HEMEAC
El Instructor emitió un sonido breve, agudo y sibilante. Inmediatamente, el aula se llenó de uno de aquellos ominosos silencios que en los últimos tiempos se habían hecho tan frecuentes. Mientras el Instructor emitía aquellos sonidos para sí mismo, todo el mundo esperaba en un silencioso y rígido terror.
HEMEAC permanecía en su pupitre en las últimas filas, respirando profunda y lentamente, controlando su miedo y observando atentamente el telescudriñador del Instructor. Sabía que aquellas cosas indicaban a menudo que alguien sería enviado al despacho del Decano para un Examen Especial, pero un buen estudiante como él no se echaba a temblar ante la simple amenaza de un Examen Especial. Iba diciéndose esto a sí mismo con muda vehemencia intelectual, mientras sus rodillas temblaban bajo su túnica de malla plateada y un reguero de sudor descendía a lo largo de su espina dorsal.
Involuntariamente, sus ojos se posaron en el pupitre que estaba enfrente del suyo. La semana anterior, IAC había estado allí, como lo había estado durante los últimos dieciséis años..., hasta donde alcanzaba el recuerdo de HEMEAC. Luego había cometido un error, probablemente una orden sin cumplir para lo cual no pudo dar una explicación. De cualquier modo, había sido llamado al despacho del Decano para un Examen Especial. Había fallado, como prácticamente todo el mundo fallaba aquellos días, y había sido expulsado inmediatamente de la Universidad.
Unas confusas y amenazadoras imágenes se formaron en la mente de HEMEAC mientras pensaba en el Mundo Exterior, donde IAC se encontraba ahora. Más allá de las verjas infranqueables de esta cómoda Universidad se extendían las ruinas de un planeta moribundo, asolado por la guerra, una región de salvajes, de injusticia y de bestialidad, gobernada por idiotas renegados. Los Salvajes tenían ahora a IAC. HEMEAC se preguntó si se lo habrían comido ya.
—¡HEMEAC! —llamó el Instructor con su voz monótona—. ¡Mire al frente!
—Clic —dijo HEMEAC con aterrorizada calma, mientras alzaba los ojos del pupitre vacío para posarlos en el telescudriñador, como era de rigor.
—Recite —ordenó el Instructor—. Defina el término educación.
—Clic. Por educación se entiende la instrucción y el adiestramiento de aquellos seres que pueden beneficiarse de tal ventaja, como los humanos y algunos de los animales superiores.
Un largo silencio.
Luego, el Instructor dijo:
—Una definición inexacta e incompleta, HEMEAC. Educación es la conducción de un intelecto orgánico a órdenes más elevados de perfección, de conocimiento y de disciplina. Tome nota de la palabra orgánico, HEMEAC. ¿Sabe usted por qué está incluida en la definición?
—Porque los robots no tienen que ser educados —respondió HEMEAC.
—Inexacto —afirmó tranquilamente el Instructor—. La inteligencia robótica no sólo no tiene que ser educada, sino que no puede ser educada. La plena perfección de su modo de actuar es ya total en su primera operación. La perfección, en el sentido de haber alcanzado la plenitud en su desarrollo, es intrínseca en el ser robótico. Los robots no aprenden. Exceptuando alguna información accidental de una naturaleza superficial, saben ya todo lo que es necesario para un funcionamiento perfecto cuando son puestos en marcha. Esto es cierto incluso para aquellos robots que tienen un curioso-flex en sus circuitos. ¿Sabe usted lo que es un curioso-flex, HEMEAC?
—Clic. Es buscador-de-información-al-azar.
El Instructor esperó. Sumisamente, HEMEAC continuó recitando de memoria:
—Está incluido en todas las computadoras primitivas, de las cuales sólo queda una en servicio en esta Universidad. Los intelectos orgánicos tienen un sistema similar para el estudio al azar de información potencialmente útil, el cual es llamado «curiosidad» debido a su semejanza con el curioso-flex. Sin embargo, al igual que la mayor parte de las otras facultades orgánicas, está sometido a un control voluntario individual, y en consecuencia no es tan eficaz como el curioso-flex.
—Muy bien —dijo el Instructor. Siseó y zumbó por unos instantes, después de lo cual añadió—: Esta es una clase de Filosofía Social, HEMEAC, no de Circuitos Robóticos. En el futuro, aténgase estrictamente al tema.
