Veintinueve

Resultó que Scarly y Talia vivían en una imprecisa aglomeración urbana cerca del parque Slope: bastante cerca del distrito para reducir el estrés cultural de dos mujeres que vivían juntas, bastante lejos de sus fronteras establecidas para conseguir un apartamento asequible. Había, ante el asombro de Tallow, tanto un aparcamiento público enfrente de su edificio como espacios vacíos para aparcar delante del inmueble. En su calidad de habitante de Manhattan acostumbrado a caminar por lo menos cinco minutos desde el coche aparcado hasta el edificio de apartamentos, Tallow tuvo la sensación de que se la habían jugado, como si el Cielo hubiera estado todo el tiempo al otro lado del puente y nadie se lo hubiese dicho.

Aparcó detrás de Scarly y Bat delante del edificio de apartamentos, una casa ancha de ladrillo rojo de apenas cuatro pisos de altura.

Scarly y Talia vivían en el cuarto piso, y Talia estaba esperándolos en la puerta abierta del apartamento. Era tan alta como Tallow, y se encontraba en una forma infinitamente mejor. Tenía una melena como de alambre de cobre casi surrealista sujeta con gomas para el pelo que hacía que la parte de atrás de su cabeza pareciera una especie de cajetín para cables de teléfono.

Llevaba puesta una camiseta sin mangas gris que dejaba ver una musculatura poderosa, adecuadamente trabajada, y unos pantalones de faena que completaban la imagen de una agente de operaciones especiales fuera de servicio. Sus pies descalzos, mientras estaba parada en el felpudo ante la puerta principal, tenían tantos callos que Tallow supuso que sobre todo se entrenaba haciendo kickboxing. No llevaba maquillaje; tenía una piel tan pálida que parecía translúcida; y recibió el abrazo y el beso con cauteloso afecto, sin quitar un ojo a Tallow ni un instante.

—Gracias por esto —dijo Scarly.

—No hay de qué. Bienvenida a casa.

Apareció Bat, y Talia soportó un beso en la mejilla y un:

—Hola, Tallie.

Ella le dio un pescozón, no cariñoso del todo, mandándole dentro a trompicones.

Tallow tendió su mano, estableciendo un contacto visual directo.

Talia frunció los labios, mantuvo su mirada y luego le estrechó la mano enérgicamente. Él respondió a aquella fuerza y dijo:

—Soy John.

Hubo un amago de sonrisa en una de las comisuras de los labios de Talia, y asintió con la cabeza como diciendo Tú me servirás. Tallow había pensado un poco en la primera impresión que le causaría a ella, y aunque ahora la miraba a los ojos, dudó que Talia fuera tan poco inteligente para tragársela por completo, pero le alegró que pareciera apreciar el esfuerzo.

—Talia —dijo ella—. Entra, John.

El apartamento contrastaba completamente con la guarida para enanos en la que trabajaba Scarly. En el apartamento no había nada que no fuera bonito, o útil, o las dos cosas. Amplio y espacioso, pero cálido, era más un espacio dispuesto con cuidado y gusto que sencillo, frío y minimalista. En el aire había un dulzón y apetitoso olor a comida haciéndose.

Delante de ellos, al dirigirse a la cocina, Scarly dejó caer su abrigo en el suelo, junto al sofá.

—Scarlatta —dijo bruscamente Talia.

Scarly se detuvo en seco, volvió sobre sus pasos, agarró el abrigo, lo dobló y lo dejó encima del sofá.

—Te dejaré que lo pongas ahí en lugar de meterlo en el armario porque tenemos invitados. Ahora no estás trabajando.

—Bueno —dijo Scarly, con voz suave—. En cierto modo sí lo estoy.

Talia se dio la vuelta y alzó una ceja en dirección a Tallow.

—Si estoy de sobra —dijo Tallow—, entonces, en serio, me parece bien marcharme. De todos modos, tengo la sensación como de que he venido obligado. Todo está arreglado, de verdad.

