20

Levanto la mirada y trato de sonreír, pero me sale una mueca. Mantengo los labios apretados, con la respiración contenida. Héctor está muy guapo. Más que estarlo, lo es, para qué engañarnos. Siempre tan elegante, con sus chaquetas, sus chalecos, sus pantalones caros, sus corbatas. Me gustan tanto los hombres con traje… Aarón nunca lo lleva, pero también me fascina su forma de vestir: desenfadada y al mismo tiempo glamurosa. ¿Cómo lo hace? Me regaño por estar pensando en los dos de esta manera.

En ese momento, una cabeza rubia asoma tras la ancha espalda de Héctor. Se trata de una chavala de unos diecisiete años. Pero ¿qué me estás contando? ¿Es que ahora todos se han vuelto unos asaltacunas?

—Buenas noches —saluda mi acompañante. Se levanta de la silla dispuesto a dar la mano a Héctor—. Soy Aarón.

—Sé quién eres —responde Héctor dedicándole una extraña mirada. ¿Qué? ¿En serio?—. El dueño del Dreams. Fui con Melissa hace un tiempo. —Vuelve el rostro hacia mí, lo ladea y sonríe de forma diabólica. ¡Será posible!

—Vaya, soy famoso. —Aarón, aún de pie, se echa a reír.

—Yo soy Héctor, el jefe de Melissa.

A Aarón le cambia la cara. Se le borra la sonrisa y arquea una ceja. Se dedica a escudriñarlo descaradamente y a continuación me mira a mí. No quiero levantarme de la silla, pero al final tengo que hacerlo para no quedar mal. No doy dos besos a Héctor, sino la mano. Me la estrecha con fuerza… Y al retirarla, acaricia mis dedos. Un escalofrío me recorre de arriba abajo.

La jovenzuela de cabellos dorados nos observa con curiosidad, sin decir nada. Héctor no da muestra alguna de querer presentárnosla.

—Así que vais a cenar aquí… —Sonríe, aunque es un gesto totalmente falso.

—Sí. Corre fresquito —contesta Aarón en mi lugar. Supongo que se ha dado cuenta de lo incómoda que estoy.

Nos quedamos todos callados. La rubia de rostro angelical me mira sonriente, pero me limito a ponerle mala cara. Seguro que es tonta. No tendrá ni estudios. Se habrá dedicado a arrimarse al primero con pasta que ha encontrado. Pero ¡si es una cría! ¿Cómo pueden sus padres dejarla salir a estas horas con un hombre de más de treinta años? Bueno, seguro que no lo saben.

—Aarón, ¿nos disculpas? —Héctor me señala. Todo mi cuerpo se tensa—. Me gustaría comentar algo a Melissa Polanco.

—Si es sobre trabajo, espera a mañana —lo corto con brusquedad.

—Es importante —insiste traspasándome con la mirada.

Echo un vistazo a Aarón, quien se encoge de hombros. Tiene una sonrisa en los labios y en los ojos. La situación parece divertirlo. Maldito Héctor… ¿No va a dejarme en paz ni durante el fin de semana? Esto es la jodida ley de Murphy; me ha pasado muchas veces. Por ejemplo, cuando se me retrasa la menstruación me topo por la calle con más embarazadas de lo habitual; están por todos lados. Pues lo mismo sucede cuando no quieres encontrarte con alguien. Basta que lo pienses para que aparezca como por arte de magia. Había conseguido deshacerme de la sensación de malestar y ahora este hombre me la traerá de nuevo. No obstante, no quiero parecer una maleducada ante los tres.

—Está bien —acepto, pasando por el lado de la rubia.

—Espera aquí —le dice Héctor—. Puedes hablar con Aarón. Tiene aspecto de ser un tío muy amable. —Le da la mano, como fingiendo que todo marcha bien. Pero puedo notar su hostilidad desde aquí.

Héctor apoya una mano en mi espalda cuando nos separamos de ellos. Echo a andar deprisa para apartársela. Al fin salimos de la terraza del restaurante, pero quiere avanzar hasta la esquina, donde Aarón y la rubiales no puedan vernos.

—Así que él es el caballo ganador —me espeta en tono irónico, cruzándose de brazos.

—Vete a la mierda, Héctor.

—No me hables así, Melissa Polanco.

—¿Por qué? Ah, sí, porque eres mi jefe. Pero resulta que es domingo y que no estamos en la oficina. Deja de utilizar tu superioridad para…

—Te equivocas. No quiero que me hables así porque soy una persona, como tú. Y me molesta. ¿Lo entiendes?

Sus palabras me dejan patidifusa. Parpadeo, confundida. ¿Desde cuándo Héctor tiene sentimientos? Siempre lo he visto como el jefazo cabrón, engreído, autoritario… Pensé que las palabras de sus empleados le entraban por un oído y le salían por el otro.

—¿Qué quieres? —Finjo que estoy enfadada. En realidad, lo que siento son un montón de nervios correteando por mi estómago con sus molestas patitas.

—Sólo que me respondas: ¿es él el hombre del que estás enamorada?