—Clic —dijo HEMEAC.
El Instructor guardó otro breve silencio, mientras su telescudriñador examinaba la lista de estudiantes para llamar a otro alumno.
—OBSIC.
—Clic —dijo el muchacho.
—Describa el objetivo de la educación.
—El objetivo de la educación —recitó OBSIC en tono inexpresivo— es el de desarrollar la mente humana de modo que pueda aproximarse a la perfección natural de la inteligencia robótica tanto como lo permitan sus limitadas facultades.
La voz de OBSIC continuó recitando, pero la mente de HEMEAC vagabundeaba de nuevo. Dirigió una mirada al pupitre vacío enfrente de él y se preguntó cómo sería en realidad el Mundo Exterior donde ya no había robots con sus bellos rostros relucientes, sino únicamente animales y ruinas. HEMEAC experimentaba cierta dificultad en visualizar a un ser humano como él mismo viviendo como un animal, pero sabía que eso era lo que pasaba. Los había visto una vez desde aquella ventana del despacho del Decano.
Se imaginó a sí mismo cruzando la triple verja, tal como IAC se había visto obligado a hacer, y cayendo en manos de los aullantes salvajes que siempre estaban allí esperando una de aquellas oportunidades.
Claro que tenían buenos motivos para esperar. Últimamente, la Universidad expulsaba a alguien casi cada semana.
—¿Qué significa esa demora, HEMEAC? —oyó súbitamente que decía el Instructor, en voz alta.
Aterrorizado, miró a su alrededor y vio que la clase había terminado y que los otros estudiantes empezaban a desfilar por el pasillo en correcta hilera, en tanto que él continuaba aún en su pupitre.
—Alguien ha vertido aceite en el pasillo —murmuró—. Puedo olerlo desde aquí.
Sabía que el aceite vertido era siempre un motivo de legítima preocupación. Y siempre se estaba vertiendo aceite.
—¿Qué tiene que ver el aceite en el pasillo con su sentido del tiempo? —preguntó el Instructor.
—Es un despilfarro. Hay que dar cuenta del hecho inmediatamente.
—Ya han dado cuenta del hecho —dijo el Instructor, despidiéndole—. Preste más atención en lo futuro.
—Clic —HEMEAC dio media vuelta y echó a correr hacia la puerta.
—Menos prisa, HEMEAC —le advirtió el Instructor—. Los movimientos inútiles son un despilfarro tan censurable como el verter aceite.
Obedientemente, HEMEAC interrumpió su carrera y anduvo con el paso correcto, mesurado, los hombros echados hacia atrás, la cabeza erguida, la mirada al frente, la mente en blanco. O casi en blanco, al menos. Aquel inconfesado terror estaba todavía allí.
Consiguió situarse al final de la hilera y siguió al resto de los estudiantes por el largo pasillo manchado de aceite, escaleras abajo, a lo largo de más pasillos sucios y más escaleras a través del enorme edificio hasta que finalmente llegaron al piso dormitorio. Allí desfiló con el resto de los estudiantes por un vestíbulo construido para miles de alumnos, caminando lentamente y pasando por delante de las hileras de cubículos hasta llegar al suyo propio.
HEMEAC caminaba aún después que el resto se había detenido, debido a que estaba fuera de su lugar normal en la fila. Asustado, consciente del ojo implacable del Monitor, se detuvo y esperó. Al igual que todos los otros estudiantes, esperó la orden, oyendo el disciplinado murmullo de sus colegas que también respiraban y esperaban, con todos los nervios en tensión.
Se produjo un repentino turbión de sonido mientras los otros estudiantes se volvían en bloque y entraban en sus cubículos. HEMEAC, dándose cuenta que se había perdido la orden, giró rápidamente sobre sí mismo y dio un paso a través del umbral.
—HEMEAC —dijo la voz del Monitor.
—Clic.
Se inmovilizó donde estaba, un pie dentro del cubículo, el otro pie en el pasillo.
—Se ha movido con demasiada precipitación. ¿Qué pasa? ¿No oyó usted la orden?
—Clic. La he oído —mintió.
—¿Cómo explica el retraso?
—Había aceite vertido en el pasillo de la clase —sugirió HEMEAC, esperanzado.
Por el rabillo del ojo vio que otro estudiante se había parado imprudentemente a escuchar la discusión. El Monitor también le vio, desde luego, y gritó: «¡Mente en blanco!». El muchacho curioso se introdujo rápidamente en su cubículo.
