Capítulo 14
El sol de la mañana despertó a Eskkar. Se sentó de golpe, pero sintió de inmediato una punzada de dolor que le hizo encogerse. Miró hacia el campamento. Sus hombres estaban ya en movimiento, excepto Zantar y Tammuz, que permanecían envueltos en sus mantas. El curandero de Mesilim había hecho todo lo que había podido por el brazo del muchacho, pero sus gritos se habían oído en todo el desfiladero, a pesar del vino que le habían dado. Dos veces se desvaneció durante la cura. Ahora dormía aunque la fiebre se había adueñado de su cuerpo. No podía hacerse nada más. Tammuz se recuperaría o moriría, suponiendo que no terminara con él el largo camino de regreso a la aldea.
Alguien había dejado un odre de agua a su lado. Lo vació antes de ponerse de pie, luchando contra el dolor de su pierna. Dio unos pasos cojeando, con los dientes apretados, hasta que disminuyó la rigidez de sus piernas y se sintió un poco más fuerte. Al menos no necesitaría la muleta.
Examinó el vendaje de su brazo. Su herida había dejado de sangrar, aunque el dolor acompañaba cualquier movimiento brusco. A la luz del día vio que la sangre, la tierra o algo peor le cubrían el cuerpo. El olor le revolvió el estómago.
—Buenos días, capitán —le saludó Maldar acercándose—. Los bárbaros han traído más leña. Pronto tendremos carne de caballo fresca.
La bilis le subió a la garganta ante la simple idea de comer. Tragó saliva con fuerza antes de poder hablar.
—Quiero lavarme en el río. Trae mi caballo.
—Buena idea, capitán. Nosotros ya lo hemos hecho.
Sus hombres habían ido hasta el río y regresado mientras él dormía. Se maldijo por su debilidad.
Maldar acercó su caballo, que sostuvo mientras Eskkar montaba con cuidado. Se dirigió lentamente hacia el valle, ignorando las palpitaciones de su muslo y el mareo que sentía.
A la orilla del arroyo desmontó, haciendo un gesto de dolor al apoyar su pierna de golpe. Se deslizó lentamente entre las tranquilas aguas, en donde se lavó el cuerpo y las ropas al mismo tiempo. El esfuerzo lo dejó agotado. Se quedó recostado en el agua fría hasta que los últimos restos del olor y de la sangre seca se desvanecieron.
Cuando comenzó a sentir frío, salió y descansó a orillas del arroyo, dejando que los rayos del sol le calentaran mientras secaba sus ropas y pensaba en lo que les depararía aquel día.
Cuando volvió al desfiladero, encontró a sus hombres de pie, esperando. Habían alimentado a los caballos, las armas estaban limpias y las heridas revisadas. Los Ur-Nammu habían terminado la tumba. Una lanza, hundida en la tierra y con la punta dirigida al cielo, señalaba el lugar. En su extremo ondeaba un largo estandarte amarillo con el símbolo de Ur-Nammu.
Se entonaron más plegarias para apaciguar a los dioses y santificar la tierra. Los cuerpos de los Alur Meriki yacían en un montón alrededor de la lanza, abandonados a merced de los animales carroñeros, para que todos supieran que habían sido conquistados en la vida y en la muerte. Cuando los Alur Meriki descubrieran el sitio, dejarían los cuerpos al descubierto y sin enterrar. Los muertos sufrirían en el otro mundo a causa de su derrota.
Uno de los guerreros de Mesilim lo recibió con un trozo de carne de caballo asada, casi quemada, y tan caliente que era difícil de sostener. Eskkar la devoró, sorprendido de su propia hambre. Con un segundo pedazo se sintió satisfecho.
Mesilim se acercó.
—Jefe Eskkar, estamos listos para dejar este lugar. Acamparemos al otro lado del arroyo. Enviaré exploradores por si se aproximara otro grupo de bárbaros.
Si es así, todos moriremos. Emplearon bastante tiempo en cargar hombres y animales con las armas capturadas, la comida y el botín. Finalmente, se encaminaron con sus caballos hacia fuera del desfiladero. Cuando estaban llegando a la salida, Eskkar miró hacia el lugar donde tantos habían muerto. Ya había una bandada de aves de rapiña peleando por los despojos. La gente de las estepas había vivido y muerto de ese modo durante generaciones. Era una manera de morir tan buena como cualquier otra, aunque esperaba que sus huesos encontraran la paz bajo un pedazo de tierra y no quedaran sobre ella.
