12
Era agradable volver a estar embarcado. Theros había vivido en diversas ocasiones a bordo de un barco similar a aquél, una galera alargada como tantas otras que ahora evacuaban a los minotauros de su fallido intento de colonia en la costa.
En cuanto Huluk llegó sano y salvo al pueblo, se reunió con el gobernador y confirmó que el tercer ejército había sido aniquilado y los elfos planeaban asolar el asentamiento minotauro y erradicarlos de su tierra. El gobernador inmediatamente envió a una veloz nave corsaria con el encargo de solicitar ayuda al Círculo Supremo.
La evacuación se había llevado a cabo con el máximo orden. El gobernador dispuso que se reforzaran las defensas y utilizó sabiamente su reducida tropa para retrasar el avance de los elfos hacia la población costera y el puerto. Pusieron trampas y les tendieron emboscadas; los forzaron a abandonar la caballería pesada en los densos bosques y a luchar con tácticas en las que los minotauros gozaban de manifiesta superioridad.
Los minotauros que no estaban en condiciones de pelear se ocuparon de desmantelar el asentamiento. Herramientas, provisiones, máquinas de guerra y pertenencias personales, todo fue embalado y amontonado en los muelles, a la espera de ser transportado.
Los barcos atracados en el puerto fueron cargados y enviados de vuelta a las tierras de los minotauros. Todas las posesiones valiosas y el equipo necesario fue embarcado junto a las mujeres, los niños, los esclavos y los heridos. Theros y Huluk se contaban entre los pasajeros. Nevek, ahora oficial de la guarnición, permaneció en tierra para participar en la defensa. Huluk le había recomendado personalmente para el ascenso. El gobernador estuvo de acuerdo y los cuernos de Nevek parecieron crecer casi dos centímetros en una sola noche.
El barco avanzaba con un suave balanceo de costado. Llevaba las velas totalmente desplegadas para aprovechar el soplo del mar. Theros contempló a los minotauros que trepaban entre las jarcias y se preguntó si aún conservaría la destreza necesaria para subir por los mástiles. Le habría gustado probar, pero su deber era dedicarse a la reparación de armas. De pie sobre cubierta, recordó al viejo Heretos, el capataz humano del barco minotauro en el que se embarcara de niño.
«No soy un esclavo, sino un honorable miembro de la tripulación», le había dicho con orgullo.
Ahora Theros podía decir lo mismo. Continuamente requerían sus servicios para que afilara armas o repusiera los mangos rotos de las hachas. Era muy hábil en la talla de los intrincados dibujos con los que los guerreros minotauros decoraban sus armas. Durante aquellos años, también había aprendido el oficio de guarnicionero y conocía los secretos de la fijación del metal al cuero para confeccionar una buena armadura.
Todo se lo debía a Hran.
Por su mente pasaron recuerdos del herrero y, entre ellos, el del día en que se conocieron…
Theros era uno de los cincuenta esclavos cedidos al comandante del tercer ejército, que fue informado de la destreza del esclavo como herrero, pero no creyó que un humano fuera capaz de llevar a cabo un trabajo tan delicado, por lo que fue destinado a la sección de intendencia de la retaguardia. Una vez allí, sin embargo, en lugar de pelar y cortar verduras para preparar la comida, Theros solía dedicarse a afilar los cuchillos de cocina y a remendar los desperfectos de las tiendas de campaña.
Un día, poco antes de que el ejército se embarcara rumbo a Silvanesti, un robusto minotauro vestido con el mandil de cuero de los herreros, se quedó mirando a Theros mientras éste afilaba cuchillos.
—¿No perteneces a la sección de intendencia, esclavo? —le preguntó.
—Sí, señor —contestó Theros levantándose en señal de respeto—, pero el cocinero dice que soy más hábil afilando y cosiendo que preparando comidas. Es lo mismo que hacía en el barco.
Hran gruñó y, cogiéndole del brazo, lo empujó hacia el interior de la tienda que hacía las veces de cocina, donde encontraron al jefe de intendencia.