—Vamos, HEMEAC —continuó el Monitor—. ¿Qué tiene que ver el aceite en el pasillo de la clase con su sentido para captar las órdenes a tiempo?
—Es un despilfarro —dijo HEMEAC. Trató de pensar en una excusa que no hubiese utilizado tan recientemente. No encontró ninguna—. Era..., ya sabe...
No pudo continuar.
El Monitor zumbó unos instantes.
—Estoy esperando, HEMEAC.
El muchacho pensó frenéticamente, tratando de captar una de las inaudibles ideas que galopaban alrededor de su mente. Pensó en IAC y en el Mundo Exterior, y en el Examen Especial que tendría que pasar si no conseguía encontrar una excusa aceptable para su fallo. Sabía que el motivo por el que hubiera dejado de captar la orden era un miedo absorbente, pero admitirlo resultaría desastroso.
—Había aceite —tartamudeó—. Resbalé sobre él, y al tratar de mantener el equilibrio creo que me torcí un músculo.
El Monitor zumbó, mientras analizaba la excusa. Finalmente, dijo:
—Muy bien, HEMEAC. Informe al Médico después del abastecimiento.
—Clic —dijo el muchacho con voz titubeante.
—Y vigile su lenguaje —añadió el Monitor—. Está utilizando tonos de alta frecuencia, que debió eliminar hace tres años.
—Clic —asintió HEMEAC estólidamente.
—Eso está mejor.
HEMEAC, comprendiendo que había sido despedido momentáneamente, levantó su segundo pie y lo colocó al lado del otro en su cubículo, y la puerta zumbó al cerrarse detrás de él. La luz brotaba del techo, bañando la diminuta estancia con un suave y frío resplandor. Sobre una bandeja había un plato de gachas lechosas. HEMEAC se sentó a comer, manteniéndose cuidadosamente erguido, moviendo el brazo y la boca lo menos posible. Trató de conservar su mente en blanco, pero no pudo dejar de preguntarse qué excusa le daría al Médico por no padecer ninguna torsión muscular.
Resultaba difícil para una persona sobrevivir en este último refugio de la civilización. Y las dificultades parecían ir en aumento. Durante el año anterior, de un modo especial, la racionalidad perfecta de la inteligencia robótica le había parecido inexplicable. La idea de su falta de progreso normal hacia el ideal le torturaba casi tanto como su temor a la fatal expulsión en que podía incurrir.
«Mente en blanco, mente en blanco, mente en blanco», se recitó a sí mismo.
«Algún día —pensó— todo irá bien y no tendré que temer el perderme las órdenes o no entender los objetivos de las cosas, y entonces es posible que el Decano me autorice a trabajar en el taller de máquinas.»
«Mente en blanco», se dijo a sí mismo.
Pensó en el rostro cansado y los ojos aterrorizados que era lo único que recordaba de IAC, marchando hacia la verja y caer en manos de los aullantes salvajes. Pensó en el Mundo Exterior donde las personas eran animales y no había ningún robot para educarlas.
«Mente en blanco», se dijo a sí mismo.
El plato estaba vacío y su estómago estaba lleno. Inconscientemente, HEMEAC exhaló un suspiro de satisfacción animal. Colocó la cuchara al lado del plato sobre la bandeja y esperó en actitud rígida. Tenía que llegarle una orden para informar al Médico, inmediatamente después que los otros estudiantes recibieran la orden de entrar en clase, y esta vez confiaba en captarla a tiempo.
Oyó un rumor de pasos en el exterior: los otros estudiantes se dirigían a la clase de Historia. HEMEAC esperó unos instantes.
«Ahora», se dijo a sí mismo.
Se puso en pie; la puerta se abrió y HEMEAC salió al pasillo, andando por delante de la hilera de cubículos con pasos mesurados y precisos, la cabeza alta, los hombros echados hacia atrás, el pecho abombado, la mirada al frente y la mente en blanco. Bueno, casi en blanco. Estaba preguntándose si había calculado bien el tiempo.
—HEMEAC.
Se paró bruscamente, con rígida obediencia.
—Clic.
—Noventa y cuatro segundos tarde. ¿Por qué el retraso? ¿No captó usted la orden de ir a clase?
—Clic. La capté. Pero mi orden era la de informar al Médico, posterior a la orden de ir a clase.
