III

Después de acompañar a los Chicos hasta la embarcación del Instituto, llevé a Pryn a un extremo del muelle. Ella se sentó en un rollo de cuerda, dibujando distraídamente con su dedo, el cual había mojado en un charco contiguo. Tomé su mano y sentí fuego dorado como fino hilo tejiendo un capullo dentro de mi cuerpo.

Pasé la lengua por mis labios.

—Pryn, sé que era unos años mayor que yo...

Cuatro años. Su mano se tensó en la mía. Creo que sé lo que vas a pedirme y la respuesta es no.

—Al menos, piensa en ello esta noche —dije.

Eres un excelente muchacho...

—¡Un muchacho! —la interrumpí.

Sí, eres un muchacho en muchos sentidos, y te quiero por ello. Tocó mi mejilla con las yemas de sus dedos. Te quiero incluso más de lo que quiero a Tío Noe; pero por diversos motivos -incluso biológicos— nunca me podré casar contigo.

—Me disgusta ser brutal, pero...

Entonces, no hablemos más del asunto y seamos buenos... amigos.

Pryn sonrió y me besó. Luego echó a andar apresuradamente hacia el barco. Sus sandalias golpearon el muelle y mi mente.

Mientras trepaba al puente de nuestro barco, Noe se volvió hacia mí. Se colocó bien las gafas, las cuales se le habían deslizado nariz abajo una vez más.

—Duke, me gustaría haberte podido criar junto con Pryn.

Me encogí de hombros mientras me sentaba en una silla.

—Usted no podía saber que había otros supervivientes.

Noe hizo una seña a uno de los obreros, el cual desamarró las cuerdas. Puso en marcha el motor, y el barco se estremeció, temblando en las frías aguas, murmurando soñoliento. Luego canturreó John Henry y Old Man River para sí mismo y echó a andar a través del océano, arrastrando cintas blancas tras sus cuarenta pies de longitud. Pryn estaba asomada a una portañola, contemplando el agua, mientras yo tomaba el anillo de oro y lo veía brillar en el aire cuando iba a unirse a otros muchos recuerdos.

—Fue un fallo imperdonable —estaba gritando Noe por encima del rugido de los motores— no haber investigado. Verás, tú eres muy especial, Duke.

—Bueno, de todos modos, estoy aquí.

—Sí, pero, ¿dónde es aquí? —rezongó Noe.

—¿Quiere usted una respuesta metafísica o geológica?

Noe se echó a reír.

—No, me refiero a quién eres tú realmente, Duke.

—La filosofía es lo último que esperaba de usted, Noe.

—Es y siempre será —dijo Noe—. Uno debe saber algo más que aceptar la evidente interpretación de la realidad. Un método científico muy pobre.

—Infiero de esto que desea usted otra respuesta que no le puedo dar.

—Lo que vas a saber hoy te dará la respuesta. Pero, recuerda —agitó un dedo hacia mí— que el principio de reinterpretación se aplica incluso a cosas más importantes. Recuerda lo que Lovisier dijo en cierta ocasión: «Lo Evidente es siempre lo Mínimo».

—Desde luego, Noe —dije, y esperé que me citara a Newton y a Fermi..., pero el experimento debía de haber sido importante para que Noe quebrantara sus hábitos.

—Quiero que busques una grabación en el edificio del Instituto. Está en el sótano, en una habitación donde guardábamos los archivos de nuestros proyectos secretos. Tiene un doble techo y está equipada con una cámara de descompresión. Le mostraré a Pryn un antiguo plano del lugar.

—¿Y yo seré la bestia de carga? —pregunté.

—No, tú eres la protección. No sabemos lo que puede quedar del acuario. —Noe paró el motor y nos acercamos a la costa—. La grabación que vas a buscar te enseñará dos cosas.

Y Noe hizo una pausa, esperando que le rogara que me las dijera.

—Sólo se me ocurre pensar en una —dije—. El principio de reinterpretación.

Sonrió alegremente.

—Aún eres un científico, Duke. Sí, es una aplicación directa. Las otras cosas creo que sólo deben serte reveladas después de que me asegure de que podrás resistir la impresión. Sabrás quién eres, Duke.

—Debe tratar de alguna cinta magnetofónica —dije.

—Es un informe verbal de John Gunnar, un buen subordinado.

—Entonces, será mejor que vayamos allá —le dije a Pryn, la cual hizo un gesto de asentimiento y se marchó.

—Duke —dijo Noe antes de que yo saliera—. Ten cuidado, muchacho.

Y a continuación hizo una cosa muy rara: me dio una cariñosa palmada en el hombro, acompañada de una tímida sonrisa. Luego dio media vuelta y se alejó rápidamente.

