IV

Tal como Jacobi había predicho, las naves piratas, habiéndose alejado lo suficiente como para verse libres de molestias, pararon sus motores y navegaron con los mismos vientos que arrastraban a las naves de Timor. De este modo siguió un período de tablas, durante el cual las naves piratas hicieron lo posible por ganar altura y las naves de Timor por seguirlas.

Jacobi se mantenía a la expectativa, contemplando las nubes cada vez más cargadas de lluvia y las oscuras crestas de las montañas hacia las cuales estaban siendo arrastrados. Debajo de las montañas, el amplio lecho del río brillaba como una cinta de acero, separando las tierras feraces de las laderas de roca gris.

El tiempo empezaba a ser muy importante. Si la lluvia llegaba antes de que las formaciones alcanzaran el río, lo más probable sería que Timor consiguiera su presa. Pero si tardaba más en llegar, los piratas se pondrían a salvo en las montañas y Timor no se atrevería a seguirles a través del agua. Si las naves de Timor cruzaban las montañas, quedarían aisladas de toda posible ayuda y tendrían que posarse en el suelo a la espera de un cambio de viento. Esto podría significar una prolongada espera y, dado el apresuramiento con que habían salido de Catenor, no llevaban provisiones de ninguna clase. Además, si caían en territorio de los piratas no podrían esperar ayuda ni misericordia de unos bandidos ansiosos por añadir nuevas unidades a su flota.

Pero una desgracia más próxima acechaba a la nave de Timor. En los astilleros, las naves habían sido preparadas cuidadosamente; pero, mientras esperaban un cambio de viento, los operarios habían utilizado mecheros auxiliares a fin de conservar todo el gas en las esferas que iban acopladas a la barquilla. Las esferas fueron instaladas apresuradamente cuando estaba a punto de iniciarse el ascenso. Desgraciadamente, la esfera acoplada a la nave de Timor no fue convenientemente asegurada. En un momento determinado, se soltó del lugar donde estaba encajada y cayó en dirección al suelo. La pérdida de aquel peso hizo que la nave saliera disparada hacia el cielo, antes de iniciar su lenta e inevitable caída, a medida que el aire del globo fuera enfriándose.

Jacobi notó que la nave ascendía bruscamente, y los gritos de desesperación del hombre que cuidaba del mechero le hicieron comprender lo ocurrido. Estuvo a punto de llorar de rabia, ya que las gotas de lluvia, cada vez más numerosas, presagiaban que la nave de los piratas y su motor estarían a su merced al cabo de unos minutos.

Ante la situación con que se enfrentaba la nave de Timor, Jacobi trepó por los cordajes que rodeaban el globo, siendo imitado inmediatamente por el resto de los tripulantes, los cuales no ignoraban que el lugar más seguro en caso de caída era la parte superior del globo, con algo debajo para aminorar el golpe al llegar al suelo, y con menos posibilidades de resultar aplastado por la deshinchada envoltura. Pero, a la altura en que se encontraban, sus posibilidades de sobrevivir eran mínimas, y en sus ojos se reflejaba el miedo que experimentaban.

Las otras naves de Timor, al darse cuenta de lo que ocurría, empezaron también a descender: inicialmente con más rapidez, dado que podían expulsar aire caliente, cosa que a Timor le estaba vedada. La preocupación de Timor era la de conservar todo vestigio de estabilidad que el aire que se enfriaba en el globo podía proporcionarles, pero se hallaban a una altura peligrosa y no confiaba en conseguirlo. Jacobi concentró su mirada en la nave que había recibido sus dardos, rezando para que la lluvia no se demorase ni un segundo más.

Los dioses fueron clementes. Las nubes vaciaron generosamente su carga, y en aquel mismo instante el globo de la nave pirata se iluminó con varias lenguas de fuego, claramente visibles a pesar de la creciente distancia. Las lenguas de fuego se extinguieron rápidamente, pero no sus efectos: en la tela del globo se habían abierto unos agujeros a través de los cuales un hombre podría haber introducido la cabeza. Luego, la nave pirata empezó también a caer.