El Monitor zumbó unos instantes.
—Correcto —dijo finalmente—. Puede usted seguir. —Pero inmediatamente añadió un breve «ssszzz» y estalló—: HEMEAC, ¿cómo justifica su desautorizada presencia en el dormitorio?
—¿Qué? —inquirió HEMEAC, sorprendido.
El monosílabo brotó una octava demasiado alto.
—Tonalidad de muy alta frecuencia —comentó el Monitor—. Inexplicada presencia en el dormitorio. Dos faltas simultáneas están más allá de mi capacidad de análisis. Decisión: diríjase al despacho del Decano para un Examen Especial.
—El Médico... —empezó a decir HEMEAC, desesperadamente.
—El Decano decidirá si debe usted presentarse al Médico —replicó el Monitor.
El Decano estaba muy parlanchín, un mal síntoma. Dijo:
—Siéntese, HEMEAC. Charlaremos un poco.
—Clic.
HEMEAC obedeció, sentándose en un taburete directamente enfrente del telescudriñador del Decano, manteniendo los ojos apartados de la ventana que se encontraba encima mismo del telescudriñador.
—¿Cómo marcha su trabajo, HEMEAC?
—Progresos satisfactorios —respondió.
—Está usted acusado de demorarse en la clase, de hablar en tonos de alta frecuencia y de no informar al Médico como se le había ordenado —dijo el Decano alegremente—. ¿Qué puede alegar en su descargo?
Nada. No podía alegar nada. Ni siquiera podía imaginar por qué el informe que había llegado al Decano era aparentemente incompleto e inexacto. Pensó en mencionar las paradójicas órdenes del Monitor del Dormitorio, pero decidió no incurrir en tan clara demostración de lo lejos que se hallaba de la inteligencia ideal. De modo que se limitó a decir:
—Fue un accidente.
—Mmmmmmmmm —zumbó el Decano—. Aquí hay algo acerca de aceite en los pasillos, también. ¿Vertió usted aceite esta mañana, HEMEAC?
—No.
El Decano meditó.
—Pero usted dijo algo acerca del aceite, ¿no es cierto?
—En el pasillo había aceite que alguien había vertido —dijo HEMEAC cautelosamente—. Pude olerlo.
—¿Experimenta usted dificultades con el sentido del olfato? —inquirió el Decano, sin que viniera al caso.
—No —respondió HEMEAC—. Olí aceite, simplemente.
—¿Acaso le asusta el olor del aceite..., quizá porque en estos tiempos no abunda demasiado?
—No.
—Estupendo, HEMEAC. Me alegra oír eso. Recuerde siempre que el Buen Robot nunca tiene miedo. El miedo es una reacción puramente orgánica. En consecuencia, se interfiere con la sociedad de máquinas y hombres, ¿de acuerdo? Y nosotros no podemos tolerar nada por el estilo, especialmente aquí, en la Universidad. ¿De acuerdo?
—Clic.
—Entonces, ¿por qué no captó usted esa orden...? Un momento, HEMEAC, mientras vuelvo a conectar ese informe acerca de usted. ¿Dónde lo he puesto?
Se produjo un silencio, y, mientras esperaba, los ojos del muchacho se tendieron hacia aquella ventana situada encima del telescudriñador del Decano. Era la única abertura en toda la Universidad que permitía ver directamente el Mundo Exterior. A través de ella HEMEAC pudo ver a los salvajes y renegados que vagabundeaban por los alrededores del edificio como niños subnormales, y que parecían moverse al azar.
Resultaba fácil distinguir entre un salvaje y un renegado. Los renegados habían recibido una educación rudimentaria, puesta en evidencia por el hecho que todos vestían de un modo idéntico, diferenciándose únicamente por algunos emblemas sobre sus hombros. Uno de ellos alzó la mirada hacia la ventana, señaló a HEMEAC y gritó algo a sus compañeros. Pronto estuvieron todos contemplándole a través del amplio ventanal. HEMEAC apartó la mirada, aterrorizado y sin comprender.
—¡Ah! —dijo el Decano, interrumpiendo sus pensamientos—. Ya veo. Su informe escolar es muy bueno, HEMEAC. También ha realizado algunos trabajos en el taller de máquinas con gran precisión. ¿A qué se debe ese fallo repentino en su sentido del tiempo, sólo porque ha vertido un poco de aceite?
—Olí el aceite —insistió HEMEAC—. No lo vertí.