—Pero ¿a ti qué cojones te importa?

—¿Por qué eres tan malhablada? —Mi actitud parece molestarlo.

—Porque me sacas de mis casillas. —Lo apunto con el dedo índice.

—Y tú estás volviéndome loco, Melissa.

Me coge de la muñeca y me acerca a su cuerpo. Su pecho sube y baja de manera agitada. Apoyo mi mano en él, notando que mi respiración también se acelera. Me revuelvo un par de segundos antes de quedarme muy quieta, observándome reflejada en sus ojos.

—¿Qué estás haciendo, Melissa?

—¿Qué quieres decir?

—No puedo sacarte de mi cabeza… —Su voz es grave.

Tengo los labios resecos. Héctor apoya un dedo en ellos y, sin poder evitarlo, los entreabro. Su corazón se acelera en ese mismo instante. Estoy empezando a sudar ante el deseo que va apoderándose de cada uno de los poros de mi piel. No, no… ¡Habíamos discutido! El juego entre nosotros se había terminado, me había dicho. Y estaba convencida de ello.

—Es sólo sexo, Héctor. No nos engañemos.

—Cállate.

Ladeo el rostro en cuanto veo sus intenciones. Me besa la mejilla con delicadeza al tiempo que con la otra mano me acaricia la cintura. Mi sexo está despertando: oleadas de cosquillas me inundan. A punto estoy de rodearle el cuello y dejarme llevar, pero, por suerte, me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Lo aparto de un empujón e intenta atraparme otra vez; no obstante, alzo una mano dejándole clarito que se esté quieto.

—Conseguirás que nos vean.

—¿Qué es lo que te gusta de él, Melissa? —me pregunta con la voz impregnada de rabia.

—Me trata bien. Es especial. Podemos hablar de lo que queremos —respondo de inmediato.

—¿Hace que te sientas una mujer, como lo hago yo?

Lo miro con los ojos muy abiertos. Muevo la cabeza y suelto una carcajada sardónica. Le obligo a apartarse para alejarme, pero me atrapa del antebrazo.

—Deja a un lado tu obsesión, Héctor —le susurro muy cerca del rostro. No puedo evitar provocarlo, aunque sé que no está bien.

—Soy capaz de darte más que él.

—¿Ah, sí? Te refieres a que puedes darme más orgasmos, ¿no? —Le sonrío de frente y chasqueo la lengua. Estoy tratándolo como a un crío—. Pues que sepas que no me interesa.

—Vente conmigo esta noche —me propone de repente. Hay un rastro de urgencia en su voz.

—¿Perdona? —Me río en su cara—. Dijiste que no querías que me desahogara contigo. Así que aplícate el cuento y vete con la rubiales… Aunque quizá tengas que hacer de canguro.

Va a replicar, pero se calla. Me suelta el brazo, permitiendo que me vaya. Camino por delante de él hasta regresar a la terraza. La niñata está muy animada charlando con Aarón. ¿Es que le van todos o qué? Se ha sentado en mi silla, así que chasqueo los dedos ante su nariz para que se levante. Me mira asombrada, pero no protesta. Sonríe a Aarón y me devuelve la silla. Héctor la coge de la mano de manera posesiva.

—Espero que te acuerdes de cómo era la otra Melissa —dice simplemente.

Ambos se despiden de Aarón y se marchan, dejándonos allí solos. Yo con la boca abierta; Aarón observándome con una sonrisa divertida en el rostro.

—¡Lo odio! —exclamo golpeando la mesa con los puños.

Aarón se echa a reír. Lo miro enfurruñada, con los dientes apretados.

—No es cierto.

—Me trata como a una esclava sexual o algo así. Cree que puede tenerme para cuando él tenga ganas. Héctor se levanta empalmado y le viene muy bien, porque acude a la oficina y tiene a la aburrida allí para que lo alivie. Va a visitarla a su casa de improviso porque en el avión ha visto a un pibonazo, se ha puesto cachondo y necesita desahogarse. Pero ¿qué coño es esto? —Lo he soltado todo de carrerilla, con un calor inhumano en el rostro. Bebo un poco de agua fresca.

—¿Te has planteado que quizá le gustes de verdad?

—Aarón, tú mismo has visto cómo es: engreído. Cree que puede dar lecciones de moralidad.

—Tú también disfrutaste cuando os acostasteis, ¿no?

Su pregunta me hace callar. ¿Cómo he llegado a este punto? Inspiro con fuerza y me cruzo de brazos, totalmente enfurruñada. Me gustaría saber por qué me ha molestado tanto que Héctor estuviese con esa niñata. Ni yo misma me entiendo. Tengo aquí delante a Aarón, y quiero disfrutar de la cena con él, pero creo que me resultará imposible.

—¿Sabes cuál es el problema? Que adora tenerlas a todas comiendo de su mano como pollitas…

—Es algo intrínseco al género masculino.

—No es cierto. No todos sois así. Tú no. —Alzo el brazo para llamar a la camarera.

