KYRIE
En un elevado pico de los Cárpatos Lunares hay un convento de Santa Marta de Betania. Las paredes son de roca viva: se yerguen como la propia montaña, hacia un cielo perpetuamente negro. A medida que uno se acerca desde el polo norte, volando bajo para mantener las cortinas de energía que hay a lo largo de la Ruta de Platón entre uno mismo y las lluvias de meteoritos, puede ver la cruz que corona la torre apuntando al disco azul de la Tierra. Desde allí no se oye resonar ninguna campana a causa de la falta de aire. Aunque sí se las oye en el interior, a las horas canónicas, vibrando a través de las criptas donde funciona la maquinaria destinada a crear una apariencia de ambiente terrestre. Si uno se entretiene un poco, las oirá también llamar a misa de réquiem, ya que se ha convertido en una tradición el ofrecer plegarias a Santa Marta por aquellos que han perecido en el espacio, que cada año que pasa son más numerosos.
Esta no es una tarea de las monjas. Ellas cuidan al enfermo, al necesitado, al tullido, al demente, a todos aquellos destrozados por el espacio. La Luna está llena de tales exiliados debido a que no pueden soportar la gravitación de la Tierra o a que se teme que puedan estar incubando una plaga de algún planeta desconocido, o a que los hombres están tan ocupados con sus fronteras que no pueden perder su tiempo con los fracasados. Las monjas visten trajes espaciales con tanta frecuencia como hábitos, y manejan con la misma facilidad un botiquín de urgencia que un rosario.
Pero disponen de algún tiempo para la contemplación. Por la noche, cuando la luz del sol ha desaparecido por espacio de medio mes, la capilla abre sus contraventanas y las estrellas contemplan los cirios a través de la cúpula encristalada. No parpadean, y su luz es fría como el hielo. Una de las monjas, en especial, se encuentra allí tan a menudo como le es posible, rezando por su propia muerte. Y la abadesa procura que ella pueda estar presente cuando se canta la misa anual, subvencionada por ella antes de tomar sus votos.
Réquiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis. Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison.
La expedición Supernova Sagitarii comprendía cincuenta seres humanos y un aurígeno. Efectuó un largo recorrido alrededor de la órbita de la Tierra, deteniéndose en Epsilon Lyrae para recoger a su ultimo miembro. Se aproximó a su destino por etapas.
La paradoja es esta: el tiempo y el espacio son aspectos el uno del otro. La explosión había ocurrido hacía más de cien años cuando fue observada en Lasthope, planeta habitado por personas que formaban parte de un esfuerzo que se prolongó durante generaciones, destinado a examinar a fondo la civilización de unos seres completamente distintos de nosotros. Una noche miraron hacia arriba y vieron una luz tan brillante que proyectaba sombras.
Aquella ola de luz llegaría a la Tierra al cabo de varios siglos. Para entonces sería tan tenue que solo aparecería en el cielo otro punto brillante. Sin embargo, una nave que avanzara por el espacio por el que discurría aquella luz podía rastrear la gran estrella muerta a través del tiempo.
Unos instrumentos adecuados registraron lo que había sido antes de la explosión: incandescencia desplomándose sobre sí misma al acabarse el ultimo combustible nuclear. Un salto, y vieron lo que ocurrió un siglo atrás: convulsión, tormenta de partículas, una radiación equivalente a la de la mole de los centenares de miles de millones de soles de aquella galaxia.
La imagen se desvaneció, dejando un vacío en el cielo, mientras el Raven se acercaba más. Cincuenta años-luz hacia adentro, estudió un ardiente calor en medio de una niebla que brillaba como relámpagos.
Veinticinco años más cerca el globo central se había consumido y adelgazado. Pero, debido a que ahora la distancia era menor, todo parecía más brillante y de mayor tamaño. A simple vista se divisaba un brillo demasiado intenso para poder mirarlo directamente, que convertía en pálidas las constelaciones, por contraste. Los telescopios mostraban una chispa blancoazulada en el centro de una nube opalescente delicadamente filamentada en los bordes.
El Raven se preparó para su salto final, que desembocaba en la vecindad inmediata de la supernova.