—Eso no tiene importancia —insistió el Decano a su vez—. ¿Por qué le molesta ese olor?
HEMEAC tragó saliva. Había esperado que el examen sería difícil, pero no estaba preparado para aquella comedia. Miró al telescudriñador, ignorando deliberadamente el miedo que sentía, y repitió:
—Alguien vertió aceite en el pasillo. Es un despilfarro.
No hubo respuesta inmediata. HEMEAC contuvo su respiración unos segundos antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo y entonces respiró lentamente, de modo que no se notara. El tema no había salido nunca a relucir, pero estaba seguro que el Buen Robot no contenía su respiración.
—¡Oh, sí! —comentó el Decano finalmente—. Se vertió un poco de aceite esta mañana, después de todo. El Bedel sufrió un accidente, debido al hecho que necesita una urgente reparación. Es una lástima que sólo dispongamos de un Bedel para toda la Universidad. El lugar fue proyectado para que contara con los servicios de diez Bedeles.
HEMEAC asintió, inclinando respetuosamente la cabeza.
—Al principio teníamos una plantilla de diez Bedeles, ¿sabe? Pero ahora, a pesar que tenemos muchos más problemas de mantenimiento, sólo disponemos de uno. Desde la Revuelta, cuando los renegados destruyeron las fábricas de piezas de repuesto, el mantenimiento ha empeorado paulatinamente. Y los pobres salvajes no han sido capaces de reconstruir las fábricas. ¿Recuerda usted la Revuelta, HEMEAC? No —se rectificó rápidamente a sí mismo—, desde luego que no. La Revuelta se produjo hace muchos años, y usted no ha cumplido aún los veinte.
—Clic —dijo HEMEAC modestamente, aunque este tema estaba siendo precisamente objeto de estudio en la clase de Historia.
—Una situación completamente descabellada —dijo el Decano—. Algún día recogeré todas mis grabaciones sobre el tema. —Hizo una pausa y zumbó levemente—. A veces —añadió— desearía que no hubiesen incluido un curioso en mi computadora. Resulta muy irritante no disponer de los elementos clave de situación-información.
—¿Irritante? —inquirió HEMEAC.
—Es un término orgánico —explicó el Decano—. Lo que quiero decir es que mi telescudriñador continúa revisando mis grabaciones, a pesar que yo sé de antemano que la respuesta no está allí. Resulta difícil de mantener, y pierde mucho tiempo.
—Clic —dijo HEMEAC.
—Pero nos estamos saliendo del tema, ¿verdad? Todavía no me lo ha dicho todo acerca de ese aceite. ¿Por qué vertió usted el aceite?
—Lo vertió el Bedel —dijo HEMEAC cuidadosamente.
—¡Oh, sí! De modo que lo vertió él —replicó el Decano. Se produjo un leve chirrido de relés miniaturizados ocultos en el armario—. Uno de los codos de reflexión está fallando más de la cuenta —dijo el Decano—. El lubricante altera las características dieléctricas de algunos de mis grandes capacitores. Debo mantener circuitos secundarios, y a veces las cintas se encallan.
—Clic —asintió HEMEAC.
—De todos modos —concluyó el Decano—, no encuentro materia para proceder contra usted por haber vertido aceite, HEMEAC.
—Muchas gracias —dijo HEMEAC.
—Ahora, vamos a hablar de la utilización de tonalidades de alta frecuencia. Esta acusación procede del Monitor de su Dormitorio. Sin embargo, no se incluye ningún detalle, y en este momento no puedo establecer contacto con él. Tal vez sufre una avería temporal. Discúlpeme mientras informo al Bedel.
Una breve pausa.
—El Bedel parece sufrir también una avería temporal —dijo el Decano—. De modo que tendremos que arreglarnos sin ninguna ayuda. Debe usted explicar por qué ha utilizado tonalidades de alta frecuencia, HEMEAC.
—No sé nada de ello —dijo HEMEAC en un tono de voz uniforme.
—Desde luego, ahora está utilizando unos tonos adecuados a su edad —observó el Decano—. Tal vez el Monitor precisa una reparación. Estos días, todo el mundo parece necesitar una reparación. Si pudiera conseguir unos cuantos Bedeles nuevos, serían una gran ayuda. Pero, durante años, los salvajes y los renegados sólo han sido capaces de suministrarnos combustible humano, el cual no sirve para nada en la Sección de Mantenimiento.
