15
Supongo que muchas personas conocen esa sensación de saber que no están hechas para su vida. Así me sentí durante demasiado tiempo, en el que intenté buscarme y encontrarme sin llegar a conseguirlo del todo. Sin embargo, desde que tuve aquellos dos encuentros con Héctor, la sensación de estar perdida ha regresado, y con mucha más fuerza.
Tal como he explicado, he estado evitándolo todo lo posible. Y él, por su parte, tampoco ha hecho nada por encontrarme. Ni siquiera ha entrado en mi despacho. No me ha pedido correcciones y no ha insistido en que me quedara hasta más tarde. Esta situación me resulta extraña porque imaginaba que él no sería como esos hombres que se avergüenzan de haberse acostado con alguien. Sea como sea, siento que me rompí un poco con cada uno de los gemidos que me sacó. Y es que no estoy hecha para mi vida. Tampoco para la de él, al parecer. Ni para la de Aarón. ¿Para la de quién, entonces?
Llego al trabajo con los nervios instalados en el estómago, tal como lleva ocurriéndome desde hace un tiempo. Con la alegría con la que acudía antes y que ahora me tenga que sentir de esta forma… ¡Todo esto es culpa de mi maldito jefe que ha tenido que meterse en mi vida para trastocármela! Aunque, a decir verdad, yo tampoco puedo salirme de rositas de todo esto. Al fin y al cabo, podría haberle dicho que no, negarme a sus intenciones y, sin embargo, he caído como una tonta. Sé que simplemente debería olvidarme de todo y continuar hacia delante. ¿Por qué no puedo? ¿Qué ha despertado en mí este hombre para que me sienta tan triste? Y encima, por otro lado, Aarón… ¡Vamos, Mel, échalos de tu cabeza y punto, que no es algo tan difícil!
Antes de ir al despacho decido prepararme una taza de café porque voy a necesitarla. Con lo mal que duermo últimamente y entre las correcciones tan aburridas que me llegan, me veo con la cara sobre el teclado en cualquier momento de la jornada.
—Buenos días, Melissa… —me saluda Julia, que ya está preparándose un café—. ¿Quieres uno?
—Sí, por favor… —casi se lo suplico.
Me dejo caer en una de las sillas, todavía con el bolso colgándome del hombro.
—No pareces nada animada —me dice tendiéndome una taza. La cojo con una mirada agradecida y no espero a que se enfríe un poco siquiera. Le doy un sorbo y me quemo la lengua—. ¿Tengo que decir otra vez a Palmer que te ha bajado la regla?
Palmer es el apellido de Héctor. En cuanto Julia lo menciona, todo mi cuerpo se pone en tensión y por poco me atraganto con el café. Se me queda mirando un tanto extrañada y me tiende una servilleta para que me limpie.
—¿Ha preguntado por mí?
—Pues no… Desde hace unos días no viene mucho por la oficina. —Julia apoya el trasero en la mesa del café—. Creo que hoy no ha llegado aún.
Me pregunto si mis compañeros sabrán algo sobre los encuentros que hemos tenido. No, no puede ser. Héctor no habrá explicado nada… Es más, los casos en los que se supo de sus escarceos con otras empleadas fue porque ellas empezaron a contarlo muy orgullosas. Pero jamás le vi abrir la boca para hablar de eso. Ahora no puedo evitar cuestionarme si lo que esas mujeres dijeron fue verdad. Esbozo una sonrisa irónica para mí misma… Por supuesto que lo será, pero ¡si el tío va como un camión atropellando a todo dios! Si a mí me ha tratado así, habrá hecho lo mismo con otras.
—Creo que Palmer no te cae nada bien —dice Julia de repente.
Vuelvo la cabeza hacia ella y la miro con sorpresa.
—¿Qué? ¿Por qué dices eso?