—No me refería eso —dijo Talia—. Lo que quiero saber es de dónde sacas esos poderes mágicos que hacen que Scarly esté encantada, o al menos acepte trabajar un segundo más de su horario establecido.

Talia dio unos pasos hacia delante, puso una palma en la espalda de Tallow y empezó a empujarle por el apartamento.

—Quiero que te sientes a mi mesa, John, y me enseñes esos poderes mágicos, y así poder usarlos para conseguir que mi mujer recoja sus cosas y, ¿quién sabe?, a lo mejor lave algunas. Aunque eso podría poner a prueba hasta tus poderes mágicos.

Y luego a lo mejor me podrías explicar algo acerca de ese caso que hace que te dé de cenar, aparte de soportar quedarme sin mi mujer por una noche.

Llegó un grito de la cocina.

—Tallie. ¿Qué es lo que has hecho?

—¿A qué te refieres? ¿Qué es lo que he hecho?

—Tallie, esto es demasiado caro. ¿Qué te dije?

Cuando Talia se alejó a largas zancadas, Tallow se puso a un lado y tuvo una visión esquinada del interior de la cocina, donde, encima de un papel de carnicería desenvuelto, había un montón de filetes de solomillo de primera calidad.

—Lo que me dijiste —dijo Talia— fue que las únicas cosas que habías visto comer a John eran hamburguesas y chuletas, lo que no era lo que se dice demasiada información para pensar en prepararle algo de cenar.

—Tallie, tenemos tantas cosas que pagar…

Talia se estiró hacia ella y puso las manos en los hombros de Scarly, haciendo que pareciese incluso más pequeña de lo que era.

—Sí, es cierto. Pero el carnicero me debía un favor, y fui a comprar a última hora. Éstos casi no cuestan nada, y lo mismo la chapata de pan. Me habría costado más preparar unos fideos chinos. No te preocupes demasiado, Scarly. Eso te llevará pronto a la tumba, y yo todavía no he terminado contigo.

Scarly soltó una sonrisita, y Talia le besó en la frente, despacio.

—Y te voy a decir otra cosa —sonrió Talia—. Ningún hipster con lamparones de un tugurio de mierda para turistas de la parte baja de Manhattan va a preparar mejores sándwiches de carne que yo. No paso por eso. John, ¿bebes?

—Conduzco —dijo él.

—A eso llego. Pero una cerveza no te va a matar. Tengo una importada que te podría apetecer probar.

—A lo mejor podría compartir una contigo.

—Hecho. Siéntate, siéntate. Oye, ¿cómo te gusta que esté hecha la carne?

Tallow se sentó en la mesa oval de la cocina. Era antigua y estaba muy gastada; es probable que fuera conseguida en un mercadillo o posiblemente sacada de un contenedor de basura. Habían cepillado los diversos cortes y arañazos, pero sólo para que los bordes ya no estuvieran afilados y ásperos. Daba la sensación de que la había pulido el aire libre.

—Normal, supongo.

—¿Normal? Dios santo, qué aburrido. Común y corriente. Normal es para la gente que no elige. ¿Muy hecha o poco?

—Ah… muy hecha, entonces.

—Muy hecha. Es decir, estropeada. Son unos filetes buenos. No paso por eso. La tomarás poco hecha y te gustará.

—Sólo sabe preparar los filetes poco hechos —dijo Scarly.

—Cállate, mujer —dijo Talia—. Como tenemos un invitado, haré un esfuerzo especial para prepararlos normales.

El olor dulzón era el de cebollas que se caramelizaban en una sartén. Una bandeja de beicon y champiñones troceados estaba debajo de la parrilla sin encender, y rebanadas calientes de chapata se estaban enfriando en el estante inferior del horno. Talia abrió una botella muy rara de cerveza con una etiqueta verde que decía ST. PETER’S SUMMER ALE y le sirvió la mitad de su contenido en un vaso largo. Brindó con él con la botella, un pliegue irónico en la ceja, y dio un trago mientras se volvía hacia el fogón, pinchaba las cebollas con una chuchara en punta y echaba un aceite de oliva intensamente afrutado en una pesada sartén.

