Fougeret de Monbron

Jean Fougeret, recaudador de impuestos y tesorero de guerra que había invertido sus ganancias en propiedades provincianas, preparó a sus hijos para subir el tercer escalón: la conquista de la capital; el cuarto de ellos, nuestro autor, Louis Charles Fougeret de Monbron, nacido en 1706, va a París con veinte años, entra en la milicia que abandona cuatro más tarde, rechaza los oficios que su padre compra para él y se dedica a una especie de bohemia avant la lettre en la que alterna los círculos literarios con los cafés, los prostíbulos con las chicas de la Ópera, etcétera. Su primer folleto publicado –Le Canapé couleur de feu (El canapé color de fuego) aparece firmado por M. de… en Amsterdam, en 1741, cuando ya se conocía la existencia de Le canapé couleur de rose (El canapé de color rosa), de Crébillon, publicado en 1742 bajo el nuevo título de El sofá; la descripción elegante de medios refinados se convierte, en la «respuesta» que Fougeret de Monbron le da, en una provocativa sátira que denuncia los vicios del clero, el fanatismo de los jansenistas, etcétera. Para ese momento Fougeret ya se había ganado fama de provocador, de hombre puntilloso, dispuesto a responder a las críticas con la espada; para su familia, cuya segunda generación de había asentado firmemente en el mundo financiero parisino, era una piedra de escándalo: ante la situación, en la primavera de 1742 se exilia voluntario a Inglaterra a la búsqueda del «hombre de Diógenes». Pese a pasar en ella sólo seis semanas, cuando regrese a París sentirá nostalgia de la capital inglesa, desde donde «miraba a los franceses con lástima, y como una especie de animales usurpadores de la cualidad de hombre».

Instalado en París tras un viaje a Constantinopla (1742-1743), a la muerte de su padre hereda una fortuna que le permite dedicarse a la literatura, empleando una vena satírica y burlesca que quiere descubrir las intrigas de la historia, las pequeñas historias ocultas, sean de la monarquía o de los prostíbulos: desde La Henriade travestie en vers burlesques (La Henriade travestida en versos burlescos), que parodia la Henriade de Voltaire, o El canapé color de fuego, que ofrece la otra cara, más burda, de El sofá de Crébillon. Nuevos viajes, punteados por etapas de descanso en París, lo llevan a Italia, a Prusia y el norte de Europa, a España, país «de la superstición y la ignorancia», del que escapa, tras pasar por Barcelona, Zaragoza y Madrid, rumbo a Lisboa e Inglaterra; su regreso a París en agosto de 1748 no podía ser más desdichado: es encarcelado inmediatamente, el 7 de noviembre, por Margot la ravaudeuse (Margot la remendona), aún en estado de manuscrito, pese a sus protestas de no haberse metido a «desprestigiar ni criticar la conducta de los Grandes».

Cuando recupera la libertad se refugia en Inglaterra y viaja por Europa, perseguido por los espías de la policía, las embajadas francesas y las autoridades de todos los países, que tratan de arrestarlo en varias ocasiones: lo conseguirán en marzo de 1785, en Toulouse; tras una breve estancia en la Bastilla, Fougeret retoma su crítica en su Cosmopolite, ou le Citoyen du monde (Cosmopolita, o El ciudadano del mundo), contra todo y contra todos; en Préservatif contre l’anglomanie (Preservativo contra la anglomanía), ahora contra Inglaterra y los franceses que como Voltaire creen en la libertad de ese país, reconociendo en los ingleses un sólo mérito: la excelencia de sus caballos y de sus perros, además de que «no tienen ni monjes ni lobos»; en La Capitale des Gaules, ou la Nouvelle Babylone (La capital de las Galias, o La nueva Babilonia, 1759) contra el mito de París como centro de las artes, los placeres y las gracias, condenando la corrupción económica, política y moral del lujo a partir de las ideas que J.-J. Rousseau había expuesto en el Discurso sobre el origen de la desigualdad; secundando la Carta a d’Alembert sobre los espectáculos (1758) de ese mismo filósofo, arremete contra el teatro, los cafés, los paseos, la depravación de las jóvenes. Su muerte, ocurrida el 16 de septiembre de 1760, será su última provocación: deja la mayor parte de sus propiedades a su criada, menos una cantidad destinada a los pobres de su ciudad natal y diez libras a cada uno de los miembros de su familia.

Considerado como el cínico de los ilustrados, Fougeret de Monbron es el primero que se quiere cosmopolita y «misántropo» en su acepción más amplia y rigurosa: su aversión por el género humano le merecerá el calificativo de «tigre de dos pies» en la pluma de Diderot; en los últimos folletos que escribe, su sátira se convierte en una invectiva universal.

Si El canapé color de fuego (1741) tiene por guía El sofá de Crébillon, del que parodia sus elevados personajes de espíritu refinadamente libertino, también va más allá: Fougeret no sólo rebaja el lenguaje exquisito hasta el realismo grosero, sino que su sátira tiene un blanco claro: la toga, el clero y una burguesía femenina gazmoña, cuyos vicios y ridiculeces subraya. Nueve años más tarde, en Margot la remendona Fougeret de Monbron escribirá un relato que sigue los moldes de la novela picaresca al tomar de la tradición un personaje, cuyo nombre, Margot, ya andaba en canciones populares ejerciendo distintos oficios, aunque todos ellos con un fondo de putaísmo utilizado para puntuar satíricamente ciertas costumbres o determinados hechos políticos: por ejemplo, cuando en 1724 la Corte prepara un viaje a Chantilly acompañando al joven Luis XV para «dar al rey gusto por las mujeres y hacerle perder su virginidad con una p…», el fracaso permite la aparición de una Margot: «Todos los preparativos de las mujeres que creían poder depravar al rey», anota en agosto de ese año E.-J. Barbier para su Crónica de la Regencia y del reinado de Luis XV, «han dado lugar a la siguiente copla sobre la melodía de Margot la remendona: Margot la pastelera / le decía a su amigo: / ¿Qué hacen con esas pordioseras / que llevan a Chantilly? ¡Cómo!, ¿para desvirgar a uno / se precisaba todo ese tren / de diecisiete putas?».

En 1741, sobre esa melodía aludida, y que no se ha perdido, Margot es sinónimo de burla, de sátira; lo que la remendona cuenta, empezando por un nacimiento contrario nada heroico, es la memoria de la prostitución de la época, a través de una puta que, de la nada, escala utilizando su cuerpo hasta las jerarquías más altas: y eso es lo que denuncia, una sociedad de prejuicios y privilegios regida por el dinero de unos, los hombres, y la sumisión de la mujer al capricho de esos poderosos. Margot no llega a rechazar el sistema social, precisamente porque ha conseguido entrar en él, aunque sea por la puerta falsa del sexo, «pero la mirada lúcida que tiene del mundo, el cinismo que a su vez demuestra, la exaltación de sus placeres como la puesta al desnudo de la hipocresía dominante contribuyen» a dar ejemplo.