Pryn me estaba esperando en cubierta. Noté su mano sobre mi hombro.

Lo siento, Duke. No tenía intención de lastimarte.

—Ojalá no te hubiese encontrado nunca en aquel muelle —dije, y traté de librarme de su mano—. De todos modos, ya es tiempo de que me mueva. Últimamente no hacía prácticamente nada.

Comprendo, dijo Pryn.

Me aparté de ella porque estaba cansado de que fuera capaz de comprender cosas que yo no comprendía. Até a mi muñeca las correas de mi linterna, y luego me coloqué el aparato respiratorio, que es un producto milagroso de Noe y de los técnicos del Instituto. Consiste esencialmente en un casco con circulación continua de aire y comunicadores portátiles. Un arreglo especial permite traducir al lenguaje humano el parloteo de los Chicos, y un adaptador que se maneja con la barbilla permite hablar el lenguaje de los delfines. Por desgracia, el aparato respiratorio no permite comunicar inflexiones ni tonos. Sin embargo, pueden reconocerse distintas voces. Coloqué unas cuantas flechas con la punta envenenada en la parte posterior del aparato y recogí mi fusil submarino.

Pryn me tocó en el hombro y yo di la señal de partida.

Debajo del agua no había complicaciones de ninguna clase. Ni siquiera corrientes peligrosas, desde que se produjo el cambio oceanógrafico.

Pryn apoyó una mano sobre la cabeza de los Chicos y les dio instrucciones para que pudieran llegar al Instituto. Los Chicos salieron disparados a través del agua, llenos de deleite en aquel mundo sin paredes, mientras los mayores les seguíamos a un paso más moderado, nadando cerca de la superficie.

Nadie se había molestado en dinamitar aquellas partes de la Ciudad que resultaban peligrosas para la navegación, de modo que Noe había tenido que pararse sobre una de las zonas suburbanas, donde el terreno está más despejado. Si hubiera ido más al norte y al este, los hoteles y los edificios comerciales hubieran ensartado el barco con sus agujas. Sólo se habían derrumbado los edificios próximos a la Falla; los otros se sostenían bastante bien, lo suficiente como para permitir que sus ocupantes se ahogaran.

Pryn me hizo una seña cuando llegamos a orillas del barrio comercial.

Avanzaremos seis manzanas, giraremos a la derecha y entonces descenderemos.

Hice un gesto de asentimiento. Pryn apartó su mano mientras nadábamos para unirnos a los Chicos, los cuales daban vueltas ociosamente alrededor de los edificios más altos.

Los edificios permanecían silenciosos, ocultos en la oscuridad, altos gigantes de piedra hundidos en el fango. En las silenciosas oficinas, sobre las podridas alfombras, arriba y abajo de las cajas vacías de los ascensores, nadaban los peces. Los cangrejos se escurrían a lo largo de las aceras y pavimentos donde en otro tiempo habían repiqueteado los tacones.

Encendí mi linterna cuando calculé que había recorrido seiscientas yardas. Pryn encendió la suya y juntos iniciamos el descenso a la oscura y silenciosa Ciudad.

Caímos como ángeles a través del oscuro líquido nocturno, doblando las piernas y empujando suavemente las aletas contra el agua, viendo cómo a las arracimadas formas de la ciudad les crecían hombros, y cabezas, y dientes. Mis venas amenazaron con estallar cuando penetramos en la Ciudad.

Dos formas pasaron disparadas junto a nosotros: los Chicos competían para ver cuál de los dos llegaba antes al suelo de la Ciudad.

Conecté el transmisor.

«Aquí-afirmación.»

Esperé hasta que las dos formas retrocedieron para ponerse a nuestra altura antes de continuar descendiendo. Enfoqué mi linterna sobre una de las ventanas laterales y leí las letras doradas de un Dr. Roeke. D. D. S... y me pregunté si su cráneo yacía en alguna parte en el barro del fondo. Me sentía extranjero en esta nueva dimensión.

Recuerdo un parque al que mis padres me llevaron en cierta ocasión, lleno de secuoyas y pinos de California gigantes que envolvían años alrededor de sí mismos como musgo. Me sentí solo, terriblemente solo. A la luz del día parecían dormir, pero por la noche, al resplandor de la luna, se movían y susurraban acerca de lo numerosos que eran los insectos aquel año: y yo sabía que estaban hablando de mí. Pero en mi ciudad natal sólo hay una oscuridad expectante, cubierta de légamo y barro.

Estás asustado, dijo Pryn mientras tocaba mi hombro. Sacudí la cabeza, y ella supo que mentía. Se encogió de hombros y nadamos por encima del parque con sus lechos de flores y sus bancos, donde la luz del sol parecía esperarle a uno eternamente sobre la hierba, pero la hierba había desaparecido y los árboles habían muerto en el agua salada. Luego, inmediatamente debajo, vi los edificios en forma de U del Instituto.

