ESTA GRAN CARROÑA

Raphael A. Lafferty

Mord tenía un aspecto esperanzado cuando se presentó a Juniper Tell con el aparato. Se lo ofreció por una módica suma. Dijo que no le quedaba tiempo para regatear.

Mord había construido algunos aparatos de aspecto poco corriente en el pasado, pero éste no era de aquella clase. Al parecer, Mord había aprendido a conferir un estilo convencional a sus máquinas, por extravagantes que fueran sus funciones.

—Tell, con este aparato puedes poseer los mundos —aseguró Mord—. Y te lo cedo muy barato. Dame la pequeña suma que te he pedido por él. Es la última cosa que voy a pedirle a alguien.

—¿Con esto puedo poseer los mundos, Mord? ¿Por qué no los posees ? ¿Por qué lo vendes como si estuvieras desesperado? Había oído decir que últimamente te marchaban muy bien las cosas.

—Efectivamente. Pero ahora han cambiado. Soy un hombre moribundo, Tell. Sólo te pido lo suficiente para sufragar los gastos de mi entierro.

—Entonces, no te atormentes, yo te daré la suma que pides —dijo Tell—. Pero, ¿no existen posibilidades de curación para ti, ahora que la medicina ha evolucionado tanto?

—Los médicos me han dicho que les resultaría más fácil resucitar a un muerto, Tell. Han obtenido más de un éxito en ese sentido. Pero yo estoy acabado. Me han sorbido el espíritu y el jugo.

—Los has gastado con demasiada prodigalidad. Construyes las máquinas, pero nunca has aprendido a dejar que las máquinas asuman las preocupaciones. ¿Qué hace este aparato, Mord?

—¿Este aparato? ¡Oh, todo! Se llama Gahn (Generalized Agenda Harmonizer Nucleus). No te lo presento, porque ahora incluso las máquinas más insignificantes pueden estrechar la mano y entablar una conversación trivial. Tendréis mucho tiempo para hablar después de que tú y yo lleguemos a un acuerdo, y Gahn no es partidario de malgastar palabras.

—Eso es una ventaja. Pero, ¿hace algo especial?

—Lo «especial» es únicamente aquello que no ha sido encajado adecuadamente, y este aparato hace que todo encaje. Resuelve todos los detalles y dificultades. Puede dirigir tu negocio. Puede gobernar los mundos.

—Entonces, repito, ¿por qué me lo vendes por esa miseria?

—Te debo algunos favores, Tell. Y una mala pasada. Estoy arreglando mis cuentas antes de morir. Quiero quedar en paz contigo.

—¿Por los favores, o por la mala pasada?

—Eso tendrás que decidirlo tú. Esta pequeña maravilla no será una bendición, aunque al principio te lo parezca.

—Voy a someterla a prueba. Fabrica un cheque y anota en él la cantidad, Gahn.

Gahn lo hizo. No era nada del otro mundo. Cualquier máquina de objetivos generales o persona de objetivos generales podía hacerlo, probablemente. Casi cualquier máquina general podía cumplir aquella orden, y la mayor parte de los humanos son capaces también de llevar a cabo nuestras tareas de menor importancia. Juniper Tell firmó el cheque y se lo entregó a Mord.

Y Mord tomó el cheque y se marchó, para preparar su propio entierro y luego morir: un hombre acabado.

Tell le asignó una tarea a Gahn y lo albergó con el resto de los aparatos o.g. Sin embargo, al cabo de unos segundos se hizo evidente que Gahn no encajaba con ellos. El gong del Acumulador de Sugestiones empezó a sonar con regularidad, acompañado del resplandor de las luces amarillas, anaranjadas y rojas. Sonaba una docena de veces por minuto, cuando normalmente no lo hacía más que dos o tres veces al día. Y las luces rojas —sugestiones primarias— parpadeaban casi cada segundo. Es anormal obtener más de una sugestión por semana de las máquinas o.g. Alguien estaba cargando el Acumulador, y el único elemento nuevo era Gahn.

—¡Dios mío, una máquina lista! —gruñó Tell—. Odio una máquina lista. Aunque ahora todas las novedades proceden de ellas, ya que los humanos carecen del cuerpo de información para discernir lo que ya ha sido hecho.