El capitán Teodor Szili efectuó una inspección de ultima hora. La nave murmuraba a su alrededor, entregada a la aceleración de una gravedad que la llevarla a la velocidad intrínseca deseada. Los motores zumbaban, los reguladores parpadeaban y los sistemas de ventilación dejaban oír su murmullo continuo. El capitán sintió el estremecimiento de la energía en sus huesos. Estaba rodeado de metal desnudo, incómodo. Las ventanillas permitían ver una miríada de estrellas, el arco fantasmal de la Vía Láctea: en el vacío, rayos cósmicos, enfriados casi hasta el cero absoluto, a una distancia más allá de lo imaginable de la fogata humana más próxima. Estaba a punto de llevar a su tripulación a un lugar en el cual no había estado nadie, en condiciones de las que no estaba seguro, y aquello era una carga pesada para él.
Encontró a Eloise Waggoner en su puesto, un cubículo con intercomunicación directa con el puente de mando. Deteniéndose en el umbral de la puerta, la vio sentada con un pequeño grabador sobre el escritorio.
—¿Qué es esto? —inquirió.
—¡Oh! —La mujer (el capitán no podía pensar en ella como una muchacha, a pesar de que apenas había cumplido los veinte años) balbució—: Yo... yo... estaba esperando el salto.
—Debería esperarlo en la sala de control.
—¿Qué tengo que hacer allí? —respondió ella, con menos timidez—. No soy un tripulante ni un científico.
—Usted forma parte de la tripulación. Técnico en comunicaciones espaciales.
—Comunicaciones con Lucifer —aclaró ella—. Y a él le gusta la música. Dice que con ella llegamos más cerca de la unidad que con cualquier otra cosa de las que conoce acerca de los seres humanos.
Szili arqueó las cejas.
—¿Unidad?
Las mejillas de Eloise se tiñeron de rubor. Clavó la vista en el escritorio y se retorció las manos.
—Tal vez no sea ésa la palabra exacta. Paz, armonía, unidad... ¿Dios? Intuyo lo que quiere decir, pero no disponemos de ninguna palabra para expresarlo.
—¡Hum! Bueno, se supone que usted le mantiene feliz.
La joven lo miró, devolviéndole el desagrado que él había tratado de ocultar.
Szili suponía que, a su manera, era una mujer normal: pero, su aspecto... Desgarbada, con unos pies y una nariz enormes, los ojos saltones y unos cabellos lacios de un color indefinible. Además, los telépatas siempre le habían hecho sentirse incómodo. Ella decía que sólo podía leer la mente de Lucifer. Pero, ¿era cierto?
No. No había que pensar en tales cosas. La soledad y la diversidad podían trastornarlo a uno lo suficiente, sin necesidad de añadir suspicacias acerca de los compañeros humanos.
Si es que Eloise Waggoner era realmente humana. Debía ser alguna especie de mutante es su última fase. Quienquiera que pudiera comunicarse pensamiento a pensamiento con un vórtice viviente tenía que serlo.
—¿Qué música es esa? —pregunto Szili.
—Bach. El Concierto de Branderburgo número Tres, a Lucifer no le interesa la música moderna. Ni a mí tampoco.
No podría interesarte, pensó Szili. V, en voz alta, añadió:
—Escuche, vamos a saltar dentro de media hora. No sabemos donde vamos a emerger. Esta es la primera vez que alguien se acerca a una supernova reciente. Sólo podemos estar seguros de que encontraremos una radiación tan intensa que podemos darnos por muertos si fallan las pantallas protectoras. Tenemos que basarnos en una teoría. Pero un núcleo estelar desintegrándose es algo tan distinto de cualquier otra cosa del universo que soy muy escéptico en lo que respecta a la bondad de la teoría. No podemos sentarnos y soñar despiertos. Tenemos que prepararnos.
—Sí, señor.
Susurrando, la voz de Eloise perdía su dureza habitual.
Szili miro más allá de ella, más allá de los ojos de víbora de los medidores y controles, como si pudiera traspasar el acero del casco de la nave y ver el espacio directamente. Sabía que allí flotaba Lucifer.
