Treinta y tres
Jason Westover abrió la puerta de su apartamento y descubrió que tenía visitantes. Tallow vio que Westover le reconocía.
Tallow vio que Westover reconocía la Glock que le apuntaba.
—Buenas noches, señor Westover. Si no le importa, saque con cuidado su pistola y las otras armas y déjelas en el suelo delante de usted, se lo agradecería.
Tallow vio que los ojos de Westover echaron una rápida ojeada a Emily, que estaba sentada y al borde de un ataque de llanto, con Scarly de pie junto a ella y Bat de pie detrás de aquel sofá con la mano en la culata de su pistola.
—No tiene escapatoria, señor Westover. Por favor, haga lo que le pido.
Westover cruzó su mirada con la de Tallow. Westover era un hombre que llevaba encima su orgullo como un caparazón.
Orgullo en su disciplina, inflexibilidad y espíritu práctico. Y todo eso se traslucía en su mirada.
Tallow se limitó a mirarle.
Westover se puso pálido, sacó despacio una pistola y una navaja y las dejó en el brillante suelo de nogal.
—Muy bien —dijo Tallow—. Y ahora, ¿por qué no se sienta en el sofá con su mujer y me cuenta dónde ha estado esta noche?
—Prefiero estar de pie —dijo Westover, con callado resentimiento.
—Bien. Cuénteme dónde ha estado esta noche.
—¿Por qué no se va a casa, inspector Tallow? —dijo Westover, con un esbozo de sonrisa.
—¿Le parezco cansado? —preguntó Tallow, apuntando la Glock al corazón de Westover—. Deje que le ayude a empezar.
Ha estado reunido con Andrew Machen, Al Turkel y otro hombre al que Turkel le descubrió y presentó hace unos veinte años.
La sonrisa de Westover se amplió hasta convertirse en algo altanero e infantil. Reafirmó los pies y puso las manos a la espalda como un soldado en posición de descanso.
—Las manos delante, por favor —dijo Tallow—. No me ponga a prueba, señor Westover. Ninguno de los que me ha puesto a prueba esta semana ha salido bien parado. Entre ellos el subdirector Turkel.
Westover alzó una ceja.
—Ah —dijo Tallow—. ¿No se lo contó? Trató de dar carpetazo a esta investigación. No tuvo en cuenta el hecho de que esta investigación ha llegado a ser lo único en la vida que me interesa de verdad. Así que me las arreglé para que la comisaria jefe le pusiera de cara a la pared un rato. La carrera de Al Turkel ha llegado a un punto muerto. Le he encasquetado demasiados aspectos de este caso. Puede que sobreviva, pero su situación es muy comprometida. Mañana estará sentado en una habitación pequeña hablando con personas muy listas y bastante violentas. No le mencionó eso, ¿verdad?
Westover estaba inmóvil. Procesaba los datos.
—Esta noche he venido porque me llamó su mujer. Me llamó y pidió que le salvara a usted, señor.
—Es verdad —dijo Emily Westover con la típica voz ronca de una garganta que ha gritado mucho.
—Usted no me puede salvar —dijo Westover a Tallow—. Ni siquiera se puede salvar a sí mismo. Desde luego no me puede salvar a mí.
—Naturalmente que puedo —dijo Tallow—. No ha estado escuchando. La policía tiene a un solo agente para ocuparse de todo un distrito. Al otro policía lo mataron. Usted empezaba con su empresa de seguridad cuando se inició todo esto. Usted tenía algo de dinero y materiales que necesitaba Turkel para llevar a cabo sus planes. Pero es posible que usted no pudiera defenderse contra un hombre así.
A Westover se le estrecharon los ojos.
—A Turkel aún se le pueden encasquetar más cosas —dijo Tallow—. Para mí no sería un problema decirle a esa gente que a usted le obligaron a participar en el asunto.
—¿Por qué?
—Ella me pidió que le salvase. Mírela. Está trastornada desde que usted decidió hacerle daño contándole cómo había conseguido ascender en la vida. Es más lista que usted. Tiene más imaginación que usted. Por eso siente más intensamente que usted el miedo y la culpabilidad. Y yo creo que usted lo sabía. Lo sabía y se lo hizo de todos modos. Y ella todavía me ruega que le salve. ¿Se hace cargo lo que dice eso de usted? ¿Aunque sólo sea un poco?
Jason Westover no podía apartar la vista de Emily Westover. Emily Westover sólo podía mirar a Jason Westover.
Westover dijo en un susurro:
—¿Qué es lo que quiere?
Tallow sacó su teléfono del bolsillo superior de la chaqueta y miró el reloj de la tapa de la pantalla.
—Andamos mal de tiempo. —Usó el nombre auténtico del asesino y dijo—: ¿Dónde está ahora?
Westover bajó la vista, apartándola.
—Camino de la parte baja, en coche.
Conque así es como es, pensó Tallow, y dijo:
—¿Conduce él o le llevan?
—Conduce. Le presté un vehículo.
—¿A qué sitio de la parte baja?
—No lo sé. Dijo que tenía un sitio para esconderse. No quiso decirnos dónde era.
—¿Cerca del parque Collect Pond?
Westover gruñó:
—Él no iría allí.
—¿De verdad? Y sin embargo usted le dijo a su mujer que evitara esa zona.
—Duerme en algún sitio por allí. Es lo único que sé.
—¿Entonces su encuentro fue para proporcionarle un coche y…?
—Dinero. E insistir en la idea de proporcionarle un modo de abandonar las proximidades de Nueva York.
—Ya veo —dijo Tallow, que estaba notando el aire de la habitación denso y asfixiante debido a la sarta de mentiras que vomitaban los dos. Westover no le iba a decir nada que fuera verdad. Peor aún, iba a aderezar sus mentiras con unos pocos granos de verdad, y Tallow tendría que aplicarles el tamiz de lo que sabía que era cierto. Necesitaba sacarle a Westover algo más útil.
