Veinticuatro

Tallow dobló la esquina para entrar en el despacho de Bat y Scarly y lo recibió un gran robot japonés de plástico encima de la mesa que movía los brazos y gritaba: Di hola a mi amiguito, con una voz procesada electrónicamente, mientras un pequeño pene de plástico sobresalía repetidamente en su entrepierna por medio de una especie de émbolo metálico.

Bat surgió de detrás de aquella cosa.

—No pienses mal —dijo—. Me aburría.

—¿No tienes bastante que hacer? —preguntó Tallow, dejando los tres sándwiches encima de la mesa al lado del robot, que resultó que estaba conectado a una caja plana color crema situada detrás de él.

—Oye, uno nunca sabe cuándo podría necesitar en el futuro un Robot Jódete gigante conectado a un detector de movimientos tuneado. También conseguimos los resultados de la investigación de esa jodida pistola de chispa absurda.

—¿Qué conseguisteis?

—¿Has traído la comida?

—Tú no aguantas la comida.

—La bolsa de la muerte piensa por sí misma. Dame la comida.

—Está encima de la mesa. Cuenta.

—Hay un motivo para que montase el jodido Robot Jódete.

—Habla o te pego un tiro.

—Víctima, Philip Thomas Lyman, con residencia en Rochester, Nueva York. Es bastante raro, pero dirigía una empresa de seguridad que se llama Varangian. Por entonces le iba bien con ella. Murió en el centro de la ciudad mientras hacía una visita de negocios.

Tallow agarró uno de los sándwiches y salió de la habitación, diciendo únicamente:

—Estaré abajo.

Tallow anduvo por la reproducción del apartamento, comiendo su sándwich sin saborearlo, examinando la falsa habitación desde fuera, poniendo a prueba sus estructuras mentales. Los cimientos de los hechos, los andamios de la especulación.

Intercambiaba adornos y placas, recomponía lo que sabía y lo que sospechaba en distintas configuraciones. Terminó el sándwich y tiró el envoltorio, dirigiéndose a la mesa. Arrancó un par de hojas de la planta de tabaco, las deshizo hasta que los trozos eran demasiado pequeños para manejarlos con los dedos y los dejó caer en el mortero. Tallow machacó los trozos con el mango, dándose prisa, sin dejar de pensar, con ganas de tenerlo terminado. Los aceites desprendidos por las hojas le picaron la nariz. El olor no estaba bien. Puso los trozos en la bandeja de estaño, la inclinó, sacó su nuevo encendedor y les prendió fuego, moviendo la llama hasta que la sustancia machacada verde empezó a humear.

Llevó la bandeja hasta la reproducción y la dejó en el centro. El humo subía. Ascendía y daba vueltas como un delgado árbol oscuro, y cuando sobrepasó a Tallow, éste empujó las espirales hacia el techo con las yemas de los dedos, y lo supo.

Tallow se quedó quieto entre el humo, y lo respiró, y el olor estaba cerca de ser el adecuado, estaba cerca del matiz dominante que percibió en el apartamento de Pearl, y poco a poco fue girando y vio las armas que envolvían la habitación, formando contornos y espacios para contornos futuros pero dando vueltas, girando y deslizándose por encima de las paredes del apartamento y el suelo.

Tallow sabía que conocía al hombre que disparó todas aquellas armas.

—¿Qué estás haciendo, John? —preguntó Scarly. Él tampoco había oído el ascensor esta vez, y eso supuso una advertencia: estar en el mundo. No quedar atrapado.

—Pensando —dijo—. ¿Qué has conseguido tú?

—La pintura. Un grano en el culo, es lo que eres. La pintura blanca parece que son conchas de ostra machacadas y huevo. ¿Dónde coño se consiguen conchas de ostra para que las machaque un hombre de las cavernas?

—El cualquier contenedor de basura de la calle Mulberry. Y no es pintura de hombre de las cavernas. ¿Algo más?

—Arcilla. Zumo de mora para el púrpura. Ese tipo de cosas.

—¿ADN?

—Estoy por lo menos a un día de saber eso. Y claro que es pintura de hombre de las cavernas.

—Es pintura de nativos americanos. Nuestro hombre cree que él es un nativo americano. O quiere ser un nativo americano.

—¿Cómo has concluido eso?

—Y esto. Y algo más. Y también lo he visto.

Scarly se metió en la reproducción.

—¿Qué acabas de decir?

—Creo que lo vi. Ayer. Estaba sentado frente al edificio de Pearl cuando fui allí para echar otra ojeada a la escena. No estaban los de recogida de datos, era un cambio de turno, y los siguientes se retrasaban. Me gorroneó un cigarrillo. Me habló de cosas sobre los nativos americanos. Sobre el tabaco, y el fumar. Era él. El motivo por el que me retrasé con la comida es que conocí a una mujer que creo que marginalmente está relacionada con todo el asunto. Un sin techo pasa con plumas en el sombrero como en una comedia de indios, ella se descontrola y le oigo decir, al menos una vez: «Creí que era él».

—John, si te encontraste con ese tipo, de verdad, podría haberte matado. Coño, no sé por qué no te mató.

—¿Es que no lo entiendes todavía, Scarly? No me podía matar. No tenía el arma adecuada. Mira todo esto. Todo esto es la prueba de que se trata de un hombre que empareja sus armas con sus asesinatos de acuerdo con alguna lógica compulsiva, demente. Mató a un sujeto dueño de una agencia de seguridad de Rochester con la pistola que se usó para cometer el primer asesinato en Rochester. Tenemos su colección. Él no esperaba encontrarse conmigo en la calle. No tenía el arma adecuada para matarme.

—Eso es una puta suposición.

—Parece la adecuada.

—Me refiero a lo del arma. —Scarly frunció el ceño—. Podría haber decidido sin más que tú eras un animal o un estorbo y darte una puñalada.

Tallow se quitó con la lengua un poco de cebolla de los molares izquierdos.

—Eres un rayito de sol, Scarly.

—¿Quieres a alguien que lo dibuje? ¿Probar con un diseño digital?

—Fuiste tú la que le llamó fantasma. No. Tenemos que esperar que haya dejado algo de su ADN en la pintura. —Tallow volvió a examinar la reproducción—. Esto va de fantasmas. Y de planos. Voy a necesitar un plano. Un plano la hostia de grande de la parte baja de Manhattan. Y algunos libros más.