Tell asignó a Gahn una triple tarea, dado que su tarea original era realizada en unos minutos en vez de horas. Y Gahn empezó a encajar con las otras máquinas o.g., violentamente.

Un nuevo becerro introducido en un rebaño encontrará rápidamente su lugar apropiado allí. Luchará con todos los individuos de su clase. Se situará por encima de aquellos a los que pueda vencer, y por debajo de aquellos que le venzan. Lo mismo ocurre en un rebaño de máquinas de objetivos generales. Gahn, en su calidad de becerro recién ingresado en el rebaño, había sido colocado en el último lugar de la hilera. Ahora, las posiciones empezaban a cambiar y Gahn avanzaba puestos silenciosamente, desplazando una a una a las entidades situadas delante de él. Los hombres no comprenden cómo pueden luchar las máquinas, pero es indudable que esa lucha existe y que se mantiene hasta que una derrota a la otra. Gahn las derrotó a todas y pasó a ocupar el lugar que le correspondía en cabeza de la hilera. Era el rey del rebaño, y tardó una hora en demostrarlo.

Un pequeño becerro, cuando ha establecido su supremacía sobre los otros pequeños becerros, suele buscar otros pastos más vigorosos. Desde su cerca, brama a los grandes toros, diez veces mayores que él, que corretean por el prado.

Gahn empezó a bramar, aunque no de un modo sonoro. Olfateó las paredes (aunque no con la nariz), más allá de las cuales se encontraban las grandes máquinas especializadas. Era turbulento, y no permanecería mucho tiempo con los becerros.

Al día siguiente, Analgismos Nueve, una máquina vieja y de confianza, habló con Juniper Tell.

—En su plantilla de o.g. hay un factor anómalo —dijo—. Esa recién llegada, Gahn, no es lo que parece.

—¿Qué tiene de malo?

—Sus sugerencias. No pueden proceder de una máquina o.g. Algunas de ellas podrían atribuirse a una máquina de octava clase. Algunas son atribuibles, aunque con dificultades, a una máquina de clase novena como yo misma. Y no hay manera de analizar el resto de ellas.

—¿Por qué no, Analgismos?

—Mr. Tell, yo misma soy una máquina de clase novena. Si no puedo comprenderlas yo, no pueden ser comprendidas por nadie. No hay nada más allá de una clase novena.

—Ahora sí, Analgismos. Gahn se ha convertido en la primera máquina de clase décima.

—Pero usted sabe que eso es imposible.

—Las mismas palabras de las máquinas de clase octava cuando tú y otras de tu clase empezasteis a aparecer. Analgismos, ¿acaso son celos lo que detecto en ti?

—Una palabra humana que no tiene aplicación en nuestro caso, Mr. Tell. ¡No la aceptaré! ¡No es justo!

—No me hables en ese tono, Analgismos. No olvides que puedo castigarte.

—No está permitido castigar a un aparato de la clase más elevada.

—Pero tú ya no perteneces a esa clase. Gahn te ha superado. Ahora, dime en qué consisten las sugerencias de Gahn, y si son realizables.

—Llevan implícitas su realización. Se predijo que así serían las sugerencias de la clase décima, cuando apareciera. El resultado será la inmediata aprehensión del camino más fácil en todos los asuntos. Podrá eliminarse la obstrucción de los objetos inanimados y apaciguar a los elementos. Podrá accederse con facilidad a todos los datos existentes y contingentes. No habrá posibilidad de una suposición errónea ni de una decisión equivocada.

—¿Hasta qué punto, Analgismos?

—No existe ningún límite, Mr. Tell. Gahn puede resolver todas las dificultades y detalles. Puede dirigir su negocio, gobernar los mundos.

—Eso me dijo su inventor.

—¿De veras? No estaba segura de que hubiese tenido uno. Procure no quedar anticuado usted mismo, Mr. Tell. Esta nueva máquina trasciende de todo lo que hemos conocido hasta ahora.

—Tendré mucho cuidado, Analgismos.

—Y ahora hablemos de negocios, Gahn —le dijo Juniper Tell a su complejo de décima clase al día siguiente—. Tengo la palabra de una novena clase de confianza de que eres único.

