PRÓLOGO

La mujer se acomodó junto a la ventana en un sillón que estaba algo raído. Llevaba el pelo cortado al rape y cubierto por un pañuelo verde, su cuerpo enjuto casi desaparecía dentro de un vestido de hilo color beis. A su lado, en una mesita, tenía una grabadora de casete.

Como hacía ya un rato que no decía nada, alargó una mano y apagó el aparato, que emitía un suave zumbido.

Quién habría dicho que una grabadora de casete acabaría convirtiéndose en una reliquia de tiempos pasados, pensó. En su época, los jóvenes eran capaces de hacer cualquier cosa por conseguir una. Aguantaban colas durante horas, suplicaban a parientes del Oeste, sobornaban a dependientas. Habían luchado contra una escasez que ya nadie era capaz de imaginar.

En la actualidad, cualquiera tenía un reproductor MP3 o un teléfono móvil con el que escuchar música. Las tiendas estaban llenas de esos chismes, pero ella era incapaz de seguirles el ritmo a todos esos avances tecnológicos que evolucionaban cada vez más deprisa. Prefería hacer las cosas a la antigua. Sobre todo si se trataba de algo tan importante como ese deseo que le ardía en el alma desde hacía años.

Con esos cacharros modernos también se podía grabar la voz, desde luego, pero ¿cómo se le entregaba luego a alguien? ¿Se enviaba un archivo por correo electrónico o algo así? Eso le parecía absolutamente impersonal. Antes, como muestra de afecto, le regalabas a tu novio o a tu novia una cinta recopilatoria llena de canciones grabadas de la radio con muchísima dedicación. Ahora solo había que enviar una playlist por correo electrónico, y así iban cambiando todas las cosas…

Por eso le había sorprendido tanto que consiguieran encontrarle una grabadora de casete. Un amigo se la dejó encima de la mesa un día que fue a verla.

—¿Y qué es lo que quieres hacer con esto? —le preguntó.

—Dejar un testimonio —respondió ella, pero con una sonrisa, porque su amigo no estaba al corriente de la situación en que se encontraba.

Su mundo se había vuelto muy pequeño durante esos últimos años; ya solo le quedaba esperar, en realidad. El momento oportuno, el día oportuno, cartas, visitas.

Había tardado una eternidad en recibir aquella carta tan fundamental, pero por fin había llegado y con ello había desencadenado una serie de acontecimientos que estaban en su punto culminante.

Abrió la tapa de la grabadora y sacó la cinta. En el fondo, también lo que había creado ella era una cinta recopilatoria. La cinta recopilatoria de una vida. No lo había contado todo, solo la parte más importante. Algún secreto había que llevarse a la tumba…

Paseó la mirada por la mesa hasta llegar a los folios que se apilaban sobre la pequeña cómoda. Esas fotocopias le habían ayudado a ordenar sus recuerdos.

También había redactado una carta. Estaba en lo alto de la pila, con la dirección y el sello puestos. Solo faltaba llevarla a correos.

Cuando lo hiciera, la espera comenzaría otra vez desde el principio. Aún le quedaba algo de tiempo. No mucho, pero con suerte el suficiente para explicar por fin lo sucedido tantos años antes. Para sacar la verdad a la luz y concluir de una vez aquello que había estado postergando durante tanto tiempo.