4
Me presento con diez minutos de retraso. He estado a punto de no acudir, ya que esta especie de cita no me parece ni correcta ni normal. Llevo tres años trabajando en la empresa… ¡y ahora Héctor se muestra interesado en mí! Todavía no logro entenderlo. La verdad es que hasta me había puesto el pijama, dispuesta a pasar una velada de cine con palomitas. Pero al final, viéndome así, sola en casa y aburrida, me ha dado un subidón y he pensado que podría estar bien, que hacía demasiado tiempo que no tonteaba con un hombre y que hacerlo no es tan malo. Ahora me arrepiento. También de haberme puesto este vestido tan ajustado, tan corto y tan escotado. Estoy llamando la atención de todo el mundo. Parece que llevo un cartel luminoso que reza: HOLA, SOY UNA BUSCONA. QUIERO SEXO. Bueno, en realidad no sé si quiero. Y menos si es con Héctor, mi jefe. ¡Alerta, alerta: No te acuestes con tu jefe aunque sea uno de los machos más buenorros del universo!
Me planto ante el ventanal del restaurante y echo un vistazo al interior. Es grande pero acogedor. Ya hay bastantes personas ocupando las mesas, pero no veo a Héctor por ninguna parte. ¿Y si sólo pretendía gastarme una broma y no viene? Todo ha sido demasiado extraño: pasa de ser un jefe autoritario y gilipollas a uno bromista y seductor en un momento. ¿Es eso posible? Pues no, sólo en las pelis o en las novelas eróticas que a veces saco de la biblioteca con la excusa de que son para una amiga. Me observo en el reflejo del ventanal y me doy cuenta de que mis pechos están demasiado apretados. Pensará que quiero que sean su postre. Pero no quiero, ¿no? Y entonces ¿por qué me he puesto este vestido que llevaba hace al menos seis años, cuando me encantaba lucirme? Aparto la vista de mi cuerpo y la dirijo a mi reloj: ya pasan quince minutos de la hora acordada. El muy estúpido no va a acudir y, si le da por contar en la oficina el plantón, me convertiré en el hazmerreír de todos.
De repente noto que algo me roza el cuello. Una respiración cálida sobre mi piel. Voy a volverme, pero la voz de Héctor me paraliza.
—Buen perfume. Sexy, de Carolina Herrera.
Por fin logro darme la vuelta para encontrarme con su atractivo rostro. Esos ojos del color de la miel me observan con picardía. Se ha puesto una camisa celeste que contrasta con su piel tostada. Sin poder evitarlo, bajo la mirada hacia sus vaqueros, que se le ciñen a las piernas, delgadas pero bien torneadas. Y después, casi inconscientemente, la subo hacia su entrepierna. Ay, Dios, pero ¿qué estoy haciendo? Alzo los ojos y los clavo de nuevo en su cara. Héctor me observa de manera divertida, con una sonrisa ladeada. Seguro que se ha dado cuenta de que estaba mirándole el paquete.
—¿He fallado?
Me saca de mis pensamientos.
—No —atino a decir con un hilo de voz. Me pregunto cómo habrá sabido que la colonia que me he puesto es de Carolina Herrera. Puede que sea porque se ha acostado con tantas mujeres que se sabe de memoria todos los perfumes del mercado.
Apoya la mano en mi espalda desnuda y me conduce hacia el interior del restaurante. Los segundos que tardamos en llegar hasta la mesa me parecen un sueño. No me cabe en la cabeza que estoy aquí con Héctor. ¡Y menos con este vestido! Y con sus dedos rozándome la piel. Pero por favor, ¿qué he hecho? Le estoy pidiendo guerra. Va a creer que quiero meterme en su cama. Oh, Dios… ¿Es lo que mi subconsciente desea? Me veo deshojando una margarita y preguntando: «¿Me acuesto con él o no me acuesto?». Ése es un dilema mucho más grande que el de si me quiere o no.
—¿Te apetece vino blanco o tinto? —La voz de Héctor me llega lejana.
—¿Qué? —Parpadeo con confusión. Anda, pero ¡si ya estamos sentados! Miro a Héctor y a continuación al camarero que espera con paciencia—. Ah, tinto. —Agacho la cabeza avergonzada.