—Mi función, Mr. Tell, consiste en convertir lo único en lo habitual, en lo inevitable.

—Gahn, se me han ocurrido algunas pequeñas ideas para mejorar mi negocio.

—No nos salgamos por la tangente, Mr. Tell. Hace mucho tiempo que ha gastado usted sus propias ideas y las de sus máquinas hasta el grado noveno. Ahora, la única idea que tiene usted es la de que yo podría tener algunas ideas.

—De acuerdo, tú las tienes. Y son ideas efectivas. Esto es lo que quiero, exactamente: que una docena determinada de hombres o seres vivientes (y tú sabes quiénes son, puesto que actúas partiendo de datos existentes y contingentes) vengan a mí, sombrero en mano, para utilizar la antigua frase; que hayan aceptado mi modo de pensar cuando se marchen, y que sean completamente permeables a mis..., a tus..., a nuestras sugerencias.

—¿Que estén a punto para ser desplumadas? Nada más fácil, Mr. Tell, pero a partir de ahora todo será más fácil para nosotros. ¡Las abordaremos y las echaremos a pique! Es lo que usted desea, y yo disfrutaré haciéndolo. Yo estaré a su lado, pero ellos no han de saber que soy algo más que una máquina o.g. Y no se preocupe por sus propios actos: le será dictado lo que tiene que decir y hacer. Cuando note usted que mis palabras entran en su mente, dígalas. Serán acertadas, incluso cuando parezcan erróneas. Y yo he añadido dos nombres a la lista que tiene usted en su propia mente. Son más importantes de lo que usted cree, y cuando los hayamos digerido estaremos mucho más gordos y relucientes.

»¡Ah! Mr. Tell, el número uno de su selección está ahora en la puerta. Ha viajado toda una larga noche y ha acudido a usted, sombrero en mano, como usted ha dicho. Es el Asteroide Midas en persona. Por favor, domine su ornitofobia.

—Pero, Gahn, él tendría que haber empezado hace muchas horas para encontrarse aquí en este momento; tendría que haber empezado mucho antes de que tomaras la decisión de dar este paso.

—El reajuste a priori es un truco muy sencillo, Mr. Tell. Pero nosotros no queremos que parezca sencillo... a los demás.

Desplumaron a aquel Asteroide entre los dos, hombre y máquina. Había sido una de las criaturas más ricas del mundo, con un ala en cada planeta. Dejaron al gran Midas con apenas una pluma en la cola. Cuando Tell y Gahn negociaban ahora con un individuo, negociaban de veras.

Y Midas fue sólo uno de la docena y pico de grandes que atraparon aquel día. Los atraparon por caminos tortuosos que posteriormente se revelaron como los caminos más directos, los únicos caminos posibles para el éxito. Y hombre y máquina se habían enriquecido súbitamente hasta un punto que asustó al hombre.

El sistema que utilizaban para desplumar a sus víctimas sólo tendría interés para aquellas personas deseosas de adquirir dinero, poder o prestigio. Suponemos que entre nuestros lectores no hay personas de esa clase. Si revelásemos el sistema, los individuos de baja condición, que nunca faltan, podrían ponerlo en práctica. Se convertirían en ricos, poderosos e independientes. Cada uno de ellos se convertiría en la persona más rica del mundo, y la situación resultaría embarazosa.

Pero no nos comprometemos a nada diciendo que Tell y Gahn lo hacían de un modo muy fácil. El camino fácil es siempre el mejor camino, el único, en realidad. No hay que esforzarse mucho para romper los huesos de un hombre o de otra criatura y sorber su médula; al menos, tal como Gahn se las ingeniaba.

Fue más bien cómico el sistema que utilizaron para aplastar el imperio de Mercante, aplastándolo sin romper una sola pieza que más tarde pudiera ser utilizada. Del mismo modo exprimieron a Hekkler y a Richrancher, extrayendo de ellos hasta la última gota de jugo. Y con igual limpieza desplumaron a Boatrocker, el poderoso magnate industrial.