—¿Te sirve esto de algo? —preguntó Scarly, recorriendo por su cuenta la habitación.

—Ayuda.

—Me gustaría ver el sitio de verdad.

—A mí también. Se podrían haber identificado algunos de los olores, por lo menos. Y todavía no sé cómo funcionaba esa puerta.

Scarly dio unos pasos hasta las fotografías de la parte interior de la puerta principal del apartamento.

—Sí —dijo—. Bat estuvo mirando éstas. Creyó que conseguiría resolver el rompecabezas si las pudiera ver como es debido, pero las fotos no contienen información suficiente. —Volvió a mirar a Tallow, ojos entornados—. ¿Crees de verdad que estuviste con él?

—Estuve de verdad.

—Hay que joderse. No se lo cuentes a nadie más, ¿entendido? No querrás ser el que habló con el sospechoso y dejó marchar al muy cabrón, supongo.

—No —dijo Tallow, sintiéndose de nuevo al nivel del suelo con un estremecimiento gélido—. No, supongo que no quiero.

Scarly pasó junto a él camino del ascensor, dándole un golpecito en el brazo.

—Así debe ser, coño.

—Gracias por apoyarme.

—Tienes toda la razón, John. Además has traído cosas ricas para comer. Aunque fuera un poco tarde. Ven. Terminaremos con la sesión de toqueteos con el robot de mi retrasado mental preferido y podrás llevarnos en coche a la calle Pearl. Le echaremos una ojeada a esa puerta. Es alguna de esas mierdas de máxima seguridad, y por lo menos quiero saber cómo funciona.

Las palabras máxima seguridad resonaron dentro de la cabeza de Tallow. Uno de los invisibles engranajes de la última composición mental que había hecho se hacía más sólido.

Fueron a recoger a Bat, que estaba encorvado encima de la mesa mirando unos documentos y encogiéndose de hombros.

—Recibimos algunos informes más de balística. John, ¿conoces a un individuo que se llama Delmore Tenn?

—¿Del Tenn? —dijo Tallow—. Claro que sí. Fue durante un tiempo ayudante del fiscal de Manhattan Sur. Hace años.

Hubo algún accidente, lo jubilaron… Quiero decir que mataron a su hija pequeña. O algo así. El jodido cabrón quedó destrozado.

—Sí —dijo Bat, sin apartar los ojos del papel—. Una bala perdida durante una pelea entre bandas. A su hija le dieron un tiro en la cabeza. Pero nunca encontraron el arma.

—¡No!

—Una pistola Kimber Aegis. Le hicieron algo raro, como si hubieran querido joder el cañón. Tendría que haber una señal que hiciera coincidir la bala con la pistola. Si se encuentra la pistola alguna vez.

—¡Dios mío!

—¿Sabes qué es lo peor? —dijo Bat; su voz se fue apagando y quedó sin entonación—. La niña se llamaba Kimberly.

Nadie hubiera pensado dos veces en ello en aquel momento. O como mucho hubiera hecho un chiste. A Kim la mataron con una Kimber.

Tallow no tenía nada que decir.

Bat se abrazó el cuerpo con fuerza.

—¿De qué hostias nos estamos ocupando? ¿Qué coño está pasando?

Scarly le rodeó para agarrar un abrigo ligero que estaba caído junto a la mesa de trabajo.

—Vamos a echarle una ojeada al apartamento de Pearl.

Bat quiso protestar, o quizá explicar algo, pero perdió de modo visible la energía incluso para eso cuando abrió la boca.

Así que se levantó, fue a una hilera de cajones con una tambaleante pila de papeles y carpetas puesta encima, abrió el segundo cajón y sacó una pistolera. Se sujetó en silencio la pistolera con el arma al cinturón, agarró un mugriento macuto de lona de detrás de la mesa de trabajo y luego se la puso en bandolera al pasar junto a Scarly y Tallow camino del ascensor.

Scarly miró cómo se iba y luego, con la boca formando una delgada línea, fue al cajón de arriba, sacó una pistolera y se la sujetó al cinturón. Se echó por los hombros su abrigo ligero, arqueó una ceja en dirección a Tallow como desafiándole a que dijera algo y pasó junto a él hacia los ascensores.

Tallow se levantó y recolocó su propia arma.

—Joder, no me dijiste que trajera una pala —dijo Bat.

—Métete de una jodida vez en la parte de atrás del coche —dijo Scarly.

—Lo haría, pero no he traído ninguna jodida cuerda. En serio, John, ¿cómo te arreglas para que tu parachoques trasero no vaya arrastrándose por la jodida calle?

—Bat, sólo… no sé, sólo hay que darle un empujón a todo.

—¿Y si se produce un corrimiento de tierra? Puede que no se me volviera a ver. Dios, ¿qué son todas estas cosas?

Tallow se pasó una mano por el pelo.

—¿Es que vosotros trabajáis en el retrete de los hermanos Collyer y por eso os molesta tanto eso? Empújalo a un lado.

Sube.

—¿Los Collyer quién?

—Súbete atrás o métete en el maletero, Bat.

—Vale, vale. Pero lo que te digo es que creo que veo los rollos del mar Muerto en el fondo de todo esto, y sólo me subo aquí porque me da miedo lo que haya en el maletero.

Scarly se subió al asiento del acompañante, lo que a Tallow le resultaba casi tan raro como la insistente extrañeza que le producía estar él en el asiento del conductor.

—¿Quiénes eran los hermanos Collyer? —preguntó ella.

—Langley y Homer Collyer. Primera mitad del siglo XX. Dos ermitaños de Harlem, que vivían en el puto extremo de la Quinta Avenida.

Tallow empezó a conducir el coche, alejándose de Jefatura.

—Lo de ser raro venía de familia. Su padre iba al trabajo remando en una canoa East River abajo hasta la isla Roosevelt.

En algún momento hacia 1925, el padre desapareció, la madre murió, y a los dos hermanos les dejaron esa casa. Los vecinos creyeron que eran unos ricos excéntricos y empezaron a husmear por la casa, y trataron de romper una ventana o dos. Pero los Collyer en realidad eran muy pobres y encima estaban un poco locos. Así que cerraron las ventanas clavando unas tablas, instalaron cepos, y sólo salían de noche. Andaban evitando a la gente y recogían cosas que les parecían útiles o interesantes o capaces de convertirse en trampas o armas, y se las llevaban a casa. Que no es, por si no lo sabéis, muy diferente de vuestro asqueroso despacho, excepto en que a vosotros os llevan las cosas.