Una vez que el hombre se ha marchado con nuestros pedidos, Héctor cruza las manos por delante de la cara y me mira con una sonrisa. Contemplo su bonito rostro, sus expresivos ojos y ese cabello castaño que normalmente suele llevar arreglado y hoy, por el contrario, luce despeinado, lo que le da una apariencia informal y… sexy. Aprovecho para dejarle las cosas claras.
—Mira, si estoy aquí es porque me aburría y me apetecía cenar bien.
Arquea una ceja sin borrar su encantador gesto. Me obligo a sostenerle la mirada. A ver, es mi jefe, pero eso no quiere decir que tenga que sentirme intimidada. En estos momentos sólo somos un hombre y una mujer que van a cenar juntos. No hay cargos de por medio, así que… Tengo que mantenerme tranquila.
—Claro, a mí también me apetece una buena cena. —Me parece que lo ha dicho con doble sentido.
—Es un poco extraño, ¿no? —Me llevo una mano al cuello y me lo rasco de manera disimulada.
—¿Qué?
—Estar aquí, uno frente al otro…
—¿No pueden cenar juntos dos amigos? —Su sonrisa se ensancha mostrándome una hilera de dientes perfectos.
—Ah… Vaya, acabo de enterarme de que somos amigos —lo digo en tono irónico. Subo la mano por el cuello hasta llegar a la parte de atrás de la oreja. Dios, ¡cómo me pica todo! Siempre me pasa cuando me pongo nerviosa. Tengo ganas de rascarme toda la cara.
El camarero regresa con nuestras copas de vino. Deja también un platito con unas aceitunas condimentadas. No me atrevo a alargar la mano para coger una porque, aunque él creyera que no, me molestó un poco lo que dijo de mi tripita. Un par de segundos después mando a la mierda lo que piense de mí. No me veo barriga y tengo hambre, así que me lanzo a por la aceituna y me la como con deleite. Él no aparta la vista de mí, provocando que me sienta un poco incómoda. Bueno, pues vamos allá, que ya toca sincerarnos.
—¿Es esto una cita, Héctor? —pregunto mientras me limpio los dedos con la servilleta.
—Claro. ¿Qué si no?
Me encojo de hombros. Pruebo el vino. Está fresco y delicioso. Él acerca la copa para brindar. Una vez que lo hemos hecho, se lleva la suya a los labios y da un sorbo.
—No sé… Nunca te habías fijado en mí.
Héctor se queda pensativo durante unos instantes. Acerca la mano a un botón de la camisa y lo toquetea.
—Eso no es cierto. —Su respuesta me sorprende. Ah, entonces ¿él antes ya…? Guardo silencio para ver con qué sale—. Pero recuerda que cuando llegaste a la empresa tenías pareja. No soy una de esas personas que rompen una relación.
—¿Y cómo sabes tú eso? —pregunto con el ceño fruncido. Ahora resultará que mi jefe, al que yo pensaba que sólo le interesaba para mandarme montañas de trabajo, ha estado espiándome.
—Fui preguntando sobre ti por ahí —dice como si fuera algo tan normal. Pero ¿a él qué le importaba si yo tenía pareja o no?
—¿Y quién te lo contó? —Antes de que pueda contestar, se me ilumina la bombilla—. Ah, espera, ya lo sé. —Claro, Dania. ¡Será posible!
Sonríe y vuelve a beber de su copa de vino. Yo también. No sé qué decirle. ¿De qué puedes hablar con tu jefe en una cita? Por suerte, continúa la charla y me libra de tener que hacerlo.
—Y después, cuando él te dejó, te volviste una aburrida.
Hala, ya la ha cagado. ¿Cómo es tan descarado de soltarme algo así? Tuerzo la boca y agacho la cabeza, observando la servilleta.
—Creo que confundes términos. No me volví una aburrida. Sólo estaba mal. —Clavo mi mirada en la suya—. ¿Acaso nunca has sufrido tú por amor?
—No —contesta sin pensarlo—. Yo no me enamoro.
—Ah, vale. —No se me ocurre nada más.
Su mirada se desliza desde mi rostro hasta mi cuello, y al final se detiene en mis pechos. Cruzo las manos sobre ellos de manera automática.