Acamparon a la orilla del riachuelo en donde él se había bañado. Todos estaban contentos de haberse alejado de aquel laberinto de piedra y de haber vuelto a la pradera, donde el aire no olía a sangre. Un árbol seco les proporcionó leña y, de inmediato, se colocó más carne de caballo sobre el fuego.
El capitán departió con Zantar. Había recuperado el sentido y podía hablar coherentemente. Tenía un enorme cardenal en la frente. Era extraño, pero no recordaba nada del combate ni de las horas previas, y tuvieron que contarle todo en detalle.
En cuanto a Tammuz, seguía inestable. Se les había acabado el vino. Habían sostenido al muchacho sobre su cabalgadura durante el breve trecho hasta el arroyo, pero tan pronto lo bajaron, volvió a desvanecerse. El curandero de Mesilim examinó al paciente y le volvió a vendar el brazo contra el cuerpo para evitar que se hiciera más daño. Ahora Tammuz dormía sobre la hierba, con la cabeza apoyada sobre una manta enrollada, inquieto y hablando en sueños.
Tres exploradores Ur-Nammu se alejaron, mientras que otros tomaron posición como vigías sobre las colinas. Cuando animales y hombres hubieron comido y descansado, llegó el momento de hablar.
Mesilim y su hijo se acercaron a Eskkar. Éste pidió a Sisuthros que se quedara a su lado, aunque no entendiera el idioma. Los cuatro hombres encontraron un lugar tranquilo en una pequeña colina cubierta de hierba a unos cien pasos del arroyo, donde podían conversar con tranquilidad sin que nadie les molestara.
Eskkar compartió toda la información que tenía sobre Alur Meriki, y luego escuchó con atención lo que Mesilim tenía que contar. El capitán hizo muchas preguntas con respecto al número y movimientos de los Alur Meriki. Mientras hablaban, los jefes dibujaron un mapa en la tierra, sirviéndose de ramas, piedras y cuchillos para representar los lugares importantes.
—Ahora entiendo por qué avanzan de esa forma —observó Mesilim—. Nos preguntábamos qué pretendían con semejantes desplazamientos y por qué no se dirigían hacia el Oeste. No es buen presagio ni para ti ni para tu poblado.
—Mesilim, creo firmemente que podemos resistir —dijo Eskkar—. Tendré muchos arqueros sobre la muralla y guerreros blandiendo sus espadas. —No esperó un cortés asentimiento—. Pero me gustaría contar con el apoyo de tu clan en nuestra lucha. Si nos ayudas, creo que podrás satisfacer a tu Shan Kar sin sacrificar al resto de tus hombres.
—El Shan Kar significa la muerte —respondió firmemente Subutai—. Todos hemos hecho el juramento y no nos volveremos atrás. Eskkar asintió gravemente.
—Por supuesto. No conozco a tu clan, Subutai, y desconozco tus costumbres, ¿pero no es posible satisfacer el Shan Kar con una gran derrota del enemigo en la batalla? Al menos eso es lo que he oído.
Sabían que Eskkar era oriundo de las estepas, probablemente del clan Alur Meriki al que acababan de enfrentarse. Pero prevaleció la diplomacia. Ni Mesilim ni su hijo querían hacer pregunta alguna cuya respuesta pudiera ofenderle.
—Es verdad —respondió Mesilim—, pero no somos tan numerosos como para entablar una gran batalla. Los días de nuestro clan están contados, y no recuperaremos nuestras fuerzas antes de ser aniquilados. En pocos días, otros diez o doce guerreros y un puñado de mujeres se unirán a nosotros, y eso es todo lo que queda de Ur-Nammu.
Eskkar no sabía cuántos habían sobrevivido, pero recibió el dato como una buena noticia.
—Orak es lo suficientemente fuerte para emprender una gran batalla. Contamos casi con tanta gente como los Alur Meriki, y cada día llegan más. Hará falta todo el poder de Alur Meriki para conquistar nuestra aldea. Si vosotros sumáis vuestras fuerzas a las nuestras, entonces podríamos compartir el gran combate. Si ganamos, tu Shan Kar estaría satisfecho. Y si luchas a nuestro lado, podríamos ayudar a tu gente con armas, caballos y provisiones.
Mesilim y Subutai intercambiaron una mirada. Un Shan Kar hecho dos años atrás en el ardor de la derrota los condenaba a todos a muerte.
—Debemos satisfacer nuestro honor, Eskkar —dijo Mesilim, levantando la cabeza con orgullo—. Pero si hubiera una manera…
Eskkar respiró aliviado, y luego volvió a concentrarse en el mapa trazado en el suelo, reorganizando las ramas y las piedras.
