Treinta
El cazador comió un poco más, se sentó en el interior de un oscuro grupo de árboles con objeto de recuperarse durante un corto periodo y después durmió durante un rato.
Despertó sobresaltado de un descanso inquieto, como si un sueño le hubiera atravesado con una lanza.
Alzando la vista y conteniendo cierto temblor en las manos, el cazador buscó unas cuantas estrellas y la luna para considerar el tiempo que había pasado, y calculó que su cita era inminente. Agarró la bolsa, comprobó su contenido —aun con la pistola y algunas cosas de las que se apoderó en la ferretería, todavía se sentía preocupantemente escaso de herramientas— y luego se levantó y se puso a caminar, librándose del frío húmedo de las piernas con cierta dificultad. Una vez que muslos y pantorrillas se desentumecieron, se introdujo en el espeso matorral colindante con el punto de encuentro previsto, desplazándose con los lentos y exagerados pasos del que ha trabajado la madera y acercándose en silencio e invisibilidad.
En el punto de encuentro había tres personas.
El cazador sonrió. Ellos todavía cabreados e inquietos como tres chicos nerviosos de veintipocos años. La reunión sin duda iba a estar más concurrida de lo que le habría gustado, pero pareció como si a aquello lo compensara la diversión.
Salió al sendero, dejándoles que le vieran. La reacción conjunta le gustó hasta casi sentir culpabilidad.
—Hola —dijo—. Veo que toda la banda está aquí.
Todos parecían enfermos en distintos grados.
—Ha pasado mucho tiempo desde que estuvimos todos en el mismo sitio —dijo el cazador—. Me pregunto por qué todos ustedes consiguen hacer que me sienta tan especial esta noche.
Westover extendió lentamente la mano, con un trozo de papel entre los dedos. El cazador, mirándole de modo condescendiente, lo agarró, con lentitud.
—Eso —dijo Westover— es el nombre y la dirección del policía en cuestión.
—¿No sabemos nada de sus costumbres? —preguntó el cazador, reparando en que la casa estaba a unas buenas dos horas de marcha.
—No hace vida social —dijo Turkel—. Al parecer pasa las noches leyendo y oyendo música.
El cazador se guardó el papel en un bolsillo.
—Estupendo. Entonces, ¿debo ponerme en camino?
—Yo creo que tenemos que hablar de cómo termina esto —dijo Westover.
—¿Que cómo acaba? Con la muerte del hombre del que me acaban de dar la dirección.
—¿De verdad? ¿Eso acaba con todo?
—Eso depende —dijo el cazador— de lo que quieran decir con todo. Lo que quiero decir yo es que espero que la muerte de este hombre dificulte tanto la investigación que termine con ella del todo.
—Eso no lo tengo claro —dijo Machen.
—Perdone —dijo Turkel al cazador. El cazador le dedicó una sonrisa tolerante, burlona, y le dio permiso para que terminase con un amplio movimiento de mano. Turkel tragó con dificultad y continuó—. Tallow es el caso en este momento.
Que yo sepa, no ha presentado ningún informe escrito. La muerte de Tallow borrará información suficiente para que se paralice cualquier investigación posterior. Y, con sinceridad, parece que él es el único interesado en continuarla. Tengo la sospecha de que es un enfermo mental. Hay otra cuestión que tiene que ver con una de las pistolas que se llevaron de un almacén oficial, pero investigar eso será…
—¿Un camino sin salida? —El cazador se rió—… va a ser improductivo —dijo Turkel, con un tímido desagrado en la cara cuando se volvió hacia el cazador.
—Ahí lo tenemos —dijo el cazador—. La muerte de ese hombre acaba con las dificultades que se nos han presentado. Pero no hablo del final de todo esto. Todavía hay trabajo que hacer.
—¿Qué trabajo? —preguntó Westover.
—Mi trabajo. Ha quedado sin terminar, y debe iniciarse de nuevo. Han penetrado en mi fortaleza, y han desmantelado y robado mi trabajo. Dudo mucho que recupere todas las piezas alguna vez, y en cualquier caso estarán tan contaminadas como para volver a reunirlas. Debo empezar otra vez.
—Si le estoy entendiendo del modo correcto —dijo Machen—, reunir su… colección le llevó unos veinte años. Pero el trabajo está terminado.
—¿De verdad? —El cazador se volvió a reír—. ¿Ya han conseguido todos que se hagan realidad sus ambiciones? ¿Todos los sueños se han hecho realidad? ¿No hay nada más a lo que aspiren? Lo dudo. No creo que para ustedes tres la avaricia fuera algo con lo que cubrirse en los inviernos de su juventud para luego quitársela como un abrigo en una habitación caldeada. ¿De verdad pretenden decirme que no les queda ningún deseo por cumplir? Usted, señor Machen. Podría estar dirigiendo la gran trituradora financiera de esta ciudad. Dentro de veinte años podría ser el alcalde. Aquí, el señor Turkel, todavía no es comisario jefe, ¿o sí? Señor Westover… bueno, tiemblo al pensar en los horrores que todavía le quedan por hacer. Aunque, si soy sincero, no estoy muy impresionado por la seguridad de su casa.