—¿Por qué te tapas? —Alarga una mano para retirar las mías, pero yo me echo hacia atrás—. Es un escote muy sexy, Melissa Polanco. Y sé que te lo has puesto para mí —lo dice de forma sensual y atrevida.
—Ya que estás opinando sobre mi escote con tanta facilidad… ¿podrías dejar de llamarme por el apellido?
—Sólo si apartas las manos y me permites hablar más de él. —Me guiña un ojo.
Sonrío porque en el fondo me ha hecho gracia. A cada minuto que pasa me demuestra que es un seductor nato. Al final caigo y retiro las manos. Incluso me echo hacia delante ligeramente. Me apetece torturarlo un poquito.
—¿Con cuántas mujeres de la oficina te has acostado? —le pregunto. Quiero hacerle sufrir, pero no sé si me habré pasado. Primero me muestro recatada y al segundo le estoy hablando de sexo. Esto no es normal. Y no puedo echarle la culpa al alcohol porque apenas he bebido vino. Sea como sea, se queda pensativo y contesta de forma natural:
—Siete.
—¿Siete? —Alucino. Joder, pero si somos nueve.
—Te estoy contando a ti ya.
—Oh… —Me llevo la copa a los labios y doy un sorbo. ¡Qué sofocón! Hace bastante tiempo que no me acuesto con nadie. Para ser exacta, desde que mi ex y yo…
Durante la cena charlamos sobre la gente del trabajo. También sobre lo que estudió y lo que habría querido hacer si no se hubiese dedicado a esto. Sin embargo, la conversación acaba subida de tono otra vez. Me suelta una pullita tras otra, y lo único que hago es reír y beber hasta que me muero de calor. Una vez terminada la cena salimos a la calle, donde agradezco el frescor de la noche.
Héctor me pasa una mano por la cintura. Me aparto de inmediato, un tanto avergonzada. Todavía no he bebido lo suficiente para permitirme esta intimidad con mi jefe. Se da cuenta y me mira divertido.
—¿Vamos a tomar una copa?
Asiento con la cabeza. Me inquieta pensar que quizá volverá a ponerme una mano encima, pero no lo hace. Echa a andar delante de mí. Lo sigo y, para disimular, saco un tema cualquiera de conversación. Por lo menos el trayecto no se hace demasiado largo. Diez minutos después nos encontramos en uno de los locales más modernos de la ciudad. Eso parece, aunque no me suena de nada. Héctor se fija en mi expresión de extrañeza y dice:
—Se han trasladado hace poco. Antes estaban en otra zona.
Pasamos junto al segurata sin que el tío mueva un solo músculo. Una vez dentro, la música nos envuelve. Unas cuantas personas bailan en la pista, pero la mayoría se encuentra alrededor de las mesas y en los sillones repartidos por el enorme local. Héctor vuelve a cogerme de la cintura y se lo permito esta vez porque me incomoda caminar entre tanta gente.
—¿Qué quieres beber? —me pregunta al oído alzando la voz.
—Lo mismo que tú —respondo.
Pide dos gin-tonics. Me entrega el mío un par de minutos después. Muerdo la pajita bajo su atenta mirada. No sé qué estoy haciendo aquí con él. Acerca el rostro a mi cuello. Noto su respiración en la piel y siento un escalofrío. ¿Así de rápido va a ser todo?
—Espero tenerte en mi cama en menos de una hora —me susurra detrás de la oreja.
Se me acelera el corazón. Hace tiempo que no me dicen algo así, y jamás habría pensado que lo oiría de sus labios. Me hago la remolona, apoyándome en la barra. Mi jefe acaba de soltarme que quiere acostarse conmigo, así sin más, sin tapujos ni rodeos. Señala una mesa libre. Nos dirigimos hacia allí y al tomar asiento me fijo en que, unas mesas más allá, hay alguien que me resulta familiar. Héctor llama mi atención en ese momento, desviando mi mirada hacia él.
—Melissa Polanco…
—Llámame sólo Melissa, por favor —le digo un tanto malhumorada.