—Aquí al Norte está el Tigris. —Tres pequeñas ramitas dobladas en ángulo representaban la gran curva del río—. Y aquí Orak. —Una pequeña piedra al lado de una ramita—. El grupo principal de Alur Meriki está aquí. —Colocó una piedra más grande cerca del río—. Los dos grupos de exploración —puso dos piedrecitas en la parte inferior del Tigris— arrasarán con todo en su camino hacia Orak, y en seis o siete semanas el clan completo estará acampado ante las murallas del poblado. —Mesilim asintió—. Excepto un tercer grupo. —Eskkar cogió una de las piedrecitas y la puso al otro lado del Tigris, en el lado opuesto a Orak—. Tratará de cortar el paso a los que intenten escapar, y luego capturará todo el ganado y los caballos que hayamos trasladado al otro lado del río. Será un grupo más pequeño, quizá setenta u ochenta guerreros, suficientes para defender el río y atacar los alrededores. Con tu ayuda, tenderíamos una emboscada a este grupo y los mataríamos a todos. —El cuchillo de Eskkar trazó una línea hacia el Norte, a lo largo del Tigris—. Después tu gente podrá ir hacia el Norte, cruzar el río corriente arriba y bajar hacia el Sur y atacar el campamento principal por detrás cuando la batalla sea más encarnizada. Seguramente tenga pocas defensas. Podrás entrar cabalgando y capturar todas las mujeres y caballos que necesites para reconstruir tu tribu. —Su cuchillo trazó otra línea orientada hacia el Noreste—. Entonces podrás volver a estas montañas alejadas del Norte y reorganizar tu clan. Si permaneces al norte del río Isogi, podrás ayudarnos a proteger las fronteras de Orak. Estableceremos pactos comerciales con tu gente, e incluso les ofreceremos protección, si alguna vez la necesitaran. —Clavó firmemente su cuchillo en la tierra.
—¿Cómo satisfaremos el Shan Kar de ese modo? —La curiosidad de Subutai pudo más que él—. Incluso si vencemos, Alur Meriki no quedaría definitivamente derrotado.
Eskkar respiró hondo, mientras elegía cuidadosamente las palabras.
—Alur Meriki tiene planeado este ataque sobre Orak desde hace muchos meses. Todos sus movimientos y ataques han sido realizados con el único propósito de concentrar todas sus fuerzas ante el poblado. Saben que estamos fortificándolo y construyendo una muralla, pero creen que no podremos detenerlos. Si no consiguen conquistar Orak, si son obligados a marcharse hacia el Sur sin apoderarse de la aldea, su plan habrá fracasado. Al luchar junto a nosotros, habréis ayudado a derrotar a Alur Meriki en una gran batalla. Eso debería satisfacer el Shan Kar.
Les estaba ofreciendo una manera de salvar el honor, y debían considerarla una opción mejor que la de luchar hasta morir sin esperanza alguna de sobrevivir. Eskkar se reclinó y puso las manos sobre las rodillas. Había hecho la mejor oferta posible. Ahora Mesilim tendría que decidir.
El jefe de Ur-Nammu meditó aquellas palabras durante algún tiempo.
—Alur Meriki regresará dentro de diez o quince años —dijo por fin—. Aunque los rechaces ahora, es posible que seas derrotado más adelante.
Eskkar y Trella habían hablado con frecuencia sobre aquella posibilidad.
—Los tiempos están cambiando, Mesilim. Creo que cuando los Alur Meriki regresen, todos los territorios que rodean Orak estarán defendidos, y las murallas del poblado serán más altas y más sólidas de lo que son ahora, con muchos más defensores preparados. He visto lo que se puede hacer para prepararse para el ataque, y he aprendido mucho. El futuro está siempre envuelto en misterio, pero creo que Orak resistirá y los Alur Meriki serán expulsados.
—¿Cómo cruzaríamos el río? —La sutil pregunta de Subutai no dejaba lugar a dudas sobre los pensamientos del joven. Aquellas palabras serían también como una señal para el padre.
—Cuando estéis listos —continuó Eskkar—, en unas pocas semanas, dirigíos a Orak. Tendremos una barcaza para que crucen vuestros hombres y vuestros caballos por el río. Esperaremos vuestra llegada y os escoltaremos, para que nadie os ataque por error.
—¿Por qué haces todo esto, Eskkar? —preguntó Mesilim—. ¿Y por qué te preocupan tanto los guerreros del otro lado del río?
