Pigault-Lebrun

Heredero de una antigua familia vinculada a la ciudad de Calais, Charles Pigault-Lebrun (1753-1835) no siente ninguna afición por la carrera de las finanzas que le propone su padre; a su vuelta de Londres, a donde ha sido enviado para estudiar prácticas comerciales, su propio padre manda encarcelarlo durante dos años. Tras una breve etapa militar, cuando regresa a Calais se empeña en casarse con Eugénie Salens; el padre, para quien la joven es hija de una aventurera, vuelve a encarcelarlo durante dos años; conseguirá escaparse ayudado por la hija de su carcelero; las andanzas le permitirán conocer de nuevo la milicia, el teatro, en el que trabaja como actor, la enseñanza del inglés en los Países Bajos –adonde había huido mientras su padre, en connivencia con el alcalde de Calais, le daba oficialmente por muerto–, la redacción de una comedia que el obispo de la ciudad prohíbe por considerarla un ataque al clero y a la nobleza, y otra que consigue estrenar en 1786 en Maastricht.

Cuando vuelve a Calais, trata de recuperar su existencia legal, pero pierde el proceso que emprende y es tratado como impostor. Logra que en París se representen algunas de sus obras: el éxito de Charles et Caroline (1790), donde en filigrana aparecen las relaciones de hijo y padre, le permite consagrarse sobre todo al teatro en un momento en que los escenarios franceses soportaban las convulsiones de la Revolución. Después de haber sido actor, director de escena y regidor, a partir de 1791 se dedica a la escritura de obras teatrales; interrumpe esa labor para alistarse voluntario en el regimiento del conde Coustine, y ayudar a los estadounidenses que se habían revelado contra Inglaterra. Fue sólo un inciso en su carrera literaria; a su regreso se entrega de lleno a la literatura y al teatro; pero junto a las numerosas comedias empieza a escribir novelas: en 1794, L’Enfant du carnaval (El hijo del carnaval), cuyo éxito le permite ampliar su horizonte literario; y, en 1800, L’Enfant du bordel, cuya paternidad rechazará siempre.

Si su vinculación al espíritu volteriano del siglo le incapacita por decisión de Napoleón para desempeñar ciertos cargos, por ejemplo el de bibliotecario que el hermano del emperador, Jérôme, convertido en rey de Westfalia quería darle, hay uno para el que sí se le considera apto: inspector de salinas, que desempeña hasta 1824, momento en que la Restauración reprime las costumbres y da vara alta a la censura: su viejo libro L’Enfant du carnaval será incluido en 1825 en el Índice y condenado, en un proceso posterior (1827), a la destrucción. No le impedirá seguir escribiendo obras de teatro y novelas, que también adapta para la escena, hasta su muerte en 1835.

En 1800, fecha de aparición de El hijo del burdel, la novela francesa ha dado un vuelco; si a lo largo de todo el siglo XVIII había predominado la novela galante y hasta cierto punto lírica y soñadora, a medida que el Antiguo Régimen se deteriora la realidad va imponiéndose en las narraciones, que recogen el realismo de la picaresca española, el impulso hacia la descripción verídica de las relaciones sociales de la novela inglesa, y la virulencia de la mirada sobre el mundo del Cándido de Voltaire. El protagonista de la primera novela de Pigault-Lebrun, El hijo del carnaval, desciende de una cocinera y de un capuchino; los padres de El hijo del burdel serán un conde que a los dieciséis años quiere perder su virginidad y una vendedora de modas que muere al darle a luz; el recién nacido pasa a un burdel, donde será criado por la Madame y las putas de la casa. Más que novela de voluptuosidades y placeres rebuscados, El hijo del burdel es la novelación de un París convulso por el cambio de régimen, una crónica que mezcla, en cierto modo, el espíritu de los fabliaux medievales y la crítica social de las Luces, sin perder de vista el placer y sus distintas formas, las más audaces, si dejamos a un lado al marqués de Sade, en la afirmación de una igualdad de los sexos ante el placer y el deseo; la aventura lleva a Querubín a distintos escalones sociales en el momento en que se derrumba el Antiguo Régimen, pero también cuando el Terror está en su apogeo. Aunque su crítica resulta furibunda, Pigault-Lebrun es «el más alegre de nuestros novelistas», según Stendhal, que lo define así en La France en 1821, cuando un americano le pregunta por los libros que se llevaría en caso de naufragio: «En primer lugar Pigault-Lebrun». Alegría, desenvoltura de espíritu y libertad narrativa para referir las andanzas del protagonista con un ritmo convulso.