Recordó la imagen: una bola de fuego de veinte metros de diámetro, blanca, roja, dorada, azul, llamas danzando como los bucles de la Medusa, cola cometaria ardiendo un centenar de metros detrás, un resplandor, una gloria, un trozo de infierno. Y la idea de que aquello seguía a su nave no era lo que menos le preocupaba.
Trató de recordar las explicaciones científicas, que no pasaban de ser suposiciones. En el sistema estelar múltiple de Epsilon Aurigae, en el gas y la energía que impregnaban el espacio a su alrededor, ocurrían cosas que ningún laboratorio podía imitar. La magneto-hidrodinámica había hecho allí lo que la química hizo en la Tierra. Habían aparecido vórtices de plasma estables, que luego hablan crecido, añadiendo complejidad, hasta que al cabo de millones de anos se hablan convertido en algo que debe ser llamado, necesariamente, un organismo. Una forma de iones, núcleos y campos de energía, metabolizaba electrones, nucleones, rayos X; conservaba su configuración durante mucho tiempo: se reproducía: pensaba.
Pero, ¿qué pensaba? Los escasos telépatas que podían comunicarse con los aurígenos, que eran quienes habían informado por primera vez al género humano de la existencia de esos entes de fuego, nunca lo explicaron claramente. Ellos mismos eran unos seres extraños.
El capitán Szili dijo!
—Quiero que le pase un mensaje.
—Sí, señor.
Eloise bajó el volumen de la música. Sus ojos se desenfocaron, a través de sus oídos pasaban palabras, y su cerebro trasladaba su significado al ser que se movía por su propio impulso a un costado del Raven.
—Escuche, Lucifer. Sé que ha oído lo que voy a decirle más de una vez, pero quiero estar seguro de que lo ha comprendido perfectamente. Su psicología debe de ser muy distinta de la nuestra. ¿Por qué ha accedido a venir con nosotros? Lo ignoro. El técnico Waggoner dice que es usted curioso y aventurero. ¿Es ésa toda la verdad?
Está bien, no importa. Dentro de media hora saltaremos. Nos situaremos a quinientos millones de kilómetros de la supernova. Y entonces será cuando empiece su tarea. Usted puede ir hasta donde nosotros no nos atrevemos, observar lo que a nosotros nos está vedado, informarnos de muchas más cosas de las que pueden sugerirnos nuestros instrumentos. Pero antes tenemos que comprobar si podemos permanecer en órbita alrededor de la estrella. Esto es tarea suya. Unos hombres muertos no podrían conducirle de vuelta a su hogar.
A fin de incluirle a usted dentro del campo del salto sin desintegrar su cuerpo tendremos que desconectar las pantallas protectoras. Emergeremos en una zona de radiación letal. Debe apartarse de inmediato de la nave, ya que pondremos en marcha el generador de la pantalla sesenta segundos después del tránsito. Investigue entonces los alrededores. Tal vez encontremos un obstáculo imprevisto. Si hay algo que parece una amenaza, regrese de inmediato, avísenos y prepárese para dar un salto atrás. ¿Ha comprendido? Repítalo.
Eloise empezó a hablar: un recitado correcto. Pero, ¿hasta qué punto interpretaba todo el pensamiento de Lucifer?
—Muy bien —Szili vaciló—. Continué con su concierto si quiere. Pero interrúmpalo a las cero menos diez minutos.
—Sí, señor.
Eloise no lo miró. No parecía mirar a ninguna parte en especial.
Los pasos del capitán resonaron en el pasillo y se perdieron a lo lejos.
—¿Por qué repite las mismas cosas una y otra vez? —pregunto Lucifer.
—Tiene miedo —respondió Eloise.
—¿...?
—Supongo que tu no sabes lo que es el miedo —dijo ella.
—¿Puedes mostrármelo? No, no lo hagas. Presiento que es doloroso. Y no deseo que te lastimes.
—De todos modos, no puedo sentir miedo cuando tu mente está unida a la mía.
