TESTIMONIO DE GRATITUD

Deseamos agradecer, en primer lugar, a Dominique Conchon, nuestra inapreciable colaboradora y amiga, los tres años de trabajo que exigió la preparación de nuestro libro. Con un cuidado, una inteligencia y una fe constante en nuestra empresa, organizó la clasificación de innumerables documentos acumulados durante nuestra encuesta. Durante los largos y difíciles meses de la redacción de este libro, ha sido una infatigable asistente: preparó nuestra documentación con tal minuciosidad, que nos ahorró muchos esfuerzos, ordenó nuestros apuntes, corrigió con infatigable paciencia las mil quinientas páginas del manuscrito francés y dirigió nuestro secretariado.

Nuestro agradecimiento, igualmente, a nuestro equipo de investigadores: Lilly Rivlin, por sus pacientes indagaciones a través de Israel y por el entusiasmo que mostró en recoger los relatos de combates de una guerra que no conoció; a Suleiman Mussa, historiador, por los testimonios que recogió cerca de los veteranos de la Legión Árabe; a nuestra amiga palestina Diana, que nos ofreció toda su ayuda y los emocionantes testimonios de tantos compatriotas suyos.

Para nuestro amigo René Clair, que aceptó dedicar tantas horas de su precioso tiempo a leer la versión francesa de nuestro manuscrito, y por animarnos con sus consejos, tenemos una deuda muy especial de gratitud. Nuestro reconocimiento también a nuestro amigo Pierre Nora, cuyo conocimiento histórico de nuestro asunto nos proporcionó alientos y consejos particularmente preciosos; al profesor Louis Evrad, cuya inagotable cultura nos permitió evitar muchos errores históricos; a nuestro amigo Pierre Peuchmaurd y a su encantadora esposa, Fanny, por todo el tiempo que han dedicado a la corrección de nuestro texto; al rabino señor Charles Touati, por la amable supervisión que tuvo ti bien hacer de todos los pasajes concernientes a la religión judía; a Colette Modiano, autora de una destacada obra —por aparecer— sobre Oriente Medio, por su ayuda tan apreciable.

Entre los que han sido nuestros fieles compañeros de trabajo, nuestro agradecimiento también a Hélène Fillion, Nicole Littée, Christine Soler, Marianne Morange, Catherine Guyon, Marielle Carré, Jacqueline de la Cruz y a nuestras amigas Jeanne Conchon y Josette Wallet, por ayudarnos a franquear las últimas horas de la redacción de este libro.

Finalmente, dirigimos un pensamiento de gratitud a Catherine y Marius Rocchia, Alexandre y Paulette Isart, Rene y Ginette Dabrowski, cuyos atentos cuidados han sostenido nuestra moral durante nuestros largos meses de trabajo.

La preparación de Oh, Jerusalén exigió dos años de pacientes y difíciles esfuerzos a través de Oriente Medio, Europa y los Estados Unidos. Más de dos mil personas han colaborado directa o indirectamente en esta información. Si nos es imposible citarlas a todas, que nos perdonen, pero que sepan cuan agradecidos les estamos.

Entre las personalidades israelíes que tan generosamente nos han concedido su precioso tiempo, damos las gracias, muy especialmente, al señor David Ben Gurion, el cual, durante dos largas entrevistas, reconstituyó para nosotros las horas cruciales de 1948 y nos ofreció el privilegio especial de consultar numerosos pasajes inéditos de su Diario personal; a la señora Golda Meir, que tuvo a bien segregar, de su agobiador programa, las horas que nos permitieron revivir —en su compañía— cada minuto de su viaje a los Estados Unidos en enero de 1948 y su entrevista secreta con el rey Abdullah cuatro días antes del estallido de la guerra; a Ehud Avriel, que tanta paciencia mostró en narrarnos las peripecias de sus misiones en Checoslovaquia cuando, simulando ser un representante del Negus, compró las armas para Israel; a la señora de David Shaltiel y al embajador señor Levavi, que pusieron a nuestra disposición los archivos y papeles personales del comandante de la «Haganah» en Jerusalén; a Josef Avidar, que desenterró para nosotros sus informes de la época y nos ayudó a reconstituir, casi fusil por fusil, la aventura clandestina del armamento judío; al embajador Jacob Tsur, cuyo excepcional conocimiento de Jerusalén nos fue tan precioso para conocer los mil aspectos de la ciudad y de sus habitantes; a Vivian Herzog y a su esposa Aura, que con tanta paciencia nos ayudaron a vivir, mentalmente, las miserias y alegrías de Jerusalén. Vivian Herzog y Shlomo Shamir nos presentaron además, una ayuda inapreciable en la reconstitución de las batallas de Latrun. A todos ellos, nuestro agradecimiento. Al señor y señora Boulton y a Miles y Guita Sherover, cuyo apoyo y aliento fueron una ayuda tan preciosa, les dirigimos nuestro reconocimiento.