—¿Entonces es de eso de lo que tienes lleno el coche? —dijo un encogido Bat desde la parte de atrás, con aspecto de ser el origami más feo del mundo—. ¿Historia del Nueva York oculto? Da lo mismo. No suena tan mal. Me encanta no hacer nada excepto reunir mierdas el día entero.

Tallow soltó una risita seca.

—Entonces en 1947 toda la manzana queda invadida por aquel hedor espantoso. Los únicos que no se quejan de él son los Collyer. Así que al final la gente entra. Y descubre que toda la basura que habían estado tirando los de la manzana durante los últimos veinte años la habían recogido y almacenado los Collyer. Ciento treinta toneladas de basura. Veinticinco mil libros, catorce pianos, la mayor parte de un coche, partes de personas, incontables periódicos y cajas. Sólo se podía andar por allí por túneles y a gatas. A Homer Collyer lo encontraron muerto de un ataque al corazón por culpa del hambre. Quince años antes sus ojos habían sufrido hemorragias que lo dejaron ciego, y había quedado completamente paralítico debido a un reuma sin tratar. A Langley Collyer lo encontraron en uno de los túneles. Daba la impresión que le estaba llevando comida a Homer cuando tropezó con una de sus propias trampas y murió aplastado por una pesada maleta y tres enormes fardos de periódicos.

El origen del hedor era él. Al ciego y viejo Homer le llevó otra semana morir.

—Posiblemente preguntándose dónde estaba su hermano con la comida —dijo Scarly—. Por eso tú tienes que llamar a la gente cuando traes sándwiches y te vas a retrasar, John.

—¿Partes de personas? —preguntó Bat.

—Órganos humanos en botes, cosas de ese tipo. Su padre era médico, pero ginecólogo. Así que supongo que no eran recuerdos de familia suyos. Ah, y, claro, también encontraron un gran depósito de armas y municiones. Al final tuvieron que tirar abajo la casa entera.

—Así será el aspecto del segundo apartamento de nuestro hombre —dijo Bat, tratando de quitarse las rodillas de debajo de la barbilla.

—¿Cómo?

—Bueno, él no dormía en el 3A, ¿verdad? Y no iba a dormir en la calle. Tiene que tener un segundo apartamento, y cuando lo encontremos, estará lleno de revistas y recortes y mierdas así sobre armas. Ese sujeto sabe de armas y es muy capaz de investigar sobre ellas. Si no, no habría encontrado la de Rochester. Hostias, no debe de haber sabido nada del hijo de Sam.

—Sí de cuestiones de nativos americanos —comentó Scarly.

—No importa —dijo Bat—. Él puede creer que es Gerónimo o lo que sea, pero no puede huir de lo que le demuestran sus ojos el cien por cien del tiempo. El muy cabrón se maneja demasiado bien para eso. Hasta el hombre que creía que su mujer era un sombrero sabía dónde estaba. Hasta si está tan loco como se pueda estar las veces que se maneja bien… y esto significa que se pase incluso seis horas al día haciendo pequeños penachos de guerra para sus propios zurullos y los manda a Central Park para que ataquen a Custer… todavía es consciente de que está en el mundo moderno y tiene que estudiarlo con objeto de servirse de él del modo adecuado.

Un mensajero en bicicleta pasó disparado junto al coche, tratando de meter la nariz en el mejor ángulo de ataque del puente de Brooklyn. Tallow pisó los frenos para dejar que el ciclista le adelantase. Éste no dio las gracias a Tallow, pero Tallow no lo había hecho por él.

—Él se fija en la historia moderna —dijo Tallow, después de pensar—, pero no vive en ella. Yo conozco la historia moderna de mi ciudad, pero él vive en una historia profunda. Yo no le vi, y él no me vio a mí, porque nos movemos por dos ciudades distintas.

—¿Cuándo tuviste tiempo hoy para colocarte? —dijo Scarly—. ¿Y por qué no fumaste con nosotros? Creí que contabas con nosotros. Cabrón.

—¿Él no te vio? —preguntó Bat con tiento—. Eso significa que te vio, ¿no? ¿Lo viste tú?

—Eso cree él —dijo Scarly, rápidamente—. Y nos lo guardamos para nosotros.

Para impedir de momento que la conversación siguiera tratando de aquel asunto, Tallow encendió bruscamente la radio. Al instante la emisora de la policía soltaba horrores.

Un niño de diez años muerto por un tiro en el sur del Bronx. Según la conversación que se mantenía al respecto, los tres que le atacaron habían intentado pegar a su padre. El padre estaba empujando un cochecito de bebé. El bebé de dentro estaba muerto, conservado y pintado, con paquetes de heroína dentro de su estómago vaciado.

Una pareja de viejos de Queens encontrada muerta como si a los dos los hubieran ejecutado en su propia cama. Alguien se había acercado a la cama y les había disparado en la cabeza mientras dormían. Había semen reciente esparcido sobre las heridas. Su hijo había desaparecido.

Un hombre despedazado hasta morir con una pala afilada por un vecino suyo en Brooklyn, supuesta conclusión de una riña por una barbacoa prestada. La víctima estaba arreglando su coche en el momento del ataque.

Un obrero de la construcción empujó a una enfermera dentro del servicio de un bar de Hell’s Kitchen. La enfermera podría haberse defendido, dijo el agente que respondía, pero el compañero de éste podría perder un ojo.

Un agente en Briarwood se ocupaba del explosivo descubrimiento de que en un pequeño restaurante guardaban armas y al menos un kilo de coca en la parte de atrás. Estaban distribuyendo la coca allí mismo, en la cocina, y mandando papelinas con los pedidos de comida.

—¡La madre que los parió! —dijo Scarly.

El violador en serie al que algunos graciosos estaban empezando a llamar «El del cristal por el culo» había vuelto a actuar en Park Slope a primera hora de la mañana. Terminaba sus agresiones introduciendo en la vagina de la víctima un tarro o una botella de cristal que luego rompía. Tensión en las voces de los agentes: nadie vio nada, nadie sabía nada, a nadie le importaba una mierda.