—Hábleme de esa cosa suya de Ambient Security. ¿Se tiene acceso a ella con aparatos móviles?
Westover frunció el ceño auténticamente desconcertado por el nuevo rumbo de la conversación.
—Claro. ¿Por qué?
—Deme doce horas de acceso a ella.
—Enséñeme su teléfono —dijo Westover. Tallow lo hizo. Westover lo aprobó—. ¿No es un poco caro para un policía?
—No compro mucha ropa —dijo Tallow.
—No, no. Imagino que no. Espere, traeré mi teléfono. —Westover se dirigió a una cómoda de barco hecha con madera cuidadosamente envejecida. O, pensó Tallow, puede que hecha de madera recogida de un antiguo buque naufragado. Tallow alzó la vista ante el sonido de un clic.
Scarly apuntaba a Westover con su pistola.
—Si de ese cajón sale algo más que un teléfono, señor, le parto por la mitad delante de su mujer.
—La cosa va bien —dijo Tallow—. Ahora el señor Westover está de nuestra parte. ¿No es verdad?
—Lo es —dijo Westover, apartándose del cajón con un teléfono que enseñó a Scarly.
—Encienda su Bluetooth, Tallow. —Al cabo de unos minutos de toques y manejos, en el teléfono de Tallow se copió una aplicación, y un código de registro y una contraseña se validaron.
—Ahí tiene —dijo Westover—. En la configuración estándar, le va a proporcionar lo que están recogiendo en este momento las cámaras de Ambient Security que rodean su localización con GPS. Pinche ahí y vaya a la configuración de reenvío. Tendrá lo que están recogiendo en este momento las cámaras a unos entre diez y veinte metros de su localización.
—¿Para qué es eso?
—Para seguir la pista —dijo Westover, mirando a Tallow como si éste fuera idiota—. ¿No entiende lo que hace mi empresa? Vamos a dejarle sin trabajo, Tallow.
—Yo creo que en la empresa ya me han dado una o dos clases sobre eso —murmuró Tallow.
—Exacto. Con Ambient Security puedo recibir datos directos que superan con mucho lo que se hace para seguir la pista de un delincuente en esta ciudad. El botón rojo envía una llamada a un operador activo de la sala de operaciones. No necesito un montón de policías ni de coches sobre el terreno. Podría perseguir y neutralizar a un coche en marcha con un operador que utiliza la configuración de reenvío y un drone.
—Muy ingenioso. Me aseguraré de contárselo mañana a la comisaria jefe. Necesitará otro enlace en el departamento una vez que se haya ido Turkel, de todos modos.
—Vaya —dijo Westover, francamente sorprendido—. No había pensando en eso.
—No.
—No. Acierta usted. Gracias. ¿Entonces para qué necesita acceso a Ambient Security?
—Verá —dijo Tallow—. Quiero dar un paseo por el parque Collect Pond antes de irme a casa, echar una ojeada por allí, e imaginé que así no tendría que bajarme del coche. —Hizo a Westover un gesto amistoso y vio que éste aflojaba un poco la tensión—. También quería ver si usted cooperaba. Asegurar que está metido en esto.
—Y que eso está en su teléfono.
—Y que eso está en mi teléfono. Puede suprimir mi acceso dentro de doce horas, y yo lo consideraré una señal de que todo va bien.
—De acuerdo.
—De acuerdo —dijo Tallow—. Es hora de que vuelva a casa. Agentes. —Con eso se refería a Bat y Scarly, y ellos respondieron dirigiéndose obedientemente a la puerta.
—Señora Westover. —Tallow le dedicó la sonrisa más amable y cálida que pudo encontrar.
—Gracias —dijo ella entrecortadamente, y luego bajó la vista hacia sus manos.
—Saldremos por nuestra cuenta —dijo Tallow, y se marcharon.
En el ascensor, Tallow entregó su teléfono móvil a Bat.
—Westover puso una contraseña para entrar en esa aplicación. Cámbiala.
—¿Por qué? —preguntó Bat, casi titubeando.
—Porque si él sabe la contraseña, puede suprimir el acceso de la aplicación a Ambient Security.
—También podría desactivar el código de registro.
—Podría, pero le llevaría más tiempo, porque su propio acceso a Ambient Security está en ese código.
—La cosa no va tan bien como podría haber ido. ¿No? —dijo Scarly.
—No —reconoció Tallow—. No, él ha decidido que es un juego que se juega hasta el final. Imbécil. Lo siento por su mujer.
—Pues yo no estoy segura de sentirlo —dijo Scarly—. Salvo que tenga todos los síntomas clásicos de un brote psicótico sin tratar. Eso es lo que lamento. Todo lo demás, no mucho.
—No es culpa suya, Scarly.
—¿Tú crees? Tal como yo lo veo, cuando ella no se opuso y lo abandonó en el mismo momento en que él se lo explicó todo, se convirtió en culpable.
—Te olvidas —murmuró Bat, dando un toque al teléfono— de que si ella se hubiera opuesto y lo hubiera dejado, lo que habría pasado inmediatamente después sería que él habría dado su nombre y descripción al LCC. Me gustaría saber qué tipo de arma habría elegido el LCC para ella.
Scarly tomó aire preparándose para un estallido que Tallow esperó que contendría opiniones terminantes y autismo, pero luego se apoyó en la pared del ascensor y se desinfló.
—Sí.
—Ah, bien —dijo Tallow, cuando el ascensor se abrió en el piso bajo del Aer Keep—. Se está haciendo tarde. Es hora de irse a casa, me parece.