Aarón no contesta. Encargamos la cena y, mientras la esperamos, pido a Aarón que me cuente qué tal le va en el Dreams para olvidarme del encuentro con Héctor. La verdad es que con él no he ido nunca. Vamos a lugares que, en mi opinión, resultan mucho más interesantes. En ocasiones me pregunto por qué se dedica al mundo de la noche, si no parece llamarle la atención aunque una vez me dijera que sí.

—Va bien. Lo trasladé porque sabía que en esa zona funcionaría bien —me explica. Cuando la camarera llega, se echa hacia atrás para que ella pueda colocarle su plato delante—. De todos modos, tengo a mis socios por allí. Ellos lo saben manejar mucho mejor que yo. —Coge el tenedor y empieza a comer.

—Y entonces ¿qué haces tú?

—Pues llevo las gestiones desde mi despacho. Lo prefiero. Hace tiempo que abandoné el mundo de la noche. Demasiado ajetreo para mí.

—El día que fui con Héctor, sí que estabas allí.

—Voy de vez en cuando para ver qué tal marcha todo.

—Estabas con una chica… —No quería decirlo, ¡se me ha escapado! Después de compartir tantas y tan variadas charlas, y ahora le suelto esto.

—Perla —dice.

Vaya, recuerda su nombre y todo, así que no era una simple tía que conoció esa noche en el local.

—Me pareció muy joven. —Ya no puedo callarme.

—No más que la que iba con tu jefe.

¡Golpe bajo! Agacho la cabeza, un poco avergonzada. En realidad, no soy nadie para hacerle reproches. Puede ir con quien quiera, a donde quiera y hacer lo que quiera. Lo que pasa es que me encantaría que lo hiciese conmigo, por supuesto. Pero no soy su novia; tan sólo somos un hombre y una mujer que en poco tiempo se han convertido en buenos amigos. Qué suerte.

—¿Sabes que de pequeña quería ser cantante? —Trato de cambiar de tema.

—¿Ah, sí? —Se echa a reír. Termina su plato y lo deja a un lado para apoyar los codos en la mesa y prestarme toda su atención. Eso es lo que me encanta de él… que hasta lo más tonto le interesa. Me siento escuchada, apreciada, comprendida. ¿Y Héctor pregunta que qué es lo que me da?

—Mi madre incluso me llevó a algún concurso de karaoke… aunque creo que la impulsó su amor maternal. Bueno, y siempre he cantado en la ducha, que ahí parece que todos lo hacemos bien… Pero una vez que me grabé, de adolescente, comprendí que parecía un gato en celo.

Aarón casi se atraganta con su bebida. Nos echamos a reír y pasamos así un buen rato, hasta que se nos escapan las lágrimas. Me encanta que podamos sentirnos tan a gusto. Todo fluye tan fácilmente que incluso cuesta creerlo.

—Pues yo quería ser un vampiro —dice él en cuanto logra contener la risa.

—¿En serio? —Me río de su ocurrencia.

—Sí, y es curioso porque la sangre me ha dado mucho asco siempre.

Suelto otra carcajada, a la que Aarón se suma. Los comensales de algunas mesas nos miran con curiosidad. Una pareja se ha contagiado de nuestra risa. Unos minutos después me mira de tal modo que me quedo callada. No suele hacerlo así. Trago saliva, sintiéndome un poco cohibida.

—¿Te apetece venir a mi casa?

Parpadeo, un poco confundida. Me echo a reír una vez más. Supongo que le apetece tomar una copa, como en tantas otras ocasiones.

—Claro.

—Quiero enseñarte algo.

—¿Ah, sí? —Me suben los colores a las mejillas.

—No puedo ocultártelo más. Necesito que lo veas.

Lo miro sin comprender a qué se refiere. Sin darme un segundo para pensar, llama a la camarera y le pide la cuenta. Cinco minutos después vamos a pie hacia su casa. El corazón me late a mil por hora porque estamos callados y entre nosotros el silencio no es habitual; siempre tenemos algo que decirnos. En un par de ocasiones trato de iniciar una conversación, pero me arrepiento al descubrir su ceño fruncido, como si estuviese enfadado o preocupado.

—¡Pues ya hemos llegado! —Mete la llave en la cerradura. Subimos también en silencio. ¿Qué le pasa? No entiendo nada; está comportándose como un psicópata o algo por el estilo. Abre la puerta de su ático y se hace a un lado para dejarme pasar. Se lo agradezco. Nuestras pieles se rozan como aquella primera vez en que estuve aquí. No puedo mostrarme serena; estoy a punto de perder la compostura. Se me va a escapar: en cualquier momento le confesaré que llevo esperándolo durante mucho tiempo.

Mientras me dirige al estudio le dedico una media sonrisa, con la incomprensión pegada al cuerpo.

El lienzo se halla en el centro de la habitación, oculto debajo de una fina tela blanca. Aarón se acerca al caballete y coge aire, como si tuviese miedo de algo o como si se tratase de la presentación oficial de algo muy importante.

—Espero que te guste, Mel.

—¿Has…?

El corazón empuja fuerte contra mi pecho cuando retira la tela y descubro su dibujo.

Soy yo.

Desnuda.

Y es realmente hermoso.