor no vuelva a cogerlo, ya que no sé de qué es capaz. Clava sus enigmáticos ojos en mí. ¿Qué piensa ahora mismo? Necesito saber qué es lo que se le pasa por la cabeza para sentirme tranquila. Lo veo dudar; no parece él. ¿Es que todos estamos cambiando de un tiempo a esta parte?
—Melissa, tengo algo que decirte.
Entre que únicamente me llama por mi nombre y que esa frase me da pánico, sólo atino a apoyarme en la mesa; me falta el aire.
—¿No puede esperar a mañana, sea lo que sea? —pregunto al tiempo que le arrebato uno de los papeles y me abanico con él como si estuviese menopáusica.
—¿Estás bien? —Me mira con preocupación.
—Un golpe de calor, nada más —me excuso, forzando una sonrisa.
Se muestra dudoso una vez más. Se muerde el labio inferior, dirige la mirada a todas partes con tal de no enfrentarse con la mía. Y yo dándome aire porque tendré un soponcio aquí mismo y todavía no sé por qué me siento así.
—Me marcho —suelta de repente.
Me quedo mirándolo con la boca abierta. Dejo el papel en la mesa y parpadeo, luchando por decir algo. Ahora es cuando debería pensar que esto es mucho mejor para los dos, que venir a trabajar no me resultará tan incómodo. No obstante, noto una opresión insana en el pecho.
—¿Te marchas? —repito su frase como una tonta.
—Love me ha fichado.
—Así que es verdad —murmuro con un hilo de voz.
—Me pagan bien, es una excelente oportunidad para escalar puestos… —Por fin se digna mirarme. Sonríe, pero sus ojos están apagados—. Me vendrá bien un cambio de aires.
—¿Por qué? —pregunto un tanto a la defensiva.
—Me ahogo aquí. No soy quien quiero ser.
Eso me suena a algo. Creo que puedo entenderlo. Pero imaginaba que era feliz con su vida, que estaba orgulloso de ser quien es. Es un hombre joven y atractivo, con un buen cargo en la oficina, con gente que siempre está a su alrededor… ¿Por qué desearía cambiar?
—¿Y quién quieres ser? —pregunto con voz temblorosa.
No, no, Melissa. Esto no está nada bien. Eres su empleada. ¿Por qué estás intentando saber más sobre él? ¡No es algo imprescindible! ¿A que no?
Tarda un buen rato en contestar. Agarro el papel que he dejado en la mesa y lo arrugo entre mis manos, a pesar de que es para Mistral, uno de los jefazos. Pero bueno, ya lo imprimiré otra vez, ahora mismo necesito aferrarme a lo que sea.
—Quiero ser alguien para ti —responde muy serio.
Abro la boca para decirle algo, pero la cierro al instante. ¿Qué le respondo? Si le digo que es mi jefe, será demasiado neutro. Si le contesto que fue mi amante, será bastante incómodo. ¿Qué es, en realidad, Héctor para mí?
—Lo eres —musito únicamente.
Suelta una breve risa. Echa un vistazo a los papeles con las correcciones, ladeando la cabeza. A continuación dirige la mirada al tubo con la pintura y una arruga de preocupación aparece en su frente. Me siento totalmente desnuda, a pesar de que ya no estoy en su vida. También mi alma está desnuda. Maldito cuadro, ahora entiendo cómo se sentía Dorian Gray.
—¿Cómo hemos llegado a esta situación, Héctor? —me atrevo a preguntar, sin pensar demasiado.
—¿A cuál? —Se vuelve hacia mí un poco confundido.
—No sabemos qué decirnos, ni…
—Yo sí sé qué quiero decirte, pero no voy a hacerlo —me corta. Su mirada se desvía hacia la mesa y me pongo colorada. ¿Eso es a lo que se refiere? ¿Sólo a que desearía hacerme el amor en ella una vez más? Sin embargo, para mi sorpresa, añade—: No mereces que lo haga, Melissa. Ahora estás bien con él… Aarón se llama, ¿verdad? Entonces ya está, no hay nada más que hacer. Ni siquiera soy bueno con las palabras. En realidad, no creo que lo sea con nada. Y mira él… —Señala el tubo con los brazos abiertos—. Un sinfín de sentimientos sin necesidad de escribirlos o decirlos.
No me atrevo a llevarle la contraria. Me apoyo en la mesa y me abanico de manera enérgica.
Héctor escruta mi mirada, esboza una sonrisa triste. Se acerca un poco. El corazón despierta, se despereza, se da cuenta de lo que está sucediendo. Y el miedo. Otra vez el miedo. Lo conozco tan bien… Y lo odio. He de dejarlo atrás, ser valiente por una vez en mi vida desde que me sucedió todo aquello.
—Quería avisarte hoy de que me marchaba porque no me despediré otra vez.
—Pero ¿cuándo te vas?
Me separo de la mesa y me acerco a él. Levanta las manos y da un paso hacia atrás, dejándome sorprendida. ¿Por qué no quiere que lo toque?
—Un día de éstos.
Tiembla mucho. Lo miro confundida. Jamás había visto en sus ojos tanto dolor… O espera, sí, sí. Lo recuerdo. El día que llegué aquí, cuando nos encontramos en la escalera… ¿Cómo había podido olvidarlo?