—No sé, es la sensación que me da… —Se encoge de hombros al tiempo que se lleva la taza a los labios y le da un sorbo. Bebo a mi vez de la mía, esperando a que continúe—. Pero verás, yo que paso tanto tiempo con él… —No me anuncia nada que no sepa: es su asistente editorial, así que suelen ir juntos a reuniones y comparten bastantes momentos—. Lo conozco bien, Melissa, y es muy inteligente y serio.
—Ya…
En realidad no me apetece saber cómo es. Conmigo se ha mostrado de una forma un tanto avasalladora. Puede que sea todo lo serio y listo que Julia quiera… pero vamos, a mí lo único que me ha dicho es que quiere follarme, y con eso no me demuestra nada.
Como me siento demasiado observada por esta mujer de mirada penetrante, decido levantarme e ir a mi despacho.
—Nos vemos luego por aquí —le digo.
—¿Irás más tarde a almorzar o a comer a la cafetería? —me pregunta.
—No sé. Ya veremos.
La verdad es que hoy no me he traído comida, así que tendré que salir a comprarme algo. Y espero que cuando lo haga Héctor no haya decidido lo mismo.
La mañana transcurre tranquilamente. En verano, no hay mucho ajetreo en la revista. Y la verdad es que me gustaría que me entregaran montañas de trabajo para estar ocupada en algo. Tamborileo con los dedos sobre la mesa… ¿Y qué hago? Podría llamar a Ana y decirle que vayamos juntas a comer, aunque quizá no tiene pausa en el trabajo. ¿Mando un whatsapp a Dania para que venga a mi despacho? Si la cuestión es que me estoy meando a mares y no me atrevo a salir. Echo un vistazo al reloj: llevo tres horas aguantándome. A este paso, cogeré una terrible infección de orina.
—Vamos, Mel, deja de comportarte como una estúpida —me digo en voz alta.
Doy una palmada en la mesa para concienciarme. Uf, me he hecho daño y todo. Me levanto muy decidida y salgo del despacho. Ay, Dios, qué dolor de vejiga tengo. Me dirijo a los servicios caminando como un pingüino. Alguno de mis compañeros se me queda mirando con curiosidad.
—¿Qué? —me encaro con ellos. El mal humor me está venciendo…
Me asomo por la esquina del pasillo de los servicios. Al fondo está el despacho de Héctor, pero la puerta está cerrada y no hay rastro de él por ninguna parte. Echo a correr como si no hubiese un mañana y entro en el baño. Suelto un suspiro una vez que me meto en el retrete. Menos mal… Creía que iba a reventar de un momento a otro. Me lavo las manos meticulosamente y me echo un vistazo frente al espejo. ¡Menudas ojeras! Tengo que intentar dormir mejor porque si no vendrán las consecuencias. Me ahueco el pelo y después abro la puerta para salir. Y entonces… choco con una corbata que conozco bien.
—Melissa —me saluda él con voz ronca.
¡Maldita sea! ¿A quién se le ocurrió que el aseo de los hombres y el de las mujeres estuvieran juntos? Podrían haberlos puesto cada uno en un extremo de la oficina. Carraspeo y alzo la mirada para toparme con la de Héctor, que es muy seria. El corazón me da un brinco al verme reflejada en esos ojos avellana.
—Buenos días.
—No te he visto últimamente.
—Pues he estado en el mismo sitio que siempre. Ya sabes, en el despacho ese que…
No me da tiempo a seguir porque me coge del brazo y, sin que pueda reaccionar, me mete en el baño. Visto y no visto, estoy empotrada en la pared una vez más y Héctor ha echado el cerrojo. ¿Mis encuentros con él van a ser siempre así?
—¿Has estado evitándome? —me pregunta con el rostro muy cerca del mío.
Ladeo la cara, dispuesta a no darle la satisfacción de que vea que estoy nerviosa.
—Claro que no —contesto un poco enfadada—. Tú tampoco me has visitado… —¿Por qué lo he dicho en ese tono que tiene algo de reproche?