—Si no puedo destruir a todos los barbar… Alur Meriki en la orilla oeste, aquellos que escapen darán aviso al campamento principal. Aunque sólo sobrevivan unos cuantos, sería un desastre para Orak. Una docena de hombres podrían incendiar toda la llanura. No disponemos de recursos para luchar contra grupos de guerreros en esa orilla del Tigris, y no tendremos suficientes hombres para cuidar de nuestro ganado. Los pobladores se desanimarían si supieran que sus rebaños han sido diezmados o capturados. Necesitamos ese ganado una vez que hayamos expulsado a los Alur Meriki. —Eskkar miró al jefe a los ojos—. Necesito poder decirle a mi gente que puedo destruir a los Alur Meriki en la orilla oeste y regresar a Orak a tiempo para dirigir el ataque desde la muralla. Debo aniquilarlos por completo, y no puedo hacerlo en campo abierto. No tengo suficientes caballos ni hombres entrenados para semejante empresa. Así que necesito tu ayuda para asegurarme de que caen en una emboscada en la que mis arqueros puedan encargarse de ellos, ayudados por tus guerreros para que ninguno escape.
—Hablaré sobre ello con Subutai y los otros guerreros —dijo Mesilim—. Te daremos una respuesta al caer la noche. —Se puso de pie y luego tendió la mano para ayudar a Eskkar a levantarse—. Tú eres… tú has nacido en las estepas. Ahora has unido tu suerte a la de granjeros y pastores de cabras y ovejas, y ellos nunca te aceptarán completamente. ¿Acaso no deseas, a veces, volver a la vida del guerrero?
No era una pregunta fortuita. Mesilim le estaba ofreciendo una alternativa: Eskkar podía cabalgar a su lado si quería.
La oferta le tentaba, pero la imagen de Trella le impedía considerarla.
—He deseado muchas veces volver a la vida del guerrero en las llanuras y en las estepas. Pero llevo ya viviendo mucho tiempo en los poblados, y estoy más habituado a sus costumbres que a las de nuestros padres. Y tengo una mujer, poseedora de una gran sabiduría, que me llama a su lado. Pero si el destino no me resulta propicio, entonces recordaré tus palabras.
—Aunque tengas éxito, ¿estás seguro de que después serás tratado de la misma forma? —La preocupación de Mesilim demostraba que entendía bien a los habitantes de los poblados.
—Es cierto que existe mucha traición entre los jefes de la aldea. Pero he aprendido mucho en estos últimos meses, y mi poder crece día a día. Además mi mujer me aconseja sabiamente en estas cuestiones.
Los bárbaros consideraban que las mujeres eran todas iguales. También creían que un guerrero que escuchara demasiado a su mujer demostraba su debilidad. Sin embargo, Eskkar se había referido a Trella como «poseedora de gran sabiduría», y quizá Mesilim fuera capaz de entender el poder y la fuerza de una mujer con una inteligencia y una fuerza de carácter tan excepcionales como para ser aceptada en las reuniones del consejo.
El jefe bárbaro asintió en silencio.
—Hemos luchado juntos y nunca romperemos los lazos de gratitud que los Ur-Nammu han establecido contigo. Ahora debemos decidir nuestro futuro.
Se dio media vuelta, seguido por su hijo.
Los hombres de Eskkar aguardaban, intrigados al observar a los cuatro hombres conversar durante casi dos horas. El capitán se detuvo ante ellos.
—Mesilim nos ha contado todo lo que sabe sobre los bárbaros. Le pedí que se uniera a nuestra lucha. Si acepta, creo que podrá ayudarnos. Si elige otro camino, entonces el nuestro será más difícil.
Eskkar se percató de la repentina actividad que se había desatado en el campamento. Comprendió de inmediato la causa de aquel alboroto.
—Es suficiente por ahora. Ha llegado el momento de dividir el botín.
Aquella tarea les ocupó el resto de la mañana y toda la tarde, desarrollándose de una forma terriblemente lenta. Se vio obligado a sonreír y mostrarse paciente. Los despojos fueron divididos equitativamente. Los hombres de Orak recibieron un poco más de lo que Eskkar hubiera considerado justo, así que nadie se quejó. La parte que le correspondió a él llenaba una bolsa. Trella sabría emplear bien el oro y las joyas.
Las muertes también debían ser enumeradas. Un trabajo más, que requería considerar quién había matado a quién, de qué manera y quién había sido testigo. A Eskkar le fueron atribuidas ocho muertes, aunque dudaba de que el número hubiera sido tan alto. Estaba seguro de no haber matado al último guerrero, pero se lo asignaron a él y a Subutai a partes iguales. El número más alto de muertos fue para Mitrac, cuyas flechas se encontraron en catorce cuerpos, además de en media docena de caballos. Eskkar agradeció a los dioses que protegían a los arqueros que ninguna de sus flechas hubiera impactado en uno de los Ur-Nammu. Mesilim personalmente le entregó a Mitrac un anillo de oro y cobre de gran valor, además del puñado de joyas y pepitas de oro que el joven había ganado en la batalla.