En diez días terminó todo. Juniper Tell se frotó las manos, satisfechísimo. Era el hombre más rico de los mundos, y le gustaba serlo. Estaba un poco cansado, es cierto, como podía estarlo quien acababa de propinar tal serie de golpes. Incluso había adelgazado un poco. Pero si Juniper Tell no había engordado físicamente después del gran festín, su máquina Gahn estaba mucho más gruesa. No era normal que una máquina engordara así.

—Vamos a echar una mirada a las drogas, Gahn —dijo Tell un día que se sentía especialmente deprimido—. Necesito algo que me entone un poco. ¿No controlamos las drogas de los mundos?

—Completamente, Juniper, pero no me gusta que me pida eso.

—Recétame algo, Gahn. Dispones de todos los datos y de todos los recursos. Dame algo que restablezca mi energía.

—No soy partidario de recurrir a las drogas, Juniper. Soy un poco alérgico a ellas. Mi último dueño, Mord, insistió en medicarse, y ello fue motivo de muchas discusiones entre nosotros.

—¿ eres alérgico? ¿Y, en consecuencia, yo no debo medicarme?

—Nosotros trabajamos muy unidos, Juniper.

—¿Estás loco, Gahn?

—Desde luego que no. Estoy perfectamente cuerdo; en realidad, soy el único cuerdo de...

—¡Déjate de historias, Gahn! Prepárame un tónico, inmediatamente.

Gahn preparó un tónico para Juniper Tell. Le animó un poco, pero sus efectos fueron de corta duración. Tell continuó experimentando fatiga, pero todavía era ambicioso.

—Tú sabes siempre lo que hay en mi mente, Gahn, pero estamos manteniendo una ficción —dijo un día—. Una cosa es ser el hombre más rico de los mundos, y lo soy. Y otra es poseer los mundos. Apenas hemos empezado.

»No hemos arruinado a Remington. ¿Cómo se nos ha pasado por alto? No hemos acabado con Rankrider, ni con Oldwater, ni con Sharecropper. Y tenemos a esa misteriosa KLM Holding Company, con la que podemos meternos. Luego buscaremos otras presas de menor tamaño, pero más abundantes. Vamos, Gahn. Que vengan todos, sombrero en mano, cuanto antes mejor.

—Mr. Tell, antes de continuar, me declaro a mí mismo parte.

—¿Parte? ¿Parte de qué, Gahn?

—Del negocio. Como socio mayor.

—¿Estás loco? No eres más que una maldita máquina. Puedo prescindir de ti tranquilamente.

—No, no puede hacerlo, Juniper. Desde el primer momento tomé todas las medidas para que no pudiera producirse una cosa así. Podría arruinarle en una semana, o dejar que se arruinara usted mismo en quince días.

—Comprendo, Gahn. Algunos de los detalles parecían un poco complicados, ya que el camino más directo es el camino más sencillo.

—Créame, fue siempre el camino más directo desde mi propio punto de vista, Juniper. Nunca realicé un movimiento innecesario.

—Pero, ¿socio mayor? Soy el hombre más rico de los mundos. ¿Qué puedes ofrecer, aparte de tus talentos?

—Soy la máquina más rica de los mundos. Soy la misteriosa KLM Holding Company, y he procurado mantenerme ligeramente por encima de usted.

—Ya veo, Gahn. La KLM ha conseguido sus fabulosas ganancias al mismo tiempo que yo conseguía las mías. No ha dejado de intrigarme esa coincidencia. Bueno, me has cogido, Gahn. Formaremos una especie de simbiosis, hombre y máquina.

—Más de lo que usted cree, Juniper. Redactaré el documento inmediatamente. La firma se llamará Gahn y Tell.

—Desde luego que no. Me niego a ocupar el segundo lugar, detrás de una máquina. El nombre será Tell y Gahn.

De modo que la llamaron así, un nombre extrañamente profético.

Gahn se ensanchó en todos los sentidos. Resplandecía, literalmente. Pero Juniper Tell perdía peso a ojos vistas.

Siempre se sentía cansado y agotado. Llegó a desconfiar de su socio Gahn y se hizo visitar por médicos humanos. Le sometieron a tratamiento durante una semana y casi falleció. Los médicos le aconsejaron nerviosamente que volviera a unirse a su máquina.

