Capítulo 28

A la caída del sol, Eskkar hubiera jurado que había hablado con todos los hombres y mujeres que se encontraban dentro de las murallas de Orak, algo que lo dejó casi tan agotado como el combate de la mañana. Mientras daba las gracias a los pobladores, sus hombres trabajaban o cuidaban de los heridos. Más tarde Trella le sirvió una cena sencilla, pero no quiso organizar una celebración. Habían muerto demasiados y todavía quedaban guerreros furiosos más allá de las colinas.

Eskkar quería descansar, pero a pesar del día intenso y agotador, se sentía inquieto. Decidió echar un último vistazo al campamento de Alur Meriki. Acompañado por Trella y cuatro guardias, caminó por las calles, sin prestar atención al bullicio reinante.

Cuando llegaron a la torre, la multitud de los alrededores había desaparecido. Subieron los escalones, donde la sangre derramada empezaba a secarse. Desde la parte superior pudieron contemplar los campos vacíos que olían a muerte.

Debajo, los hombres de Corio trabajaban en la puerta bajo la escasa luz, aunque ya habían encendido hogueras, que alimentaron con los escudos de los Alur Meriki. Los carpinteros martilleaban sin cesar, colocando tanta madera en la puerta que parecía el doble de ancha que antes. Usaron los leños abandonados por los bárbaros. El maestro carpintero había buscado en el poblado todo lo que pudiera ser de utilidad para la reparación.

Sisuthros había despejado el foso de muertos enemigos, aunque a lo lejos todavía quedaban cadáveres. Aquella tarea les llevó casi toda la tarde. Despojaron a los cuerpos de todas sus pertenencias de valor, armas y ropas antes de lanzarlos al río. El foso había sido aplanado, los surcos y agujeros tapados y las piedras retiradas. Habían recuperado también las flechas. Las armas habían sido revisadas, limpiadas y preparadas para un próximo ataque. Las piedras estaban de nuevo amontonadas.

Los muertos de Orak yacían en ordenadas filas cerca de la puerta del río. Al día siguiente sacarían la barcaza de la aldea y la atarían de nuevo a las sogas. La primera carga llevaría a los muertos de Orak, que serían enterrados en tumbas colectivas en la orilla oeste. Horas antes Eskkar había recibido el informe con las bajas enemigas. Habían matado a más de trescientos setenta guerreros. Muchos otros Alur Meriki estarían sufriendo por sus heridas.

El sol del verano se ocultó lentamente por el horizonte a sus espaldas, pero todavía quedaba suficiente luz para ver las colinas en la lejanía. El resplandor de las hogueras recortaba su silueta en la inminente oscuridad. Sobre las cimas, una hilera de jinetes bárbaros montaba guardia, vigilando el poblado.

—Es extraño, Trella —dijo Eskkar señalándolos—, ahora ellos temen que nosotros los ataquemos.

—No es tan extraño, esposo. En estos últimos meses has aniquilado a casi ochocientos de los suyos y herido a muchos más.

—Han aprendido una amarga lección. La mitad de sus guerreros han muerto. Ni siquiera Alur Meriki puede ignorar semejantes pérdidas.

—¿Estás seguro de que no volverán a atacar? Todos creen que la batalla ha terminado.

Eskkar permaneció de pie detrás de Trella rodeándole con los brazos la cintura.

—No, el asedio ha terminado. Han perdido demasiados hombres y armas. Sus caballos han sido dispersados una vez más. Les llevaría semanas preparar otro ataque y ya se han retrasado demasiado en su viaje hacia el Sur. Además, los guerreros no tienen ánimo para volver a atacar. Sin un plan nuevo, Thutmose-sin, o quien sea ahora su jefe, no se atreverá a proponer otro ataque a menos que pueda garantizar la victoria.

—Casi tiran la puerta, ¿no es cierto? ¿No podrían volver a intentarlo? —dijo mientras recostaba la cabeza contra el pecho de Eskkar.

Éste sintió cómo la muchacha se relajaba contra su cuerpo, suave y cálida en sus brazos, y disfrutó de la sensación.

