4

Theros se despertó sobresaltado. Sacudió la cabeza e intentó ver algo entre las tinieblas. No reconocía el lugar y menos aún cómo había llegado allí. El suelo se movía dando bandazos, ora a la izquierda, ora a la derecha. Procedentes de todas direcciones, le llegaban voces que susurraban en la oscuridad. De pronto, recordó los acontecimientos de los últimos dos días.

Sus ojos empezaron a acostumbrarse a la penumbra. No estaba tan oscuro como había pensado. Vislumbró unos cois que se balanceaban y las literas que se alineaban a ambos lados del camarote. Le habían asignado una litera en el lado de babor. Había más hombres que camas, pero no importaba, porque siempre había algunos de ellos haciendo la guardia nocturna. En los cambios de turno, unos ocupaban las literas de los otros. Nadie debía preocuparse por si le tocaba dormir en coy o en litera, ya que, a efectos prácticos, eran idénticos. Como esclavos, no tenían nada de su propiedad y, por tanto, nada podían disputarse.

Se dio cuenta de que las voces que había oído no eran tales voces, sino el embate de las olas contra el costado de la nave.

Theros se sentó en la litera e intentó identificar el ruido que lo había despertado. Oyó que se abría la escotilla del techo y vio que alguien descendía con lentitud por la escalera. No hacía ningún ruido, lo que era bastante extraño, dado que llevaba armadura y más armas de las que el chico creía. La figura avanzó directamente hacia Theros. Si alguien más estaba despierto, no se movió.

Cuando estuvo más cerca, Theros vio que era un minotauro, pero no uno cualquiera. Era enorme, tenía unos cuernos inmensos y llevaba una armadura de cuero tachonada de oro. Theros había aprendido la lección y no osó moverse ni hablar. El minotauro fue directo al lecho del muchacho y, al ver que estaba despierto, le hizo señales de que le siguiera.

Theros saltó de la litera y fue en pos del gigantesco minotauro por la escalerilla hasta el castillo de proa. No vio a nadie en cubierta. ¿Qué había pasado con la guardia nocturna? El minotauro le indicó que se sentara en un cajón. Obedeció, miró expectante a aquella criatura colosal y recordó el consejo de Aldvin: «No dejes que vean que tienes miedo». Juntó las manos y las apretó con fuerza.

No sabes quién soy, ¿verdad? —dijo el minotauro, pero, al hablar, no emitió ningún sonido. Las palabras resonaron en la mente de Theros, eso fue todo.

Theros negó con la cabeza.

Puedes hablar conmigo. No soy miembro de la tripulación de este barco. Soy Sargas y protejo a los minotauros, entre otras criaturas.

Theros abrió la boca.

—Yo soy…

Detente, pequeño humano. Sé quién eres y qué eres: uno de mis hijos. ¿Sabes que existen los dioses, joven Theros?

—No hay dioses, señor —respondió Theros—. Un hombre de nuestro pueblo dice que los antiguos dioses nos abandonaron después del Cataclismo y que…

¡Basta! —gruñó el minotauro y lo miró con fiereza—. Ya sé que hay hombres que dicen esas cosas. Se autodenominan Buscadores en el lenguaje humano y dicen que son los únicos clérigos que quedan en Krynn.

»Déjame decirte lo que necesitas saber de los dioses, pequeño Theros. Sólo debes preocuparte por el dios que gobierna tu vida, y ése soy yo, Sargas, dios de los minotauros, del honor, la guerra y la venganza. Reverénciame, Theros, porque soy tu señor entre los señores.

Theros miraba perplejo al minotauro.

—No eres un dios, eres un minotauro. No lo entiendo. —Recordó entonces algo que había oído decir al Buscador—. Si eres un dios, demuéstramelo.

La ira deformó el rostro del colosal guerrero y habló con voz estentórea, aunque no se oyó absolutamente nada.