Posa una mano en mi rodilla. Esto me parece irreal. ¿Es mi jefe quien está acariciándomela y subiendo lentamente por mi muslo? Alzo los ojos y lo miro con timidez. Sonríe con ese aspecto de chico travieso que seguro que vuelve locas a docenas de mujeres. Sin embargo, sigo interesada en esa mesa que…
—Melissa —me susurra Héctor al oído—, ¿cómo te gusta que te lo hagan?
Madre mía… No puedo creer que me esté preguntando algo así. Vale, es sumamente atractivo, pero jamás me había planteado que él fornicara. Bueno, al menos no conmigo.
—Soy bastante tradicional —miento. Nunca he sido de hacer el misionero y ya está, pero no quiero hablarle de mis gustos sexuales.
Empieza a emocionarse, lo noto. Acerca su sillón al mío y me huele el cuello. Aprovecho que está ocupado para ladear la cabeza y mirar hacia la mesa del fondo. Héctor piensa que tiene acceso libre a mi cuello y me lo acaricia con la nariz. La canción que acaban de poner también propicia que el ambiente se caldee. «Dirty babe, you see these shackles? Baby, I’m your slave». («Nena sucia, ¿ves estas cadenas? Nena, soy tu esclavo»), canta Justin Timberlake con una voz de lo más sensual.
Y entonces caigo en quién es esa persona de la otra mesa que me ha resultado familiar. ¡Es Aarón! ¡El pintor sexy! Casualidades de la vida. Está con una mujer muy joven. ¿Diecinueve…? Veinte, como mucho. Parece que están coqueteando. Y no sé por qué, me molesta un poco.
—Joder, Melissa, ¡cómo me está poniendo tu perfume! —oigo decir a Héctor. Ups, casi lo había olvidado.
Cuando vuelvo la vista hacia la otra mesa, me doy cuenta de que Aarón me ha descubierto. El corazón se me desboca. Está mirándome de una forma tan intensa, tan ardiente… Como ayer. Me muero de ganas de regresar al estudio y que me pinte, de que cada parte de mi cuerpo sea observada por esos ojos felinos.
Aarón acerca una mano al rostro de la chica que está con él y le acaricia la mejilla con suavidad. Pero me mira a mí. En ese momento Héctor me da un beso apenas perceptible en el cuello. Mi mente está tan loca que se imagina que es Aarón quien me besa. Sí, pienso que soy esa chica a la que está tocando. Sueño despierta con que las caricias de Héctor provienen de Aarón. ¡Qué perversión! La canción me activa todo el cuerpo… «It’s just that no one makes me feel this way… Get your sexy on…». («Es sólo que nadie me hace sentir de esta forma… Muestra lo sexy que eres»).
Aarón lleva la mano a la nuca de la chica y se la coge con firmeza. Atrae hacia sí su cara, hasta tenerla cerca de los labios, que tiene entreabiertos. Observo toda la escena como si fuese la espectadora de una película subidita de tono. ¡Quiero ser la prota! Eso quiero… Los labios de la chica se abren esperando los de Aarón. Él la besa sin apartar los ojos de mí. Ella los tiene cerrados, así que no se da cuenta de que la atención del hombre que la besa está en otro lugar. No puedo apartar la vista del morreo que le está dando. Es tan sensual, tan caliente… Esa forma que tiene de lamerle los labios, de jugar con ellos, me está poniendo a mil. Aprieto las piernas para contener las cosquillas que siento en el sexo.
De repente, la lujuria se me mezcla con la rabia. ¡Deseo ser yo la que está entre los brazos de Aarón! Pero no lo soy. Así que me vuelvo hacia Héctor, ahora concentrado en el lóbulo de mi oreja, y lo agarro del cuello de la camisa, atrayéndolo hacia mí. Lo beso con desesperación, con ansiedad. Imagino que son los labios de Aarón los que se están perdiendo con los míos. Héctor me abraza con fuerza, me aprieta contra él, sorprendido y excitado al mismo tiempo.
—Vámonos a tu casa —le propongo entre jadeos.
Asiente sonriendo. Me coge de la mano y nos levantamos. Cuando pasamos junto a la mesa en la que Aarón se encuentra, cruzamos nuestras miradas. Y tal como sucedió ayer en su piso, me estremezco de la cabeza a los pies sin necesidad de que me toque. Él me observa muy serio. Entreabre los labios, como si quisiera decir algo. Y en ese instante la chica lo toma de la barbilla y vuelve a arrimarlo a ella. Sin embargo, pone mala cara cuando Aarón se aparta alegando alguna excusa. Entonces Héctor tira de mí y me saca del local. Pierdo de vista a Aarón.
