29

—No es muy bonita, pero servirá —dijo Theros.

—¡Y tanto que sí! —contestó Koromer con orgullo.

De pie en el muelle, contemplaban la última nave de evacuación que habían construido. Su nombre en lengua élfica era Spiriniltan’thimis. Koromer, que tenía bastantes problemas con el idioma, no había hecho el mínimo esfuerzo por intentar pronunciarlo y la llamaba Spirin.

Theros estaba con el carpintero de ribera y sus dos inseparables elfos guardaespaldas. Habían empleado los últimos once meses en la construcción de las naves para evacuar Qualinesti. Pronto, la última se uniría a sus hermanas, que ya cubrían el trayecto entre Quivernost, en la costa de la nación Qualinesti, y Qualimori, en el extremo meridional de Ergoth del Sur. Una cuadrilla de elfos se afanaba a bordo para terminar de colocar los aparejos.

—En tres días, ya podrá hacerse a la mar. Es una nave espléndida, aunque debo admitir que tenéis razón: no es bonita. —Koromer le había dado una forma alargada y plana, con sólo dos mástiles, igual que las tres primeras—. Pero servirá.

La travesía a Qualimori sólo duraba tres días navegando a mar abierto. La nave no había sido pensada para permanecer meses en el mar; ni siquiera semanas. En cambio, su forma le daba una gran capacidad de carga. Era capaz de transportar ochocientos elfos con las provisiones justas para el viaje o quinientos con las bodegas cargadas hasta los topes.

Hirinthas no compartía su entusiasmo. No había duda de que las formas cuadradas del barco ofendían su sensibilidad. Se volvió hacia su camarada elfo y le hizo un comentario en su lengua nativa. Theros lo entendió, pero disimuló. Durante su estancia allí, había aprendido bastante el idioma élfico, aunque procuraba no exhibir sus conocimientos. Su pronunciación distaba de acercarse a la de los elfos, que hacían muecas de dolor cuando le oían destrozar su bella lengua.

—Como las otras, no puede ocultar su factura humana —dijo Hirinthas.

Si la hubieran armado los elfos, habría sido tan estilizada como un pez volador, e igual de inútil. Ésa era una de las razones, según creía Theros, que habían llevado a Gilthanas a contratar humanos para la construcción de las naves. Disponían del tiempo justo para hacer cuatro barcos funcionales, no obras de arte de la arquitectura naval.

Theros había instalado la forja en una atarazana cercana al muelle, y allí había fabricado todos los clavos, poleas, cadenas y abrazaderas necesarios. Koromer le dibujaba las piezas y los dos discutían el tamaño, el pulido y el peso de cada una. Theros hacía una muestra y, cuando Koromer daba su aprobación, la fabricaba en las cantidades requeridas.

Finalmente, habían conseguido construir una flota de cuatro naves. Gilthanas había calculado que, con ese número de barcos navegando día y noche, podrían evacuar a tiempo al grueso de la población de Qualinesti. Por el momento, ya se habían trasladado a Qualimori quince mil elfos. La operación comenzó en cuanto la primera nave estuvo lista para zarpar. Actualmente, con tres naves, cada semana hacían la travesía más de dos mil elfos, y dentro de poco, con la cuarta, serían casi tres mil los pasajeros semanales.

La primera nave había sido la más difícil de construir. Trabajaron sobre planos preliminares que había dibujado Koromer, pero cada día se hacían cambios para solucionar los problemas con que se encontraban o los cálculos erróneos que descubrían. Theros y Koromer estuvieron a punto de llegar a las manos por una pieza del timón que Theros forjó según las especificaciones de Koromer y luego tuvo que rehacer más de tres veces debido a las continuas modificaciones, pero cuando la versión definitiva funcionó, olvidaron sus diferencias. Ahora, tras el éxito de las cuatro botaduras, se consideraban buenos amigos.

Una mañana, al despertarse, Theros se había dado cuenta de que, por primera vez en su vida, se sentía feliz. Después de haber vivido durante años en una ciudad hedionda y superpoblada, le satisfacía en gran manera volver a vivir junto al mar, escuchar la inacabable canción de las olas y los graznidos de las aves marinas, y respirar el aire limpio y fresco de la costa. Dedicaba los días al trabajo y las noches a comer, a beber y a conversar con Koromer, hasta la hora de acostarse.