Nos detuvimos encima de la plaza central, con sus tilos rojos cubiertos ahora de excrementos marinos, y la fuente con sus retorcidas ballenas sumergida en el elemento que en otro tiempo le sirvió de juego.

Pulsé el transmisor con la barbilla. «Alto-afirmación.»

«Aquí-pregunta», inquirió Ossie, retorciendo su cuerpo para apuntar al Instituto.

«Afirmación-respuesta», dije.

Pryn y yo nadamos hacia el Instituto. Las puertas estaban encalladas, negándose a girar sobre sus goznes, de modo que disparé una flecha a través de la puerta. Cargando el fusil submarino, lo sostuve en mi mano izquierda mientras desprendía algunos de los trozos de cristal en el agujero que había practicado. Proferí una maldición al cortarme en la mano con el cristal, y Pryn trató de restañar la sangre que ribeteaba el agua. Al resplandor de mi linterna, apuntada casualmente al interior, se removió una sombra oscura. Empujé bruscamente a Pryn contra la pared, protegiéndola con mi cuerpo, al tiempo que una forma gigantesca pasaba a través del cristal roto, esparciendo astillas por todas partes. Al enfocarla con mi linterna mientras giraba para otra pasada, pude ver los dientes del tiburón. Disparé una flecha que se arqueó sobre su lomo. Luego, el tiburón embistió y yo dejé caer el fusil mientras retorcía mi cuerpo, regateando y serpenteando alrededor de sus dientes.

«Peligro-afirmación», les grité a los Chicos mientras empuñaba una de las flechas que llevaba a la espalda. Los dientes llegaron terriblemente cerca de mi mano. Golpeé con la flecha, pero el agua privó de toda fuerza a mis golpes. La muerte debajo del agua es una pantomima, una especie de trágico ballet; y en una de sus figuras, un proyectil gris chocó contra el costado del tiburón.

«Matar-afirmación», dijo Ossie.

El tiburón rodó sobre sí mismo, para recuperar inmediatamente el equilibrio con un coletazo. Entonces, otro proyectil gris atacó su costado y el tiburón volvió a rodar, lanzando dentelladas al vacío. Los Chicos daban vueltas en torno al escualo lentamente, casi perezosamente. Ossie rompió el círculo, embistiendo al tiburón una vez más.

El tiburón trataba de huir, pero los Chicos, golpeando su costado uno después del otro, le empujaban hacia el Instituto.

Pryn llegó a mi lado con el fusil que yo había dejado caer. Tiró de una de las flechas de mi espalda y apuntó cuidadosamente.

Toqué su brazo.

No tocaré a los Chicos, me aseguró.

Solté su brazo. Nunca discuto con Pryn.

Con un grito de Matar, Ossie se salió del círculo y atacó el costado del tiburón. Al rodar sobre sí mismo, el escualo dejó unos instantes su vientre al descubierto. Pryn disparó. Vi la flecha de punta envenenada alojada en el vientre del tiburón, el cual rodó en el agua. Pudo haber sido una hemorragia interna producida por los Chicos que finalmente alcanzó al cerebro del tiburón, o el veneno de efectos rápidos, pero tras unas convulsiones el escualo quedó inmóvil y flotó suavemente hasta el suelo de la plaza. Los Chicos continuaban trazando círculos por encima del tiburón. Luego, Ossie rompió el círculo y se acercó cautelosamente a la víctima.

El resultado de la inspección fue satisfactorio y los Chicos se acercaron a nosotros. Pryn los tocó a los dos y ellos parlotearon alegremente.

Manipulé el transmisor con la barbilla y dije «Caricia-amor», acariciando sus costados.

—¿Qué está ocurriendo ahí? —inquirió Noe con una voz desprovista de toda inflexión—. Os he oído disparar, y a los delfines gritando Matar. ¿Estáis todos bien?

—Yo me he hecho un corte en la mano, Noe —dije.

—Bueno, ten cuidado, podría atraer a peces rapaces.

Sonreí y tomé el fusil de manos de Pryn, utilizándolo como una maza para ampliar el agujero por el que había salido el tiburón. Luego cargué el fusil y les dije a los Chicos que permanecieran quietos. Retorciendo mi cuerpo a través del agujero, paseé la luz de mi linterna alrededor de la habitación.

—Noe, ¿cuántos dientes tiene un tiburón?

—Depende de la especie. ¿Por qué?

—Curiosidad científica —dije, y le hice una seña a Pryn para que se reuniera conmigo.