RITOS CORPORALES ENTRE LOS NACIREMA

Horace M. Miner

El antropólogo ha llegado a familiarizarse hasta tal punto con la diversidad de comportamientos de diferentes pueblos en situaciones similares, que no es fácil que puedan sorprenderle las más exóticas de las costumbres. De hecho, si todas las combinaciones de conducta lógicamente posibles no han sido encontradas en alguna parte del mundo, el antropólogo tiende a sospechar que deben estar presentes en alguna tribu que aún no ha sido descrita. Este punto de vista fue expresado por Murdock en lo que respecta a la organización de clanes (1949:71). En este aspecto, las creencias y las prácticas mágicas de los Nacirema ofrecen una tal singularidad que parece deseable describirlas como ejemplo de los extremos a que puede llegar la conducta humana.

El Profesor Linton fue el primero en llamar la atención de los antropólogos sobre los Nacirema, hace veinte años (1936:326), pero la cultura de este pueblo continúa siendo» una especie de misterio. Son un grupo norteamericano que habita en el territorio situado entre el de los indios canadienses y el de los Yaquis y Tarahumaras de Méjico y los Caribes y Arawaks de las Antillas. Se desconoce su origen, aunque la tradición afirma que proceden del Este. Según la mitología nacirema, su nación desciende de un héroe, famoso por dos grandes hazañas: el haber arrojado un trozo de vampum a través del río Pa-to-mac y el haber derribado un cerezo en el cual residía el Espíritu de la Verdad.

La cultura nacirema se caracteriza por una desarrollada economía de mercado que ha evolucionado en un hábitat natural muy rico. Aunque la gente dedica la mayor parte de su tiempo a las actividades económicas, un gran porcentaje de los beneficios de esas actividades y una considerable porción del día son dedicados a los ritos. El foco de estos ritos es el cuerpo humano, cuyo aspecto y estado físico constituyen la preocupación dominante de la gente. Aunque semejante preocupación no es desusada, sus aspectos ceremoniales y la filosofía que comportan son realmente únicos.

La creencia fundamental en la que se basa todo el sistema parece ser la de que el cuerpo humano es feo, y tiende de un modo natural a la debilidad y a la enfermedad. Encarcelado en semejante cuerpo, la única esperanza del hombre reside en desviar esas características mediante el uso de las poderosas influencias del rito y de la ceremonia. Todos los hogares tienen una o más capillas destinadas a este propósito. Los individuos más poderosos en la sociedad tienen varias capillas en sus casas y, de hecho, la opulencia de una familia suele medirse por el número de centros rituales que posee. La mayoría de las casas están construidas a base de argamasa, pero las capillas de los más ricos tienen las paredes de piedra. Las familias más pobres imitan a los ricos aplicando planchas de barro cocido a las paredes de sus capillas.

Aunque cada familia tiene al menos una de esas capillas, los ritos asociados con ellas no son ceremonias familiares, sino privadas y secretas. Normalmente, sólo se habla de los ritos con los niños, y únicamente durante el período en que están siendo iniciados en aquellos misterios. Sin embargo, yo tuve ocasión de entablar relaciones de amistad con los nativos, hasta el punto de que me permitieron examinar aquellas capillas y me describieron los ritos.

El punto central de la capilla es una caja o baúl en el cual se conservan muchos sortilegios y pócimas mágicas que los nativos consideran indispensables para vivir. Esos preparados se obtienen a través de numerosos especialistas en filtros y hechizos. Los más poderosos de esos especialistas son los médicos-brujos, cuya asistencia debe ser recompensada con regalos en especies. Sin embargo, los médicos-brujos no preparan las pócimas curativas para sus clientes, sino que se limitan a decidir qué ingredientes deben figurar en ellas y luego los escriben en un idioma antiguo y secreto. La escritura sólo la entienden los médicos-brujos y los herbolarios, los cuales, a cambio de otra recompensa, proporcionan la pócima necesaria.

La parte de la pócima que no se utiliza no se tira, sino que se guarda en la caja o baúl de la capilla. Dado que esos materiales mágicos son exclusivos para determinadas enfermedades y que las dolencias reales o imaginarias de la gente son muchas, las cajas o armarios suelen estar llenos a rebosar. Los paquetes mágicos son tan numerosos que la gente llega a olvidar para qué sirven y teme usarlos de nuevo. A pesar de que los nativos se muestran muy poco explícitos acerca de este punto, podemos suponer que el hecho de conservar todos los antiguos materiales mágicos se debe a la idea de que su presencia en la caja de sortilegios, ante la cual se desarrollan los ritos corporales, protegerá de algún modo al adepto.