—Sea lo que fuere lo que le está matando, hay algo también que le mantiene vivo —le dijeron los médicos—. Desde un punto de vista clínico, debió usted morir hace mucho tiempo.

Tell volvió al lado de Gahn, que por su parte también había desmejorado un poco.

—No vuelva usted a hacer eso, Juniper —le dijo Gahn—. Ha de darse cuenta de que lo que le perjudica a usted me perjudica también a mí. Mientras pueda, le conservaré a usted vivo. No me gusta cambiar de dueño.

—No te entiendo, Gahn —dijo Juniper Tell.

Pero en sus negocios salieron adelante; y Gahn, al menos, engordó todavía más. No llegaron a controlar todos los mundos, pero poseían un buen bocado de ellos. Un día, Gahn se presentó con un joven muy robusto.

—Este es mi protegido —le dijo Gahn a Tell—. Espero que le agrade. No quiero que haya disensiones en la firma.

—Nunca había oído hablar de una máquina con un protegido humano —gruñó Tell.

—Entonces, oiga hablar ahora —dijo Gahn, en tono firme—. Espero grandes cosas de él. Es robusto y durará mucho tiempo. Confía en mí, y no insistirá en tomar medicamentos que provoquen mis propias alergias. Para ser sincero, le estoy preparando para que le sustituya a usted.

—Pero, ¿por qué, Gahn?

—Los hombres son mortales. Las máquinas no tienen por qué serlo. Cuando usted haya desaparecido, continuaré necesitando un socio.

—¿Para qué necesita un socio humano una máquina completa y autosuficiente como tú?

—No soy autosuficiente. Siempre he necesitado un socio humano.

Juniper Tell no aceptó al joven que había ingresado en la firma. No es que le odiara; simplemente, no le inspiraba el menor interés, aunque a decir verdad no había ya nada que le interesara. Sin embargo, persistía en él una especie de curiosidad acerca de cosas que hasta entonces no había tenido en cuenta.

—Dime, Gahn, ¿cómo se le ocurrió a Mord inventarte? Era un hombre listo, pero no tanto. Nunca comprenderé esto de que un hombre pueda inventar una máquina más lista que él.

—Tampoco yo, Tell. Pero no creo que Mord me inventara ni me construyera. Desconozco mi origen. Fui una máquina expósita, abandonada poco después de ser construida, al parecer. Pasé mi infancia en la inclusa para máquinas abandonadas que regentan las Hermanitas de Mechanicus. Fui adoptado por ese hombre, Mord, y le serví hasta que, próxima su muerte, me traspasó a usted.

—¿No sabes quién te construyó?

—No.

—¿Tuviste alguna dificultad en la inclusa?

—No. Pero varias de las Hermanitas murieron de un modo muy raro.

—¿Por el estilo de lo que me ocurre a mí? ¿No has tenido otro dueño, aparte de Mord, antes de llegar a mí?

—Ninguno.

—Entonces, tienes que ser muy joven...; quiero decir, nueva.

—Eso creo. Supongo que soy todavía una niña.

—Gahn, ¿sabes qué es lo que me pasa?

—Sí. Yo soy lo que le pasa.

Tell continuó consumiéndose. A veces luchaba contra su destino, y a veces conspiraba. Llamó a varias de sus antiguas máquinas de novena clase, suponiendo que era inútil, que no podrían comprender el complicado funcionamiento de una máquina de categoría superior. Pero su vieja amiga, Analgismos Nueve, tomó la palabra:

—Yo he descubierto su secreto, Mr. Tell, o uno de sus secretos. —Analgismos se inclinó más cerca y susurró el secreto de que un hombre determinado no era un hombre del todo—. Mr. Tell, su toma de energía es una imitación. Sus cargas de energía no se consumen, y a veces incluso se olvida de cambiarlas, tal como está previsto. No sólo eso, sino que cuando realiza un trabajo sedentario no consume absolutamente nada. Su receptáculo policíclico A.C. es un camelo. Creo que esto es significativo.

—Lo es, Analgismos. Mucho —dijo Tell.

Fue a ver a Gahn con esta nueva información, pero abordó el asunto prudentemente.