—Usted no quiere parar —dijo Machen con una voz sin entonación.
—No quiero parar. Tengo que terminar una cosa. Y como también ustedes tres tienen cosas que terminar, me da la sensación de que eso nos viene bien a todos.
El cazador soltó una carcajada que le sorprendió incluso a sí mismo.
—Es un asunto serio —dijo Westover—. Lleva implícita la promesa de una remuneración sustancial y de cualquier otra cosa que pueda necesitar que se le facilite.
—Podemos empezar hablando de medio millón de dólares en billetes no correlativos y usados —dijo Machen.
—Y, por supuesto, una garantía de que saldrá sano y salvo de la ciudad, proporcionándole un vehículo o un billete de avión —dijo Turkel.
—Bien, bien —dijo el cazador—. ¿Han estado hablando entre ustedes?, ¿no? Tres viejos gordos reunidos en un parque a oscuras que se preguntan cómo regatear para encontrarle una salida a la vida que ellos mismos eligieron. Esperando temerosos poder sobornar al responsable de su éxito.
—Le contratamos y podemos… —empezó Machen.
—¿Me contrataron y por tanto me pueden despedir? ¿Trabajo a sus órdenes? ¿Está diciendo eso? Son unos idiotas. Unas sabandijas estúpidas, sin ningún valor, que dan risa. Ustedes trabajan para mí. Encontré a tres personas tan desesperadas por ser alguien que me dieron dinero para el trabajo que yo ya pretendía hacer. No me utilizaron ustedes. Ustedes me resultaron útiles. Me apoderé del planteamiento de sus necesidades para usarlo yo. Ustedes están a mis órdenes y yo decido cuándo acaba todo. Los tres son igual de mediocres que cuando los conocí. Ahora sólo tienen unos zapatos mejores. Fíjense en ustedes mismos. Creen que maté porque me lo mandaron ustedes para hacerse importantes. No son importantes. No son más que las cosas que flotan en la superficie cuando todos los obstáculos han desaparecido. No me pueden comprar porque nunca fue cuestión de dinero. Era cuestión de trabajo. Seguirán pagándome según el acuerdo original, y continuarán proporcionándome más gente moderna a la que matar porque eso me divierte. ¿Me entienden?
Hubo un silencio, y el pestazo de su miedo.
—Nunca me conocieron en absoluto, ¿verdad? Nunca entendieron nada. Demasiado centrados en sus propias ganancias.
Westover se abrió la chaqueta.
La mano del cazador se introdujo en su bolsa, encontrando la culata de la pistola que le quitó a Kutkha.
Westover notó el movimiento, inclinó la cabeza un poco y desaceleró sus movimientos. Sacó un sobre del bolsillo interior de la chaqueta y se lo tendió al cazador.
—Supongo que puede ir en coche —dijo Westover.
—Cuando tengo que hacerlo —dijo el cazador, retrocediendo a las sombras para disimular cualquier posible señal de asco que le produjera la idea. Palpó el sobre; dentro había algo de plástico, junto con el crujir de papel plegado.
Westover bajó la voz.
—El sobre contiene los detalles que necesitaría para recuperar al menos varias de sus armas. Los nombres que hay son… prescindibles.
Turkel se volvió para marcharse.
—Bien —dijo el cazador. Tengo una noche muy ocupada por delante. Así que les dejaré que disfruten, caballeros, lo que queda de velada. Mañana quiero ver a alguno aquí. Pero sólo a uno. Elijan entre ustedes. Decidan cómo vamos a proceder en adelante. Todavía somos todos jóvenes, y aún queda mucho que conseguir aquí en esta gran isla. ¿No creen?
Turkel ya se alejaba, de espaldas al cazador. Machen y Westover le siguieron. El cazador les miró irse, cambiando de posición cada minuto durante cinco minutos hasta que estuvo seguro de que todos se habían separado y tomaban las correspondientes direcciones divergentes. Entonces encontró una fuente de luz que estaba lo bastante aislada para que pudiera abrir el sobre con seguridad y examinar su contenido.
Al cazador no le gustaba nada viajar en un vehículo de motor, pero aquella noche la velocidad de desplazamiento en un medio de transporte moderno sería indudablemente útil. Tenía que limitarse a decidir qué lugar ocupaba el inspector John Tallow en la lista de cosas que tenía que hacer aquella noche.