Debajo de la caja de sortilegios hay una pequeña fuente. Cada día, todos los miembros de la familia, uno después de otro, entran en la capilla, inclinan su cabeza ante la caja de sortilegios, mezclan diversas clases de aguas sagradas en la taza de la fuente y efectúan unas abluciones. Las aguas sagradas proceden del Templo del Agua de la comunidad, donde los sacerdotes practican unas complicadas ceremonias para que el líquido sea ritualmente puro.

En la jerarquía de los practicantes de la magia, inferiores en prestigio a los médicos-brujos, se encuentran unos especialistas designados con un nombre que puede traducirse por "brujos de la boca". Los Nacirema sienten un terror casi patológico a todo lo que se relaciona con la boca, cuyo estado creen que ejerce una influencia sobrenatural sobre todas las relaciones sociales. Están convencidos de que si no fuera por los ritos bucales se les caerían los dientes, sangrarían sus encías, sus amigos se apartarían de ellos y sus amantes les rechazarían. Creen también que existe una estrecha relación entre las características bucales y las morales.

Las prácticas diarias realizadas por todo el mundo incluyen un rito bucal. A pesar de que aquella gente es tan meticulosa en lo que respecta al cuidado de la boca, el rito en cuestión consiste en introducir en ella un pequeño manojo de cerdas, junto con unos polvos mágicos, y frotarse repetidamente los dientes y las muelas.

Además del rito bucal particular, la gente acude una o dos veces al año a casa del brujo de la boca. Este posee una impresionante serie de aparatos, con los cuales se dedica a exorcizar los diablos de la boca, aunque para ello tortura al cliente de un modo casi increíble. El brujo abre la boca del cliente y, utilizando una gran diversidad de herramientas, ensancha los agujeros que la putrefacción pueda haber ocasionado en los dientes, y los rellena con materiales mágicos. Desde el punto de vista del cliente, el objetivo de esas manipulaciones es el de detener la putrefacción y atraer amigos. El carácter sagrado y tradicional del rito se pone de manifiesto en el hecho de que los nativos visitan al brujo de la boca año tras año, a pesar de que sus dientes continúan pudriéndose.

Cabe esperar que cuando se efectúe un estudio completo de los Nacirema podremos disponer de datos suficientes acerca de la estructura de su personalidad. Al contemplar cómo brillan los ojos de un brujo de la boca mientras manipula en los dientes y en las encías de sus clientes, nos invade la sospecha de que nos encontramos ante un caso de sadismo. Si esto puede ser demostrado, las deducciones serán muy interesantes, ya que la mayoría de la población muestra unas definidas tendencias masoquistas. El Profesor Linton se refería a esas tendencias al hablar de una parte determinada del rito corporal diario, practicado únicamente por los hombres. Esa parte del rito implica el rascar la superficie de la cara con un instrumento afilado. Hay ritos femeninos especiales que sólo se practican cuatro veces durante cada mes lunar, pero lo que les falta de frecuencia les sobra de barbarie. Como parte de esta ceremonia, las mujeres cuecen sus cabezas en pequeños hornos por espacio de una hora, aproximadamente. Lo interesante, desde el punto de vista teórico, es que un pueblo que parece ser preponderantemente masoquista ha desarrollado especialistas sádicos.

Los médicos-brujos tienen un templo imponente, o latipso, en cada una de las comunidades. Las ceremonias más complicadas que se requieren para el tratamiento de pacientes muy enfermos sólo pueden realizarse en ese templo. Esas ceremonias involucran no sólo al taumaturgo sino también a un grupo permanente de vírgenes vestales que se mueven silenciosamente por las cámaras del templo con vestidos y cofias especiales.

Las ceremonias del latipso son tan rigurosas que sólo una ínfima proporción de los nativos realmente enfermos que ingresan en el templo recobran la salud. Se han dado casos de niños, cuyo adoctrinamiento es todavía incompleto, que se han resistido a ir al templo diciendo que allí es "donde se va a morir". A pesar de este hecho, los adultos enfermos se muestran no sólo bien dispuestos sino incluso ávidos por someterse al largo y fastidioso rito de purificación. Por enfermos que estén los aspirantes o por grave que sea la emergencia, los guardianes de muchos templos se niegan a admitir un cliente si éste no puede ofrecer un valioso donativo al custodio. Y después de haber conseguido la admisión y de haber sobrevivido a las ceremonias, los guardianes no permiten que el neófito se marche hasta que ha hecho otro donativo.