Tallow dio un sorbo a su cerveza sin saborearla, evitando de momento los ojos de todos. Miró el aceite de la sartén.

Tardaba en calentarse debido al pesado fondo, pero se calentaba de modo regular. Levantó pequeños dibujos en espiral, como los de la arena cuando baja la marea. Vio que adquiría brillo, y luego resplandecía, con unas pequeñas crestas de espuma flameantes. El aceite formó ondas y brilló como el reflejo de una luna llena en un estanque verde. Talia cogió dos de los delgados filetes y los dejó con habilidad en la sartén. Hubo unos rápidos restallidos mientras se freían. Los pinchó levemente con la punta de las pinzas de acero, para asegurarse de que no se estaban pegando, y luego observó con atención cómo se freían. Tallow habría calculado que pasó un minuto exacto cuando les dio la vuelta. La grasa jaspeada se había puesto apetitosa, pero se preguntó cuánto tiempo llevaría Talia sirviéndole la carne ni mucho ni poco hecha a Scarly y diciéndole que estaba muy hecha.

Talia se dirigió al horno, sacó dos rebanadas de pan y las emplató, tiró de la bandeja más alta con las pinzas y puso algo de beicon y champiñones a un lado en la parte de arriba del pan, y luego agarró la cuchara y echó cebollas caramelizas sobre cada rebanada. Por entonces el segundo minuto ya debía de haber pasado: Talia sacó los filetes, dejó uno en el fondo de cada rebanada y apretó los sándwiches antes de ponerlos delante de Bat y Scarly.

—Los nuestros después —dijo Talia a Tallow.

—Claro —dijo Tallow, que sin ningún motivo aparente se encontró deseoso de encogerse en un rincón oscuro y llorar con los ojos abiertos.

Aquello, sabía, era lo que había estado evitando. Ver a otras personas viviendo su vida. Algo tan prosaico y absolutamente soso y ubicuo en el mundo como ver a una persona preparar la comida para quien quería le estaba poniendo el corazón en un puño.

—Pareces a kilómetros de distancia —dijo Talia, poniendo un plato delante y sentándose a su izquierda, entre él y Scarly.

Tallow alzó la vista y se dio cuenta de que no estaba completamente seguro de cómo habían pasado los dos últimos minutos.

Pero ahora tenía comida delante, y Bat y Scarly estaban lanzándole aquella mirada de miedo que en los últimos días había comprendido que significaba que él se estaba portando de un modo extraño.

—Lo siento —dijo Tallow—. Hay mucho en qué pensar.

—Prueba la comida —dijo Talia, no sin amabilidad.

La probó. Estaba increíblemente rica y lo dijo.

—Toma —dijo Talia, volviéndose hacia Scarly—. Y ahora no quiero volver a oír mencionar que John te trae los mejores sándwiches de carne que existen. ¿Entendido?

—Entendido. —Scarly sonrió.

Tallow volvió a probar la cerveza, esta vez saboreándola, y constató que era rica, dorada, y una acompañante bien elegida para la comida.

—Bien —dijo Talia—. Dime en qué tienes que pensar. Y no acepto que digas que es un caso sin resolver y no puedes hablar de él, bla-bla-bla. Eso no vale en esta casa, ¿entendido?

—Entendido —dijo Tallow, y, entre bocados, le proporcionó un resumen a grandes rasgos del caso hasta la fecha. Iba a medias cuando notó que Bat y Scarly querían intervenir para añadir o ampliar algo. Talia dirigía la casa. Se le ocurrió que él estaba perdiendo pie y buscando su aprobación de modo impreciso.

Incluso la exposición poco detallada del caso tenía cierta fuerza, y Talia se balanceó en su silla mientras apreciaba sus efectos.

