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Desde que había ido a visitar a mi madre, cada vez que veía un hospital me invadía una sensación desagradable. De nuevo la experimentaba en esos momentos. Veía su cuerpo demacrado en la cama y notaba el olor a desinfectante en la nariz, aunque en el centro de cuidados paliativos se habían esforzado muchísimo por evitarlo en la medida de lo posible.

Sin embargo, la visita de ese día era tan indispensable como lo había sido el viaje para verla. Quedaba todavía una cosa que debía aclarar sin más dilación, aunque para ello fuese necesario que me tragara mi orgullo y me embarcase en algo que me provocaba una terrible inseguridad.

Leonie estaba con sus abuelos, que se habían alegrado muchísimo de tener con ellos a mi princesita. Ella les había enseñado con orgullo su escayola decorada, y yo sabía que podía confiar en que cuidarían bien de la niña mientras yo clarificaba el último punto oscuro de mi vida.

En realidad seguía sin confiar para nada en Jan, a pesar de su interés por el brazo roto de Leonie y la muñeca que al final sí le había enviado. Pero tal vez una conversación con él me ayudaría a avanzar.

Sí, había ido a verlo a él en lugar de acompañar a Christian a la subasta.

Respiré hondo y entonces crucé la puerta de la Clínica Paracelsus de Bremen. Llevaba en la mano un ramo de flores. Después de enterarme por su secretaria de que ya lo habían operado y que tenía que someterse a quimioterapia, decidí hacerle una visita. Sin Leonie. Mi hija podría haberme acompañado, porque su fractura se estaba curando bien, pero quería estar a solas con Jan. Quería que se concentrara solo en mí. Porque, si no hablaba conmigo, si yo no podía ser completamente sincera ante él, lo de la custodia compartida no iba a funcionar.

En el mostrador de recepción encontré a una joven con una blusa floreada y una amable sonrisa.

—Querría ver al señor Wegner, por favor —dije.

La recepcionista me informó de dónde se encontraba. Poco después subía en el ascensor a medicina interna, donde encontré la habitación más deprisa de lo que en realidad me habría gustado. Sin embargo, antes de que pudiera cambiar de opinión, la puerta se abrió y de allí salió una enfermera con una bandeja llena de medicamentos.

—¿A quién busca? —preguntó con diligencia.

—Al señor Wegner —contesté. Habría sido una tontería decir cualquier otra cosa; a fin de cuentas, estaba allí porque yo misma lo había decidido.

—¡Ah, pues se alegrará! —Se volvió y exclamó con simpatía—: ¡Señor Wegner, tiene visita!

Jan estaba sentado en la cama con ropa cómoda de color azul. Lo vi pálido, había adelgazado un poco. No era de extrañar, después de todo lo que había sufrido. En la mano llevaba una vía sujeta con esparadrapo, y por encima de él colgaba un gotero con un líquido transparente.

Se le abrieron los ojos con sorpresa al verme. Seguro que lo último que esperaba era que esa visita fuera yo.

—¿Annabel?

Cerré la puerta al entrar, pero por alguna razón todavía no podía acercarme a él.

—Sí, soy yo.

—¿Has venido a verme?

—Quiero hablar contigo. —Entonces sí que me acerqué a la cama y le di las flores—. Toma, son para ti. Espero que te recuperes.

—Gracias. —En su voz casi se oía cierto deje de timidez.

Permanecimos largo rato en silencio. No sabía por dónde empezar. No estaba bien discutir con un enfermo, la verdad, pero ¿conseguiríamos hablar como dos personas civilizadas cuando se trataba de Leonie? ¿De todo lo que quería Jan y de lo que hasta el momento no había hecho?

—Acércate una silla y siéntate —me dijo después de mirarme un rato.

Arrastré hasta los pies de la cama una de las que había junto a la ventana.

—¿Cómo estás? —pregunté.

—Bueno, según se mire. La operación ha ido bien, pero tengo que someterme a más tratamientos. Para empezar, seguramente ya puedo irme despidiendo de mi pelo.

En otra época tal vez le habría hecho el comentario jocoso de que entonces se parecería a Vin Diesel, pero sentí que no era momento para esa clase de bromas.

—Aun así, el pronóstico pinta bien —siguió explicando—. Si supero esto, tengo muchas probabilidades de llegar a los cien años.

—Me alegro —repuse, y luego se hizo un silencio.

Sentía el nerviosismo de Jan, y tampoco yo podía decir que estuviera tranquila. Uno nunca olvidaba del todo las viejas heridas.