La situación de la nave de Timor era ahora realmente crítica. El ángulo de su descenso amenazaba con arrastrarles a través del agua para chocar contra el pie de la montaña con fuerza mortal, y Timor no se atrevía a hacer más agudo aquel ángulo soltando viento, ya que ello hubiera aumentado la velocidad de su caída. Haciéndose cargo rápidamente de la situación, Jacobi descendió por el cordaje y encontró a Timor solo en la barquilla.

Al verle aparecer, Timor sonrió forzadamente.

—¿Y ahora qué, Viajero? ¿Tienen los Guild respuestas para esta situación, también?

—Sí —dijo Jacobi—. Haz que esos hombres bajen y hagan lo que haga yo. Es nuestra única posibilidad de salvación.

Trepando de nuevo por el cordaje hasta la parte inferior del globo, sacó un cuchillo y empezó a cortar la tela. Timor le observó por espacio de unos segundos antes de adivinar su propósito. Luego se movió como una furia, maldiciendo y cortando con su cuchillo, y llamando al resto de la tripulación para que hiciera otro tanto. A medida que era cortado el gran círculo en la parte inferior del globo, el mechero y su soporte cayeron al vacío. Libre de aquel peso y abierto al aire, el medio globo se extendió como una seta gigantesca dentro de los límites del cordaje, y su velocidad de descenso disminuyó sensiblemente.

Entonces, Jacobi dirigió su atención hacia abajo y cortaron las principales cuerdas, en los puntos más bajos posible. La barquilla se desprendió y cayó espectacularmente, dejando a los hombres colgados del cordaje con el gigantesco hongo de tela muy inestable ahora y amenazando con perder aire y deshincharse. Pero con la ayuda de los dioses y bajo el látigo de la blasfema lengua de Timor consiguieron situarse de modo que sus pesos se equilibraran, manteniendo así la estabilidad de su valioso dosel. Su velocidad volvió a disminuir, pero a pesar de ello varios de los hombres hubieran resultado seriamente lesionados de no haber caído en medio del río.

Cuando su cabeza rompió la superficie del agua, Jacobi se soltó rápidamente del cordaje y empezó a nadar en dirección a la orilla más próxima. Era un mal nadador, y dudó seriamente de su capacidad para recorrer aquella distancia. Desde luego, no estaba en condiciones de retroceder para asegurarse de que los otros se habían librado del cordaje y podían escapar. Nadó obstinadamente hacia un grupo de árboles que era lo único que podía ver de la playa, confiando en que los calambres que solían hacer presa en él siempre que nadaba no le atacarían antes de ponerse a salvo.

Durante un largo rato, sus esfuerzos no parecían disminuir la distancia que le separaba de los árboles, y empezó a perder la esperanza. Se estaba fatigando rápidamente con el desacostumbrado ejercicio, y su nadar se había convertido en una especie de chapoteo espasmódico, que le hacía derrochar energías y no le permitía ganar terreno. Luego, el calambre agarrotó los músculos de su pierna derecha, y en un momento de pánico se hundió dolorosamente en el agua, dejando de nadar.

Volvió a la superficie ávido de aire, escupiendo agua y peligrosamente a punto de ahogarse. Pero unas fuertes manos le agarraron por los hombros y Jacobi dejó de moverse y permitió que aquellos brazos le arrastraran hasta la orilla.

Agotado, Jacobi se dejó caer sobre la arena y permaneció unos instantes completamente inmóvil. Luego miró a su alrededor. Al parecer, todos los miembros de la tripulación habían conseguido salvarse. A cierta distancia vio a Timor, tendido boca abajo sobre sus brazos, y cubierto del barro a través del cual se había arrastrado al salir del agua. Incluso desde aquella distancia pudo ver que los hombros de Timor se agitaban convulsivamente y, temiendo que estuviera enfermo, Jacobi se acercó a él y le volvió boca arriba. Pero lo que agitaba el cuerpo de Timor era la risa. Al ver a Jacobi, dejó de reír, se incorporó y apoyó un brazo cubierto de barro sobre los hombros del Viajero.

—¡Para ser un no combatiente, Jacobi, has dado muestras de una excepcional capacidad para hacer la guerra y para sobrevivir!

—¿Acaso pensabas que todo lo que procedía de Annonay era académico?

—No. Esperaba también sentido común. Pero no milagros. ¿Qué hiciste con la nave de los piratas?