Verdaderamente no sabes nada de los dioses, ¿verdad, pequeño Theros? Son los mortales los que necesitan ser reconocidos por mí, son ellos quienes deben demostrarme que merecen el honor de que los reconozca, hacerme ver que poseen las habilidades del buen guerrero y la mente despierta de los estrategas.

Theros estaba aterrorizado, pero decidió permanecer tranquilo. Sargas lo observaba y, al cabo, sonrió.

Eres valiente y eso me gusta. Por esta vez, haré gala de humildad y te demostraré que soy un dios de poder inigualable.

Mientras hablaba, el minotauro se iba haciendo más y más grande, hasta que el barco quedó entre sus piernas. Seguía sin oírse el menor ruido, pero las palabras retumbaban en su mente. De pronto, al minotauro se le alargaron los brazos y le salieron plumas. Theros no podía dar crédito a sus ojos. En pocos segundos, el gigantesco minotauro se había convertido en un buitre inmenso, que alzó el vuelo. Un brillo rojizo perfilaba su contorno. Voló por encima del barco, y luego extendió las garras y se lanzó en un picado vertiginoso directamente hacia Theros.

El descomunal buitre iba a destrozar a Theros, quien, sin embargo, permaneció inmóvil, no por valentía, sino porque el terror lo había paralizado. El buitre aterrizó como un rayo en el mismo punto en el que antes había estado el minotauro y, en el último instante, recuperó su forma original. Sargas estaba frente a Theros y sonreía.

Theros no podía creerlo, no entendía qué era lo que acababa de ver. Se frotó los ojos y se pellizcó para asegurarse de que estaba despierto. El minotauro seguía allí de pie, frente a él.

Sargas se dobló por la cintura y miró a Theros directamente a los ojos.

Hace dos días, Theros, estabas en la playa y no eras más que un chico de pueblo cuyo destino era ser pescador. Detestabas esa vida y tuviste el buen sentido de decidirte a compartir tu suerte con los guerreros minotauros. Eso me complació sobremanera, y desde entonces te he estado observando.

»Ayer te revelaste como un verdadero campeón del honor. Podrías haber dejado que el guerrero humano hundiera su puñal en la espalda del minotauro que, al fin y al cabo, era tu enemigo, pero, en cambio, reconociste la cobardía que entrañaba ese acto y avisaste a tiempo al capitán. Me complaciste nuevamente.

»Eres un humano con una vida prometedora. He venido para revelarme a ti y guiar tus pasos por el camino correcto.

Theros miró los ojos de Sargas, que eran auténticas simas de oscuridad. Su mente se lanzó al vacío de tinieblas y, al alcanzar el centro, lo vio todo sin ver nada. Theros creyó.

—¿Qué debo hacer, mi señor?

Sargas se incorporó.

En todo momento debes tener en mente el honor. Si me honras, te honrarás a ti mismo, y reconocerás la verdadera virtud que hay en el honor. Aprende el arte y el oficio de la guerra y no olvides que te aguarda un destino excepcional. No malgastes tu vida. Tómala y úsala, forjándola según tu voluntad, tal como hiciste en la playa hace dos días o ayer en este barco.

»Me verás tres veces a lo largo de tu vida, Theros. Ésta ha sido la primera. No tendrás ninguna señal previa, pero las visitas se producirán en momentos de crisis, en los que te mostraré el camino que desee que tomes.

Sin previo aviso, el minotauro volvió a convertirse en un buitre de alas ígneas y emprendió el vuelo. Theros siguió con la vista al pájaro, que se fue elevando en el cielo nocturno hasta convertirse en un punto y confundirse con una estrella.

Theros volvió a su litera, dispuesto a repasar mentalmente los acontecimientos de aquel día para poner un poco de orden en su cabeza, pero no tardó en caer en un sueño muy profundo. Cuando despertó, la tripulación de minotauros examinaba estupefacta la pluma negra de buitre que había encontrado en la cubierta. Decían que estaban demasiado lejos de tierra firme para que un buitre volara sobre el barco.