Habían arrojado un envase con ácido para baterías y amoniaco a la cara de un agente de la autoridad portuaria, allá donde la Avenida Doce se cruza con la autopista Joe DiMaggio. A los policías que acudieron les daban arcadas cuando mencionaban que la cara de aquel hombre se había vuelto un queso blando caliente y se le pegaba a los hombros y el pecho.

Según los testigos, un hombre intentó atracar una sucursal del Chase Bank en la Quinta Avenida cerca de la calle Veintisiete Este, luego declaró que era un «ángel del matadero», salió fuera, disparó a uno de correos que pasaba, apretó su arma contra su propio ojo, exclamó en voz alta: «Disneylandia también era una mierda», y apretó el gatillo.

—El tipo tenía su punto —dijo Bat—. Barrio Sésamo también me producía pesadillas. ¿Aquello que vivía dentro del cubo de basura? Juro que fue eso lo que me inclinó a hacerme policía.

Tallow examinó a Bat por el espejo retrovisor en busca de más signos de enfermedad mental.

—Te estás quedando conmigo.

—Aquello vivía dentro de un cubo de basura, comía mierda e insultaba a la gente. ¿Cuántos más delitos quieres? Apaga ese puto aparato. Deprime.

—Me gusta —dijo Tallow—. ¿Sabes que una vez hubo un sitio web que ponía música ambiental en la frecuencia del Departamento de Policía de Los Ángeles? Intenté probarlo en el coche, con un lector de CD. Fue agradable.

—¿Es que te dejan tener lectores de CD en los coches patrulla? —preguntó Scarly.

—En realidad, no. Es por lo que lo arrancó mi compañero. Por eso y porque no le gustaba la música. Yo no le dejaba poner una radio por satélite para que escuchara sus tertulias para retrasados, así las llamábamos, y sólo escuchaba la frecuencia de la policía. Como digo, llegó a gustarme. Muchas informaciones.

—Mucha mierda —murmuró Bat—. Me saca de quicio escuchar eso todo el puto día. Es como una corriente continua de:

«Oye, esta cosa tan loca y desagradable acaba de pasar, y oye, aquí hay otra, y otra, y otra. ¿Todavía no te echa humo el cerebro?». Es como ese porno de las catástrofes o algo así.

Tallow tuvo que reconocer, aunque sólo para sí mismo, que las cosas sonaban peor que ayer. Se lo quitó de encima encogiéndose de hombros mientras metía el coche en un espacio detrás de la furgoneta de los de recogida de datos en la calle Pearl. Al bajarse tuvo que mirar a su alrededor para ver si había cerca un hombre con un pesado abrigo de ante parado a la espera. Cuando estuvo seguro de que no, precedió a los dos de la científica hacia el edificio.

Las puertas se abrieron violentamente antes de que Tallow llegara a ellas, y los dos de recogida de datos que había visto el día anterior se abrieron paso tropezando, encorvados y cabreados por la acera con su carro de mano de dos ruedas lleno de cajas de plástico apilables.

—Cabronazo —le dijo uno a Tallow.

—Encantado de volver a verte —dijo Tallow—. ¿Qué es esto? ¿El descanso para comer o el cambio de turno?

—Nada de eso. Nos largamos.

—Esto es lo último con lo que cargamos —dijo el otro—. Nuestros conocimientos tienen que utilizarse en otro sitio.

Nuestros conocimientos le han limpiado el culo a los de la científica.

Tallow lanzó una mirada que incluía a Bat y Scarly y decía: No, eh. Ellos enseñaron los dientes como perros mal adiestrados a los que se dice que no coman al bebé de los vecinos. Tallow se dio la vuelta hacia los de recogida de datos, que estaban cargando sus cajas en la parte trasera de la furgoneta.

—Nosotros no hemos terminado aquí —dijo Tallow.

—Bueno —dijo el primero—, pues nosotros hemos terminado del todo con esto, joder. Recibimos orden. Por qué no dieron la orden hace dos días, cuando empezamos a trasladar tu puta coleccioncita, no lo sé, joder. Pero alguien ha visto la luz, y nos ha liberado.

El segundo ya se había subido al asiento del conductor.

—Y os quedáis jodidos. Pero no nos importa. ¿Qué clase de gilipollas va a dejar esta clase mierda en el Departamento de Policía de Nueva York?

—Vosotros —dijo el primero, señalando a Tallow con el dedo y subiéndose al asiento del acompañante de la furgoneta.

Se alejaron.

—¿Qué coño está pasando? —preguntó Scarly.

Tallow sacó su teléfono.

—No sé —dijo—, pero mi jefa por lo menos se puede enterar.

Mientras llamaba, se detuvo otra furgoneta en el espacio que había dejado vacío el vehículo de los de recogida de datos.

Tallow la miró, se fijó en lo que estaba mirando y canceló la llamada. La camioneta llevaba el logotipo de Spearpoint en los lados.

Tallow, con voz tensa, dijo rápidamente:

—Dejadme que hable yo. Vosotros no digáis ni palabra. —Ellos notaron el tono, asintieron con la cabeza y dieron unos pasos atrás.

La conductora se bajó, una mujer atlética con uniforme de Spearpoint que llevaba el pelo muy corto y tenía una cicatriz ondulante que le recorría un lado del cuello y no se molestaba en ocultar. Llevaba una pistola extraña de aspecto brutal dentro de una cartuchera con bordes metálicos que estaba hecha de modo que el arma se pudiera sacar con facilidad a pesar de los extraños accesorios que colgaban debajo del cañón. Miró a Tallow cuando empezaba a andar hacia la parte trasera de la camioneta.

—Haga el favor de apartarse, señor —dijo, de manera no poco amable.

Tallow le enseñó la placa.

—Todavía no. ¿Puedo ayudarle en algo?

—¡Oh! —exclamó ella, con una sonrisa—. ¡Sí! Hemos venido a ocuparnos de la escena de un crimen de este edificio de aquí.

—¿De verdad? —preguntó Tallow.

—De verdad —dijo el otro empleado de Spearpoint mientras se bajaba del asiento del pasajero, un hombre de menos de uno ochenta de estatura que muy probablemente sabía el nombre de la mayor parte de los músculos de su cuerpo. Hizo el sencillo acto de pestañear como si estuviera quemando odiosas células de grasa—. ¿Hay algún problema, agente?