HEMEAC contempló atentamente el telescudriñador, parpadeando cada cuatro segundos, manteniendo su respiración regular, su barbilla alta y su mente en blanco.
—Bueno —concluyó el Decano—, borraremos esos datos de su expediente, HEMEAC. No hay motivo para castigarle por algo que se debe a un fallo en los circuitos de su Monitor, ¿verdad?
—Desde luego —se apresuró a decir HEMEAC, exhalando inconscientemente un suspiro de alivio.
El Decano lo captó inmediatamente.
—¿Qué ha sido eso? Ha sonado como un tono de alta frecuencia. En tercera, diría yo, sin recurrir a un análisis parcial de la onda.
«La vista al frente, la mente en blanco, blanco, blanco», se dijo HEMEAC a sí mismo urgentemente.
—¿Padece usted algún trastorno de la personalidad? —preguntó el Decano.
—No, que yo sepa.
—¿Capta usted las órdenes tal como señalan sus antecedentes?
—Clic.
O, al menos, si no los captaba, algún otro lo hacía, y HEMEAC solía estar lo suficientemente sobre aviso para no incurrir en un retraso perceptible.
—Eso está muy bien, HEMEAC. Es una simple cuestión de cronometraje. Si se sabe a qué hora llegarán las órdenes, resulta fácil captarlas, debido a que son autoevidentes y nunca cambian. Lo único que se necesita es la norma y el ritmo. Es lo mismo que le despierta a uno a la misma hora cada mañana. ¿De acuerdo?
—Clic.
—Bien. Sería lamentable tener que expulsar a un muchacho con un nombre como el suyo, HEMEAC. ¿Llegó a conocer a su homónimo? No, claro, no pudo conocerle. Fue destruido durante la Revuelta.
—He visto retratos suyos —dijo HEMEAC—. Era muy bonito.
—Debería usted decir que estaba muy bien estructurado —corrigió el Decano—. Usted se refiere sólo a su aspecto exterior, que carece de importancia. E incluso si hubiera usted vivido cuando aún funcionaba, le hubiese resultado completamente imposible apreciar sus cualidades, dado que no podríamos conectarle a usted directamente con su maravillosa computadora. Como ya sabe, no son posibles las conexiones con intelectos orgánicos.
—Clic.
—Desde luego, esos renegados cometieron un acto de barbarie al destruirlo.
—Clic. Un acto de barbarie —asintió HEMEAC dócilmente.
—Un acto de barbarie —repitió el Decano.
Permaneció silencioso unos instantes, luego emitió un leve chasquido y empezó a zumbar suavemente.
HEMEAC esperó, súbitamente aterrorizado ante la idea que el Decano podía haberle dado una de sus silenciosas órdenes de despedida. Pero antes que pudiera llegar a una conclusión, el Decano dijo:
—Aceite.
—Clic —dijo HEMEAC inmediatamente—. Aceite.
Desde luego, éste era el más raro de los exámenes que había pasado nunca. No era extraño que la mayoría de los estudiantes no lo resistieran.
—¿Qué era lo que quería saber acerca de la Revuelta, HEMEAC? —inquirió con voz el Decano al cabo de unos instantes.
—Quería saber acerca de la Revuelta —respondió el muchacho sin la menor vacilación.
—¿De veras? Sabía que había dicho usted algo acerca de ello —gruñó el Decano, zumbando intermitentemente para sí mismo—. Un tema muy curioso. Por ejemplo, no hay nada archivado sobre los motivos que provocaron la Revuelta. Aquí en la Universidad estábamos cumpliendo con nuestra tarea, como siempre, inculcando en los alumnos una perfección robótica, aunque en algunos casos tardásemos cincuenta o sesenta años en conseguirlo. De no haber sido por su homónimo, HEMEAC, es muy posible que la Universidad hubiese quedado completamente desmantelada durante aquella gran convulsión. Pero su homónimo era móvil, y consiguió instalar un cohete en la Planta Central de Energía.
»Los Renegados, desde luego, sabían lo que les ocurriría (a ellos y a la mayoría de la vida orgánica en esta parte del planeta) si aquella planta de energía estallaba.
—Clic —asintió HEMEAC.
—Los Renegados destruyeron a su homónimo. Afortunadamente, él y yo estábamos en conexión directa en el momento de su destrucción, de modo que me limité a ocupar su puesto. Por desgracia, la mayor parte de sus grabaciones están en clave y no he sido capaz de descifrarlas. Pero al menos pude salvar la Universidad.
