IX
Las horas transcurrieron lentamente. Ni la ONU ni el IIDUE le rescatarían; la carta del Entorno sólo permitía la intervención de un agente del exterior cada vez.
Trató de pensar en los objetos-vitales. Presumiblemente, Crawley había oído la última conversación y sabría que los sacerdotes del Entorno poseían el poder de matar a distancia. Allí estaba la evidencia de una ESP que Crawley buscaba: el «telecidio», o como quisiera llamársele. Y el conocimiento no ayudaba a nadie, como el propio Patel había observado. Desde hacía mucho tiempo se sabía que los brujos africanos poseían una facultad similar, la de hechizar a una persona y matarla a distancia; pero nunca se había establecido cómo lo hacían; en realidad, el hecho no había sido asimilado por el Oeste, a pesar de la avidez que siempre había demostrado el Occidente por descubrir nuevos sistemas de matar. Había cosas que una civilización no podía aprender de otra. El asunto de los objetos-vitales sería una de ellas: absolutamente fascinante, absolutamente insoluble.
Dixit paseó incansablemente de un lado a otro de la habitación. No le habían traído comida, lo cual resultaba ominoso.
Un poco más tarde, la puerta se abrió.
Era Malti. Se llevó un dedo a los labios para recomendarle silencio y cerró la puerta detrás de ella.
—¿Ha llegado el momento? —preguntó Dixit.
Malti se acercó rápidamente a él, sin tocarle, mirándole fijamente.
Aunque era una mujer fea y abatida, había belleza en sus ojos.
—Puedo ayudarle a escapar, Dixit. Patel está durmiendo, y he hecho un trato con los guardianes. Le llevarán a mi propio bloque, y una vez allí tal vez consiga regresar al mundo exterior, que es el que le corresponde. Pero tenemos que darnos prisa. ¿Está preparado?
—Patel te matará cuando descubra mi fuga.
Malti se encogió de hombros.
—Tal vez no. Creo que le gusto un poco. Prahlad Patel no es inhumano, al margen de lo que usted opine de él.
—¿No? Sin embargo, planea matar a otra persona esta misma noche... Ha adquirido el objeto-vital de un pobre hombre y hará que su sacerdote le mate con visiones nocturnas.
Malti dijo:
—La gente tiene que morir. Usted va a estar de suerte. No morirá, al menos no esta noche.
—Si eres tan fatalista, ¿por qué me ayudas?
Vio un destello de desafío en los ojos de Malti.
—Porque debe usted transmitir un mensaje mío al mundo exterior.
—¿Al mundo exterior? ¿A quién, concretamente?
—A todos los que envían espías aquí y quieren aniquilar este mundo. Dígales que nos dejen construir nuestro propio mundo en paz. ¡Que nos olviden! Éste es mi mensaje. Transmítalo con todas sus fuerzas. ¡Éste es nuestro mundo, y ustedes no tienen nada que ver con él!
Su vehemencia, su ignorancia, redujeron a Dixit al silencio. Malti le sacó de la habitación. Al otro lado de la puerta había varios guardianes. Se quedaron quietos, con los ojos cerrados, y Malti se deslizó entre ellos llevando a Dixit de la mano.
Al llegar al rellano de la escalera que conducía al Bloque Noveno, Malti le soltó y dio media vuelta. Dixit la agarró por la muñeca.
—Tengo que regresar —dijo Malti—. Esta escalera le conducirá al Bloque Noveno. No se preocupe, los guardianes están advertidos y le dejarán pasar.
—Malti, debo tratar de ayudar al hombre que va a morir. ¿Conoces por casualidad a alguien que se llama Gita?
Malti se sobresaltó y se pegó a Dixit.
—¿Gita?
—Gita, del Bloque Noveno. Patel tiene el objeto-vital de Gita, y esta noche morirá.
—Gita es mi padrastro, el tercer marido de mi madre. ¡Un hombre bueno! ¡Oh, no debe morir, por el amor de mi madre!
—Morirá esta noche. Malti, puedo ayudarles a ti y a Gita. Comprendo tus sentimientos en lo que respecta al mundo exterior, pero estás equivocada. ¡Serías libre hasta un punto que no eres capaz de imaginar! Llévame al lado de Gita, y nos marcharemos los tres.