Tallow vio que los dos llevaban unos aparatos sólidos con pantalla táctil en el cinturón. Auriculares Bluetooth, y unas extrañas tiras con pantalla táctil sujetas al pecho donde deberían haber estado normalmente las placas con sus nombres.

—Inspector —dijo Tallow—. ¿Y sabe una cosa? Yo todavía no lo sé. Estoy acostumbrado a que las escenas del crimen las investiguen los de la unidad de recogida de datos. ¿Qué tal si me dicen por qué han venido aquí y nosotros nos ocupamos de las cosas de allí?

El tipo abrió las puertas traseras de la camioneta, evidentemente molesto porque no le permitían echarse encima de ellos y morderles.

—Nuestro jefe nos dijo que apareciésemos por aquí a recoger la basura del apartamento 3A.

La mujer era evidente que había decidido ocuparse de la defensa, y se puso entre Tallow y su compañero, aunque Tallow no se había movido.

—Nuestro jefe llamó a su jefe, supongo. Todo el mundo sabe que los de la científica están agobiados de trabajo, ¿no? Por eso se montó la unidad de recogida de datos, y ahora la unidad de recogida de datos está agobiada de trabajo. En especial con un trabajo como éste, por lo que he oído de él. Así que nuestro jefe llamó a su jefe y ofreció utilizarnos… bueno, a nosotros.

—Bien —dijo Tallow—, es una actitud increíblemente amable. Pero tenemos que seguir procedimientos en una escena del delito que son un poco más complicados que «recoger la basura», por lo que este tipo de cosas no se subcontratan.

—Estamos perfectamente preparados —dijo el hombre, levantando una bolsa de deporte—. Por eso nos mandaron los de la oficina. Hemos hecho cursos y conseguido certificados. Coño, probablemente demos más en el clavo que esos de los científica suyos. Ya sabe cómo es esa gente.

Tallow se movió entonces, para interponerse entre los de Spearpoint y los de la científica.

—Voy a tener que saber con quién habló su jefe.

Ella miró a su compañero, pasándose la lengua por los dientes. Él sacó una complicada carretilla cromada, volvió la vista y se encogió de hombros.

—Muy bien —dijo ella, y dio un golpecito en el extremo derecho de la tira de cristal de su pecho. Inclinó la cabeza, tocó con un dedo su auricular, y dijo:

—Operaciones, por favor.

—¡Ay, Dios mío! —dijo Bat muy bajo—. Tiene una chapa comunicadora como la de Star Trek.

—No, no la tiene —dijo Tallow—. Hay cosas muy parecidas que llevan años probando para uso de hospitales, con control de voz pero de una tecnología más básica. He leído algo al respecto en una revista. Sólo estamos viendo la versión más actualizada.

—Yo quiero una —dijo Bat.

—Podrás quitársela a su cadáver en cuanto haya terminado con ella —siseó Scarly.

—Portaos bien —susurró Tallow.

La mujer terminó una breve conversación e hizo un gesto a Tallow.

—Nos da vía libre para trabajar un tal capitán Waters del Primer Distrito.

Tallow se tragó la protesta que iba a hacer al oír el nombre, respiró y adoptó una máscara sonriente.

—Es el jefe de mi jefa. Iremos al apartamento con vosotros. No os perderemos de vista —dijo, alzando las manos.

Hemos venido para comprobar de nuevo la escena.

Ella sonrió con cierto alivio y, siguiendo el impulso de hacerse un amigo, tendió su mano.

—Guay. Yo soy Sophie.

Él le estrechó la mano, imitando la fuerza con que se la agarraba.

—Yo soy John. Éstos son mis colegas Scarlatta y Bat.

—¿Bat? —sonrió ella al de la científica, que estaba examinándole el pecho con objetivos tecnológicos—. ¿De qué es diminutivo?

—De Batimóvil —dijo él.

—Pórtate bien, maldita sea —dijo Tallow, avanzando para abrir las puertas del edificio de apartamentos.

Sophie se dispuso a agarrar la bolsa de deporte e hizo una mueca.

—Dios santo, Mike. ¿Has metido tu coche aquí dentro?

—Oye, no es problema mío si tu entrenamiento no fue tan duro como el mío.

Sophie levantó la bolsa de deportes. Al mirarla, Tallow se dio cuenta de que aunque para ella no era demasiado pesada, él mismo no habría sido capaz de levantarla de la acera. Mike cargó cajas de plástico plegadas en la carretilla, y Tallow mantuvo las puertas abiertas.

—Mike —dijo Mike, sin mirar a Tallow.

—John —dijo Tallow—. Bonita pistola.

Mike se detuvo cuando llegó al vestíbulo del edificio y apreció lo dicho por Tallow.

—Te has fijado, ¿eh?

—Me he fijado. No conozco la marca o las prestaciones.

—No podrías, colega. Éstas sólo las hacen para Spearpoint.

—¿Tenéis armas especiales? —preguntó Scarly, interesada a pesar de sí misma.

Mike disfrutó con la atención de Scarly.

—Claro. ¿Quieres verla?

—Mike —advirtió Sophie.

—Sólo era amable —dijo Mike, poniendo de pie la carretilla y sacando la sorprendente pistola.

—¿Es una SIG? —dijo Scarly, insegura, haciendo subir y bajar la pistola para examinar el objeto desde distintos ángulos.

—Es una SIG Sauer X911. Fabricada en exclusiva para Spearpoint. Fíjate. Está chapada por encima y en la empuñadura de ahí. Y fíjate en la empuñadura. Es de madera de granadillo negro africano. Esa mierda es tan dura que tienen que trabajarla con carburo de wolframio. Y el carburo de wolframio es la mierda que usan para los taladros de minas.

—¿Pero qué es lo que lleva encajado debajo del cañón, en el riel?

—Una cámara. ¿Que quiero aclarar algo? La cámara se pone en marcha y manda un vídeo al centro de operaciones de Spearpoint que corresponda. Que quiero abarcar esa sección, ¿ves? Se pone en marcha cuando alcanza la vertical, y eso, justo delante de los visores, es una pantalla de visión nocturna. La cámara sabe cuándo está oscuro y cambia a visión nocturna por su cuenta. Visión con láser en la parte delantera superior, ahí, ¿ves?

—Dios. Eso es una locura. Pero ¿todo eso no hace pesado el morro de esa cosa?