—Disparé contra ella unos dardos cuya punta era de un metal llamado sodio. El sodio estaba cubierto con una capa de pintura para protegerlo en mi bolsa. Pero, al quedar expuesta a la humedad, la capa de pintura se disolvió y el metal descompuso el agua violentamente, con desprendimiento de hidrógeno y producción de llama.

—¿Un metal que produce llama? —Timor le dirigió una rápida mirada y luego se encogió de hombros—. Extrañas herramientas para un Viajero Guild, desde luego. ¿Tienen también una aplicación pacífica?

—No.

—Lo que imaginaba —dijo Timor—. Siempre he sabido que en los Guild había algo más que bondad e inteligencia. ¿Qué me dices ahora de tus pretensiones de no combatir?

—Disparé aquellos dardos en beneficio de los Guild, no en beneficio tuyo.

—¡Comprendo! ¿Y cómo puedes decidir, en Catenor, lo que beneficia a los Guild?

—Ya lo sabes, Timor. Y, si no lo sabes, pregúntaselo a Melanie.

Timor rebuscó en sus empapadas ropas y sacó de un bolsillo los húmedos y arrugados restos de lo que había sido el mensaje que Jacobi recibió de Annonay.

—¡Némesis se lleve a todos los Viajeros de dos caras! Me he equivocado contigo, muchacho, no tengo inconveniente en admitirlo. Sospechaba de ti y de tu excesiva listeza. Continúo sospechando, pero ahora sé que estás trabajando a favor mío. Me has construido una nueva nave, has destruido a mi enemigo y me has salvado la vida. Y a cambio de ello dudo de ti y robo tus mensajes.

—Y me prestas a tu hija —dijo Jacobi burlonamente.

Timor sonrió.

—Y te presto a mi hija —dijo.

No tardaron en oír los cuernos a través de la espesura del bosque y respondieron a gritos, ya que no disponían de cuernos para contestar. Afortunadamente, fueron oídos y posteriormente localizados por las tripulaciones de las otras naves de Timor que habían aterrizado sin novedad. Habían montado un campamento y encendido una fogata, rociando la leña húmeda con gas metano de una de las esferas.

Los restos de la nave pirata fueron localizados a unas dos millas de distancia, enredados en los árboles. Los tripulantes estaban muertos y la barquilla destrozada, pero el valioso motor apareció casi intacto y fácilmente recuperable. Timor dirigió su rescate, con paciente cuidado. Para él, aquel motor representaba el comienzo de una nueva era en Catenor y no podía permitirse ningún riesgo capaz de comprometer su botín. Finalmente, el motor quedó depositado sobre la arcilla del bosque, en espera de que llegaran las carretas de Catenor para transportarlo a los astilleros.

Cuando Jacobi examinó el mecanismo descubrió, no el motor de gas rudimentario que suponía, sino un tipo muy perfeccionado de diesel. Entonces supo a ciencia cierta lo grave que se había puesto la situación en Annonay.

Con Timor apoyándole ahora incluso más, Jacobi se encontró controlando casi por completo los astilleros de Catenor, y los trabajos encaminados a desarrollar el proyecto de la nave de hidrógeno progresaron rápidamente. La planta de hidrógeno quedó terminada mucho antes de que la nave estuviera construida. Jacobi trabajaba duramente, pero cada noche encontraba tiempo para ir a Catenor a descansar y a ver a Melanie. Al cabo de tres semanas, y con el beneplácito de su padre, la joven decidió instalarse en el ático y convertirse oficialmente en su amante. Estabilizada así su vida sentimental, Jacobi pudo dedicar todas sus energías al trabajo.

Las nubes tormentosas que planeaban sobre Annonay no le afectaron. La mercancía Guild era explosiva y debía ser manejada con cuidado incluso por aquellos amamantados en su servicio. Una fuga incontrolada de avances tecnológicos desde Annonay a un mundo que no estaba preparado para recibirlos, había proporcionado grandes ventajas y beneficios a unos cuantos individuos carentes de escrúpulos, y la opinión pública había reaccionado violentamente contra los Guild. Se trataba de un abuso de confianza que sólo el tiempo podía enmendar. Entretanto, los Guild no tenían otra alternativa que la de reducir sus operaciones en Annonay a la construcción de formas establecidas de aeronaves.

