Su construcción y postura corporales

El segundo aspecto del hombre que sublevaría a un antropoide es el monstruoso alargamiento de sus piernas, sus pies deformados con sus inútiles dedos, sus débiles y abreviados brazos, y su postura y andar extraordinarios. Empezando por la intersección de los miembros inferiores y el tronco y evitando detalles groseros, un antropoide observador comentaría desfavorablemente la excesiva protuberancia de las nalgas humanas. La mirada del antropoide, resbalando apresuradamente hacia abajo, se nublaría de disgusto ante los pegotes de músculo, las nudosas rodillas, las tibias insuficientemente protegidas por delante y absurdamente acolchadas por detrás, los talones salientes como martillos, los corcovados empeines, rematados por unos dedos inútiles, semejantes a apéndices vermiformes externos...

Posando esos extraños pies en el suelo, el hombre anda sobre sus grotescas extremidades posteriores, haciendo sobresalir su tórax, su abdomen y aquellos órganos que en los cuadrúpedos están decentemente suspendidos debajo de una masa corporal que los oculta. Esta burda y grosera descripción no podría impresionar al más refinado de mis lectores tan penosamente como la realidad impresiona a un mono antropoide. Intentemos, por una vez, vernos a nosotros mismos tal como nos podrían ver los primates.