Eloise se sintió invadida de un extraño calor. La alegría estaba allí, jugando como pequeñas llamas sobre la superficie de Papá-lleván-dola-de-la-mano-cuando-ella-no-era-más-que-una-niña-y-salían-un-día-de-verano-a-buscar-flores-silvestres: sobre la fuerza y la amabilidad y Bach y Dios.
Lucifer giró alrededor del casco en una curva exuberante. Unas chispas danzaron en su estela.
—Piensa otra vez en las flores. Por favor —dijo.
Eloise lo intentó.
—Son así —Lucifer transmitió imágenes que un cerebro humano podía captar, ramilletes floridos con los colores de los rayos gamma en medio de la luz, luz en todas partes— Pero muy diminutas, Y su dulzura es muy breve.
—No entiendo cómo puedes comprender —susurró Eloise.
—Tu comprendes por mí. Antes de que tu llegaras, yo no tenía esas cosas para amar.
—Pero tenías muchas otras cosas. He tratado de compartirlas, pero no estoy formada para darme cuenta de lo que es una estrella.
—Ni yo para los planetas. Sin embargo, nosotros podemos tocarnos.
Las mejillas de Eloise ardieron de nuevo. La idea giró, formando una especie de contrapunto a la música.
—Por eso vine, ¿sabes? —agrego Lucifer—. Por ti. Yo soy fuego y aire. No había saboreado la frialdad del agua, la paciencia de la tierra, hasta que tu me la mostraste. Tu eres luz de luna sobre un océano.
—No, no digas eso —murmuro Eloise—. Por favor.
Confusión.
—¿Por qué no? ¿Acaso duele la alegría? ¿No estás acostumbrada a ella?
—Supongo que será eso. —Eloise echo su cabeza hacia atrás—. ¡No! ¡Qué me condene si me compadezco de mí misma!
—¿Por qué tendrías que hacerlo? ¿No disponemos acaso de toda la realidad para nosotros, y acaso no está llena de soles y mediodías?
—Sí, para ti. Enséñame.
—Si tu, en cambio, me enseñas...
La idea se interrumpió. Pero quedo un contacto, sin palabras, tal como ella imaginaba que debía ocurrir a menudo entre los enamorados.
Eloise contemplo el rostro achocolatado de Motil Mazundar, mientras el físico permanecía en el umbral de la puerta.
—¿Qué desea?
Mazundar parecía sorprendido.
—Sólo quería comprobar si se encontraba bien, miss Waggoner.
Eloise se mordió el labio. Mazundar se había esforzado más que cualquier otra persona en ser amable con ella.
—Lo siento —dijo—. No me proponía hablarle en ese tono destemplado. Los nervios.
—Todos estamos al borde de una crisis nerviosa —sonrió Mazundar—. A pesar de lo excitante que resulta esta aventura, será muy agradable regresar a casa, ¿no es cierto?
Su hogar, pensó Eloise! las cuatro paredes de un apartamento encima de una casa ciudadana y ruidosa. Libros y televisión. Podría presentar un informe en la próxima reunión de científicos, pero después nadie se molestaría en invitarla a una tiesta.
¿Acaso soy tan horrible? —se preguntó—. Se que mi aspecto no resulta demasiado agradable a la vista, pero trato de ser simpática e interesante. Tal vez me esfuerzo demasiado en conseguirlo.
—Conmigo no —dijo Lucifer.
—Tu eres distinto —dijo Eloise.
Mazundar parpadeó.
—¿Cómo dice?
—Nada —se apresura a responder Eloise.
—Me he estado preguntando una cosa —dijo Mazundar, esforzándose en enhebrar una conversación—. Es posible que Lucifer se acerque mucho a la supernova. ¿Podrá usted continuar en contacto con él? El efecto de la dilatación del tiempo, ¿no cambiará demasiado la frecuencia de sus pensamientos?
—¿Qué dilatación del tiempo? —inquirid Eloise, obligándose a sonreír—. Yo no soy físico. Solo soy una modesta bibliotecaria dotada de un extraño talento natural.
