Doce
El cazador echó mano a su tabaco y elevó sus plegarias al cielo, viendo entrar en el edificio al hombre del traje negro que contuvo su obra. Al principio el cazador había estado furioso consigo mismo por no entrar en cuanto se alejaron los ladrones del camión con más herramientas suyas. Ahora estaba más tranquilo. Sabía que si entraba así, sin más, sería probable que lo descubriera y que incluso lo acorralara el hombre del traje negro, cuyo modo de andar y el bulto en la chaqueta revelaban la presencia de un arma de fuego en su cadera. Ahora el cazador tenía el control. Su presa estaba a la vista y no tenía ni idea de que la acechasen.
El cazador, sin embargo, carecía de una herramienta adecuada para el trabajo. Nada con resonancia. Fantaseó brevemente con la idea de que encontraría la herramienta adecuada dentro de su bolsa: un 38 de cañón corto de la policía, quizá, o algún arma famosa por haber matado a un policía. Pero lo único que tenía era un cuchillo de caza.
Consideró que los zapatos que se hizo en verano estaban suficientemente rotos para procurarle el sigilo de un artesano de la madera. Si se andaba con mucho cuidado, si se aseguraba de que no lo atrapasen en los grandes espacios abiertos del edificio…
El cazador tuvo cuidado con su cigarrillo antes de tirarlo hacia el cielo, observando que disminuía el tráfico de gente a pie y calculando los segundos de sus latidos. En su visión periférica se reunían antiguas ramas.