—Perjaf, este esclavo dice que afila cuchillos y cose telas para ti. ¿Está mintiendo?
Perjaf, que acababa de matar un cerdo, se limpió las manos en el delantal.
—No, el esclavo dice la verdad. ¿Por qué? ¿No estaba haciendo lo que debía? ¿Estaba curioseando por tu tienda? Si es así, ya le enseñaré yo a comportarse.
—Tienes menos seso que una cabra, Perjaf. Este esclavo es demasiado valioso para emplearlo en afilar cuchillos de cortar cebollas. Quiero que trabaje para mí.
—Sí que es valioso —contestó Perjaf frunciendo el ceño—. También sabe trabajar el cuero.
—¿Qué quieres a cambio?
Hran era mayor que Perjaf y más veterano en el ejército, pero gozaban de un grado similar, por lo que Hran debía negociar. Perjaf dudó un momento. Hran era un buen camarada y durante años le había suministrado excelentes cuchillos y otros útiles de cocina. Sin embargo, no era conveniente que se lo cediera sin más. Eso lo rebajaría a los ojos de Hran.
—Que tu nuevo esclavo me haga un tahalí nuevo para el hacha. El que tengo está tan viejo que cualquier día se romperá. ¿Qué te parece el trato, Hran?
Hran sonrió ampliamente y asintió.
—Hecho. Ven conmigo, esclavo.
Theros no podía creerse su buena suerte. Por fin, tendría la oportunidad de trabajar con un verdadero maestro.
—¿Dónde has adquirido esas habilidades? —le preguntó Hran mirándolo como si fuera un regalo de Sargas.
Theros paseaba la mirada por la forja con ilusión, fijándose en las admirables espadas.
—He sido esclavo de los guerreros del Blatvos Kemas, una corbeta de guerra bajo bandera de Velek, hasta que Kronic, miembro del Círculo Supremo, me ganó en una apuesta con el capitán y me envió aquí junto con un nutrido grupo de esclavos.
Hran asintió con la cabeza en señal de aprobación y, viendo que Theros miraba las espadas con interés, le preguntó:
—¿Sabes cómo encender el fuego de una fragua o cómo batir el metal hasta convertirlo en una hoja cortante?
—No, señor —contestó, y bajó los ojos, sintiéndose muy pequeño.
Hran le dio tal palmada en el hombro que por poco lo envía de cabeza al interior de la forja.
—¡Tenemos mucho trabajo que hacer! Serás mi aprendiz y te enseñaré lo que sé. Recuerda que sigues siendo un esclavo, sobre todo de puertas afuera, pero aquí serás mi primer y más importante aprendiz. ¿Cómo te llamas?
Theros lo miró estupefacto. Hasta entonces, su único nombre había sido «esclavo».
—Theros.
—Bien, Theros, a trabajar —repuso Hran con una amplia sonrisa.
El balanceo del barco devolvió a Theros a la realidad del presente. Suspiró. Hran estaría orgulloso de él si pudiera verlo. Theros era un hombre libre y ya no tenía que hacer trabajos de esclavo en la nave.
De todos modos, el minotauro más miserable estaba por encima de él, que siempre tendría que esperar a que le dieran permiso para hablar, y que no podría dar su opinión sobre cuestiones políticas o de administración ni se le permitiría ocupar ningún cargo público. Tampoco podría poseer tierras.
¿Qué haría? ¿Adónde iría? No sentía ningún deseo de regresar a su tierra natal, un oscuro pueblecito de Nordmaar que apenas recordaba. Se imaginó a sí mismo pescando día tras día. ¡Ni hablar! Era un guerrero, no un pescador.
A los tres días de navegación, finalmente Huluk apareció en cubierta. Theros se acercó a saludar al oficial minotauro y extendió un brazo para que se apoyara, pero Huluk rechazó la ayuda.
—El médico dice que ya siempre andaré con una leve cojera, pero que, en uno o dos meses, estaré en disposición de luchar. Tengo que hacer ejercicio. Camina a mi lado y hazme compañía.