—He estado muy ocupado. —Apoya la mano justo al lado de mi cabello, aprisionándome contra la puerta—. Pero ahora estoy aquí…
—No es un sitio muy acogedor —murmuro, tratando de que no me tiemble la voz.
He intentado alejarme de él por todos los medios y estoy muy molesta; sin embargo, ahora mismo noto un temblor en lo más profundo que me asusta. La situación, como las veces anteriores, me está excitando. Su colonia, que no sé exactamente cuál es, despierta en mí algo que tenía escondido muy dentro.
—He echado de menos tu piel —susurra en mi oído arrancándome un suspiro. Poso la mano en su pecho con la intención de separarlo. No obstante, pone la otra mano en la puerta, acorralándome por completo. Pego mi trasero en ella todo lo que puedo para que no nos rocemos—. Espero que tú también te hayas acordado de la mía…
Desliza los labios hacia mi pómulo muy lentamente. En realidad no me está tocando, pero el pulso me va a toda velocidad y mi pecho sube y baja dando signos evidentes de que estoy nerviosa.
—No he tenido tiempo para hacerlo… —Trato de mostrarme dura, pero realmente me está costando mucho. De lo único que tengo ganas es de sujetarlo por la nuca, atraerlo hacia mí y besarlo… Besarlo hasta que los labios me duelan—. Y te dije que no me gustaba recordar.
—Pues yo lo hago, Melissa. Cuando estoy encerrado en mi despacho, sabiendo que te tengo tan cerca, no puedo evitar recordar cómo sabes.
Su boca está a tan sólo unos milímetros de la mía. Su aliento huele a menta y, por unos segundos, pienso que voy a echarlo todo a perder: le comeré la boca aquí mismo. Tengo que ser capaz de alejarme de todo esto, de no volver a caer en su tentación. ¡Dios mío, al final la única solución será cambiar de empleo!
—Tengo que regresar.
Hago amago de apartarlo, pero me empuja con su cuerpo contra la pared. Enseguida puedo notar su erección clavándose en mi cadera. Sin poder aguantarme más, vuelvo el rostro hacia él y observo sus ojos, oscurecidos por el deseo.
—Quiero comerte ahora mismo. —Me coge de la barbilla, alzándomela hacia él.
Estoy toda expuesta… Mi cuerpo lo está. Se entrega a él sin siquiera haberme tocado.
—No, aquí no… —Cierro los ojos y los aprieto con fuerza para escapar de su mirada, que me quema.
—Entonces vamos a mi despacho. —Me da un suave beso en la barbilla y sube lentamente hasta detenerse en mis labios, pero no los toca.
—No, ¡no quiero hacerlo en el trabajo!
Abro los ojos y los poso en la blanquecina pared, respirando con dificultad. Está tan pegado a mí que puedo notar su acelerado corazón contra mi pecho. Está muy excitado, y lo peor es que yo también lo estoy.
—No aceptaré una negativa, Melissa Polanco, y lo sabes.
Sus dedos me aprietan. Su otra mano abandona la puerta y, al cabo de unos segundos, se pierde debajo de mi falda. Doy un respingo en cuanto me acaricia un muslo.
—En mi casa… —me apresuro a contestar, preocupada por si alguien entra en el baño y nos pilla de esa forma—. Ven a mi casa esta noche.
Héctor me obliga a mirarlo para descubrir si estoy diciéndole la verdad. Antes de soltarme, me da un beso con una rabia inaudita. Pero se lo devuelvo aún con más fuerza, mordiéndole incluso el labio inferior, demostrándole que no lo engaño, que lo esperaré esta noche para que se haga con mi cuerpo una vez más y yo pueda sumergirme en el suyo.
—Nos vemos luego. Contaré cada minuto que falta hasta estar otra vez dentro de ti —me dice con una voz tan sensual que incluso mi sexo palpita bajo la falda.