El rostro de Malti reflejó lo encontrado de sus emociones.
—¿Está seguro que Gita va a morir?
—Acompáñame a su lado, y comprueba si ha desaparecido su objeto-vital.
Sin esperar a que Malti tomara una decisión —en realidad, ella parecía dispuesta a regresar junto a Patel—, Dixit tiró de la muchacha y la obligó a seguirle.
Alcanzaron el rellano del Bloque Noveno sin novedad. Dixit no cesaba de volver la cabeza para comprobar si alguien les seguía; le parecía imposible que su fuga resultara tan fácil.
Pero los guardianes, al verles, cerraban los ojos.
—Tengo que volver al lado de Patel —susurró Malti.
—¿Por qué? Sabes que te matará —dijo Dixit—. Hay docenas de testigos que han visto que me acompañas...; no creerás que Patel no descubrirá lo que estás haciendo. Procuremos llegar junto a Gita lo antes posible.
En el Bloque Noveno el ruido y la confusión eran mucho mayores que en el piso superior; era evidente que se trataba de un bloque sin un caudillo fuerte.
Dixit había contemplado aquel cuadro más de una vez, cómodamente sentado en la estación de control y detección del IIDUE, sin que el espectáculo le impresionara demasiado. Había que encontrarse en medio de él para obtener una impresión «directa». Entonces se captaba también el aroma del Entorno. Era sumamente acre.
Mientras avanzaban lentamente entre los cuerpos derrumbados por la fatiga, Dixit vio un cadáver que ardía sobre un montón de leña. Era el cadáver de un niño. El humo que desprendía era absorbido por un respiradero de la pared. Una madre estaba sentada en cuclillas junto al cadáver, cubriéndose el rostro con una mano esquelética. «Es la hora en que mueren los viejos», había dicho Malti, refiriéndose a la noche anterior; y el joven tuvo que contestar a aquella misma llamada.
Este era el modo hindú de enfrentarse con la inhumanidad del Entorno: con su sempiterna aceptación del sufrimiento. De haber sido encerrada aquí alguna raza blanca, el asunto habría terminado con una matanza general. Dixit, un mestizo, no se permitiría a sí mismo juzgar cuál de las dos respuestas era más digna de respeto.
Malti mantenía la mirada fija en el suelo de hormigón mientras cruzaban por delante del cadáver. Finalmente, después de muchas vueltas y revueltas por innumerables pasillos, se detuvo delante de una puerta semidestrozada. Malti la empujó, después de dirigir una mirada de advertencia a Dixit, y entró a reunirse con su familia. Su madre, que no dormía —aprovechaba aquellas horas nocturnas para lavar la ropa de la familia—, profirió un grito y cayó en los brazos de Malti. Hermanos, hermanas, hermanastros, hermanastras, primos y sobrinos se despertaron, berreando. Dixit fue completamente olvidado. Permaneció de pie en el pasillo, esperando nerviosamente.
Transcurrieron muchos minutos antes que Malti saliera y le hiciera pasar al interior del atestado cuarto. Le presentó a Shamim, su madre, la cual se inclinó ante él y desapareció rápidamente, y a su padrastro, Gita.
El hombre apartó a todo el mundo de un rincón del cuarto y llevó a Dixit hasta allí, ofreciéndole después cortésmente una copa de vino. Mientras lo bebía a pequeños sorbos, Dixit dijo:
—Si tu hijastra te ha explicado la situación, Gita, me gustaría sacarles a Malti y a ti de aquí, porque de otro modo vuestras vidas correrán un inmediato peligro. Puedo garantizarte que en el exterior serán tratados muy cordialmente.
En tono digno, Gita dijo:
—Mi hijastra me ha explicado todo este desagradable asunto. Ha sido usted muy amable al tomarse tantas molestias, pero no podemos ayudarle.
—Malti me ha ayudado ya. Ahora me toca a mí ayudarles a ustedes. Quiero sacarles de aquí y llevarlos a un lugar seguro. Los dos están bajo la amenaza de una muerte inminente. No necesito decirte que Prahlad Patel es un hombre implacable.
—Implacable y cruel, cierto —asintió Gita—. Pero no podemos marcharnos de aquí. Todos estos pequeños dependen de mí. ¿Quién velaría por ellos si yo les abandonara?
