Capítulo 7
El beso no duró tanto como querían o esperaban porque, de repente, alguien acercó una antorcha encendida al horno y un rostro surgió de la oscuridad. Maggie empezó gritar, pero se contuvo, y sólo se la oyó hasta unos pocos metros.
—Me pareció que os encontraría aquí, calentándoos el uno al otro. —Charlie Butterfield se acuclilló y los contempló.
—¡Charlie, casi me matas del susto! —exclamó Maggie, al tiempo que se separaba de Jem.
Charlie no se perdió ninguno de sus movimientos: su proximidad, el apartarse, la vergüenza.
—Habéis encontrado un buen escondite, no me lo negarás.
—¿Qué haces aquí, Charlie?
—Buscarte, hermanita. Como todo el mundo.
—¿Se puede saber qué hacías con esos rufianes delante de la casa del señor Blake? Te tiene sin cuidado lo que dicen. ¿Qué razón hay para que molestes al señor Blake? A ti no te ha hecho nada. —Maggie se había repuesto enseguida y se esforzaba por recuperar el dominio de la situación.
Charlie hizo caso omiso de sus preguntas y, sin ceder terreno, volvió al tema que, como muy bien sabía, le resultaba especialmente desagradable a su hermana.
—¿Has vuelto aquí, no es eso, señorita Rebanacuellos? Un sitio curioso para traer a tu novio, ¡el regreso a la escena del crimen! Aunque es verdad que esto se llamaba el callejón de los Amantes, ¿no es cierto? ¡Antes de que vinieras tú y lo cambiaras!
Maggie se estremeció.
—¡Cierra la boca, canalla! —gritó.
—¿Cómo? ¿Vas a decirme que no se lo has contado, señorita Rebanacuellos? —Charlie parecía disfrutar mucho repitiendo aquel mote.
—¡Basta ya, Charlie! —gritó Maggie, olvidándose de los hombres que les daban caza.
Jem sintió cómo le temblaba el cuerpo en el reducido espacio que compartían.
—¿Por qué no...? —le empezó a decir a Charlie.
—Quizá deberías preguntarle a tu chica qué sucedió aquí —le interrumpió Charlie—. Vamos, pregúntale.
—¡Cállate, Charlie! ¡Cállate de una puñetera vez! —Maggie estaba gritando al llegar al final de la frase—. ¡Me dan ganas de matarte!
Charlie sonrió, la luz de la antorcha torciéndole la cara.
—Seguro que podrías, querida hermana. Ya me hiciste una demostración de tu técnica.
—¡Cállate! —dijo Jem.
Charlie rió con fuerza.
—¡Vaya! Ahora empiezas tú. Te cuento mi plan: dejaré que decidan ellos cómo van a castigaros. —Se puso en pie y llamó—: ¡Eh, oigan! ¡Aquí!
Antes de que pudiera pensar en lo que hacía, Jem se puso en pie de un salto, se apoderó de un ladrillo suelto y golpeó a Charlie en la cabeza. El otro se le quedó mirando. Luego soltó la antorcha que sujetaba, y Jem la recogió antes de que Charlie mismo se tambaleara. Al caer, su cabeza chocó contra el borde del horno, con lo que cuando por fin llegó al suelo no se movió más.
Jem se quedó quieto, sujetando la antorcha. Se humedeció los labios, se aclaró la garganta y dio patadas en el suelo, con la esperanza de que Charlie rebullera. Pero todo lo que se movió fue un hilillo de sangre que le bajó por la frente. Jem dejó caer el ladrillo, se acuclilló junto al hermano de Maggie y le iluminó la cara, el estómago atenazado por el miedo. Al cabo de un momento vio, a la luz parpadeante de la antorcha, que el pecho de Charlie subía y bajaba ligeramente.
Jem se volvió hacia Maggie que estaba agachada en el interior del antiguo horno, abrazándose las rodillas con los brazos y presa de violentas sacudidas. Esta vez no se acercó a ella, sino que se quedó quieto con la antorcha en la mano, mirándola desde arriba.
—¿La escena de qué crimen? —preguntó.
Maggie se apretó las rodillas con fuerza, tratando de controlar los espasmos que la agitaban. Tenía la mirada fija en el ladrillo caído junto a su hermano.
—¿Te acuerdas que cuando perdimos a Maisie en Londres y la estábamos buscando, me preguntaste si había visto cómo mataban al hombre en el callejón del Degollado?
Jem asintió.
—Bien, pues estabas en lo cierto. Así fue. Pero no sólo eso. —Maggie respiró hondo—. Fue hace año y pico. Yo volvía del río por la zona de Lambeth Palace, donde había estado escarbando en el barro con la marea baja. Encontré una extraña cucharita de plata. Me emocioné tanto que no esperé a que terminasen los que me habían acompañado. Me puse en camino en busca de mi padre para que me dijera lo que valía. Está al tanto de cosas como ésa. Lo encontré bebiendo en Artichoke, ya sabes, la taberna en Lower Marsh adonde te llevé la primera vez, donde conociste a mi padre y —movió la cabeza en dirección a Charlie, tumbado en el suelo— también a él. Había niebla ese día, pero no era tan espesa como para no ver el camino. Tomé el atajo del callejón de los Amantes, porque era lo más rápido. No le di ninguna importancia, había pasado por allí montones de veces. Aquel día, sin embargo, al torcer para entrar en el callejón me encontré con... un hombre. Caminaba en la misma dirección que yo, pero muy despacio, tan despacio que lo alcancé. No era viejo ni nada parecido..., sólo un hombre. No se me ocurrió quedarme detrás, estaba deseando llegar a Artichoke y enseñarle la cuchara a mi padre. De manera que lo adelanté, sin apenas mirarlo. Y él dijo: «¿De qué huyes?». Me volví, me sujetó y me puso un cuchillo en la garganta. —Maggie tragó saliva, como si todavía sintiera el frío del metal contra la piel suave de la base del cuello.