—Todo son materiales superligeros. Si hace algo, es facilitar la puntería. ¿No te he contado que he visto que estaban probando un modelo nuevo? ¿Un prototipo? Dispara cohetes.

—Te estás burlando de mí. ¿Como las antiguas Gyrojet?

—De ésas no sé. Pero he visto hacer pruebas con esta tan pequeña, y no tiene retroceso. Dispara un cohete del calibre 50 sin retroceso.

—¿Cuándo vas a dejar de presumir de los juguetes? —dijo Sophie, intentando ignorar que Bat estaba parado muy cerca de ella.

—Cuánto me gustaría casarme con tu pecho —dijo Bat.

—Bat. Ya está bien —soltó Tallow. Y luego a Sophie—. Se refiere a tus aparatos para comunicarte. A Bat le gusta la electrónica.

—En cualquier caso, no es muy apropiado —dijo Sophie, alejándose de Bat.

—Es de la científica —dijo Tallow con una sonrisa que no era la sonrisa maligna que esbozaba por dentro—. ¿Qué se le va a hacer? Ya sabes cómo son. —Tallow lamentó su segundo inmaduro placer cuando vio la cara de pena de ella. Había intentado ser atenta, y él la pisoteaba. Tallow deseó, y no por primera vez, comportarse mejor con la gente. En realidad, nunca le había pasado eso antes de estar en aquel sitio. Entonces se dio cuenta de que detestaba aquel edificio, aquel espacio sin aire con su pátina de mugre humana.

—¿Dónde está el ascensor? —preguntó Mike, enfundando su arma. Tallow se sintió un poco mejor al decirle a Mike que no había ascensor y fijarse en la cara que ponía. Pero entonces Mike agarró su carretilla, con cajas y todo, con una mano, le quitó la bolsa de deporte a Sophie con la otra y empezó a correr escalera arriba con un:

—El tercer piso, ¿no?

—Ahí va —dijo Scarly— un hombre que sabe los nombres de todos sus músculos.

—Acabo de pensar eso mismo —dijo Tallow—. Una auténtica rata de gimnasio.

—No, lo que digo yo es que les pone nombre a sus músculos. Que es un hombre que llama Steve a uno de sus músculos.

Tallow hizo un gesto con la mano a Sophie, diciendo:

—Tú primero —y luego agarró a Bat con firmeza por el cuello cuando trataba de seguirla—. Mantén el control, Bat.

—Sólo quiero tocarle la entrepierna. Donde tiene el aparato del cinturón.

—Yo te tocaré la entrepierna con mi pistola si no te dejas de esas mierdas, Bat —dijo Tallow, en voz menos alta—. No quiero que ninguno de los dos os perdáis ni uno solo de sus movimientos. Haced como si la escena del crimen fueron ellos.

—¿Todavía no nos quejamos? —dijo Scarly.

—Cuando lleguemos arriba. Pero que no sea como si te estuvieras quejando, ¿entendido? Que sea como que hacéis preguntas, aprendéis sus procedimientos, os preguntáis si su inteligente compañía os proporciona buenas ideas. ¿Estás conmigo?

—Vale, John.

Los dos de Spearpoint estaban mirando por el agujero de la pared del 3A.

—Hay que joderse —dijo Mike, arrancando la reciente cinta aislante de la policía—. Parece que se podría hacer en un par de viajes.

—Entonces —dijo Scarly—, ¿qué es lo que piensas hacer, Mike? Me refiero a cuando te hayas hecho cargo de las armas y cargado con ellas. ¿Vas a llevármelas directamente a la Jefatura de Policía? Tenemos un buen café.

—No —dijo Mike, con las manos en las rodillas, inclinado y mirando la habitación—. Ya es demasiado tarde. Esta noche las vamos a llevar a un almacén y las acercaremos mañana.

—Que las vas a llevar… —empezó Scarly. Tallow le puso una mano en el hombro. Ella se la quitó, pero sabía lo que significaba aquello—… Muy bien. Sólo iba a decir que añade más eslabones a la cadena de pruebas, lo que significa más papeleo para los tuyos. Sería mucho más fácil llevarlo directamente a Jefatura.

—Tenemos gente que se encarga del papeleo —comentó Mike, distraídamente.

—Tienes que recordar —dijo Sophie, montando una caja de plástico— que contamos con mucho más personal que vosotros. Spearpoint invierte hasta el punto de hacer un trabajo como éste a favor de la ciudad sin cobrar nada.

—¿No le pasáis la factura al ayuntamiento? —dijo Tallow, auténticamente sorprendido.

—¿Por qué lo íbamos a hacer? Mal negocio.

—Yo tenía entendido que el mal negocio era que no te pagasen —dijo Bat, sin molestarse en congraciarse montándole otra caja a Sophie.

—Así no es como funciona. No terminas con tus competidores cobrando más. Bajas los precios, te haces útil, luego indispensable y luego sólo ofreces un servicio adicional por un poco más de dinero. Y luego otro. Y luego otro. Y antes de que los que mandan se enteren, te están dando todo su dinero y todos tus competidores han desaparecido.

Sophie se dio cuenta de lo que estaba diciendo y sonrió disculpándose.

—Ya sé a lo que suena, y lo siento. Pero la policía privada es el futuro. Y no es que ya no haya aquí policía privada, después de todo. Big Six Towers Public Safety, en Queens. Co-Op City DPS, en el Bronx.

—Aer Keep —dijo Tallow.

—¡Aer Keep! Eso somos nosotros, ¿sabes?

—¿De verdad?

—Sí. Por eso Spearpoint nos prepara para recogida de pruebas, y control de multitudes, y ese tipo de cosas. Ya sabes.

Cuestiones policiales. Porque tiene mucho más sentido que lo hagamos nosotros. Y, ¿sabes?, somos totalmente de fiar, en aspectos que vosotros no lo sois. Me refiero a que pueden demandarnos por no prestar el servicio adecuado. A vosotros no pueden.

—¿Entonces así es como Spearpoint se convirtió en un gran negocio? ¿Mató a sus competidores uno a uno?

—Sólo estoy diciendo —dijo Sophie— que así es como se hacen las cosas. Y que a eso es a lo que tiende el futuro. Los servicios públicos no tienen los medios precisos, ¿sabes? Fíjate en esto. —Se señaló el aparato del cinturón—. ¿Ves esto de aquí? Por medio de esto los de operaciones saben en cualquier momento dónde estoy. Tiene una cerradura biométrica, así que sólo funciona conmigo. Tiene sensores del ambiente. Registra mis constantes vitales. Recorre la zona de modo general en busca de picos del nivel sonoro. Yo formo parte de la red de Spearpoint, y formo parte del mapa de Spearpoint.