—¿No se lo han dicho? Creí que todo el mundo estaba enterado... Un intenso campo gravitacional afecta al tiempo del mismo modo que una gran velocidad. Hablando en términos vulgares, puede decirse que los procesos tienen lugar más lentamente que en el espacio limpio. Por eso, la luz de una estrella maciza aparece algo enrojecida. Y el núcleo de nuestra supernova ha retenido casi tres masas solares. Además, adquirid tal densidad que su atracción en la superficie es increíblemente elevada. De acuerdo con nuestros relojes, tardaría un tiempo infinito en reducirse hasta el radio de Schwarzschild: pero, sobre la propia estrella, un observador experimentaría ese encogimiento en un período muy corto.
—¿El radio de Schwarzschild? Tenga la bondad de explicármelo.
Eloise se dio cuenta de que Lucifer había hablado a través de ella.
—Si puedo hacerlo sin recurrir a las matemáticas... Verá, la masa que vamos a estudiar es tan enorme y está tan concentrada que ninguna fuerza excede a la gravitacional. Nada puede oponérsele. En consecuencia, el proceso de caer sobre sí misma que se inició en lo que quedo de la estrella luego de la explosión continuará hasta que no pueda escapar ninguna energía. En ese momento habrá alcanzado el radio de Schwarzschild. La estrella, como tal, habrá desaparecido del universo. De hecho, y en teoría, la contracción final de su masa será del orden del volumen cero. Esto sin tener en cuenta consideraciones mecánico-cuánticas que entrarán en juego al final del proceso. Esas consideraciones no son demasiado conocidas, hasta ahora. Y tengo la esperanza de que esta expedición nos permitirá adquirir más conocimientos en ese sentido. —Mazundar se encogió de hombros—. De todos modos, miss Waggoner, yo me preguntaba si nuestro amigo podrá comunicarse con nosotros cuando se encuentre cerca de la estrella.
—Dudo que haya inconvenientes. —El que hablaba era Lucifer. Eloise era su instrumento, y ella nunca antes había sabido lo agradable que resultaba ser utilizado por alguien que nos importe—. La telepatía no es un fenómeno ondulante. Dado que la transmisión es instantánea, no puede serlo. Ni parece estar limitada por la distancia. Es más bien una resonancia. Si estamos sintonizados, podemos seguir perfectamente así a través de toda la existencia del cosmos; y no concibo ningún fenómeno material capaz de interferimos.
—Comprendo —Mazundar dirigió una prolongada mirada a Eloise—. Gracias —murmuró—. Bueno... debo regresar a mi lugar. Buena suerte.
Y se marchó precipitadamente.
Eloise no se dio cuenta. Su mente era una antorcha y una canción.
—¡Lucifer! —llamó en voz alta— ¡Lucifer! ¿Es verdad eso?
—Eso creo. Todos los míos son telépatas, de modo que conocemos la materia mas que vosotros. Nuestra experiencia nos conduce a opinar que no existe ningún límite.
—¿Puedes estar siempre conmigo? ¿Estarás siempre conmigo?
—Si tu lo deseas, nada me complacerá tanto.
El cuerpo del aurígeno se retorció en una especie de danza: el cerebro de fuego rió en voz baja.
—Sí, Eloise, me gustaría mucho quedarme contigo. Nadie más ha tenido... Alegría, alegría, alegría.
—Te han puesto un nombre mejor de lo que suponen —pensó Eloise—. Creyeron que era una broma: creyeron que aplicándote el nombre del diablo podrían conseguir que te empequeñecieras como ellos mismos. Pero el verdadero nombre del diablo no es Lucifer. Lucifer significa Portador de Luz. Una oración latina, incluso, aplica a Cristo el nombre de Lucifer. Perdóname, Dios mío, no puedo evitar recordar eso. ¿Te importa? El no es cristiano, pero creo que no necesita serlo: creo que nunca ha sentido el pecado, Lucifer, Lucifer.
Eloise dejó que la música sonara todo el tiempo que le estaba permitido. La nave saltó, cruzando veinticinco años-luz hacia el caos.
Cada uno de ellos lo sabía a su modo, a excepción de Eloise que lo vivía junto con Lucifer.