—No quieres compartir conmigo la custodia, ¿verdad? —dijo decepcionado, mirando a la cama—. Bueno, no te lo puedo reprochar, después de lo de tu nuevo novio.

—En realidad he venido para hablar contigo de cómo quieres que organicemos la custodia compartida —expliqué.

Jan me miró con incredulidad.

—¿De verdad quieres…?

—Sí, pero me gustaría saber cómo vas a organizarte. Leonie debería tener una vida lo más estable posible, a pesar de nuestra ruptura.

—A mí también me parece muy importante —repuso Jan—, aunque hace un año fui demasiado imbécil para darme cuenta.

¿Podía confiar en él? Por lo menos debía intentarlo, si iba a darle una oportunidad.

—Tendrás que cambiar de vida. No quiero que Leonie esté mucho tiempo alejada de su entorno. Se ha amoldado muy bien a la nueva casa, y para ella no sería bueno tener que estar viajando continuamente entre Binz y Bremen.

—Y que tú te traslades está del todo descartado, ¿verdad?

Sacudí la cabeza.

—Ahora Binz es mi hogar, y además soy muy feliz con Christian. Mi nueva relación también le ha hecho mucho bien a Leonie.

—Entonces, te sería fácil sustituirme por él.

—No se trata de sustituir a nadie, Jan. Se trata de que él está ahí. De que él también se preocupa por mí. Tú siempre serás el padre de Leonie, pero para ser su padre tienes que hacer algo más que pasarnos dinero, enviar muñecas y llamar por teléfono. Tienes que demostrar que de verdad quieres ocuparte de ella.

Lo estuvo pensando un rato, luego cambió de postura hacia un lado. Al hacerlo, se le demudó el rostro de dolor.

—En cuanto a lo de los viajes: estos últimos días he tenido mucho tiempo para pensar —dijo—. Cuando estuve en Binz, pasé por delante de una casa que está en venta. Tiene dos plantas y es bastante céntrica. He sopesado la idea de comprarla.

—¿Quieres venir a vivir a Binz?

Eso sí que no podía imaginármelo. Jan necesitaba el resplandor de la gran ciudad; al final, ni siquiera Bremen le había parecido lo bastante grande. Hamburgo era lo mínimo, cuando no París, o Nueva York. ¿Y de pronto quería vivir en aquella bonita localidad vacacional?

Volví a pensar entonces en lo que me había dicho Christian sentado a la mesa. Que tal vez Jan quería volver conmigo. Pero eso no iba a pasar.

—No, no voy a vivir en Binz. No de forma fija, al menos. Pero tal vez tu nuevo novio y tú queráis iros de vacaciones algún día, o disfrutar de un fin de semana libre. O tengáis que salir de viaje por negocios. En esas ocasiones yo podría estar allí, y Leonie no se alejaría de su nuevo hogar.

—¿Harías eso? ¿Sacrificarías tu tiempo libre por nosotros?

—En mi empresa cuento con buenos colaboradores, y también puedo trabajar desde casa sin ningún problema.

—¿Y tu novia?

—Tendrá que asumir que me he convertido en otra persona. Si no, tampoco hará nada a mi lado.

Lo miré, poniéndolo a prueba. ¿De verdad la enfermedad le había cambiado tanto? Me permití dudarlo, pero a veces también se encontraba uno con sorpresas buenas.

—Está bien —dije—. Si te ciñes a ese plan, lo haremos así. No necesitamos que ningún tribunal lo ratifique. Puedes ver a tu hija siempre que quieras, y si de verdad te decides a comprar esa casa para ocuparte de ella, a mí me parece bien.

Me tendió una mano. Busqué en su mirada algo que confirmara el pequeño rescoldo de duda que me quedaba aún, pero no encontré nada.

Una hora después, cuando salía del hospital, se habían reunido nubes de lluvia. ¿Sería buena o mala señal? Justo cuando me dirigía hacia el aparcamiento me sonó el móvil. Pensé en Christian, que estaba en Dinamarca. ¿Ya había terminado la subasta? Miré el reloj. Las cinco menos cuarto. No nos habían dado una hora exacta, pero era posible que a esas alturas la decisión estuviese tomada.

Saqué el móvil y contesté.

—¡Lo tenemos! —oí que exclamaba Christian con entusiasmo—. ¡Tenemos el motor!

Respiré con alivio y sonreí de oreja a oreja.

—¡Bien hecho! Ahora asegúrate de volver a casa lo antes posible. Esto hay que celebrarlo.

Colgué y fui a mi coche. En cuanto llegara a Hamburgo, lo primero que haría sería brindar con mis padres y con Leonie por el Rosa del Viento.