—Pero sus horas están contadas...
—Aunque sólo disponga de un minuto antes de morir, no puedo abandonar a los que dependen de mí.
Dixit se volvió hacia Malti.
—Malti, tú tienes menos responsabilidad. Patel se vengará de ti. Ven conmigo y ponte a salvo.
Malti sacudió la cabeza.
—Si me marchara, enfermaría de pesar por lo que ocurriera aquí, y moriría de todos modos.
Dixit miró a su alrededor, desesperado. La ciega interdependencia de aquella gente le había derrotado..., o casi derrotado. Todavía le quedaba una carta por jugar.
—Cuando salga de aquí, tengo que informar a mis superiores. Son las personas que..., las personas que ordenan todo lo que sucede aquí. Son como dioses para ustedes, les suministran la luz, la comida, el aire, y poseen un poder de vida y muerte sobre cada uno de ustedes y en todos los bloques. Quizá por eso apenas pueden creer en ellos. Ahora, casi se han dado cuenta que el Entorno total es un error, un crimen contra vuestra humanidad. Debo llevarles mi veredicto. Y mi veredicto, puedo decírselos ya, es que las vidas de todos los que están aquí son tan valiosas como las vidas de los que se encuentran más allá de estas paredes. El experimento tiene que ser interrumpido; todos ustedes deben recobrar la libertad.
»Es posible que no comprendan del todo lo que quiero decir, pero tal vez las pantallas les han ayudado a captar algo. Serán bien tratados y rehabilitados. Todo el mundo saldrá de los bloques muy pronto. De modo que ustedes pueden venir conmigo y salvar sus vidas; y luego, quizá dentro de una semana, se reunirán con toda vuestra familia. Entonces, Patel no tendrá ningún poder. Piénsenlo con calma, por el bien de los que dependen de ustedes, y vengan conmigo a la vida y a la libertad.
Malti y Gita se miraron ansiosamente el uno al otro y empezaron a conferenciar en voz baja. Shamim se unió al conciliábulo, y Jamsu, y la coja Shirin, y más y más miembros de la tribu. Dixit esperó, impaciente.
Finalmente, se hizo el silencio. Gita dijo:
- Sir, sus intenciones son buenas, evidentemente. Pero ha olvidado que Malti le encargó que transmitiera un mensaje al exterior. El mensaje consistía en decirle a esas personas que se marchen y que nos dejen construir nuestro propio mundo. Quizá no comprenda usted un mensaje semejante y por eso no puede transmitirlo. En consecuencia, le daré mi mensaje, y usted puede transmitirlo a sus superiores.
Dixit inclinó la cabeza.
—Diga a sus superiores y a todos los del exterior que insisten en vigilarnos y en mezclarse en nuestros asuntos que nosotros estamos modelando nuestras propias vidas. Sabemos lo que va a ocurrir, y los numerosos problemas que va a plantearnos el exceso de población. Pero tenemos fe en nuestra próxima generación. Creemos que ellos poseerán facultades que nosotros no tenemos, del mismo modo que nosotros poseemos facultades que nuestros padres no tenían.
»Sabemos que ustedes continuarán enviándonos comida y aire, porque eso es algo a lo que no pueden escapar. También sabemos que en su fuero íntimo ustedes desearían ver como todos nosotros nos debilitamos y morimos. Quieren sacarnos de aquí, para comprobar lo que sucederá cuando salgamos. Ustedes no sienten amor por nosotros. Sienten temor, curiosidad y odio. No saldremos de aquí. Estamos construyendo un mundo nuevo, mejorando todas nuestras facultades. Si nos sacaran de aquí moriríamos todos. Vaya a decir eso a sus superiores y a todos los que nos espían. Por favor, déjennos nuestras propias vidas, sobre las cuales tenemos derecho.
Dixit no encontró ninguna respuesta a aquellas palabras. Miró a Malti, pero pudo ver que su actitud era obstinada y que nada le haría cambiar de opinión. Esto era lo que el IIDUE había engendrado: una absoluta falta de comprensión. Dixit dio media vuelta y salió del cuarto.
Tenía su llave; conocía el lugar secreto de cada bloque por el cual podía llegar a los montacargas de escape. Mientras avanzaba a través de la multitud, apenas podía ver su camino, cegado por las lágrimas.