III

Las mujeres no cesan de hablar mientras las colas de suplicantes desfilan ante los sacerdotes. ¡Maravillosa resignación la suya en aquella odiosa cárcel! Si se quejan de algo más que de las pequeñas circunstancias de sus vidas, si se quejan de la monstruosa maldad que se ha cebado en ellas, nunca he llegado a oírlo. Su charla es siempre inofensiva, la charla que alivia de ansiedades nerviosas, la charla que alivia de las presiones casi físicas sobre el cerebro. La charla de las mujeres ahoga prácticamente el ruido de sus hijos. Pero la mayor parte del tiempo se hace evidente que el Entorno Total consiste principalmente en niños. Por eso deseo ver terminado el experimento; los niños se adaptarían a nuestro mundo.

Los efectos de la población inciden principalmente en esta cuarta generación. Al margen de quién gobierne los bloques, el Entorno pertenece en realidad a los niños, a los incontables niños que ríen y lloran, que echan los dientes, que andan a gatas o se arrastran por el suelo. Y a sus madres, ya que en su mayor parte son mujeres que —a la misma edad y en otra región del globo— estarían aún virginalmente en la escuela.

Narayan Farhad se envolvió en una manta y se acurrucó en su rincón del atestado cuarto. Dado que era casi la hora de acostarse, tenía que ocupar su espacio alquilado antes que uno de los abominables Dasgupta se lo robara. Narayan odiaba a la familia Dasgupta, a sus aduladores hombres, a sus escandalosas mujeres, a sus turbulentos niños, los incontables niños que se arrastraban por doquier, los mayores con enfermedades nerviosas, que robaban, y corrían, y se mofaban de él. Era la peor familia del Bloque Superior, en opinión de Narayan; y sólo la toleraba porque él mismo se encontraba vil.

Todas sus empresas se saldaban con fracasos. Hacía menos de una hora, caminando entre la multitud, había perdido el objeto-vital que llevaba en un bolsillo. O se lo habían robado. Aunque no se atrevía siquiera a considerar esta última posibilidad.

También el asunto del rapto había terminado mal. La zorra que había atrapado por la mañana: Malti. Había intentado poseerla antes de venderla, pero se había puesto demasiado nervioso, con un par de jóvenes Dasgupta riéndose de él. Y no había obtenido por ella lo que esperaba. Patel había rebajado el precio, y Narayan no se atrevió a discutir. Tal vez tendría que abandonar este bloque y trasladarse a uno de los más caóticos. Los bloques centrales eran siempre más caóticos. El Sexto, por ejemplo, estaba ahora en plena ebullición, lo cual significaba que el Quinto sería un lugar provechoso, con hordas de refugiados para esquilmar.

...Y qué estupidez raptar a una muchacha tan vieja..., prácticamente una anciana.

Envuelto en su manta, Narayan notó unos sabores ácidos que quemaban su boca. Incluso si su mente reposara y le dejara dormir, los Dasgupta estaban aún demasiado despiertos para permitirle una verdadera relajación. El viejo Dasgupta, por ejemplo, era como una rata, sin el menor sentido de la decencia, cohabitando en público con sus propias hijas. Había muchos hombres como aquél en el Entorno Total, hombres que no pensaban en otra cosa. ¡Puercos asquerosos! ¡Perros afortunados! ¡Las hijas de Narayan le habían echado de su lado hacía muchos meses, cuando trató de violarlas!

Una y otra vez, su mente ahondaba en los motivos de queja que tenía. Pero permanecía inmóvil, salvo cuando alargaba un pie descalzo para alejar a los asquerosos chiquillos que se arrastraban hasta él, mirando la pantalla que parpadeaba en la pared detrás de su enrejado protector.

Le gustaban las pantallas, disfrutaba contemplando la locura del exterior. ¡Qué mundo aquél! ¡Tanto calor, y la necesidad de trabajar, y las complicaciones de la vida! La inmensidad del mundo... Narayan no podría soportarlo, no desearía encontrarse allí a ningún precio.

No entendía la mitad de lo que veía. Después de todo, había nacido aquí. Su padre podía haber nacido en el exterior, quienquiera que fuese su padre; pero hasta Narayan no había llegado ninguna leyenda del exterior: sólo las distorsiones en las habladurías generales, y los programas de las pantallas. Ahora que pensaba en ello, la gente no prestaba ya demasiada atención a las pantallas. Ni siquiera él.

Pero no podía dormir. Sus ojos legañosos contemplaron las imágenes de bueyes tirando de las sucias rejas de los arados que aparecían en la pantalla. Había intuido ya vagamente que el programa se refería a los cambios que el mundo había experimentado.

«...dieron paso a estas...», decía el comentarista, por encima del alboroto que armaban los Dasgupta.

Los niños vivían aquí como pájaros. Había varios catres en equilibrio más o menos inestable, uno encima del otro, adosados a las paredes, y en ellos se hacinaban los pequeños Dasgupta.

«...fábricas de alimentos automatizadas contra el peligro de infección...»

Yak-yak-yak. Los niños. En cierta ocasión los catres fueron colocados delante de la pantalla; pero a medianoche el inestable edificio se derrumbó, y tres de los niños resultaron heridos. ¡Ninguno de ellos murió, perra suerte!