Seis semanas más tarde el proyecto de Jacobi quedó terminado. La planta de hidrógeno trabajaba a pleno rendimiento, y disponía de un grupo de operarios excelentemente preparados. La nave, con el motor diesel y una generosa reserva de combustible, se encontraba al pie de la plataforma de amerizaje, esperando la carga de gas que le proporcionaría flotabilidad sin mecheros. Disponía también de un sistema de timones para facilitar las maniobras direccionales. Al día siguiente efectuaría su primer vuelo. Las últimas revisiones de Jacobi le confirmaron en su confianza de que la aventura sería un éxito. Regresó junto a Melanie lleno de esperanzas.

Violando las normas Guild, no había hecho un secreto de su aparato de comunicación desde que Melanie se trasladó al ático. Ahora reposaba permanentemente sobre una mesita, preparado para su contacto nocturno con Annonay. Melanie permanecía alejada del aparato, intuyendo que formaba parte de otra época y tenía poderes y contenidos cuyos secretos jamás lograría comprender. Este factor, más que cualquier otro, estableció entre ellos una especie de separación y envolvió las insoportables sombras de aislamiento con mucha más firmeza alrededor de los hombros de Jacobi.

Aquel día, cuando llegó a casa, Melanie se quejó de que el aparato había estado emitiendo unos extraños ruidos, como si tratara de llamar la atención. Jacobi inspeccionó el cajetín que almacenaba los mensajes.

Lo que encontró allí le cogió preparado y desprevenido al mismo tiempo:

—CENTRO DE RECUPERACIÓN DE INFORMACIÓN TÉCNICA DE NUEVA YORK — VÍA SATÉLITE Y SUBCENTRO DE LA GAUDE — A JACOBI EN CATENOR — EMPIEZA MENSAJE CITANDO SITUACIÓN CRITICA — MOTINES EN ANNONAY — ASTILLEROS GUILD ABANDONADOS — OPERACIONES EUROPEAS EN PELIGRO — INDISPENSABLE ASEGURE USTED CATENOR PARA NUEVOS ASTILLEROS GUILD — NEGOCIE CON TIMOR SOBRE CUALQUIER BASE — FIN DEL MENSAJE.

—CONTROL DE YORKTOWN.

Jacobi leyó el mensaje y lo guardó en uno de sus bolsillos sin decirle nada a Melanie. Más tarde trató de establecer contacto con el Control de Annonay, pero no consiguió su propósito. Tal como se deducía del mensaje, la instalación de Annonay había dejado de funcionar. Que los historiadores futuros vieran esto como el final de una era fallida, o como un simple retroceso temporal en una de las aventuras más osadas del género humano, dependía en gran parte de él. Pero Jacobi estaba cansado por el exceso de trabajo, y el cerebro que le guiaba estaba también cansado de tanto saber, de tanto pensar, de tantas obligaciones. Y agobiado por la soledad que le separaba de Melanie incluso en plena euforia carnal.

Descubrió súbitamente que necesitaba tiempo para pensar, para preguntarse seriamente, quizá por primera vez en su vida, si el objetivo que determinaba la existencia de los Guild era un ideal merecedor de lo que exigía de él. Resultaría demasiado fácil adaptarse a la vida sencilla de Catenor, casarse con Melanie, tener hijos, construir aeronaves en los astilleros de Timor y olvidar a los Guild y sus intrigas y obligaciones y su dedicación a una abstracción llamada posteridad. Recordó el latigazo de su propia rabia contra aquellos que se habían mostrado débiles y habían desertado. Sólo ahora podía comprender lo precipitado de unos juicios cuando uno no ha sido sometido a prueba, y lo difícil que resulta predecir las propias reacciones bajo el impacto de la emoción y del exceso de trabajo.

Melanie debió intuir el conflicto que se estaba desarrollando en su interior y hasta qué punto se encontraba ella involucrada en aquel conflicto, ya que se esforzó en tranquilizarle y, cuando hicieron el amor, se mostró afectuosa y tierna, olvidando sus habituales desmelenamientos eróticos. Jacobi se durmió en sus brazos, pero con un sueño inquieto, Heno de pesadillas en las que se mezclaban cámaras subterráneas con microfilmes, pantallas cinematográficas y grabadoras electrónicas. Cuando despertó, más fatigado que antes de acostarse, tardó largo rato en convencerse de que el sonido de los cuernos y los gritos de «¡Piratas a la vista!» no formaban parte de su pesadilla.