Una vez fuera, el deseo me vence. Me lanzo a los brazos de Héctor una vez más y lo beso con desesperación. Introduzco mi lengua en su boca y la saboreo. Desliza sus manos hasta mi trasero y me lo aprieta con fuerza. Jadeo y se pega a mí, clavándome su erección en el vientre. La canción resuena desde el interior del local: «Come let me make up for the things you lack… Cause you’re burning up I gotta get it fast». («Vamos, déjame darte todo lo que te hace falta. Como estás ardiendo, te lo daré rápido»).
—He traído mi coche. Está a unos cinco minutos. —Héctor me mira con picardía—. ¿Crees que podrás aguantar?
Suelto una risita. Me coge de la mano y echamos a correr hasta el automóvil. Una vez dentro, Héctor se lanza sobre mí, agarrándome de la nuca, y vuelve a besarme. Muerde mi labio inferior con delicadeza. Mi cuerpo está vibrando. Se separa de mí, observándome con lujuria. Agacho la cabeza un poco avergonzada. ¡Y pensar que la semana pasada lo único que Héctor hacía era mandarme montañas de trabajo y soltarme alguna regañina que otra…! Ahora, sin embargo, lo que quiere ordenarme son otras cosas.
Al fin arranca y nos perdemos por las calles de Valencia. Cada vez que nos detenemos en un semáforo, él alarga la mano y me acaricia la rodilla, provocándome temblores por todo el cuerpo. Nerviosa, me remuevo cambiando de postura, rozando mi sexo con el asiento. Hacía tiempo que no estaba tan caliente.
Unos quince minutos después llegamos a su apartamento. Vive en la última planta de una finca muy moderna situada en las afueras. Es un hombre con recursos, guapo y adinerado, jefe de una importante revista. ¡Y voy a acostarme con él esta noche!
Sin darme tiempo a pensar más, cierra la puerta y me empotra en ella. Mi culo choca y me quejo, pero Héctor me hace callar con un apasionado beso. Siento en mi boca el sabor de su excitación. Enrosco mi lengua en la suya. Entrelazo mis manos alrededor de su cuello y le acaricio el suave vello de la nuca. Me coge en brazos sujetándome por el trasero y le rodeo la cintura con las piernas. Se me queda mirando con una sonrisita orgullosa.
—Joder, Melissa Polanco, ya era hora de meterme entre tus piernas —dice.
—¡Que no me llames así! —lo regaño. Se limita a darme un lametón en el labio. Me lleva en brazos por el amplio y moderno salón y a continuación me sienta sobre la mesa del comedor. Se sitúa entre mis piernas y frota su pantalón contra mi piel. Aprecio el bulto que hay en él y de inmediato me pongo colorada.
—Te lo voy a hacer aquí.
Me sube el vestido hasta las ingles y me acaricia con delicadeza, mirándome de una manera muy lasciva. Pero a mí lo único que se me ocurre es preguntar:
—¿Seguro? ¿No será muy incómodo? Porque se me está clavando esta esquina y… —Héctor me tapa la boca.
—No lo fastidies, Melissa Polanco. Follar en la mesa es sensacional.
¡Y dale con llamarme por mi nombre completo! Así al final se me va a cortar todo el rollo. Sin embargo, él no me da tregua. Me acaricia la parte interior de los muslos, provocándome un escalofrío. Besa mi cuello con sensualidad, lo lame y le da suaves mordisquitos. Se me escapan un par de gemidos y cierro los ojos para dejarme llevar. Los dedos de Héctor son muy expertos. Sabe cómo y dónde tocarme. Cuando está a punto de rozar mis braguitas, aparta la mano y la dirige a mis pechos. Me coge uno con firmeza y me lo acaricia por encima de la ropa. Me echo hacia atrás sin abrir los ojos. Héctor me baja un tirante del vestido y deja al descubierto mi pecho derecho. Se inclina sobre él y lo besa; a continuación lame mi pezón, que ha despertado por completo con sus roces. Me baja el otro tirante y me descubre el pecho izquierdo. Coge ambos, me los masajea y estruja. Los mira con lujuria.