—El mapa de Spearpoint —repitió Tallow.

—Claro. Es como… aquí estoy, en plena ciudad. Pero también soy un punto en el mapa que la recubre. Nuestro mapa.

Tenemos todos los datos sobre la circulación. Toda nuestra gente y unidades son puntos móviles del mapa. Tenemos zonas de seguridad por toda la ciudad; no están señaladas para el público, así que sólo las puedes ver si formas parte del mapa de Spearpoint. Tenemos registros con webcam que se corresponden en el mapa con… ¿cómo se llama, Mike?

—Seguridad ambiental —murmuró Mike desde dentro del 3A.

—Exacto. Seguridad ambiental. Por un precio simbólico, algunos dueños de tiendas tienen una pegatina en el escaparate que dice algo como «Este establecimiento está protegido por Spearpoint», y una tarjeta webcam con memoria wi-fi en ella. Y a lo que lo dispara lo llamamos el contacto. El contacto pasa de vuelta a nuestros servidores y es examinado por un lector de algoritmos, que es un elemento del software que puede ser tan listo como un cachorrillo. Está en guardia y ladra cuando pasa algo anormal de verdad en su campo de visión. Pero lo importante es que Spearpoint tiene cámaras funcionando en todo Manhattan, instaladas detrás de los escaparates de las tiendas, que nos mandan todo lo que ven. Vosotros eso no lo podéis hacer.

—Claro que no podemos hacer eso —dijo Bat—. Esa mierda del Gran Hermano ahora es cosa vuestra.

—Puede, si eso lo impone el Estado. Pero en este caso es un efecto secundario de una transferencia de poderes en materia de seguridad. Protección.

Bat soltó un bufido.

—¿Protección gangsteril? No. El cambio de poderes en materia de seguridad es un efecto secundario de que tengáis vuestro sistema privado de cámaras instalado por todo Nueva York.

—¿Qué hostias? —dijo Mike.

Tallow entró en el apartamento delante de los demás y encontró a Mike con los brazos en jarra, mirando la parte interior de la puerta de entrada al apartamento. Bastantes de las armas de esa zona se las habían llevado los de recogida de pruebas, y Tallow no tuvo que andar de puntillas o estirarse para llegar ahora hasta allí.

—Sí, yo dije algo parecido —le dijo Tallow a Mike—. ¿Alguna idea de cómo funciona la cosa? Me tiene desconcertado.

—Claro —respondió Mike—. Es una de las nuestras. ¿Cómo coño la trajeron aquí?

Tallow había estado sintiéndose mal desde que se encontró con aquellos dos. Ahora en sus tripas sólo había hielo y acidez.

—Espera. ¿Me estás diciendo que éste es un sistema de seguridad de Spearpoint?

—Claro que lo parece, coño. ¿Sophie?

Sophie ya estaba allí, parada detrás de ellos.

—Sí. Yo creo que es la Spartan Wave, la séptima versión. De hace un par de años. De la mayor calidad.

Mike estaba tan pensativo como Tallow suponía que estaría él, buscando en su memoria como si realizara una labor manual.

—Claro. Una vez vi cómo instalaban una. Para un banquero. Le estábamos poniendo uno de ésos en la parte interior de la puerta de una habitación del pánico.

—Cuéntame cómo funciona —dijo Bat, inexpresivo, desde el otro lado de la puerta.

Mike quitó frotando algo de polvo del aparato. Scarly, en la visión periférica de Tallow, se encogió.

—Es un sistema de tarjetas mágicas. Lo que hemos hecho es coger la puerta que había y reformarla. Acero por dentro, sujeciones eléctricas…

—No sé lo que es eso.

—Unas barras que salen del interior de la puerta y se encajan en el marco y la cierran herméticamente —dijo Mike—. Y otras cosas, pero lo más importante es una batería de larga duración que alimenta un sensor de baja energía. Donde está tu compañero delgado, allí, te pones allí y mueves tu llave de tarjeta como una varita mágica, y la puerta se desbloquea.

—¿Entonces la tarjeta también tiene una fuente de energía?

—Sí, pero es como… ¿has visto esas deportivas que llevan los chicos con luces intermitentes en los talones? Funcionan con la energía que recogen al andar. Pues lo mismo con la tarjeta. La agitas un poco y recibe suficiente energía y la tarjeta abre la puerta. ¿Sin la varita mágica? Nadie entra en este apartamento. Puedes disparar un lanzagranadas contra esta puerta y todavía te estará haciendo un corte de mangas cuando se despeje el humo.

—Imanes —dijo Bat. Tallow se alejó unos pasos, miró por el agujero y vio a Bat rebuscando en su macuto, con una tarjeta de crédito entre los dientes. Sacó una antigua lata redonda de tabaco a la que le había hecho algo. La lata tenía enroscadas tiras de metal y cables. La abrió y sacó un disco negro de metal con algunos elementos electrónicos ocultos pegados por detrás. Bat pulsó un pequeño interruptor pintado de rojo y pasó el disco desde el borde izquierdo de la puerta hasta la mitad.

Se oyó un clic. Hizo varios pases más a los dos lados y de arriba abajo. Bat puso el disco desactivado dentro de la lata y colocó la tarjeta de crédito en el lado de la puerta que contenía la cerradura original. A los diez segundos la puerta se abrió.

—¡Qué cojones! —exclamó Mike.

Bat se quedó en la puerta abierta y dijo:

—Yo soy un inspector de la unidad de policía científica del Departamento de Policía de la ciudad de Nueva York, y tú un monstruoso mongólico de mierda, y puedo hacer lo que quiera.

—Creo que es hora de irse —dijo Tallow—. Encantado de haberos conocido —dijo a los de Spearpoint, y fue directamente a la escalera, sin mirar el sitio de la pared donde todo el contenido de la cabeza de su amigo Jim Rosato se había desparramado deslizándose hacia abajo.

Tallow no dejó de marcar el paso hasta que llegó al coche. Los de la científica iban diez segundos detrás de él, furiosos.