Su confusión era más explicable por el hecho de que sabía que una incursión de los piratas a aquella hora era casi una imposibilidad. En primer lugar, los piratas no llegaban nunca de noche; y en segundo lugar, los vientos no eran favorables. Se necesitaba tener mucha confianza en las propias fuerzas —o estar loco— para aterrizar en Catenor en tales condiciones.

A no ser que se tratara de un grupo muy numeroso de piratas...

Esta última idea cristalizó como una aterradora posibilidad. Sabiendo que Timor tenía un motor y un Viajero, los piratas podían haberse dado cuenta de que la oposición del sector de Catenor se haría cada vez más fuerte, provocando quizás en último término la destrucción de las fuerzas invasoras. En tales circunstancias, el contragolpe lógico consistía en un ataque en masa con todos los elementos disponibles, para ahogar la oposición potencial mientras era potencial. Esto significaba que los astilleros serían el punto central del ataque, y que el objetivo de la expedición no sería el pillaje, sino la destrucción.

Entonces supo Jacobi que su conflicto anterior había quedado resuelto. Ahora podía darse cuenta de que lo opuesto a los principios del Guild era una especie de anarquía bárbara y dolorosa. Se vistió apresuradamente, y Melanie, que también se había despertado, se incorporó en un espasmo de pánico y agarró su muñeca.

—¡Jacobi, no me dejes!

Jacobi apartó su brazo cuidadosamente.

—Tengo que ir a los astilleros, Melanie. Lo sabes perfectamente.

—Sí.

Melanie sabía que Jacobi tenía que ir allí, pero confiaba en retenerle con la fuerza de su amor. Cuando Jacobi llegó a la puerta, volvió la cabeza y las lágrimas en los ojos de Melanie le acusaron de traición. Tuvo que cerrar la puerta apresuradamente detrás de él para no oír los sollozos de Melanie. Estaba seguro de que si abría de nuevo la puerta se quedaría allí.

Las calles estaban llenas de hombres que corrían de un lado para otro. Por encima de todos los ruidos nocturnos, los cuernos continuaban pregonando la alarma desde algún lugar lejano. Jacobi se dirigió directamente a los astilleros, medio al trote. Detrás de él podía oír las carretas que se dirigían a las afueras de Catenor, en tanto que delante de él se encendían fogatas alrededor del perímetro de los astilleros. Hasta entonces no había encontrado la menor señal de la presencia de los piratas, y sólo la evidencia de los cuernos parecía indicar que realmente habían llegado.

En las verjas de los astilleros fue interceptado por un operario armado con una lanza que le obligó a retroceder hasta el círculo de luz proyectado por una fogata para proceder a su identificación. Su vitriólica condena de la demora fue digna del propio Timor, y una de las verjas se abrió inmediatamente para dejarle entrar. Una vez dentro, Jacobi se encontró completamente solo, cosa que favorecía sus planes. Estaba a medio camino de su destino cuando estalló una fuerte lucha cerca de la empalizada del gas, y a la luz de las llamas se hizo evidente que el objetivo de los piratas eran en efecto los astilleros de Catenor.

Al pie de la plataforma de amerizaje yacían los componentes de su nave de hidrógeno. Al otro día hubiera remontado orgullosamente el vuelo para que todo Catenor pudiera apreciar los progresos en la construcción de naves. Esta noche era un montón de tela, cuerdas y lona encima de la barquilla que contenía el motor. Jacobi sabía lo que tenía que hacer, exactamente. Quitó el tapón del tanque de combustible y dejó que el petróleo fluyera sobre la barquilla. Cuando estuvo seguro de que la barquilla y las cuerdas estaban empapadas, les prendió fuego. Las llamas, que devoraron rápidamente barquilla, tela, cordaje y plataforma, interrumpieron por unos instantes la lucha. Pero la nave de hidrógeno no formaría parte del posible botín de los piratas.