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Mánchester
Pasada justo la medianoche, Darcey Kane fue escoltada desde el helipuerto en la parte superior del edificio del cuartel general regional de la SOCA por unos agentes de paisano que comprobaron su nombre, rango y número en un registro y se llevaron su arma a un lugar de almacenamiento seguro. Menos de tres minutos después se hallaba en un amplio y lujoso despacho de la planta superior, a solas con un hombre del que había oído hablar pero al que nunca había visto.
Sir William Applewood, Director Senior de Inteligencia de la SOCA, nombrado personalmente por el Ministro del Interior, era un hombre fornido de sesenta y dos años con la piel del color de la tiza por el estrés y tensión de su trabajo. Tras sus gafas de media luna, vio bolsas oscuras bajo sus ojos. Tal vez la leyenda que corría de que solo necesitaba tres horas de sueño diarias no fuera cierta. Alzó la vista cuando ella entró en la sala y con un gesto carente de expresión le indicó que tomara asiento al otro lado de su pulido escritorio.
Darcey permaneció de pie.
—Señor, le agradecería una explicación respecto a por qué he sido apartada de una operación en la que he estado trabajando día y noche durante tres meses, justo en el momento en que…
Applewood le dirigió una mirada de acero.
—Tome asiento —le dijo con firmeza.
Darcey cerró la boca e hizo tal y como se le había indicado. Applewood no dijo nada en los instantes siguientes mientras rebuscaba entre los papeles de su escritorio. Darcey vio que ante él tenía una carpeta abierta con información sobre ella. Applewood escudriñó el texto y sus ojos se detuvieron en una y otra sección con un leve arqueo de su ceja. Probablemente fuera todo lo impresionado que podía mostrarse. Finalmente cerró la carpeta, se recostó en su silla giratoria reclinable y la miró desde el otro lado del escritorio.
—Darcey Kane. Treinta y cinco años. Se unió a la policía como agente en abril de 2000. Ascenso rápido, en tres años pasó a formar parte del equipo de respuesta rápida Matrix, de la policía de Merseyside. De allí, se graduó en el mando de especialistas de armas de fuego CO19. Mejor cualificación de su división en velocidad y precisión tanto en prácticas de tiro como en trabajo de campo. Excepcionales dotes de liderazgo y capacidad para la toma de decisiones. Dominio de cinco idiomas. Diestra en todo tipo de combate. Experiencia extensiva en situaciones de rehenes y asaltos, dieciocho detenciones importantes. Dejó la policía a los treinta y cuatro para ocupar su cargo actual en la SOCA. ¿Cómo ha sido su primer año con nosotros?
—Excelente, señor. —Le entraron ganas de añadir «Hasta que un gilipollas decidió comprometer mi operación».
La mirada de Applewood fue fría y penetrante, como si pudiera leer sus pensamientos.
—Ha llegado muy lejos, Darcey. Como sabe, supervisamos muy de cerca el rendimiento de nuestros agentes. Cierta gente cree que podría hacer mucho más de lo que su posición actual le permite. Que estamos desperdiciando su talento.
En esos momentos tenía un pálpito respecto a sobre qué podía ir aquello. Contuvo una sonrisa.
—Cierta gente, ¿señor?
Applewood señaló con el dedo índice al techo, como si estuviera señalando a una planta imaginaria por encima de ellos.
—Llamémoslos dioses. —Se concedió una pequeña risa y luego se tornó serio de nuevo—. Esta noche ha llegado una misión a mi escritorio que requiere de un agente excepcional. Estoy de acuerdo con la sugerencia de que tal vez sea el momento de que extienda sus alas y eche a volar. —Su fría mirada se posó en ella—. ¿Qué opina?
La mente de Darcey estaba funcionando a toda velocidad y apenas podía quedarse quieta en la silla. En su mente se vio dando volteretas alrededor del escritorio. Pero se controló y permaneció completamente impasible, con las manos apoyadas en su regazo.