Cuando la última nave ya casi estaba lista para salir al mar, Theros subió a bordo para inspeccionarla. Comprobó satisfecho que era una embarcación sólida y marinera, y dejó que la cuadrilla de elfos se ocupara de recoger y limpiar. Se había ganado una merecida cena. El sol ya se estaba poniendo cuando llegó al salón de reuniones.

Al entrar, lo recibieron con vítores. Koromer estaba sentado y sostenía en alto una gran jarra. Theros sonrió, hizo una reverencia a los elfos y se fue hacia la mesa de Koromer.

—¡Eh! ¿De dónde la has sacado? —le preguntó mirando el contenido de la jarra. Si sus ojos no le engañaban, aquello era cerveza. Hacía meses que Theros no la probaba.

Koromer señaló un barrilete que tenía junto a él, en el suelo. Cogió una jarra vacía de la mesa y la llenó de un líquido oscuro y espumoso. A Theros se le hizo la boca agua.

—¡Gilthanas nos la ha traído como regalo! Dice que es de una posada de Solace llamada El Último Hogar. Pruébala. ¡Está deliciosa!

Theros levantó la jarra y la apuró de un trago. Era una cerveza amarga con un sabor a madera que le quitó el regusto a sal que parecía no querer abandonar su boca. En toda su vida no había probado algo tan bueno. Dejó la jarra en la mesa y se secó los ojos, incapaz de pronunciar palabra.

Koromer se echó a reír y le volvió a llenar la jarra.

—Es realmente buena. ¿Dices que Gilthanas está aquí?

—Sí, en aquel rincón, hablando con Hirinthas —le contestó Koromer.

—Voy a hablar con él. ¿Vienes?

Koromer sacudió la cabeza enfáticamente.

—¡No pienso apartarme de este barril hasta que lo vacíe!

Theros se rió, cogió su jarra rebosante de espuma y se fue hacia el rincón que Koromer le había indicado. Gilthanas le hizo el raro honor de levantarse a recibirlo.

—Ironfeld, me alegro de veros. Tenemos una deuda con vos, no sólo por el trabajo, sino por vuestra lealtad y paciencia. No os debe de haber sido fácil vivir entre mi gente.

Le habló en lengua qualinesti, confiando en que lo entendería. Theros miró a Hirinthas. Al parecer, el elfo era más observador de lo que había creído.

Le contestó en su misma lengua, haciendo un esfuerzo por pronunciar correctamente los sutiles matices tonales. Mientras hablaba, estudió a Gilthanas. Estaba mucho más delgado que la última vez que lo vio, además de pálido y ojeroso, y parecía estar cansado hasta el agotamiento. Aun así, se sentaba bien erguido, como correspondía a su linaje real.

—Gracias —repuso Theros—. Ha sido agradable trabajar para el bien de la gente. La Spiriniltan’thimis —tartamudeó al decir el nombre— es la mejor de la flota. Hemos cortado las velas de otra manera y así hemos conseguido que navegue mejor. Cogerá una velocidad de varios nudos más que las otras. Pero ¿cómo va la guerra contra Verminaard?

—No puedo decir que vaya bien —repuso Gilthanas con gravedad—, pero seguimos luchando. Verminaard ha penetrado en la zona este del bosque y no podemos expulsarlo. Ya hace casi un mes desde la última vez que logramos lanzar un ataque contra Pax Tharkas y no creo que volvamos a disponer de los efectivos necesarios para repetirlo. Él se refuerza y nosotros nos debilitamos. De todos modos, la evacuación va incluso por delante de los plazos establecidos, gracias a vos y a Koromer. La nación qualinesti y yo os estamos muy agradecidos.

—He hecho lo que he podido —contestó Theros sonriendo—. Me alegro de que haya dado resultado.

—Vuestro trabajo aquí ha llegado a su fin, Theros Ironfeld —repuso Gilthanas—. Ahora que la cuarta nave ya está lista para navegar, he venido a cumplir lo convenido. Por la mañana os entregaré el acero prometido y algo más, regalo de mi padre, el Orador de los Soles, para demostraros su agradecimiento por permanecer con nosotros hasta que las cuatro naves han estado acabadas, sin tener ninguna obligación. Hirinthas y Vermala os escoltarán hasta Solace, si es que todavía deseáis ir allí.

Theros bebió un sorbo de cerveza y contestó:

—A decir verdad, todavía no he pensado adonde iré. La construcción de los barcos me ha tenido muy ocupado. No tengo ningún plan.