Al ingresar en el templo, el peticionario es despojado de todas sus ropas. En la vida cotidiana, los Nacirema evitan. la exhibición de sus cuerpos y de sus funciones naturales... El baño y los actos excretorios se realizan únicamente en la intimidad de la capilla del hogar, donde forman parte de los ritos corporales. La súbita privación de esa intimidad al ingresar en el latipso provoca verdaderos shocks psicológicos. Un hombre, cuya propia esposa no le ha visto nunca realizar un acto excretorio, se encuentra repentinamente desnudo y ayudado por una virgen vestal mientras realiza sus funciones naturales en un recipiente sagrado. Este tipo de ceremonia es necesario debido a que los excrementos son utilizados por un adivino para predecir el curso y la naturaleza de la enfermedad del cliente. Las mujeres, por otra parte, tienen que soportar que los médicos-brujos examinen, manoseen y pinchen sus cuerpos desnudos.

La mayoría de los peticionarios que ingresan en un templo sólo tienen fuerzas para permanecer tendidos en sus lechos. Las ceremonias cotidianas, tales como los ritos de los brujios de la boca, implican incomodidad y tortura. Con precisión ritual, las vestales despiertan a los enfermos cada mañana y les mueven de un lado para otro sobre sus lechos; de dolor mientras efectúan las correspondientes abluciones, en cuyo cometido las vírgenes están perfectamente adiestradas. En otras ocasiones introducen varitas mágicas en la boca de los enfermos, o le obligan a comer substancias supuestamente curativas. De cuando en cuando, los médicos-brujos visitan a sus clientes y clavan mágicamente unas: agujas en su carne. El hecho de que esas ceremonias realizadas en el templo puedan resultar inútiles, e incluso puedan matar al neófito, no debilita la fe que la gente tiene en los médicos-brujos.

Hay otra clase de brujo, conocido como un "oyente". Este brujo tiene poder para exorcizar los demonios que se alojan en los cerebros de las personas que han sido hechizadas. Los Nacirema creen que los padres hechizan a sus propios hijos. Las madres resultan particularmente sospechosas de embrujar a los niños mientras les enseñan los ritos corporales secretos. La contramagia del brujo se distingue por su falta de ritual. El paciente se limita a contarle al "oyente" todas sus preocupaciones y temores, empezando por las primeras dificultades que puede recordar. La memoria exhibida por los Nacirema en esas sesiones de exorcismo es realmente notable. Muy a menudo el paciente hace remontar el origen de su dolencia psíquica a su época infantil, y algunos individuos la atribuyen incluso a los efectos traumáticos de su propio nacimiento.

Para terminar, debemos mencionar ciertas prácticas que tienen su base en la estética de los nativos pero que en realidad se fundan en la congénita aversión al cuerpo humano y a sus funciones. Hay ritos para conseguir que la gente gorda adelgace, y ritos para conseguir que la gente delgada engorde. Otras ceremonias están destinadas a aumentar el volumen de los senos de las mujeres si son pequeños, y a reducirlo si son grandes. Unas cuantas mujeres aquejadas de un desarrollo casi inhumano son tan idolatradas que se ganan muy bien la vida recorriendo las ciudades y permitiendo que los nativos contemplen sus senos previo pago de cierta cantidad de dinero.

Ya hemos mencionado el hecho de que las funciones excretorias están ritualizadas y relegadas al secreto. Lo mismo ocurre con las funciones reproductoras. Se procura evitar el embarazo utilizando materiales mágicos o limitando el acoplamiento a ciertas fases de la luna. En realidad, la concepción es muy infrecuente. Cuando están embarazadas, las mujeres se visten de un modo que disimule su estado. Los partos tienen lugar en secreto, sin la presencia de amigos ni parientes, y la mayoría de las mujeres no crían a sus hijos.

Nuestra reseña de la vida ritual de los Nacirema ha puesto de manifiesto, evidentemente, que se trata de un pueblo regido por la magia. Resulta difícil comprender cómo han sido capaces de existir durante tanto tiempo bajo el peso de la carga que se han impuesto a sí mismos. Pero incluso esas costumbres tan exóticas adquieren un verdadero significado cuando se las contempla con el discernimiento que reveló Malinowski al escribir (1948:70):

Contemplada desde lejos y desde arriba, desde nuestras elevadas posiciones de seguridad en la civilización desarrollada, resulta fácil ver toda la crudeza y la irrelevancia de la magia. Pero, sin su poder y su guía, el hombre primitivo no hubiera dominado sus dificultades prácticas del modo que lo ha hecho, ni hubiese avanzado hacia las fases superiores de la civilización.

Referencias citadas

Linton, Ralph

1936, The Study of Man, Nueva York, D. Appleton-Century Co. Malinowski, Broneslaw

1948, Magic, Science and Religión. Clencoe, The Free Press. Murdock, George P.

1949, Social Structure, Nueva York, The Macmillan Co.