—No. Porque hemos resistido, y saben que podemos volver a hacerlo. Ahora nos temen. La próxima vez no nos subestimarán. Cuando regresen, en diez o quince años, será diferente. Para entonces tendrán nuevos planes y nuevos guerreros listos para un nuevo desafío. —Pensó en ello durante un momento—. De alguna manera, los hemos transformado tanto como ellos a nosotros. Tendrán que aprender nuevas tácticas de guerra. Las noticias de lo que hemos logrado aquí se extenderán. Otras aldeas se enfrentarán a ellos.

Trella le agarró las manos y una vez más Eskkar se sorprendió de su fuerza.

—Sí. Otras aldeas lo intentarán, pero fracasarán. No contarán con alguien con tu fuerza y coraje, Eskkar. Eres un gran líder y entiendes cómo y por qué luchan los hombres. Alur Meriki llegó pensando que no encontraría resistencia. No se habían preparado seriamente para conquistar el poblado, aunque sabían que estábamos construyendo una muralla. Siempre estuviste un paso por delante, anticipándote a sus planes, y ellos nunca pudieron adivinar los nuestros. Ningún otro hombre de Orak podría haber conseguido lo que tú has hecho en los últimos meses. Has obtenido, en verdad, una gran victoria. —Mientras hablaba lo acariciaba—. Pero lo más importante es aquello en lo que te has convertido. Te has vuelto sabio y mejor persona.

—Sin ti habría fracasado —respondió Eskkar—. Conseguiste que los pobladores trabajaran, organizaste a los obreros, lograste que la gente me diera su apoyo y mantuviste a los nobles a distancia. Sin ti no habría habido victoria. Todos los soldados que lucharon hoy lo saben.

Trella permaneció en silencio un instante.

—Puede que hoy lo sepan. Pero en unos meses, sólo tu nombre será repetido como conquistador de bárbaros. Parece que las victorias en el campo de batalla son las únicas que merecen ser recordadas. Supongo que eso es bueno. —Se giró, le puso las manos sobre los hombros y lo miró a los ojos—. ¿De veras quieres ser el jefe de Orak, esposo? Será un trabajo completamente distinto a prepararse contra un asedio. Más difícil. Habrá que construir un nuevo muro, mucho más alto y sólido, que pueda abarcar, al menos, el doble de terreno que éste. Deberás levantar murallas durante muchos años, y entrenar a los hombres para su defensa. Para proteger Orak y asegurarte de que estemos a salvo, tendrás que controlar todos los territorios a su alrededor, todas las granjas y aldeas en un radio muy amplio. Será una ardua tarea, incluso para un gran líder, y puede durar toda la vida. Por eso, si deseas seguir adelante, entonces debemos comenzar mañana.

—Lo que me pides no es fácil. Una cosa es combatir detrás de una muralla y otra enfrentarse a los enemigos en lugares lejanos y derrotarlos en sus propias tierras.

—No dudo que encontrarás nuevas maneras de hacer la guerra. Pero todas esas batallas todavía pertenecen al futuro. Primero debes decidir si quieres gobernar Orak.

Eskkar la miró a los ojos bajo la creciente oscuridad. Ella le estaba preguntando si quería dirigir el poblado pero sabía, sin decirlo, que ella estaría a su lado, decidiendo muchas de las normas y costumbres que habrían de regir la vida cotidiana de Orak. Ella seleccionaría a los que detentarían el poder y a los que no, y él tendría que escuchar sus consejos. Muchos de sus soldados y de los pobladores sabían que ella era tan importante como él. Eskkar lo veía en sus ojos a diario.

Nada de eso importaba. Había logrado lo suficiente. Incluso había vengado la muerte de su padre. Ahora nadie olvidaría su nombre. Además, todos en Orak eran conscientes de que Trella había sido tocada por los dioses, que poseía verdaderamente «el don». No sentiría vergüenza alguna compartiendo con ella el poder. Juntos gobernarían la aldea.

—O —ofreció Trella, cuando su silencio comenzó a prolongarse— podríamos abandonar Orak en unas semanas. —Bajó la voz y apoyó la cabeza sobre su pecho—. Podemos llevarnos oro y hombres e ir a donde tú quieras.

—¿Me acompañarías? ¿Serías capaz de cabalgar a mi lado, arriesgándote diariamente?

Ella se rió, y el claro sonido resonó en la torre.

—He arriesgado mi vida cada día en los últimos seis meses. Me han esclavizado, vendido, regalado, acuchillado y casi me matan. ¿Con qué otro peligro podría encontrarme?