En cuanto sale del baño corro hacia el lavamanos, abro el grifo y me refresco la nuca. Me fijo en que tengo las mejillas encendidas. Madre mía, soy la viva imagen de la excitación. ¿Cómo voy a salir así? Aguardo unos minutos hasta que se me ha pasado. Sin embargo, aunque en mi cara ya no hay ninguna señal, todavía las tengo prendidas al cuerpo. Nada más entrar en el despacho me siento; tengo que apretar los muslos. Ahogo un gemido ante los pinchazos de placer. ¿Cómo es posible que Héctor me ponga tanto con tan sólo unos roces y unas palabras?
—Eres gilipollas, Mel… Lo eres —me digo en voz alta aún con las manos entre las piernas—. ¿No habíamos quedado en que no cederías a su juego?
Y lo peor es que he quedado con Héctor esta noche. Pero no puedo evitarlo… Me he dado cuenta de que tengo ganas de él otra vez. Y está claro que él tiene de mí. Tan sólo necesito apagar estas lenguas de fuego que me están abrasando por dentro… Esta vez debo prometerme que no habrá más encuentros, que el de esta noche será el último. Soy su empleada… No puedo consentir que esto vaya más allá. Pero… su sabor me tiene atrapada. Y también sus ojos de caramelo. No puedo desembarazarme de él. Lo que más deseo es reflejarme en ellos.
Me paso el resto del día como si estuviese en un sueño. Después de comer Dania viene a mi despacho y la echo a gritos. Debo de dar auténtico miedo porque no duda ni un momento en irse, y eso que siempre hace lo que le da la gana. Como me sabe muy mal haberla tratado así, le mando un whatsapp al cabo de un rato.
—Guapura… —Me ha llamado por teléfono—. ¿Te ocurre algo? ¡Creía que ibas a despedazarme!
—Estoy de mal humor.
—Te estás volviendo mucho peor de lo que eras. No sé qué te pasa, de verdad, pero puedes contármelo.
A pesar de lo loca que está, Dania es una amiga con la que puedo hablar en serio cuando la ocasión lo requiere. Además, otra cosa buena que tiene es que nunca juzga, y realmente es eso lo que necesito ahora. De todos modos, no me atrevo a confesarle que he vuelto a quedar con Héctor. Es más, tener su nombre en la cabeza ya me pone demasiado nerviosa.
—¿Quieres que tomemos una cervecita después de cenar? —me propone.
Quizá sería lo mejor. Quedar con ella y olvidarme de Héctor. ¿Y si le digo que estoy enferma? No, está claro que él no me creerá, y lo veo capaz de llamarme una y otra vez o de buscarme por la ciudad, ¡quién sabe!
—No puedo. Voy a cenar con mis padres, hace tiempo que no los veo.
—Pues del viernes no pasa que nos corramos una buena juerga, como la del otro día.
—Sí… ¡para que me dejes otra vez tirada! —le grito, recordando que se fue con el tío que conoció en el japonés. Y por culpa de eso me encontré con Aarón y, desde entonces, aún me siento peor.
—Oye, picarona, que te vi bailar con nuestro maravilloso pintor.
—Y en mala hora lo hice… —Suelto un suspiro, tratando de ahuyentar lo que me provocó cuando posó sus manos en mi cuerpo—. Te juro que si vuelves a proponerme que vayamos al Dreams, te daré una patada en el culo y aterrizas allí tú solita.
—Ay, Mel, ¡no seas así! Deja de quejarte por todo y disfruta —me regaña. Oigo unas voces de fondo hablando con Dania—. Oye, que tengo que atender un asunto. Ya sabes, este viernes… ¡Tú y yo quemaremos las pistas! —Me cuelga sin despedirse.