Patel debió pagarle algo más por aquella muchacha. Las cosas iban de mal en peor. Hubo una época en que proyectaban películas pornográficas en las pantallas. Muy buenas, hasta el punto que incluso Narayan se excitaba con ellas. Claro que entonces era más joven. Ahora, las pantallas resultaban aburridas. Y la gente dejaba de mirarlas. Narayan acabó por dormirse en su rincón, envuelto en su mugrienta manta. Eventualmente, toda la habitación quedó sumida en el sueño.

Los documentales y otras películas proyectadas en el Entorno no son filmados ya especialmente por equipos del IIDUE para el consumo interno. Cuando la ONU rebajó sensiblemente su subsidio anual al IIDUE, hace ocho años, el estudio particular de televisión fue uno de los lujos que se suprimieron. Ahora se proyectan películas compradas a las cadenas más importantes. Se supone que con ellas los prisioneros del Entorno se mantienen en contacto con el mundo exterior, pero es evidente que se trata de una suposición errónea. El grado de comprensión entre el interior y el exterior es cada vez menor por ambas partes. Tal como yo lo veo, el foso que separa a los dos entornos es cada vez más ancho, como si se alejaran uno de otro viajando en un continuo espacio-tiempo distinto. Me gustaría creer que las personas que están a cargo de esto —especialmente Crawley— no sólo perciben este hecho sino que comprenden que debe ser rectificado inmediatamente.

Shamim no podía dormir de pena.

Gita no podía dormir de aprensión.

Jamsu no podía dormir de excitación.

Vazifdar no dormía.

Vazifdar encerró su yo sagrado en una alacena, dejó caer sus párpados sobre sus ojos y empezó a construir, dentro de los vastos espacios de su mente, una pauta de pensamiento correspondiente a la matriz representada por el objeto-vital de Narayan Farhad. Cuando estuvo plenamente concebido, Vazifdar empezó suavemente a insertar un poco de malignidad en uno de los bordes de la pauta-mental...

Narayan dormía. Le despertó el silencio. Era la primera vez que un silencio absoluto se instalaba en el Entorno Total.

Al principio, pensó que disfrutaría de aquel absoluto silencio. Pero adquirió un peso y una substancia tales...

Envuelto en su manta, se incorporó. La habitación estaba vacía, la pantalla oscura. ¡Algo que nunca había ocurrido, que no podía ocurrir! ¡Y el silencio! ¡Algún terrible dios había forjado aquel silencio en la oscuridad y lo había arrojado después al mundo, rodando sobre todas las cosas! ¡El silencio poseía una cualidad resonante..., un gong! ¡No, no era un gong! ¡Sonido de pasos!

Era un sonido de pasos. ¡Oh, Siva, no permitas que sea un sonido de pasos!

El Entorno Total estaba vacío. Se había cumplido la leyenda que afirmaba que algún día el Entorno Total quedaría vacío. Todo el mundo se había marchado, excepto el pobre Narayan. Y los pasos se acercaban a visitarle en su indefendible rincón...

Estaba trepando a través de los sótanos de su existencia. Pronto asomaría a la superficie.

Temblando convulsivamente, Narayan se puso en pie, agarrando un extremo de la manta. No quería enfrentarse con la cosa. Pensó cómo podría soportarla mejor: si tenía el aspecto de un hombre, o si no tenía aspecto humano. Era la Muerte, desde luego. Pero, ¿qué aspecto tendría? Sólo la Muerte podía llegar de aquel modo...

Su indefensión... ¡No podía ocultarse en ningún lugar! Abrió la boca, no pudo gritar, agarró la manta, notó que se estaba orinando encima como si volviera a ser un niño. Rápidamente llegó la imagen: el niño de vientre abultado, enclenque, su madre negra de furor, con los grandes dientes rechinando mientras le abofeteaba con todas sus fuerzas, escupiendo... La imagen desapareció y Narayan se enfrentó con el gong, solo en la gran torre oscura. En el árido aire, vibraciones de su presencia.

Narayan estaba gritándole, pidiéndole que no viniera.

Pero llegó. Llegó con mayestática pereza, como los latidos de un fétido sopor, llegó a la puerta, empujando la oscuridad delante de sí. Era como un humano, pero demasiado enorme para ser humano.

Y llevaba la cara de Malti, aquella ingenua sonrisa con la cual había empezado a subir los peldaños. ¡No! ¡Imposible! ¡Imposible! Era un hombre, de cráneo resplandeciente, terrible y magnífico, avanzando, lleno de confianza en sí mismo. Narayan se cubrió el rostro con una mano y cayó hacia adelante.

Uno de los pequeños Dasgupta despertó por un instante, vio que la pantalla parpadeaba de un modo que tranquilizaba, aunque ininteligible para él, vio que Narayan temblaba bajo su manta, y volvió a quedarse dormido.

Por la mañana descubrieron que aquél había sido el último temblor de Narayan.

Sé que se supone que soy un observador desapasionado. Nada de emociones, nada de sentimientos. Pero el desapasionamiento científico es la actitud que ha provocado la mayor parte de la falta de humanidad inherente al Entorno.

Me alivia mucho pensar que está usted volando hacia aquí.