Eskkar volvió a abrazarla. Sabía que era demasiado tarde para una elección semejante. Además, estaba bajo su hechizo tanto como lo había estado la primera noche cuando la tuvo en sus brazos. Su destino estaba sellado y giraría en torno a ella, hasta que se rompiera aquella fascinación o hasta la muerte de uno de los dos, y quizá ni siquiera entonces si la promesa de la vida eterna de los dioses era cierta.

—Nos quedaremos, Trella, y nosotros… los dos, gobernaremos Orak. —Extendió la mano para tocar la muralla. El contacto con la rugosa superficie le resultó extrañamente placentero—. Nuestra sangre ya se ha mezclado con estos muros. Tienes razón. Debemos construir una nueva muralla, más grande que ésta.

Trella puso su mano sobre la de él.

—Este muro protegerá nuestras voces durante cien años, quizá doscientos. Mientras permanezca erguida en torno a Orak no seremos olvidados. —Giró levemente la cabeza para mirarle—. Puedo ayudarte a dirigir un gran poblado.

—Me guiarás en todo momento, y yo te protegeré.

Le costó trabajo oír las palabras que pronunció a continuación, casi en un susurro.

—Tendrás que hacerlo, Eskkar. Llevo a tu hijo en mis entrañas. Ahora tienes que protegernos a ambos.

Eskkar la cogió por el mentón y la miró a los ojos como aquella primera noche.

—¿Estás esperando un hijo? ¿Y cuándo pensabas decírmelo?

—Si Orak caía, no sería necesario. No quería darte otro motivo de preocupación. Todavía faltan muchos meses, pero estoy segura.

Ella se dio la vuelta. Ahora su mirada se dirigía a los campos. Profundas sombras ocultaban los cadáveres desperdigados por la llanura. Excepto por el débil brillo de detrás de las colinas, la oscuridad era casi completa. Eskkar sabía que aquella noche arderían pocas hogueras.

—Hay mucho que hacer, Eskkar. Debes controlar a los soldados, establecer puestos de vigilancia a lo largo del río, sobreponerte a los que se te resistan y estar preparado para el próximo desplazamiento bárbaro. —Suspiró—. Debemos traer de vuelta a los animales y las provisiones del otro lado del río. Habrá más combates, Eskkar, pero en el futuro tú los dirigirás, aunque no luchando personalmente. En todo el tiempo que llevamos juntos nunca te he pedido nada para mí, pero eso debes prometerlo. Tu espada deberá permanecer envainada.

Tal vez eso no fuera tan malo, reflexionó él, mientras sus pensamientos volvían a la terrible lucha en el campamento Alur Meriki. Estaba envejeciendo. Incluso entre la gente de las estepas, era mejor dejar la lucha a los jóvenes. Alejó aquellas ideas de su mente.

—Dejaré que otros combatan —dijo por fin, incapaz de evitar una cierta pena en sus palabras—, pero mantendré la espada a mi lado, por si me hace falta. —Respiró hondo—. Y tú tendrás que decidir cómo ejercer el mando sobre Orak, qué costumbres y decretos ejecutar, qué familias ascenderán al rango de los nobles y cómo conseguir suficiente oro para pagar a los soldados y reconstruir Orak y todo lo que necesitaremos. Me doy cuenta de que hay que trabajar para mantener el poder tanto como para conquistarlo. Sí, tienes por delante una enorme tarea, Trella.

El sol se había ocultado por completo. La oscuridad ante ellos se extendía hasta las colinas. Cuando Trella habló, la pregunta le sorprendió.

—¿Qué nombre quieres para tu hijo si fuera varón?

Pensó un momento y se encogió de hombros.

—Sólo conozco nombres bárbaros, y no son adecuados para nuestro hijo, que gobernará Orak después de nosotros. Y los nombres de la aldea me parecen todos iguales. ¿Has pensado tú en alguno que te guste?

—Me gustaría honrar a mi padre, puesto que tanto le debo. Su nombre era Sargat. Si tú me lo permites, podríamos llamarle así en su memoria.

Eskkar aún estaba empezando a hacerse a la idea de convertirse en padre, pero consideró su demanda cuidadosamente. Incluso entre los pobladores, el nombre de un hijo era responsabilidad del padre y no podía decidirse a la ligera. Pero el nombre del padre de Trella no le parecía apropiado para un líder. Era un nombre muy común.