Me paso el resto de la tarde echando ojeadas al reloj. Por lo general, el tiempo transcurre lentísimo para mí cuando estoy aburrida, pero lo cierto es que hoy vuela. El encuentro con Héctor llegará muy pronto. Necesito huir. Claro, puedo hacer eso. Me pido la baja en el trabajo y me largo a una playa desierta donde nadie dé conmigo. Aunque, bien mirado, no sé qué excusa podría dar para que me la aceptaran. «Mire, señor… Es que me acuesto con mi jefe y, bueno, me pone, claro está, si no no tendría relaciones con él… Pero la verdad es que el que me gusta es otro tío, uno que también está para chuparse los dedos y que me recuerda a mi ex, de quien estuve tremendamente enamorada… Y, verá, ¡me estoy volviendo loca!». Pues tampoco me parece una mala razón… Lo malo es que suena a película de Julia Roberts. Y yo no soy tan pelirroja, ni tan guapa ni tan estilosa como ella, ni tengo esa nariz suya tan sexy, ni, mucho menos, sé salir de los embrollos como ella.
Aún estoy más nerviosa cuando voy en coche hacia mi casa. Y una vez allí, camino de arriba abajo sin saber muy bien qué hacer. Me da por ponerme a barrer. Dicen que las tareas del hogar eliminan el estrés, pero a mí no me están ayudando nada de nada. Hace tanto calor y yo muevo la escoba con tanto ahínco que acabo sudando a chorros. Estoy despojándome de la ropa para meterme en la ducha cuando suena el timbre. Oh, Dios mío… Es él, es él, es él, y yo estoy sudorosa y hecha un coco.
Entonces se me enciende la bombilla. Si me ve de esta guisa, quizá se le quite el calentón y se vaya.
¡Pues claro que sí! Estoy segura de que lo que le pone es una tía sensual, con una ropa interior preciosa, y no una con el pelo a lo afro y una escoba llena de suciedad.
Decido abrirle tal cual estoy, con esta ropa interior que es la más fea que tengo. Últimamente me ha dado por ponérmela así; todo depende de mi estado de ánimo. Antes de que me dé tiempo a nada, Héctor ya está tocando el timbre de arriba. Es un impaciente. Cuando me descubre ante la puerta, con las bragas y el sujetador de yaya, escoba en mano, pelo enredado y cara sudorosa de pepona, me observa con un parpadeo.
Sin embargo, para mi sorpresa, no me deja apenas tiempo de cerrar la puerta. Se abalanza sobre mí y, conquistando mis labios, me lleva hasta el salón, donde nos tropezamos con una silla. Le da exactamente igual. Terminamos cayendo, él encima de mí, aprisionando mi cuerpo contra el frío suelo. Lo miro sin entender nada, con la frustración tiñendo de rojo mi rostro de por sí acalorado.
Estoy cabreada porque pensaba que se iría por donde había venido.
—Joder, Melissa, ¡joder…! Cómo me pones.
Me clava los dientes en un hombro, arrancándome un jadeo. Su manera de relacionarse conmigo es brutal, pero, a pesar de todo, no le dejaré hacerlo de otra forma porque ahora mismo es la única en la que sé.
Hace unos minutos estaba nerviosa, después he pasado a estar enfadada y ahora mismo me siento rabiosa. Necesito desprenderme del dolor agudo que está inundando mi corazón. No voy a permitir que sea él quien domine la situación, así que le doy un empujón, rodamos por el suelo y me coloco a horcajadas sobre sus piernas.
—Uau… —murmura esbozando una sonrisa traviesa.
Me inclino y devoro sus labios, busco su lengua y, al encontrarla, la azoto con la mía. Me sujeta de las caderas, acomodándome de manera que su erección choque contra mi sexo. Suelto un gemido y me apresuro a desabrocharle la camisa para observar su fantástico torso.
—Ya sabía yo que debajo de esa chica aburrida había una loba…
Pasea las manos por la parte baja de mi espalda hasta llevarlas a mi trasero, el cual me estruja con ganas, apretándome aún más contra su excitación. Se me escapa un jadeo que no puedo controlar y me lo acalla con otro beso largo, húmedo, demasiado intenso, tanto que me mareo.
De nuevo me encuentro yo debajo de él. Me coge de las muñecas y me alza las manos por encima de la cabeza. Acerca su rostro al mío y lame mi cuello con una delicadeza inaudita. ¿Qué? ¿Por qué cambia ahora de ritmo? ¿Por qué no me está mordiendo como un animal?