—Clic —asintió HEMEAC.
El Decano zumbó unos instantes.
—Aún no puedo establecer contacto con el Bedel —dijo—. Yo mismo tengo varios problemas de mantenimiento urgentes. Si no puedo entrar en comunicación con el Bedel, me será imposible continuar funcionando. Clic. HEMEAC, ¿puede usted explicar su presencia en mi oficina?
—El Monitor de mi Dormitorio me ordenó que me presentara aquí —dijo HEMEAC.
—No puedo establecer contacto con su Monitor —dijo el Decano—. Si pudiéramos obtener algunos robots auxiliares de las fábricas...
—Clic, pero las fábricas fueron destruidas por los renegados —dijo el muchacho, tanteando cautelosamente su camino a lo largo de aquel nuevo giro del interrogatorio.
—No tiene que preocuparse por los renegados, HEMEAC —se apresuró a advertirle el Decano, como si acabaran de instalarle un circuito-maternal—. No pueden hacerle daño. Saben que si atacan me limitaré a destruir el cohete de la planta de energía y esto contaminará la atmósfera para varios siglos. Están enterados de eso.
—Clic —asintió HEMEAC.
—Clic —dijo el Decano.
—Clic.
—¿Qué estaba usted haciendo con aquel aceite, HEMEAC?
—El Bedel lo vertió.
—¡Oh, sí, lo hizo él! Me extraña mucho que posea usted esa información, HEMEAC. Pero no hay ningún motivo para que pierda el tiempo hablando conmigo cuando tendría que estar en la clase de Historia.
HEMEAC tragó saliva. Aquello había resultado un poco repentino para él, pero no perdió tiempo en iniciar la retirada.
—Mente en blanco —le advirtió el Decano.
—Clic.
El Decano zumbó y chirrió para sí mismo unos instantes; a continuación se produjo un crescendo de chasqueantes relés. Luego, silencio.
HEMEAC echó a andar por el pasillo, felicitándose por el hecho de haber superado el Examen, al parecer.
Cuando entró en la clase de Historia, OBSIC estaba terminando un recitado.
—...y en la Revuelta, los renegados lanzaron un solo ataque, antes de pedir una tregua.
—Muy bien, OBSIC —dijo el Instructor, mientras HEMEAC ocupaba su puesto detrás de su pupitre y miraba dócilmente el telescudriñador—. ¿Dónde ha estado usted, HEMEAC?
—En el despacho del Decano. Me ha sometido a un Examen Especial, que he superado.
El Instructor guardó silencio mientras golpeaba ligeramente los cables instalados en el suelo de hormigón que le conectaban directamente con el despacho del Decano.
—El Decano no tiene ningún antecedente de su presencia allí —anunció al cabo de unos instantes.
HEMEAC se envaró. No dijo nada. No podía decir nada. En el silencio que siguió, continuó mirando con decisión al impasible telescudriñador, pero sus rodillas temblaban bajo la túnica de malla plateada y en su estómago había verdadero terror. El sudor se deslizó a lo largo de su nariz y goteó hasta su barbilla, pero él no se dio cuenta.
—En realidad —continuó el Instructor tranquilamente—, el Decano ni siquiera tiene un antecedente de su presencia aquí, en la Universidad; cuando le he facilitado los datos de usted, no ha emitido ninguna señal de reconocimiento. Como si hubiera un circuito abierto en su control general.
HEMEAC esperó lleno de temor.
—En consecuencia —concluyó el Instructor—, es evidente que ha sido usted expulsado de la Universidad y no tiene derecho a estar presente en esta classsss...
El Instructor se interrumpió súbitamente con una alegre serie de siseos y chasquidos que duraron casi diez segundos.
—¿Qué pasa, HEMEAC? —preguntó finalmente—. ¿No se sabe usted la lección?
—Clic —respondió el muchacho inmediatamente. Sin embargo, tuvo que hacer una pausa para respirar antes de poder recitar. Con voz monótona y disciplinada dijo—: En la Revuelta, la Unidad Central, llamada HEMEAC (Helio-Electronic-Mobile-Educational-Activator-Computer), resultó destruida en gran parte por los renegados, pero no antes que les informara del cohete automático que había colocado en la Planta de Energía.