»Primero me preguntó qué llevaba encima, y le di un penique, todo el dinero que tenía. Pero no quería renunciar a la cuchara, porque me había pasado mucho tiempo escarbando en el barro para encontrarla. De manera que no se la enseñé. Pero me palpó los bolsillos y la descubrió de todos modos. Debería habérsela dado sin pensármelo dos veces, no tendría que haberla escondido, fue una estupidez por mi parte, porque con eso sólo logré que se enfadara... —Maggie hizo una pausa y volvió a tragar saliva—. De manera que me arrastró hasta... aquí. —Tocó las paredes medio derruidas del horno.
Los párpados de Charlie se agitaron, se llevó una mano a la cabeza y gimió. Jem se cambió la antorcha de mano y recogió el ladrillo. Se alegraba, en realidad, de tener una excusa para no mirar a Maggie; y sintió alivio al comprobar además que Charlie no estaba herido de gravedad. No le pareció que fuese a ser necesario golpearlo de nuevo, pero empuñar el ladrillo hizo que se sintiera mejor.
Charlie rodó para ponerse de lado, y luego se quedó sentado, entre muecas de dolor y gemidos.
—¡Cielo santo, mi cabeza! —Miró a su alrededor—. ¡Hijo de puta! —protestó al ver a Jem con el ladrillo.
—Te lo has merecido, Charlie. Al menos Jem está dispuesto a defenderme. —Maggie miró a Jem—. Charlie me encontró con aquel hombre, ¿sabes? Venía por el callejón y nos vio aquí. ¡Se acercó y no hizo nada! ¡Se quedó quieto sonriendo!
—¡No sabía que eras tú! —protestó Charlie, lo que le obligó a sujetarse la cabeza, porque gritar hacía que le retumbara—. No sabía que eras tú —repitió en voz más baja—. Al principio por lo menos. Todo lo que veía era un vestido embarrado y unos cabellos oscuros. Hay muchas chicas morenas. No vi que se trataba de ti hasta que fuiste y...
—De manera que dejarías a cualquier chica en apuros que cargase con lo que se le viniera encima, ¿no es eso? Como hiciste con Maisie en la cuadra de Astley: ¡te limitaste a irte, cobarde, más que cobarde!
—¡No soy un cobarde! —aulló Charlie, sin preocuparse ya de su intenso dolor de cabeza—. ¡Acabo de ayudarla ahora mismo!
La mención de su hermana hizo que Jem pensara en ella y en cómo había recitado la canción del señor Blake entre la multitud.
—Será mejor que vuelva con Maisie —anunció—, y me asegure de que está bien. —Arrojó la antorcha a Maggie, que lo miró desconcertada.
—¿No quieres oír el resto de la historia? —preguntó.
—Ya la sé..., sé cuál fue el crimen.
—¡No, no lo sabes! ¡No fue lo que piensas! ¡A mí no llegó a hacerme nada! ¡Se lo impedí! Tenía un cuchillo, y cuando estaba encima de mí, hurgándose la ropa, lo dejó caer, yo lo cogí y..., y...
—Se lo clavó en la garganta —terminó Charlie por ella—. En el pescuezo mismo como a un cerdo. Luego le hizo un corte. Tendrías que haber visto la sangre. —Hablaba con tono admirativo.
Jem miró fijamente a Maggie.
—¿Lo..., lo mataste?
Maggie apretó los dientes.
—Me estaba defendiendo, como acabas tú de hacer con Charlie. No me quedé a ver si lo había matado..., eché a correr. Tuve que tirar la ropa que llevaba, tanto se me llenó de sangre, y robar otras prendas.
—Yo me quedé hasta el final —murmuró Charlie—. Vi cómo moría. Tardó mucho, porque tuvo que desangrarse.
Maggie miró con mucha atención a su hermano y de pronto cayó en la cuenta.
—Te quedaste con la cucharilla, ¿no es cierto?
Charlie asintió.
—Creía que era suya. No sabía que te la había quitado.
—¿Todavía la tienes?
—La vendí. Era para medir el té que se echa en la tetera. Conseguí un buen precio.
—Ese dinero es mío.
El golpe en la cabeza parecía haber dejado a Charlie sin ganas de pelea, porque no protestó.
—No lo tengo ahora, pero te lo debo.
Jem no podía creer que estuvieran discutiendo sobre cucharillas para el té y sobre dinero después de semejante historia. Maggie había dejado de temblar y estaba más tranquila. Ahora, en cambio, era Jem el que tenía escalofríos.
—Será mejor que vuelva —repitió—. Maisie me va a necesitar.
—Espera, Jem —dijo Maggie—. ¿No...? —Lo miró con ojos suplicantes. Se estaba mordiendo los labios, y Jem se estremeció al pensar que pocos minutos antes los había besado; que había besado a alguien que había matado a un hombre.
—Tengo que irme —dijo; dejó caer el ladrillo y desapareció dando tumbos en la oscuridad.
—¡Espera, Jem! ¡Vamos contigo! —llamó Maggie—. ¿No quieres siquiera la antorcha?
Pero Jem estaba ya en el callejón del Degollado y corría por él, dejando que sus pies encontraran el camino sin pensar en nada.