Agradecemos también al teniente coronel Elie Bar Lev, del Departamento de información del Ministerio de Defensa de Israel, y a Gershon Rivlin, redactor jefe de la revista militar Ma'arachot, el haber tenido a bien orientar nuestras investigaciones y poner a nuestra disposición numerosos documentos.

Por parte árabe, la ayuda excepcional que hemos recibido nos permitió llevar una investigación que jamás pudo ser realizada antes. Entre las innumerables personas con las que estamos particularmente en deuda, agradecemos a S.M. el rey Hussein de Jordania el que nos permitiera tener acceso a los archivos de la Legión Árabe; al coronel Abdullah Tell, el cual, durante casi tres semanas de entrevistas, reconstruyó para nosotros cada minuto de la batalla de Jerusalén por parte árabe; a Mahmud Russan, cuyo Diario personal tan útil nos ha sido para nuestros capítulos sobre las batallas de Latrun; a Ali Abu Nuwar, en la actualidad embajador de Jordania en París, que nos ayudó a encontrar la exultante atmósfera de la marcha de la Legión Árabe hacia Palestina; a Emile Ghory y a Baghet Abu Garbieh, que recrearon para nosotros, a través de sus experiencias personales, el papel de los defensores árabes de Jerusalén en 1948; al presidente Camille Chamun y al doctor Charles Malik, que tan importante papel desempeñaron con ocasión del debate, en la ONU, de noviembre de 1947, como representantes del Líbano; a Mohamed Hassan el Heikal, que nos confió sus experiencias de joven periodista en la Palestina en guerra de aquella época; a la señora de Abdel Kader Husseini, viuda del jefe árabe muerto en la batalla de Castel, que nos confió la correspondencia de su marido; y, finalmente, a Antonio Pulli, que nos permitió penetrar, gracias a sus recuerdos, en la intimidad del rey Faruk.

Entre las decenas de personas que hemos entrevistado en Gran Bretaña, que nos sea permitido agradecer muy especialmente a Sir John Bagot Glubb, a Sir Alec Kirkbride, a Sir Alan Cunningham, a Sir Gordon Mac Millan y a Sir Harold Beeley, los consejos y la cálida ayuda que nos aportaron.

En los Estados Unidos, donde tantas personas nos ofrecieron su concurso, agradecemos muy particularmente a Clark Clifford el habernos permitido consultar sus papeles personales, así como a la dirección de la biblioteca Truman de Independence, Missouri.

En Francia, debernos agradecer especialmente a la señora de René Neuville, viuda del cónsul general de Francia en Jerusalén, el que sus recuerdos nos ayudaran a reconstruir la vida de Jerusalén en 1948, así como al doctor René Bauer, médico jefe del Hospital Francés de Jerusalén, cuyo Diario personal tan precioso nos fue para relatar los combates en torno a «Notre-Dame de France». Asimismo, expresamos nuestra gratitud a los monjes de la abadía trapense de los Siete Dolores de Latrun, así como a Jacques de Reynier, representante de la Cruz Roja Internacional, que nos ayudó a reconstruir el drama de Deir Yassin.

Finalmente, sin los alientos y el apoyo de nuestros editores y de nuestros amigos del Reader's Digest, no hubiéramos podido jamás escribir Oh, Jerusalén. Que nuestros amigos Robert Laffont, Jacques Peuchmaurd y Claude Anceau, en París; Peter Schwed, Mike Korda y Dan Green, en Nueva York; Fulton Oursler, en Pleasantville, así como Irving Lazar, en Los Ángeles, y Nicholas Thompson, en Londres, reciban nuestras más efusivas gracias por su fe inquebrantable en nuestro proyecto.

Les Bignoles

La Biche Niche

Ramatuelle

23 de mayo de 1971

FIN

Oh, Jerusalén
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