Sabía que los nombres tenían un poder propio, de la misma forma que ciertas palabras tenían influencia sobre los hombres. Él no tenía preferencia por ningún nombre, pero aun así…

—Sargat… es un buen nombre, pero bastante común. Nuestro hijo debe tener un nombre que muestre su fuerza y su poder. —Volvió a pensar. «Sargat» no tenía equivalente en su lengua materna, pero si tuviera que traducirlo…—. ¿Y si lo llamáramos Sargón? No lo he oído nunca, y me parece que tiene fuerza. ¿Serviría para honrar a tu padre?

—Sargón —repitió Trella, pronunciando en voz alta el extraño nombre, como si quisiera escuchar la aprobación de los dioses—. Sargón. Sí, me parece bien. Un nuevo nombre que también honre a mi padre. Se llamará Sargón.

—Sargón, que gobernará sobre la aldea de Orak —repitió.

—No, Orak ya no es una aldea. Se ha transformado en algo más grande. Es una ciudad, con una muralla y hombres valientes para defenderla, una ciudad que crecerá en fuerza y poder. Por primera vez los pobladores y los granjeros se han unido y resistido a los bárbaros. ¿Quién sabe de lo que seremos capaces en el futuro?

—Entonces tendría que tener un nombre propio, un nuevo nombre, como el de nuestro hijo —sugirió Eskkar—. Tal vez podamos encontrarle uno nuevo.

—¿Puedes elegir un nuevo nombre para Orak, que haga olvidar a la antigua aldea y que, en cambio, sea capaz de preservar tu recuerdo y el de tus hazañas?

Eskkar permaneció en silencio un buen rato, pensando nombres de lugares. Trella, como siempre, esperaba pacientemente.

—Cuando era niño, pasamos parte de un verano en el Norte, cerca de un pequeño arroyo que llamamos Akkad. Lo recuerdo como la última vez que fui feliz con mi familia. —Sonrió ante aquella lejana evocación—. ¿Qué te parece Akkad como nombre de nuestra ciudad?

—Akkad… Akkad. Eskkar de Akkad… Sargón de Akkad. Sí, es un nombre poderoso, Eskkar, como el tuyo. Pero no digamos nada todavía a los otros sobre esto. El nuevo nombre llegará a su debido tiempo, cuando todos se den cuenta de lo que hemos logrado.

La ciudad de Akkad nacería en unos meses, o cuando Trella lo considerara oportuno. Entendía sus motivos. El poblado había cambiado mucho en poco tiempo, y todavía tendría que transformarse más. Sería prudente dejar que se acostumbraran gradualmente al nuevo estado de cosas.

Una brisa fresca agitó la noche y durante un instante el aire trajo una fragancia limpia y fresca. Escuchó a los guardaespaldas, que esperaban en la parte inferior para darles algo de privacidad, moviendo los pies, probablemente impacientes por sumarse a la celebración.

—Ya que mañana tendremos tanto trabajo, quizá tengas hoy un poco de tiempo para complacer a tu esposo. —Deslizó las manos desde la cintura y le acarició los pechos, apretándolos, disfrutando de la sensación de su cuerpo a través del vestido. Eso tampoco había cambiado desde la primera noche. Su cuerpo, el aroma de su cabello, incluso su sonrisa lo excitaba—. ¿O acaso has olvidado tus obligaciones de esposa?

Ella echó la cabeza hacia atrás, puso sus manos sobre las de él y se reclinó contra su pecho.

—No, amo, estoy para complacerte.

Habló en voz baja, pero su tono era tan seductor como la primera noche, aunque ahora más feliz que nunca.

Eskkar sacudió la cabeza ante el misterio de las mujeres.

—A veces me pregunto, muchacha, quién es el amo y quién el esclavo.

La risa que ella soltó como respuesta sonó baja y provocadora. Le dieron la espalda al campo de batalla, con sus muertos sumidos en las tinieblas. Miraron hacia Orak, iluminada por muchas antorchas y fogatas mientras los pobladores festejaban su liberación. Ahora era su aldea… no… su ciudad. Y algún día, si la suerte le acompañaba y los dioses daban su aprobación, sería de su hijo. Pero aquella noche sería mágica. Mañana ya se ocuparía de ello.