Después, muchos de los guerreros de Ur-Nammu tocaron el arco del muchacho para que les diera suerte y le preguntaron si los pobladores de Orak tenían armas similares.
El resto del día lo pasaron comiendo y descansando. Eskkar estuvo de acuerdo en que sus hombres aprovecharan el tiempo para curarse las heridas. Subutai persuadió a Mitrac para que demostrara sus habilidades como arquero y algunos de los guerreros lo imitaron, acertando en sus blancos hasta que la distancia fue demasiada para sus pequeños arcos. La fuerza de su arco impresionó a todos. Aunque no consiguiera una herida mortal, sería capaz de derribar a un hombre e incapacitarlo para seguir luchando.
La noche llegó sin que Mesilim tomara decisión alguna. Eskkar se retiró un poco del círculo de sus hombres y fue hasta el arroyo para hacer sus necesidades. Sisuthros lo acompañó.
Cuando emprendieron el camino de vuelta, Sisuthros lo agarró del brazo antes de que pudieran llegar al grupo de hombres sentados en torno al fuego.
—Capitán, quisiera hablarte. Hay algo que debo decirte.
Eskkar se volvió hacia su lugarteniente y se percató del temblor en su voz.
—¿Qué sucede, Sisuthros? ¿No estás contento con tu parte del botín? —Incluso a la luz de la luna, percibió la confusión en el rostro de aquel hombre.
—Capitán, yo… hay… —Se detuvo, revisó su cinturón y sacó una pequeña bolsa que le entregó a Eskkar—. Es oro, veinte piezas, me las entregaron antes de dejar Orak. Me dieron a entender que recibiría diez más si no regresabas.
Eskkar sintió que la furia acudía a su rostro. Durante un instante quiso golpear a Sisuthros, matarlo por lo que había estado planeando. Pero la ira pasó. Si no hubiera sido él, había sido otro. Un hombre siempre tiene enemigos, y a medida que se volviera más poderoso, el número de sus enemigos aumentaría. Además necesitaba a un guerrero como Sisuthros, no sólo en ese momento sino también en el futuro.
Eskkar sopesó la bolsa.
—Treinta piezas. Eso es mucho oro. —Le devolvió la bolsa. No había mucha luz, pero detectó la sorpresa en la cara de su subordinado.
—¿No quieres saber quién me dio el oro? ¿O el motivo?
—Ya lo sé, Sisuthros, incluso antes de que dejáramos Orak. Por eso quise que vinieras conmigo. Caldor no es precisamente cauteloso. El cachorro de Nicar tendría que mantener la boca cerrada. —Sisuthros abrió los ojos asombrado. Eskkar recordó las palabras de Trella: actuar siempre como si supiera más de lo que estaba diciendo—. ¿Qué otro noble le acompañaba?
—Néstor. Fue una noche en la taberna, compraron vino y luego fuimos a dar una vuelta. Me dijeron que ya no eras necesario, que otros podían ocupar tu puesto ahora que los preparativos estaban bien encaminados. Están preocupados de que alcances demasiado poder y de que te enfrentes a ellos una vez que los bárbaros se hayan marchado. Es decir, eso es lo que teme Néstor. Caldor te odia por algún otro motivo. Su ira es profunda, Eskkar.
—Es por Trella. Se siente ofendido porque ella es más inteligente y porque las Familias la escuchan. Y además la quería para su propio disfrute cuando estaba en casa de Nicar. Ahora me quiere ver muerto para apoderarse de ella. No le preocupa el futuro de Orak, y es demasiado estúpido para ver que puede destruir a alguien que podría salvarle la vida.
—Trella es amiga de mi esposa y ha cuidado de mi hijo. —La voz de Sisuthros se endureció al comprender lo que le decía Eskkar—. No sabía que la deseaba. Tienes razón, es un imbécil. —El soldado permaneció de pie a su lado durante un momento—. Y yo también lo soy. Me salvaste la vida en la batalla. Si sabías esto, ¿por qué lo hiciste? Podías haber dejado que el bárbaro me matara.