—¿Sabes lo que he tenido que hacer hoy en el despacho por tu culpa, eh? —Posa suaves besitos en el hueco de mi oreja. «No, no… Por favor, Héctor, entrégame toda la violencia que tienes en tu interior; no me hagas esto…»—. He tenido que cerrar la puerta y decir que nadie me interrumpiera… Y me he tocado. Pensando en ti, Melissa. No podía aguantar hasta llegar aquí. Te necesitaba…
Interrumpo su discurso para cogerlo de las mejillas y besarlo una vez más. Le revuelvo el pelo, junto mis piernas en torno a su cintura. Me deshago de su camisa rápidamente. Le acaricio el tatuaje y después deslizo mi lengua por él. Me gusta tanto… Me excita hasta límites insospechados. Me pregunto cuál será su significado. Clavo mis uñas en sus hombros, acercando mi sexo al suyo una vez más para que se dé cuenta de lo que estoy esperando. Esto tiene que ser sexo… Sexo y nada más.
De repente, oigo un ruido extraño. Al segundo siguiente descubro mis bragas destrozadas en su mano.
—Lo siento… Pero no te preocupes, Melissa, te compraré unas nuevas… más bonitas. —Suelta una risita irónica.
Me engancho otra vez a su cuello y nos perdemos durante un buen rato en un campo de besos mojados de rabia… Y de dolor. Puedo notarlo en él también. ¿Por qué? Sé cuáles son mis motivos para no hacerlo de otra manera. Pero… ¿y los suyos?
Ahueca mi sujetador e introduce en él los dedos para tocarme. En cuanto me roza un pezón, se me escapa otro gemido. Le llevo la cabeza a mi pecho, ahogando su risita orgullosa, y me lo lame con ansia. Lo recorre entero con su lengua, y no puedo sino que frotarme contra el bulto de su pantalón.
Bajo las manos hasta el cinturón y se lo desabrocho. Después hago más de lo mismo con su pantalón. Es él quien se lo baja, junto con el bóxer. Alzo el trasero para que me penetre de una vez, ya que lo necesito en mi interior. Pero me abre el sexo con dos dedos y me acaricia, despertando en mí cientos de estremecimientos que me sacuden todo el cuerpo. Extiende mi humedad y luego introduce un dedo, haciendo movimientos circulares con él. Jadeo en su oído, arañándole la espalda en un intento por controlarme para no irme tan pronto. Aparto su mano y cojo su pene para llevármelo a la entrada. Gruñe y se acomoda encima de mí, separándome los muslos. Me penetra con fuerza, sin ningún tipo de cuidado. Se lo agradezco con otro gemido que sale desde lo más profundo de mi garganta. Empieza a moverse con brusquedad, entrando y saliendo de mí con unas embestidas que hacen que mi cabeza se golpee contra el suelo. Cierro los ojos, dispuesta a dejarme llevar por todo el placer que siento. Dios, esto es demasiado… Su sexo en el mío despierta en mí una voracidad sin límites.
Y entonces sucede algo que no atino a comprender qué es. Héctor ha ralentizado sus acometidas y, de repente, noto que está apartándome el pelo del rostro. Abro los ojos sorprendida y descubro que me mira de una forma que me hace temblar. A continuación sus dedos acarician mi mejilla muy suavemente, casi con… ¿ternura?
—Melissa… No puedo describir lo guapa que estás con todo ese cabello desparramado alrededor de la cabeza…
Me asusto. El miedo acude a mí como un lobo feroz y me atrapa con sus dolorosas garras. Siento un pinchazo en el corazón que me sube hasta la garganta, impidiéndome respirar. Ladeo la cabeza, intentando escapar de los ojos de Héctor. Sin embargo, me coge de la barbilla y me coloca de cara a él una vez más.