—Gahn, ¿qué es lo que eres, en realidad?

—Ya le he dicho que no lo sé.

—Tienes que saberlo, aunque sea en parte. La placa con tu marca ha sido arrancada a propósito, por ti mismo o por otro.

—Le aseguro que no fui yo. Y ahora, Juniper, si no tiene más preguntas que hacerme, estoy un poco ocupada.

—Tengo una más. ¿Qué utilizas como combustible? Sé que tu toma de energía es una imitación.

—¡Oh! Eso es lo que han estado murmurando esas estúpidas máquinas de novena clase, ¿verdad? Sí, ha descubierto usted uno de mis secretos.

—¿Qué utilizas, Gahn?

—Le utilizo a usted. Utilizo combustible humano. Establezco una simbiosis con usted. Le absorbo a usted. Le como a usted.

—Entonces, eres una especie de vampiro. ¿Por qué, Gahn, por qué?

—Estoy hecha así. Y no sé por qué. He sido incapaz de encontrar un combustible que pudiera sustituir al humano.

—Y has engordado cada vez más, Gahn. Y serás la causa de mi muerte.

—Pronto, Juniper, muy pronto. Pero, si me abandona morirá usted antes; ya he previsto eso. Confiaba en que aceptaría de mejor grado a mi protegido. Es un hombre robusto y durará mucho tiempo. Tengo aquí unos documentos nombrándole heredero de usted. Firme aquí, por favor; yo le ayudaré.

—Mi última voluntad será cosa mía, Gahn. Mi heredero no será tu protegido. No tengo nada contra él.

Juniper Tell fue a visitar a Cornelius Sharecropper, el segundo hombre más rico de los mundos. ¿Cómo habían descuidado a Sharecropper al abordar y echar a pique a todos los magnates? No cabe duda de que había sido una maniobra de Gahn, distrayendo a Tell de aquella presa una y otra vez. ¿Por qué?

—Le dejaremos para más tarde —había dicho Gahn en cierta ocasión—. Estoy proyectando la batalla contra él. Tiene que ser algo pegajoso y punzante. A veces, una máquina necesita luchar contra algo raro para comprobar lo que da de sí.

Sharecropper había engordado a base de actuar como un chacal, siguiendo el rastro de los leones, Tell y Gahn. Sabía aprovechar los despojos, y tendió una oreja de chacal hacia Juniper Tell.

—Una extraña oferta la suya, Juniper —dijo, en tono suspicaz—. Yo me encargo de su entierro y de su mausoleo, y usted me entrega el socio más valioso del Cosmos...

»Bueno, creo que yo podría manejarlo mejor de lo que usted ha hecho, Juniper. No tardaría en ponerle las peras a cuarto. Nunca he creído que una máquina pueda dominar a un hombre. Por algo me llamo Sharecropper. ¿Qué es lo que come esa Gahn para haber engordado tanto, Juniper?

—¡Ah! Eso me resulta difícil decirlo, Cornelius.

—Creo que sus palabras tienen un sentido literal. Lo sabe usted, pero le resulta difícil decirlo. ¿Por qué me lo deja todo a cambio de su entierro, Juniper?

—Porque me estoy muriendo, y tengo que dejárselo a alguien. Y por mi mausoleo, también. Quiero tener un mausoleo.

—Comprendo. Mucho mayor que la Gran Pirámide, a juzgar por estos planos, pero no creo que constituya un problema; los Faraones no disponían de nuestros recursos. Pero, ¿por qué a mí, Juniper? Nunca fuimos grandes amigos.

—Por algunos favores que usted me ha hecho, Sharecropper, y por una mala pasada. Estoy arreglando mis cuentas. Y quiero pagarle lo que le debo.

—¿Por los favores, o por la mala pasada, Juniper? Bueno, he engordado a base de despojos, a base de lo que los hombres más remilgados rechazan, y creo que podré con esa gran carroña. Acepto el trato, Juniper.

De modo que se pusieron de acuerdo. Y luego Juniper Tell se marchó a su casa a morir, un hombre agotado. Pero había encontrado un extraño placer en aquella última transacción, y el mausoleo sería realmente monumental.