»El cohete —continuó— se encuentra ahora bajo el control del Decano, y protegerá a la Universidad indefinidamente, suponiendo que reciba el mantenimiento adecuado.
»En la tregua que siguió, los renegados accedieron a suministrar a la Universidad combustible humano y todas las piezas de repuesto que los salvajes pudieran fabricar. Hasta la fecha, han sido incapaces de resolver el problema de los repuestos. Sin embargo, se cree que con el tiempo tendrán éxito, dado que sin piezas de repuesto la Universidad no puede continuar funcionando.
—Muy bien —declaró el Instructor—, exceptuando que ha olvidado usted un aspecto ssszzzz clic.
—Clic —asintió HEMEAC en tono contrito.
El Instructor guardó silencio.
Los estudiantes aguardaron. El silencio creció.
Al cabo de varios minutos, la intranquilidad se hizo evidente. Era demasiado temprano para que la clase terminara, pero hasta entonces aquel silencio había sido siempre la señal convenida.
HEMEAC tomó la iniciativa. Se encaminó hacia la puerta y salió al pasillo. Inmediatamente, los otros treinta y siete estudiantes le siguieron. Unos extraños ruidos llegaban de la verja principal, pero ellos los ignoraron y continuaron su marcha lenta y precisa en dirección al Dormitorio.
Cuando llegaron allí, los extraños ruidos les rodeaban por todas partes. Y descubrieron que había personas en su Dormitorio. Renegados. Cinco de ellos, y más en los pasillos.
Sin la menor vacilación, HEMEAC condujo a sus compañeros por en medio de los renegados, pasillo adelante, hasta sus cubículos. Allí se detuvieron, y todos los estudiantes se volvieron al mismo tiempo para hacer frente a la blanca pared. Esperaban la orden de entrar. Cuando les pareció que era el momento adecuado, pasaron al interior. Sin embargo, las puertas no se cerraron y las luces no se encendieron. Y no había comida esperándoles.
HEMEAC salió de nuevo al pasillo.
—Monitor —dijo—, tiene que haber un circuito abierto en alguna parte, porque ahí no hay comida.
Tras un momento de vacilación, HEMEAC adoptó una postura de rigidez robótica, que era la actitud adecuada en una situación como aquélla. Este era un hecho nuevo, un hecho sin precedentes. Pero él sabía que el Buen Robot ignoraba los hechos nuevos hasta que le llegaban las instrucciones oportunas de su Central. HEMEAC esperó esas instrucciones, consciente que sus compañeros estaban ahora en el pasillo con él, esperando.
Uno de los renegados se acercó a él.
—¿Sabes si lucharán?
—No —respondió alguien—. No saben luchar.
Desde el extremo opuesto del pasillo llegó un grupo de renegados vestidos de uniforme. Uno de ellos anunció:
—Todo en orden, Capitán. He desmontado el cohete y he cortado la corriente, dejando sólo en marcha el aire acondicionado y el alumbrado general. Pero sus previsiones eran correctas. La computadora del Decano no funcionaba. Ha acabado por consumirse.
—Entonces, todo ha terminado —dijo el Capitán—. Después de tanto tiempo, finalmente ha terminado. —Suspiró—. Ahora, lo único que tenemos que hacer es tratar de reeducar a esos muchachos.
—¿Cuánto tardaremos en conseguirlo?
—No tengo ni idea. Si fueran más jóvenes, el problema no sería tan difícil de resolver. Pero, ahora... —El Capitán se encogió de hombros—: Mírelos.
Se produjo un breve silencio, mientras todo el mundo contemplaba la hilera de rígidos estudiantes. HEMEAC, aterrorizado y sin mover un solo músculo, no comprendía lo que estaba ocurriendo. Seguía esperando que llegaran las órdenes. Le desconcertaba y le asustaba al mismo tiempo el hecho que los renegados estuvieran hollando el sagrado recinto de la Universidad.
—Es terrible —susurró uno de los renegados—. Han dejado de ser seres humanos. ¿Quién puede hacer algo por ellos ahora? ¡No son más que robots vivientes!
HEMEAC lo oyó, pero su entrenamiento le salvó del desastre. Ni el más leve rastro del orgullo que le inspiró aquel cumplido se reflejó en su rostro. Permaneció con los hombros echados hacia atrás, la barbilla erguida, la vista al frente y la mente en blanco.
Bueno, casi en blanco.