—Te salvé la vida porque eres un buen hombre, e inteligente, y porque te necesito para que me ayudes a defender Orak. Pero todavía tienes mucho que aprender. Nunca te dejarían con vida si yo muriera. No importa lo que te prometan, eres demasiado joven para estar al mando de tantos hombres, y dudo que te hubieran dado más oro. Los nobles no quieren a un capitán de la guardia poderoso, con opiniones propias. ¿Por qué crees que toleraron a Ariamus durante tantos años? Porque era codicioso y sabían que podían controlarlo a través de su codicia. Néstor es un viejo estúpido que no se da cuenta de que los bárbaros volverán, aún más fuertes de lo que son actualmente. —Eskkar se rió—. O tal vez te salvé la vida porque no me detuve a pensar. Habría hecho lo mismo por cualquiera de mis hombres, igual que tú.
—No estoy seguro de lo que yo habría hecho en tu lugar. Yo… acepté el oro.
—¿Y qué tenías pensado hacer? —La voz de Eskkar adquirió un tono áspero—. ¿Matarme ante los hombres? ¿Desafiarme a una pelea? ¿Asesinarme cuando estuviera dormido? Has tenido muchas oportunidades, y todavía falta mucho para volver a Orak.
—¡No sé qué es lo que quería! No quería hacer nada. Ojalá nunca hubiera aceptado el oro. Pero lo hice. Tal vez no soy el hombre que tú crees.
Eskkar notó la angustia en la voz de Sisuthros.
—Entonces has de convertirte en el hombre que debes ser. —El capitán le cogió por los hombros—. Olvídate del oro. Mira a estos bárbaros. Se matarían por una mujer o un insulto. Pero en la batalla mueren por sus compañeros porque ése es el código del guerrero. Eres un guerrero, Sisuthros, pero si tratas con mercaderes y comerciantes en los términos que ellos establecen, entonces te convertirás en uno de ellos.
El soldado mantenía la mirada fija en el suelo.
—No soy digno de estar a tus órdenes —dijo con voz ahogada por la emoción—. Me has tratado bien, me has ascendido y yo casi te traiciono. Incluso estos bárbaros te respetan.
—¿Y qué es lo que quieres? ¿Que te odie? No, creo que te daré más responsabilidades porque te las has ganado por lo que hiciste ayer cuando me seguiste en el desfiladero, aunque vi en tus ojos que pensabas que cabalgábamos hacia la muerte. Pero ganarás aún más honores por lo que hagas a partir de ahora. Y cuando esto termine, se te exigirá todavía más, y recibirás también más recompensas.
—¿Vas a recompensarme después de lo que he hecho?
—¿Hecho? No has hecho nada, excepto escuchar a un estúpido muchacho y a un viejo no menos estúpido en una taberna. No eres un asesino, Sisuthros. —Se acercó a él—. Escúchame. Cuando esto acabe, tendremos que reconstruirlo todo. Tú serás el jefe de otra aldea y juntos nos enfrentaremos al próximo ataque de los bárbaros. Olvídate de Caldor y de Néstor. Ellos no entienden lo que está en juego.
—Entonces mataré a Caldor y a Néstor. —La voz de Sisuthros volvió a endurecerse—. Les arrojaré el oro a la cara y los mataré.
—Néstor no significa nada para mí. Pero matar a Caldor me proporcionaría mucho placer. Pero aún no, porque nosotros… —Una llamada desde el campamento lo interrumpió. Eskkar se aproximó a sus hombres y vio que Mesilim se les acercaba—. Ya hablaremos de esto más tarde, Sisuthros. Pero recuerda, ayer demostraste gran valor y juntos luchamos contra grandes peligros. Eso es más importante que el oro.
El capitán se alejó de él para recibir al jefe de los Ur-Nammu.
—Jefe Eskkar. —Mesilim comenzó formalmente, su voz potente y clara rasgó el silencio de la noche—. Me he reunido con los ancianos del clan. Hemos acordado unirnos a ti y ayudarte a derrotar a Alur Meriki. Mañana comenzaremos nuestros preparativos.
Mesilim tendió el brazo y Eskkar estrechó el antebrazo del jefe con la mano. Habían sellado un pacto públicamente y de acuerdo a las costumbres. Ahora sus destinos estaban entrelazados, por lo menos hasta la próxima batalla.
—Debo regresar a informar a mis guerreros. —Mesilim dio media vuelta y volvió a su campamento.
Los hombres del jefe bárbaro recibieron las noticias con gritos de alegría mezclados con los de guerra, al comprender que tendrían la oportunidad de recuperar algo de lo que habían perdido.