Eloise notó el golpe y oyó el lamento del metal torturado, olió el ozono y se tambaleo a través de la infinita caída que es la ausencia de gravedad. Aturdida, manipuló el intercomunicados A través de él brotaron frases inconexas:...la unidad estalló... ¿Cómo podría saber repararla? Calma, calma...
Y dominándolo todo, el aullido de la sirena de emergencia.
Eloise se sintió dominada por el terror, hasta que aferró el crucifijo que rodeaba su cuello y la mente de Lucifer. Entonces se echó a reír, orgullosa de lo que Lucifer había logrado.
Se había apartado de la nave siguiendo al pie de la letra las instrucciones recibidas. Ahora flotaba en la misma órbita. Por todas partes, a su alrededor, la nebulosa llenaba el espacio de arcos iris inquietos. Para él el Raven no era el cilindro de metal que veían los ojos humanos, sino un resplandor, la pantalla que reflejaba todo un espectro. Delante de ellos se encontraba el núcleo de la supernova, diminuto ahora, pero ardiendo, ardiendo...
—No tengas miedo —la acarició Lucifer—. Lo asimilo perfectamente. La turbulencia es intensa, puesto que la explosión es muy reciente. Hemos ido a parar a una zona en la que el plasma es particularmente denso. Nuestro generador, al estar en el casco de la nave y encontrarse sin protección durante los instantes que no estuvo conectada la pantalla protectora, ha sufrido un cortocircuito. Pero estáis a salvo. Podéis repararlo. Y yo me encuentro en un océano de energía. Nunca estuve tan vivo.
A espaldas de Eloise, el capitán Szili aulló:
—¡Waggoner! Dígale a ese aurígeno que no se entretenga. Hemos localizado una fuente de radiación interceptando nuestra órbita, y creemos que puede ser excesiva para la pantalla. —Especificó las coordenadas—. ¿Puede decirnos qué pasa?
Por primera vez, Eloise se sintió preocupada por Lucifer, que se alejaba rápidamente de la nave.
De pronto, el pensamiento del aurígeno volvió a ella, tan vivido como siempre. Eloise no tenía palabras para describir el terrible esplendor que divisó a través de las percepciones de él: una bola de un millón de kilómetros de gas ionizado en la que ardían las descargas eléctricas, rebotando alrededor del corazón abierto de la estrella. La cosa no podía haber producido ningún sonido, ya que aquí el espacio era casi un vacío de acuerdo con las normas de la Tierra: pero ella oyó su tronar, y el furor que escupía.
Lucifer dijo a través de Eloise:
—Es una masa de materia expelida. Debe de haber perdido velocidad radial a causa de la fricción y de las gradaciones estáticas, y ha sido arrastrada a una órbita cometaria, manteniéndose íntegra gracias a un potencial interno. Es como si ese sol tratara aun de dar a luz otros planetas...
—Chocará con nosotros antes de que podamos acelerar —dijo Szili— y recargar nuestro escudo protector. Si sabe usted rezar, es el momento de hacerlo.
—¡Lucifer! —llamo Eloise, ya que no deseaba morir.
—Creo que podré desviarlo lo suficiente —le dijo Lucifer con una seriedad que hasta entonces no había captado en él—. Mis propios campos, para mezclarlos con los suyos! y energía libre para beber; y una configuración estable. Sí, tal vez pueda ayudaros. Pero ayúdame tú; también, Eloise. Lucha a mi lado.
Su resplandor avanzó hacia el enorme bólido.
Eloise sintió cómo su electromagnetismo caótico se hundía en Lucifer. Se sintió arrastrada y desgarrada con él. Lucifer luchó para mantener su propia cohesión, y Eloise vivió aquel combate. El aurígeno y la nube de gas se engarfiaron, hasta que la nube se apartó del camino de la nave.
Apenas pudo captar el mensaje de un Lucifer exhausto:
—¡Victoria!
—Tuya —sollozó Eloise.
—Nuestra.
A través de los instrumentos, los hombres vieron la muerte luminosa que se alejaba de ellos. De sus gargantas brotó un grito de júbilo.
Eloise suplicó:
—Vuelve aquí.