—Creo que me gustaría mucho, señor.
—Eso pensaba. —Applewood echó hacia atrás la silla, abrió un cajón y sacó otra carpeta que dejó en el escritorio para ella.
La parte delantera de la carpeta tenía las letras rojas que iban aparejadas a un documento para el que se requiere una autorización de alto nivel.
—¿Operación Jericó? —dijo.
—Léalo —respondió Applewood.
Darcey abrió la carpeta. Lo primero que vio fue el rostro de un hombre cuya foto estaba unida con un clip a la primera hoja. Un tío guapo, pensó mientras memorizaba instintivamente su apariencia. Pelo rubio, no demasiado corto. Rasgos marcados. Sus ojos azules mostraban una profunda inteligencia. Y dolor, también. Escudriñó rápidamente el texto que acompañaba a la foto, empapándose de información. En los tests de evaluación de la policía había demostrado que podía leer un documento complejo de ochenta hojas en menos de tres minutos y retener cada detalle. Los psicólogos de la policía lo habían llamado memoria eidética. También habían hecho todo lo que había estado en su mano para demostrar que estaba haciendo trampas, hasta que ella les había demostrado lo contrario.
Desde entonces era mucho más rápida.
Tan solo le llevó uno o dos segundos ver que aquel tipo era algo más que una cara bonita. El currículo militar que llenaba la hoja era suficiente como para hacerle fruncir el ceño. Leyó la lista, pasó de hoja, leyó más. Todo tenía el sello con los avisos de confidencialidad del Ministerio de Defensa. Había detalles suficientes de misiones extraoficiales a zonas de guerra en las que el ejército británico ni siquiera había tenido que estar implicado y que podría causar serios apuros a los peces gordos del gobierno. No era el tipo de información que unas cuantas décadas de supresión de la Ley de secretos oficiales pudiera diluir lo suficiente como para permitir que fueran de dominio público. Los datos de aquella carpeta jamás serían vistos por nadie que estuviera fuera del poder mientras alguien remotamente relacionado con ello siguiera vivo.
Darcey era extremadamente consciente de que en los últimos segundos había dado un enorme salto en lo que a nivel de autorización respectaba, más que en once años de carrera.
Los dioses, cómo no. Había sido escogida. Todo su duro trabajo al fin se había visto recompensado y en esos momentos se le estaban abriendo por fin las puertas. La sensación era como de aturdimiento, y su corazón empezó a latir a toda velocidad.
—Ben Hope —murmuró para sí misma—. Nombre completo: Benedict. Treinta y nueve años, retirado del regimiento 22 de las SAS, rango de comandante, en la actualidad reside en Francia. Asesor especializado en seguridad.
—Asesor especializado en seguridad —dijo Applewood—. Ese término es demasiado amplio, ¿no cree? —Cuando sonreía, parecía un cocodrilo—. Quiero que se familiarice con ese hombre. Él es su siguiente objetivo. Quiero resultados.
Darcey entrecerró los ojos. Tan solo faltaba una importante información.
—¿Por qué lo queremos?
—Se le informará de todo cuando esté en el aire.
¿Qué podía haber hecho ese Hope para atraer tamaña atención?, pensó Darcey. Su mente escudriñó algunas posibilidades. Terrorismo, tráfico de armas, de drogas. Otro exhéroe corrompido. En realidad no importaba el cómo ni el porqué. Ella estaba centrada en su objetivo. Desde ese preciso instante hasta el momento en que fuera suyo, él sería todo lo que le importara.
—¿Adónde voy? —le preguntó.
—A Roma. Naturalmente, tendrá el mando de la operación y solo responderá ante mí. ¿En cuánto puede estar preparada?
—Ya lo estoy —dijo Darcey.
—¿Cansada?
—Nunca, señor.
—Entonces vaya a por nuestro hombre —dijo Applewood—. Tiene un coche esperándola abajo. Su avión sale en exactamente veinticuatro minutos.