El Shan Kar sería satisfecho, pensó más tarde Eskkar, mientras se acomodaba para dormir y deseaba tener a mano algo de vino para aliviar el dolor del muslo. No sólo había ganado un aliado para la batalla en la otra orilla del río, sino tal vez para el futuro, por si necesitaba controlar a los pobladores. Y Sisuthros sería leal, al menos por ahora. Trella estará contenta, pensó, mientras se dirigía a su encuentro en la tierra de los sueños.
***
Diez días más tarde, antes de la caída del sol, Eskkar y su banda de jinetes agotados subieron la última colina y vieron la aldea de Orak. Después de pasar tres días descansando con los Ur-Nammu, todos se dirigieron hacia el Norte, dando un rodeo para despistar a sus perseguidores. Luego, los dos grupos se dividieron. Los Ur-Nammu partieron hacia las montañas, mientras que Eskkar y sus hombres regresaban a Orak.
El clan de Ur-Nammu, ya descansado, se desplazaría con velocidad y dejaría un rastro claro, como si ya hubieran luchado suficiente y sólo quisieran escapar. Se dirigirían hacia el Oeste, esperarían entre una semana y diez días y volverían a controlar el avance de Alur Meriki. Con suerte, cruzarían las líneas enemigas antes de que se cerraran sobre Orak.
Mientras tanto, Eskkar y su grupo se encaminaron al Este, cabalgando tan rápido como les fue posible, pero sin agotar a sus caballos. Durante el viaje, el capitán tuvo oportunidad de conversar con frecuencia con Sisuthros. Cabalgaron juntos, dejando que los otros se adelantaran. Después de algunos días, Eskkar pudo apreciar que su lugarteniente tenía ahora más respeto a su capitán y a las dificultades que les esperaban.
Desde lejos Eskkar vio que la muralla había aumentado. La pared este, que soportaría la mayor parte del ataque, se había completado, así como la gran puerta de madera, ennegrecida por el fuego para endurecerla y hacerla más resistente a las llamas. A cada lado de ella se alzaban torres más altas para proteger la entrada.
A medida que se acercaban, algunos los reconocieron, lanzando gritos de bienvenida que llegaron a sus oídos, incluso a aquella distancia. Hombres y mujeres comenzaron a salir a su encuentro, corriendo detrás de ellos a su paso o colocándose a los lados del camino.
Antes de llegar a la aldea, se dirigió a sus hombres.
—Mitrac, tú abrirás la comitiva y yo te seguiré. Y, por una vez, tratad de parecer guerreros y no un grupo de viejas cansadas.
Los hombres estallaron en carcajadas, tal como esperaba. Podía llamarles cualquier cosa. Durante su estancia junto a los Ur-Nammu había pensado en lo que podía hacer para que reforzaran su lealtad hacia él, y se le había ocurrido una idea. Formaría un nuevo clan. No un clan de hombres relacionados por vínculos de sangre, sino un clan de armas.
Había hablado sobre el tema, y todos los hombres habían aceptado la idea entusiasmados. La mayoría no tenía ni familia ni amigos cercanos, y ese nuevo clan les proporcionaría una fraternidad que supliría todas sus carencias. Formarían parte de algo más grande que ellos mismos, y compartirían un juramento de lealtad con sus nuevos hermanos.
Hicieron pues, el juramento, primero hacia cada uno de los miembros y finalmente a Eskkar. Después Zantar, con hilo negro y aguja, bordó la silueta de un halcón en sus túnicas, que representaría la fuerza y la ferocidad. Había nacido el clan del Halcón de Eskkar.
Ahora regresaban como verdaderos guerreros, curtidos en el campo de batalla y unidos en un clan de honor. Cada uno de los hombres se sentaba más erguido en su montura, ignorando heridas y dolores. Mitrac marchaba con su arco en alto, con una delgada tira de cuero con catorce pulgares atada en la punta. Eskkar tenía ocho colgados del cinto de su espada y el resto exhibía los suyos de modo similar.
Recorrieron lentamente la distancia que quedaba, incapaces de avanzar más rápido entre la multitud. Tammuz cabalgaba en la retaguardia. El joven había sorprendido a todos al sobrevivir a sus heridas. Aunque todavía tenía una mueca de dolor por el brazo, se le veía orgulloso sobre su montura, aunque Maldar sostuviera las riendas. El muchacho llevaba su pequeño arco en la mano sana, exhibiendo el pulgar de su victoria.
Eskkar recorrió con la vista la multitud hasta que descubrió a Trella esperándole de pie junto a la entrada, con una sonrisa en su rostro, habitualmente serio. Un guardia estaba de pie a su espalda y nadie, entre la multitud, se atrevía a ponerse delante de ella.
Sonrió al verla, y al llegar junto a ella se agachó, la alzó y la sentó con él en la montura. La multitud rió y lo vitoreó aún más cuando Trella lo abrazó.