—Joder, Melissa Polanco, ¡qué tetas! —Chupa el otro pezón y lo mordisquea. Se aparta con un jadeo y en cuestión de segundos se ha quitado la camisa—. Me tienes cachondísimo. —Se lleva las manos al cinturón y empieza a desabrochárselo—. Voy a follarte ahora mismo.
Lo observo mientras deja que el pantalón caiga al suelo. Dirijo la mirada al tremendo bulto que me apunta desde su bóxer. Se da cuenta de que estoy anonadada, así que se lo señala y dice:
—Es todo para ti. —Coge una de mis manos y la pone encima. La aparto, asustada, y se me queda mirando sin comprender—. ¿No la quieres? —Sonríe.
—Claro que sí… Es que hace tiempo que no… Y tan…
—¡Qué recatada eres! —Me separa las piernas otra vez, pasa las manos por mi trasero, me lo agarra con fuerza y me atrae hacia él. Toda su erección se clava en mi sexo, tanto que incluso me hace daño. Suelto un suspiro sin poderlo evitar—. Y así sólo consigues que me ponga más.
Hace a un lado la tela de mis braguitas. Me tenso ante el contacto de sus dedos en la parte interior de los muslos. Sube hasta las ingles. Cierro los ojos y me inclino hacia atrás. Acerca su rostro al mío y me besa la mandíbula, la lame y acto seguido se dedica a darme pequeños besos en la comisura de los labios. Me sujeto a su espalda y trato de relajarme. Introduce su lengua en mi boca casi con rabia y empieza a devorarme con ganas. Por un momento se me pasa por la cabeza que lo que le excita es tener a una subordinada también en la cama, no sólo en el trabajo.
Dejo que me bese al tiempo que su mano busca mi sexo. Cuando su dedo roza mis labios, doy un brinco. Aprieto los ojos con fuerza. «Concéntrate, concéntrate». Oh, maldita sea. ¿Qué me pasa? ¿Por qué no puedo relajarme con este pedazo de hombre? Es todo culpa del gilipollas de mi ex. ¡Cabrón, que no me deja ni echar un buen polvo!
Siento que toda la excitación se me está yendo. Me pongo nerviosa con los apasionados besos de Héctor y con las caricias que me está dedicando entre las piernas, así que intento apartarlo. Se resiste, impidiéndome respirar, pero al fin, lo consigo. Se me queda mirando con expresión aturdida. Trata de besarme una vez más, pero ladeo la cabeza.
—No puedo —digo en un susurro.
—¿Qué? Creo que no he oído bien.
Me subo los tirantes del vestido y doy un saltito hacia delante, empujándolo con mi cuerpo. Se echa hacia atrás con las cejas fruncidas. Me observa anonadado mientras cojo mi bolsito y echo a correr hacia la puerta. ¡Estoy huyendo, qué triste!
—Por tu madre, Melissa Polanco, no me hagas esto… —El tono de Héctor es duro. Está bastante cabreado, y lo entiendo.
—Lo siento, de verdad. Pero ¡eres mi jefe!
Se me dobla un pie a causa del altísimo tacón. Suelto un gemido de dolor, pero no me detengo. En realidad, no me estoy escabullendo porque sea mi jefe, sino porque he empezado a sentir en el pecho una presión demasiado dolorosa.
—Vuelve aquí, aburrida, o…
Viene en mi busca. Me vuelvo para ver si va a alcanzarme. Oh, estoy dejando atrás ese espectacular cuerpo, ese rostro tan atractivo, esa mirada ardiente… Sí, definitivamente lo dejo atrás. Estoy demasiado asustada.
Héctor me llama, pero hago caso omiso. Por fin, cierro la puerta a mi espalda y bajo a toda prisa la escalera. Cuando llego al rellano, el corazón me late a mil por hora. Me recoloco el vestido antes de salir a la calle. Una vez fuera, camino durante un rato hasta encontrar un taxi. Ya en él, me pongo a pensar.
¡Dios, soy patética! Menuda oportunidad desperdiciada.