—No hables —le pido en un tono de voz demasiado duro—. No me mires.
—¿Qué? —Noto en su voz confusión y, por unos segundos, me siento satisfecha.
—Si quieres que continuemos con este juego, lo haremos en silencio y sin mirarnos. —Ni yo misma entiendo lo que le demando.
Héctor me suelta de la barbilla y me observa anonadado. Segundos después, su mirada se oscurece y sé que se ha enfadado. Pienso que se va a apartar y que se marchará dejándome… a medias. Sin embargo, lo que hace es volver a penetrarme, con más ímpetu ahora. Se me escapa un quejido de sorpresa, de dolor y de placer. Sigo con una mejilla apoyada en el suelo, pero sé que él me está mirando a pesar de que le he dicho que no lo haga. Por eso cierro los ojos, intentando no pensar, tratando de luchar contra los pinchazos del pecho.
—Si es lo que deseas, entonces jugaremos a tu manera —dice de repente en tono cortante.
Cuando quiero darme cuenta, me ha cogido en brazos y me ha colocado de pie en el respaldo del sofá, de espaldas a él. Atrapa mis nalgas con ambas manos y me alza el trasero. Su sexo entra en mí una vez más sin contemplaciones, con tanta fuerza que he de apoyarme en el sofá para no caer hacia delante. Una de sus manos me agarra un pecho con rabia mientras que la otra se hinca en mi cadera.
Me romperá… Pero me parece bien. Está bien… mientras no sea mi corazón el que se haga añicos.
Héctor apoya una mano en mi espalda y me inclina más. Noto su peso sobre mí, su pecho en mi piel contagiándola de su combustión. En un momento dado acerca su rostro al mío. Creo que va a besarme, lo que hace a continuación es cogerme del pelo y tirar de él, aunque con suavidad. Ese gesto me excita tanto que un poderoso temblor se apodera de mi vientre. Continúa con sus embestidas, enterrándose en mi sexo más y más, hasta que noto que estoy a punto de estallar en mil pedazos de placer.
Pero antes de que pueda hacerlo yo, noto una humedad caliente en mi interior. Héctor suelta un gruñido que me vuelve loca, a pesar de que nunca me había gustado que los hombres fueran ruidosos a la hora de hacer el amor. De repente noto su mano agarrándome de la cara, me sube y me abraza contra su pecho. Sus labios vuelven a estar cerca de los míos y, aunque me tiene pegada a él, esta vez es un gesto despojado de ternura. Termina de correrse, y no puedo controlarme más y también me desboco. Un tremendo orgasmo me asciende desde los tobillos y se me instala en el vientre, expandiendo toda una serie de ondas de placer por cada una de las partes de mi cuerpo. Grito, me contorsiono, clavo las uñas en la tela del sofá, cayendo en una infinita espiral de la que parece que no vaya a salir.
Al cabo de unos minutos, me suelta y me echo hacia delante, completamente agotada. Trato de recuperar la respiración, que me ha abandonado con el orgasmo. Héctor todavía jadea y, de súbito, me pasa los dedos por la espalda causándome un estremecimiento. Me entran ganas de llorar y, para evitarlo, hago que salga de mí de manera brusca. Me quedo de espaldas a él, tapándome a pesar de que no puede verme. Esto… esto es una locura de la que seré incapaz de escapar.
Oigo que se está vistiendo, pero no me atrevo a darme la vuelta. Antes de marcharse, dice:
—Nos vemos en el trabajo. —Hay algo en su voz que se me antoja distinto, pero no atino a adivinar qué es.
Cuando la puerta se cierra me desmorono. Lloro en el suelo, abrazándome, consciente de que no puedo pedirle que lo haga por mí, que no debo notar su cuerpo contra el mío. Me he dado cuenta de que me encantaría que lo hiciera, y eso me descoloca.
Y también sé que, a pesar de todos mis esfuerzos, habrá un próximo encuentro en el que, quizá, mi corazón expulse todas las tiritas que he estado colocando en él.