Estuvo a punto de ofrecerse a permanecer con ellos, pero descartó la idea. Los elfos le estaban agradecidos por sus servicios, le tenían simpatía e incluso le parecía que confiaban en él, aunque eso no significaba que quisieran que viviera con ellos, ni él ni cualquier otro humano.

—Claro que… —continuó— no estaría mal abrir un taller en Solace. Me han dicho que es un buen lugar para los negocios. Por la ciudad pasa gente procedente de todas partes y me será fácil vender armas y armaduras. Y si hay una posada que vende una cerveza así de buena… pues ¡creo que podría quedarme a vivir allí para toda la vida!

Volvió a la mesa de Koromer y juntos celebraron su propia fiesta, que duró hasta altas horas de la madrugada. Cuando se fueron a la cama, Solinari hacía horas que se había puesto.

Sin embargo, dos horas antes del amanecer, Theros ya estaba en la forja. Hirinthas y Vermala fueron allí a buscarlo.

—No esperábamos encontraros aquí —dijo Vermala—. Veo que habéis recogido vuestras cosas. ¿Estáis preparado?

Theros asintió. Se le hacía penoso abandonar aquel lugar, donde verdaderamente había disfrutado trabajando.

—¿No nos acompaña Koromer? ¿Aún no se ha decidido?

—Ha aceptado nuestra oferta y se quedará un tiempo, por si es necesario hacer alguna reparación. Y también vendrá con nosotros a Qualimori cuando acabemos de trasladarnos allí. —Hirinthas hizo una pausa y luego continuó diciendo—: Quisiéramos invitaros a visitarnos en Qualimori, Theros Ironfeld, o a vivir allí con nosotros si la ciudad de Solace no os satisface.

Theros se quedó mirándolo perplejo. Nunca habría esperado algo así. Se sintió tan emocionado que le faltaron las palabras, tanto en Común como en qualinesti.

—Gilthanas quería veros antes de que nos marcháramos —le dijo Hirinthas sonriendo—. No tardará en venir.

No tuvieron que esperar mucho antes de que Gilthanas entrara en la forja con una bolsita de terciopelo bordada a mano con hilo de oro y se la entregara a Theros.

—Añadid esto a los tesoros que lleváis colgados del cinto.

Theros cogió la bolsita y examinó con admiración la delicada labor.

—La ha bordado mi hermana —dijo Gilthanas con orgullo.

—Eso la hace aún más valiosa —repuso Theros—. Me gustaría tener la oportunidad de conocer a vuestra hermana algún día.

Gilthanas eludió el tema con una cortesía. Evidentemente, eso nunca ocurriría: ¡presentar una princesa de los elfos a un herrero!

Theros abrió la bolsita y, ante su vista, aparecieron cuatro diamantes que destellaron al sol con un brillo hipnótico. Cada gema era del tamaño de una nuez. Theros las miró sin dar crédito a sus ojos. Valían diez veces el salario que le correspondía por todos los meses de trabajo.

—No puedo aceptarlo. Con una sola de ellas ya me pagaríais más de lo que me debéis —dijo tendiéndole la bolsita a Gilthanas.

—Vuestro trabajo asegura la supervivencia de la nación qualinesti. Estas cuatro gemas son lo mínimo que podemos daros, pero nunca podremos pagaros nuestra deuda.

Theros se colgó la bolsita junto a las tres bolsas en las que guardaba sus tesoros. Contenían gemas por valor de cinco mil piezas de acero, sin contar los diamantes.

Entonces, Gilthanas hizo algo insólito. Se adelantó, le cogió la mano y, no sólo se la estrechó con calidez, sino que la retuvo entre las suyas, diminutas, y la apretó con firmeza.

—Escuchad, amigo mío, si alguien se entera de que nos habéis ayudado aquí en Qualinesti, correréis graves peligros, incluso cuando lleguéis a Solace. Tened cuidado y no digáis una sola palabra a nadie. No os confiéis. Hirinthas y Vermala os escoltarán hasta el extremo norte del bosque. Desde allí, continuaréis solo, como cualquier otro viajero. Os deseo toda la suerte del mundo.

Gilthanas volvió a apretarle la mano.

Por segunda vez aquella mañana, Theros no supo qué contestar. Gilthanas lo había llamado «amigo».

—A Solace, entonces —dijo cuando al fin recuperó la voz.