—Comandante, ¿podría pediros consejo? —preguntó Theros adaptando su paso al del minotauro.
—Oh, así que ahora que eres libre, has decidido adoptarme como padre, ¿no? —repuso Huluk haciendo una mueca.
—¡No, señor! —Theros sonreía—. No me atrevería ni a soñar… bueno, me sentiría muy honrado si… Lo que quería decir es…
—Relájate, Theros. Era una broma. Dime, ¿qué es lo que te preocupa?
Theros titubeaba mientras intentaba traducir sus pensamientos en palabras y caminaban hasta la borda. Huluk se apoyó en la barandilla.
—Allí abajo han hecho maravillas conmigo, aunque tardaré semanas en poder sentarme en una silla. ¡Por Sargas, cómo odio a los elfos! Pero bueno, ¿qué es lo que querías preguntarme?
Theros se volvió hacia el oficial minotauro.
—¿Adónde debería dirigirme, señor? Soy forjador de armas o, por lo menos, era un aprendiz de armero, pero no se me permitiría trabajar para un ejército minotauro. Las leyes prohíben que un humano haga ese trabajo.
—¡Mira que llegamos a ser cortos de miras, a veces! —respondió pensativo—. Si deseas tirar adelante con la profesión de forjador de armas, Theros, sólo tienes una opción. Tendrás que volver con los tuyos. En nuestra sociedad, la libertad no comporta igualdad, y es necesario que la gente para la que trabajes te respete. Diría que lo mejor será que te unas a un ejército humano.
—Ni siquiera sabría dónde empezar a buscarlo. ¿Cómo puedo ir a territorio humano? ¿Cómo me presento? —preguntó Theros perplejo.
—Ya, claro —dijo Huluk asintiendo—. Has sido un esclavo durante casi toda tu vida y no has convivido con muchos humanos. En mi juventud, cuando era un oficial de poco rango, como ahora Nevek, estuve en Ansalon central y luché junto a Dargon Moorgoth, el comandante de un ejército de mercenarios humanos. Procedía de algún lugar llamado Sanction. Luchamos con la ayuda de Moorgoth para conquistar la isla de Schallsea, en el Nuevo Mar. La expedición que planeamos conjuntamente no obtuvo buenos resultados, pero no fue debido a ningún error por parte de Moorgoth. Quizá valga la pena buscarlo.
—¿Sanction? ¿Dónde está eso?
—Es una ciudad situada en mitad del continente de Ansalon, no sé dónde exactamente. Sí, Sanction es donde yo iría en busca de humanos que puedan necesitar un herrero hábil.
—Gracias, comandante, tendré en cuenta su consejo.
—Te presentaré a un capitán de barco llamado Olifac. Según creo, comercia con armas en esa zona. Te llevará donde quieras, siempre que trabajes para ganarte el pasaje.
—Gracias otra vez, comandante —repuso Theros asintiendo.
—Antes de emigrar, deberías pasar algún tiempo trabajando en una herrería de Lacynes. Como humano libre, tienes alguna posibilidad de integrarte en la sociedad civil de los minotauros y nuestros herreros se cuentan entre los más diestros de todo Krynn. ¿Por qué no trabajas para otro durante uno o dos años antes de ir en busca de un ejército humano?
Theros se quedó un momento pensando.
—No sé, comandante. No sería lo mismo trabajar para alguien que no sea Hran. ¿Estará Olifac en Lacynes cuando lleguemos?
—¡Deja de llamarme comandante! —exclamó Huluk agitando la mano—. El Círculo Supremo me ha ascendido a comandante de grupo. Dirígete a mí como corresponde.
—Sí, comandante de grupo —repuso Theros sonriendo.
Huluk casi se permitió sonreír a su vez.
—Al parecer, esta brutal guerra con los elfos está siendo buena para las promociones. Por lo que se refiere a Olifac, no tengo ni la más remota idea de si está en puerto o navegando. Lo averiguaremos cuando toquemos tierra.
Cuatro días más tarde llegaban a puerto.