—Entrad —dijo Tallow—. Os llevaré de vuelta a Jefatura. Y luego voy a ver a mi teniente.

—Parece que más bien necesitas ver a tu capitán —refunfuñó Scarly.

—No. Necesito a mi teniente para entendérmelas con el capitán. Entrad.

Entraron. Tallow pisó a fondo. Scarly y Bat intercambiaron una mirada inquieta, pero ninguno de los dos preguntó a Tallow qué prisa había. En lugar de eso, Bat dijo:

—¿Hasta qué punto estamos jodidos? En una escala de uno a diez.

Tallow se tragó su primera respuesta después de masticarla un poco.

—Iba a decir trece. Pero, francamente, podríamos haber estado ya en trece incluso antes de que echaran a los perros nuestra colección de hipótesis. No tengo más que relaciones que no puedo demostrar que existen porque, oye, no hay pruebas.

Ni siquiera sabemos cuándo fue el asesinato más reciente de nuestro hombre. Los criminólogos se pondrían malos de risa ante cualquier cosa que les dijera en este momento.

Al mirar por el espejo retrovisor, Tallow vio que Bat jugueteaba con su tableta y su wi-fi Pod.

—Eh, Bat, la pregunta la has hecho tú. Escucha por lo menos.

—Estoy escuchando. Puedes seguir.

Tallow se dio cuenta de que no podía hacer más que seguir con aquello.

—Que como no encuentres algo de ADN en esa pintura, o la investigación de otra serie de armas no nos lleve a un asesinato de la semana pasada, lo que tenemos todavía tardará un tiempo en sernos útil. No. Deja que añada algo. Si las armas no nos llevan a algunos asesinatos más que puedan alumbrar un poco el escenario.

—¿Todavía quieres hablar con alguien del Depósito General? —preguntó Scarly.

—Mi teniente quiere trabajar siguiendo los canales autorizados. Pero en este momento basta con saber que el hombre tiene un contacto en ese depósito. Por cierto, ¿te has fijado en el olor del apartamento?

—Allí me distraje un poco, John —dijo Bat.

—Sí, lo imaginaba —dijo Tallow—. Hay que joderse.

—Me gustaría saber si alguien de Spearpoint tuvo un pequeño accidente en los dos últimos años —dijo Scarly, despacio—. Puede que uno de instalaciones.

—Coño —se las arregló para carraspear Tallow—. Has dado en el clavo.

—Tal vez nuestro hombre conoció a un técnico en instalaciones de Spearpoint en un bar y dijo: Oye, por dinero en mano y una generosa propina, a lo mejor me podrías ayudar. Y una puerta de seguridad pasó sin más de su almacén a la furgoneta del de instalaciones, y una tarde tranquila, o un domingo, instaló la puerta. Pero la cuestión es que el de instalaciones habrá visto a nuestro hombre. Lo mismo que el policía del Depósito General habrá visto a nuestro hombre. Y ese policía está muerto.

—Varangian Security —dijo Bat desde la parte de atrás—. Fundada en Rochester, Nueva York, por Phil Lyman hace unos veinte años, proporciona servicios de seguridad privada en toda la ciudad; su expansión quedó interrumpida por la trágica muerte del carismático Lyman en bla bla bla… adquirida por e integrada en Spearpoint Security dos años después.

—¿Qué? —dijo Tallow.

—¿Qué de qué? Estoy leyendo eso en Wikipedia. A propósito, tienes jodida la pantalla de tu tableta. Es como tratar de leer con una capa de semen seco por encima. Da lo mismo. Trabajemos con las pruebas que tenemos, ¿entendido? Encaja lo del loco.

Tallow se detuvo en un cruce. Pasó un ruidoso autobús. El anuncio digital de su costado destellaba. Al parecer había otra comedia musical basada en una antigua película de Disney que se estrenaba en Broadway. Una animación parpadeaba en su pantalla: la princesa «india» más guapa, más blanca que hayas visto nunca, se arreglaba las plumas del pelo antes de mirar por encima del hombro a Tallow, sonriendo y guiñando el ojo.

Tallow reemprendió la marcha.

—Mientras tienes la tableta encendida, Bat, búscame Werpoes.

Bat hizo un clic. Chasqueó la lengua.

—La jodida autocorrección. ¿Wempus? ¿Cómo se escribe eso?

—Dios, no lo sé. Ella dijo Werpoes. W-e-r…

—Espera —dijo Bat—. Espera. Joder. Párate a un lado.

—¿Qué?

—Párate, joder.

—Coño, Bat… —Tallow se fijó en sus espejos retrovisores y se detuvo a un lado al cabo de unos comprometidos veinte segundos.

Bat se echó hacia delante y puso la tableta delante de Tallow y Scarly. Había dejado fija la imagen en la red de un abalorio de algún tipo, una ancha tira de conchas con antiguos dibujos y formas y el correspondiente ángulo mal terminado.

—Lo llaman wampum —dijo Bat—. Cinturón wampum.

—¡Joder! —exclamó Scarly, viéndolo de inmediato.

—Dice que los nativos americanos hacían estas cosas con cuentas como registro de la historia y las leyes, para señalar acontecimientos sociales, transmitir información… las hacían aquí en Manhattan, antes de que llegaran los europeos. Y cuando vinieron éstos, vieron el gran valor que daban los nativos al wampum y empezaron a hacerlo ellos, como dinero. —Bat daba golpecitos a la pantalla con una uña mal cortada—. Estas cosas eran arte, registro e instrumento. John, los cinturones wampum eran la memoria.

Tallow se frotó los ojos. Volvió a mirar la foto del cinturón wampum. Podía distinguir semejanzas. El cinturón de cuentas fotografiado era un trabajo delicado, y las espirales eran más difíciles de hacer… pero el que hubiera hecho aquel cinturón no estaba loco. Las semejanzas eran llamativas. Su asesino había convertido todo el apartamento en un engranaje de memoria, utilizando armas.

Los dos le miraban.

—Muy bien —dijo Tallow—. Ahora sabemos por qué lo hizo. Su motivación más allá de la fase tótem. Es un elemento de información más. Pero no es una prueba concreta. Os dejaré a los dos en Jefatura. Ya os lo dije antes… sois los de la científica los que resolveréis este caso. Y hasta ahora no me he equivocado.

—Eres un gilipollas muy vago, John —dijo Scarly, pero estaba sonriendo.