Capítulo 10

Piddletrenthide era un pueblo largo y estrecho —con bastantes más de las treinta casas a las que debía su nombre—, que se extendía a orillas del Piddle por más de kilómetro y medio. La taberna se hallaba en un extremo, inmediatamente antes de que el pueblo se convirtiera en Piddlehinton. Jem ya se había quedado sin aliento cuando llegó allí. Tan pronto como su respiración volvió a la normalidad empezó a preguntar, pero nadie había visto a Maggie. Jem sabía, sin embargo, que una desconocida no podía ir lejos por el valle del Piddle sin llamar la atención de la gente.

En New Inn, la otra taberna, habló con algunos niños: le contaron que Maggie había pasado por allí media hora antes. Poco después un anciano le confirmó que estaba en la buena pista al decirle que la había visto junto a la iglesia. Jem corrió hacia allí mientras caía la tarde.

En la iglesia vio un destello blanco detrás de la pared que separaba el cementerio de la carretera y se le aceleró el corazón. Sin embargo, cuando se asomó por encima de la valla vio, sentada y con la espalda apoyada en ella, mientras disfrutaba del último rayo de sol, a una chica del valle del Piddle que reconoció como prima lejana de su cuñada Lizzie. Tenía algo en el regazo que rápidamente ocultó con el delantal al acercársele Jem.

—Buenas tardes —dijo Jem, acuclillándose a su lado—. Dime, ¿has visto a una muchacha que caminaba en esta dirección? Una forastera, mayor que tú. De Londres.

La muchacha lo miró con ojos oscuros muy abiertos que lanzaban destellos de información escondida.

—¿Eres una Miller, verdad? —perseveró Jem—. Los Miller de Plush.

Al cabo de un momento la chica asintió con la cabeza.

—Tu prima Lizzie vive con nosotros, ¿sabes? Está casada con mi hermano Sam.

La chica meditó sobre aquello.

—Me ha dicho que buscara a Jem —explicó por fin.

—¿Quién? ¿Lizzie? Acabo de estar con ella en casa.

—La señora de Londres.

—¿La has visto? ¿Qué ha dicho? ¿Dónde está?

—Me dijo... —Se miró el regazo, claramente dividida entre ocultación y revelación—. Dijo..., que te diera esto. —De debajo del delantal sacó un libro delgado de color rosa pálido, que había estado envuelto en un papel marrón, ahora suelto. La chica miró a Jem con miedo—. No tenía intención de desenvolverlo, pero se le salió el bramante, vi los dibujos y no pude evitarlo, quise mirarlo. No he visto nunca nada parecido.

Antes de tenerlo en la mano, Jem creyó saber ya de qué se trataba. Pero al abrirlo por la página del título descubrió que era diferente del que había hojeado en casa de los Blake. En lugar de niños sentados sobre las rodillas de su madre, el dibujo en colores representaba a unos jóvenes, hombre y mujer, inclinados sobre los cuerpos de otra pareja tendida en un féretro, y aquellas figuras le recordaron las estatuas de piedra sobre las tumbas de la abadía de Westminster. Encima del dibujo había letras adornadas con figuras flotantes y hojas de parra. Jem empezó a hojear el libro, viendo, pero sin detenerse, página tras página de palabras y de dibujos entrelazados y teñidos de azul, amarillo, rojo y verde. Había personas vestidas y desnudas, árboles, flores, uvas, cielos oscuros, y también animales: ovejas y vacas, ranas, un pato, un león. Mientras Jem pasaba las páginas, la chica se acercó sigilosamente para mirar por encima de su hombro.

Enseguida le detuvo la mano.

—¿Qué es eso?

—Un tigre, creo. Sí, eso es lo que dice. —Pasó la página y se encontró con el título «Londres» debajo de la imagen de un niño que llevaba a un anciano por sus calles, con las palabras que Jem conocía bien y que había recitado a veces en voz baja:

Cuando camino por las calles

cerca del Támesis y sus navíos,

Jem cerró el libro.

—¿Adónde ha ido? ¿La muchacha de Londres?

La prima de Lizzie tragó saliva.

—¿Me dejas que vea más?

—Cuando haya encontrado a Maggie. ¿Adónde iba?

—Dijo que a Piddletown.

Jem se puso en pie.

—Bien; ven un día a ver a tu prima y podrás verlo con más calma. ¿De acuerdo?

La chica asintió con la cabeza.

—Y ahora vete a casa. Se está haciendo de noche. —Sin esperar a ver si hacía lo que le había dicho, aceleró el paso colina arriba para salir de Piddlehinton.