—No puedo. Estoy demasiado gastado. La nube y yo nos hemos unido u ahora estamos cayendo en dirección a la estrella. —Y, como una mano herida extendiéndose para consolarla—: No temas por mí. A medida que nos acerquemos sorberé fuerzas nuevas de su radiación. Luego necesitaré un poco de tiempo para escapar de la atracción. Pero, ¿cómo podría dejar de regresar a tu lado, Eloise? Espérame. Descansa. Duerme.
Sus compañeros de tripulación la condujeron al camarote. Lucifer le envió sueños de flores silvestres y de los soles que eran su hogar.
Pero Eloise acabó por despertar, gritando. El médico tuvo que administrarle un poderoso sedante.
Lucifer no había comprendido realmente lo que significaba enfrentarse con algo tan violento que afectaba incluso el espacio y el tiempo.
Su velocidad aumentó de un modo asombroso, según su propio punto de vista. Desde el Raven le vieron caer durante varios días. Las propiedades de la materia habían cambiado. Lucifer no pudo presionar con la fuerza ni con la velocidad suficientes para escapar.
Radiación, núcleos desgarrados, partículas naciendo, destruyéndose y volviendo a nacer le asaeteaban por todas partes. Su sustancia fue desprendiéndose de su contorno, capa a capa. El núcleo de la supernova era un delirio blanco delante de él. Se encogió a medida que se acercaba, siempre más pequeños más denso, tan brillante que el brillo dejó de tener significado. Finalmente, las fuerzas gravitatorias hicieron presa en él.
—¡Eloise! —gimió, en la agonía de su desintegración— ¡Eloise, ayúdame!
La estrella se lo tragó. Se extendió hasta alcanzar una superficie infinita, quedó comprimido hasta que su delgadez fue infinita, y con ello se desvaneció de la Existencia.
La nave continuó su viaje, aún quedaba mucho por aprender.
El capitán Szili visitó a Eloise en su camarote. Físicamente, la joven se estaba restableciendo.
—Era todo un hombre —declaró el capitán, por encima del zumbido de las máquinas—, y con esto no le hago la justicia que se merece. No éramos de su raza, y murió por salvarnos.
Eloise lo miró con unos ojos más secos de lo que parecía lógico.
—Lucifer es un hombre. ¿No tiene acaso un alma inmortal, también?
—Bueno... —carraspeó—. Si. Si cree usted en las almas, sí, estoy de acuerdo.
Eloise sacudid la cabeza.
—Pero, ¿por qué no puede ir él a su lugar de reposo?
Szili miró a su alrededor, buscando al médico, y descubrid que estaban solos en la angosta habitación metálica.
—¿Qué quiere decir? —Se obligó a palmear la mano de la joven—. Lo sé, era un buen amigo suyo, Al fin y al cabo, tuvo una muerte misericordiosa: rápida, limpia... No me importarla morir así.
—Para él... si, supongo que sí. Tuvo que serlo. Pero... —Eloise no pudo continuar. Súbitamente, se tapo los oídos con las manos—. ¡Basta! ¡Por favor!
En el pasillo, Szili se encontró con Mazundar.
—¿Como se encuentra Eloise? —pregunto el físico.
El capitán se encogió de hombros.
—Mal. Confío en que no pierda irremediablemente la razón antes de que podamos ponerla en manos de un psiquiatra.
—¿Qué es lo que pasa?
—Cree seguir oyendo a Lucifer.
Mazundar se golpeó la palma de la mano con un puño cerrado.
—Tenía esperanzas de que fuera diferente...
Szili se frotó la nuca con aire cansado, y espero.
—Si ella lo dice —continuó Mazundar—, es evidente que lo oye.
—¡Imposible! ¡Está muerto!
—No olvide la dilatación del tiempo —replicó Mazundar—. Lucifer cayó y pereció rápidamente, sí. Pero eso de acuerdo al tiempo de la supernova, que no es el mismo que el nuestro. Para nosotros, el colapso tarda un numero infinito de años en producirse. Y la telepatía no tiene limites de distancia. —El físico empezó a alejarse del camarote—. Lucifer estará siempre con ella.