—Guau —dijo, al final. Mirando a Scarly, añadió—: Tienes razón. Es bueno. Pero no veo adónde quieres llegar desde ahí.

Acaba de decir que no hay posibilidad de encadenar una investigación que lleve desde la colilla hasta el tribunal.

—Siempre y cuando —dijo lentamente Tallow— creas que esto terminará ante los tribunales.

Los ojos de Talia se dilataron un poco al oírlo.

—Hay algo que no sabes —dijo Tallow a Scarly—. El subdirector Turkel me dijo más que nada que estoy en el corredor de la muerte. Si no me equivoco en mis apreciaciones, Turkel no se manchará las manos ni una vez. Eso significa que nuestro hombre…

—El LCC —dijo Bat con una irónica sonrisa sombría—… el LCC, pues. Eso significa que Turkel le va a encargar a LCC un nuevo trabajo. Lo que también implica que Turkel sabe dónde encontrarle. Lo que probablemente signifique que Westover y Machen saben dónde encontrarle. Pero aparquemos eso durante un segundo. Eso significa que el hombre del que andamos detrás estará pronto detrás de mí. Dada la aceleración de ciertos aspectos del caso, creo que ese pronto significa tan pronto como esta noche. Y seré sincero: no es probable que Al Turkel no sepa dónde vivo yo.

—Te prepararé el sofá —dijo Talia, y terminó lo que quedaba de su botella.

—Muy amable por tu parte —dijo Tallow—, pero no es necesario. Esta noche voy a ir a casa.

Talia golpeó la mesa con la botella como con un martillo.

—Nada de eso, coño. ¿Después de lo que me has contado? Mira, no te conozco, pero si estos dos dicen que eres bueno, para mí casi es suficiente. Y no te vas a desgraciar esta noche. Y aunque lo hagas, joder, no sería humano mandarte a un sitio que va a atacar un loco.

Tallow incluso les contó lo que él y Bat habían hecho antes aquella misma tarde. Le sorprendió que nadie pareciera más contento después de hacerlo. Ni siquiera Bat, que había hecho el trabajo.

—Vamos —dijo—. Al menos es un plan, ¿no?

—¿Café? —dijo Talia, levantándose y dirigiéndose a un lado del extremo de la encimera de la cocina que tenía un armatoste tecnológico imponente.

—Gracias —dijo Tallow.

—Todavía no lo has tomado —dijo Bat.

—Bat, tienes el sistema digestivo de una escuálida ardilla envenenada. John está hecho sin duda de un material más fuerte.

Aunque esté grillado.

—¿Por qué me llaman todos loco?

Talia, en la cafetera, dijo:

—¿Se te ha ocurrido durante sólo un momento que podrías convertir todo este asunto en un ascenso para ti, Scarlatta, y probablemente incluso para Bat?

Tallow dio un salto hacia delante en su silla.

—¿Cómo?

—Podrías haberle dicho fácilmente a ese subdirector: Muy bien, yo sé lo que te traes… ¿no te merece la pena estar seguro de que nadie lo descubrirá? Podrías haber dicho: Quiero ser comisario, o teniente, y a mi buena amiga Scarlatta le gustaría desempeñar el cargo de supervisora y tener un aumento de sueldo sustancial. Y a Bat le gustaría perder su virginidad. Podrías haber hecho eso. ¿Nunca has pensado en ello, John?

—No —dijo él, volviendo a sentarse—. Ni una vez.

—Ahora que has pensado en ello —dijo Talia—, ¿no te gustaría haberlo hecho?

Después de cierto tiempo, Tallow dijo en voz baja:

—No.

—Loco —dijo Talia—. Pero vale. Todavía puedes quedarte a dormir. Te digo, sin embargo, que imagino que tu vida como inspector se ha hecho innecesariamente difícil con los años.

—En realidad no —dijo Tallow, más que nada para sí mismo—. Hasta ahora no.

Su teléfono móvil sonó.