Capítulo 8

Cuando salieron del patio Charlie se dirigió hacia el callejón por el que habían venido.

—¿Adónde vas? —preguntó Maggie.

—De vuelta a la taberna, por supuesto. Ya he perdido aquí demasiado tiempo, señorita Rebanacuellos. ¿Por qué? ¿Tú no vuelves?

—¡Voy a buscar a alguien con más redaños que tú!

Antes de que pudiera echarle mano, Maggie corrió por el otro callejón hacia Hercules Buildings. La niebla no la asustaba ya; estaba demasiado enfadada para tener miedo. Cuando llegó a la calle miró en ambas direcciones. Figuras envueltas en capas y chales se cruzaron veloces con ella: la niebla y la oscuridad no animaban a detenerse. Corrió tras una persona, suplicando:

—¡Por favor, ayúdeme! ¡Hay una chica en peligro!

Era un hombre de avanzada edad, que hizo gestos de que lo dejara en paz.

—Le está bien empleado —refunfuñó—. No tendría que haber salido a la calle con este tiempo.

Lo bastante cerca para oír aquel diálogo pasaba una mujer menuda con una cofia amarilla y un chal. Cuando Maggie vio quién la miraba, gritó:

—¿Es que tengo monos en la cara, doña metomentodo? —lo que hizo que la señorita Pelham se escabullera en dirección a su puerta.

—¡Por favor! —le suplicó Maggie a otro hombre que pasaba en la dirección contraria—. ¡Necesito que alguien me ayude!

—¡Quítate de mi vista, desvergonzada! —dijo el interpelado con desdén.

Maggie se sintió impotente y al borde de las lágrimas. Todo lo que quería era alguien con suficiente autoridad moral para hacer frente a John Astley. ¿Dónde estaba esa persona?

Salió a grandes zancadas de la niebla, procedente del río, con expresión meditabunda, las manos a la espalda y el sombrero de ala ancha hundido hasta taparle la amplia frente. Se había enfrentado a Philip Astley cuando creyó que trataba injustamente a un niño; también se enfrentaría a su hijo.

—¡Señor Blake! —exclamó Maggie—. ¡Por favor, ayúdeme!

La expresión del señor Blake se aclaró de inmediato, mirando fijamente a Maggie.

—¿Qué sucede, hija mía? ¿Qué puedo hacer?

—Es Maisie, ¡está en peligro!

—Vayamos —dijo sin vacilar.

Maggie corrió de vuelta por el callejón, seguida muy de cerca por el señor Blake.

—Creo que no sabe lo que está haciendo —jadeó mientras corría—. Es como si la hubiera embrujado.

No tardaron en llegar a la cuadra y a la casilla del fondo; John Astley alzó los ojos desde donde estaba tumbado, junto a una Maisie llorosa. Cuando esta última vio al señor Blake escondió el rostro entre las manos.

—¡Señor Astley, póngase en pie!

John Astley se levantó deprisa, con algo semejante al miedo en el rostro. El señor Blake y él eran de la misma estatura, pero Blake era más fornido, y su expresión severa. Su mirada penetrante inmovilizó a John Astley y se produjo un cambio al asimilar y reconocer un hombre la presencia de otro. Era lo que Maggie había pensado que sucedería con la combinación de su fuerza y la de Charlie, aunque, en realidad, les faltaba el peso de la experiencia. Ahora, en presencia del señor Blake, John Astley bajó los ojos y los clavó en un montón de paja en un rincón.

—Maggie, lleva a Maisie con mi mujer; ella se ocupará de todo. —El tono del señor Blake era amable pero también autoritario.

Maisie se frotó la cara para limpiarse las lágrimas, se puso en pie y se sacudió la paja de la falda, evitando cuidadosamente los ojos de John Astley. No tendría que haberse preocupado: el caballista miraba fijamente al suelo.

Maggie ciñó el chal a Maisie, luego le rodeó el talle con el brazo y la sacó de la cuadra. Mientras ellas se iban, el señor Blake estaba diciendo:

—¡Qué indignidad, señor mío! ¡Es usted un ser despreciable!

Fuera, en la niebla, Maisie se derrumbó y empezó a llorar.

—Vamos, señorita Piddle, no llores —la consoló Maggie, sosteniéndola—. Vayamos a casa. Luego podrás llorar todo lo que quieras. Anda, serénate. —La sacudió suavemente.

Maisie respiró hondo y se puso derecha.

—Eso es. Ahora por aquí. No está lejos.

Mientras avanzaban titubeantes por Hercules Buildings, la niebla les deparó una grata sorpresa: Jem apresuraba el paso hacia ellas.

—Maisie, ¿dónde has estado? Acabo de oír que... —Se detuvo ante el ceño de Maggie y su manera de mover la cabeza, y no llegó a decir cuáles habían sido sus temores al salir a buscarla cuando oyó que John Astley la había acompañado—. Vámonos a casa. Mamá te está esperando.

—Todavía no, Jem, por favor —dijo Maisie con voz apenas audible y sin mirar a su hermano. Tiritaba y le castañeteaban los dientes—. No quiero que lo sepan.

—Voy a llevarla con la señora Blake —explicó Maggie.

Jem las siguió hasta la puerta de los Blake. Mientras esperaban después de llamar, la señorita Pelham mantuvo alzada una cortina hasta que, al ver como Maggie y Jem la miraban indignados, la dejó caer de nuevo.

A la señora Blake no pareció sorprenderle su presencia. Cuando Maggie dijo: «Nos manda el señor Blake, señora. ¿Podría usted conseguir que Maisie entre en calor?», abrió la puerta de par en par y se hizo a un lado para dejarlos pasar como si aquella situación se le presentara todos los días.

—Bajad a la cocina, queridos míos, está encendido el fuego —dijo—. Voy a buscar una manta y vuelvo enseguida para hacer té.