—Bueno, muchacha, he regresado, y tengo mucho que contarte. —La muchacha casi no podía oírle en medio del estruendo de la multitud. Los pobladores continuaban aclamándole y los caballos, nerviosos, bajaban sus orejas al pasar entre el gentío.
Los hombres desmontaron y condujeron los caballos a casa de Eskkar. La multitud los siguió, gritando con entusiasmo, como si los bárbaros ya hubieran sido derrotados. Al llegar a casa, el capitán ordenó que llevaron a Tammuz dentro. Annok-sur envió a una de las mujeres en busca de un curandero.
Eskkar se acercó al pozo y aprovechó la oportunidad para lavarse por primera vez en tres semanas. Un sirviente le trajo ropas limpias, pero él sólo se vistió después de haber eliminado, en lo posible, el olor a caballo de su cuerpo.
Maldar permaneció en la casa. Los hombres le habían elegido para custodiar el botín, y debía guardarlo en casa del capitán hasta que sus hombres se lo pidieran. Ninguno de ellos había poseído jamás nada de valor y no sabían qué hacer con él. No se sentían cómodos llevando tanto oro encima.
La idea de guardar el oro de otros no le resultó agradable, pero tuvo que admitir que estaría más seguro que en los barracones. Decidieron que Maldar y otro miembro del clan del Halcón revisaran el botín una vez por semana para asegurarse de que no faltaba nada. Cada hombre cogió lo suficiente para gastar durante unos días en vino, mujeres y apuestas.
Cuando estuvieron solos en su habitación, Eskkar abrazó a Trella con fuerza. Le acarició el cabello y se sintió feliz de estar a su lado. Se excitó ante el roce de su cuerpo, y casi no pudo contenerse. La habría poseído allí mismo, pero Nicar le había requerido. La dejó de mala gana.
Un poco más tarde, Eskkar, Trella y Sisuthros se sentaron a la mesa de Nicar con todas las Familias y personas de cierta relevancia. Se había decidido dar una fiesta en la aldea para celebrar su llegada. Los pobladores gritaban y cantaban por las calles, alegres por la vuelta de Eskkar y por la posibilidad de divertirse.
Nicar sirvió su mejor vino, pero el capitán bebió sólo una copa. Cuando bebió la mitad, la volvió a llenar de agua. El vino ya no le tentaba. No quería que su mente volviera a embotarse con el alcohol. Comió, disfrutando del pan recién hecho y el pollo que sirvieron los criados de Nicar.
Mientras describía la batalla, todos permanecieron en silencio, escuchando atentamente, aunque tuvo que repetir algunos detalles. Sisuthros tomó parte en el relato, aportando su punto de vista y narrando las hazañas de Eskkar.
Los rostros de los oyentes reflejaron la sorpresa ante todo lo que había sucedido. Que Eskkar hubiera arriesgado su vida para ayudar a otra tribu de bárbaros les parecía increíble. Sin embargo, se alegraron al escuchar que, entre todos, habían acabado con setenta Alur Meriki.
—Los Ur-Nammu nos serán de gran ayuda —dijo Eskkar, ignorando la mirada de los escépticos—. Nos volveremos a encontrar y nos mantendrán informados de la ubicación del enemigo.
Las preguntas continuaron incansablemente, y Eskkar alentó a Sisuthros a responderlas, mientras él examinaba los rostros de Caldor y Néstor. El anciano se limitaba a sonreír, sin mostrar emoción alguna.
Pero el joven Caldor no reprimió algún ocasional gesto de ira, aunque se mantuvo en silencio. Seguramente se estaba preguntando adonde habría ido a parar su oro. Pronto estarás muerto, Caldor, como el cachorro de Drigo, y esta muerte me proporcionará todavía más placer. Finalmente Eskkar formuló una pregunta.
—Corio, veo que la muralla este está terminada. ¿Cómo va el resto del trabajo? —Las nuevas secciones no estaban trazadas con una orientación exacta. La parte este, en donde la muralla era más alta y desde donde recibirían el ataque principal, se dirigía, en realidad, al Sureste, hacia la confluencia de los dos caminos que se unían en una sola ruta de acceso hacia la entrada principal.
—Has estado ausente tres semanas —dijo Corio—. En ese tiempo hemos avanzado bastante, y estamos más adelantados de lo que habíamos previsto en un principio, gracias, sobre todo, a la cantidad de hombres dispuestos a trabajar para derrotar a los bárbaros. La muralla estará terminada en menos de tres semanas, y los conductos y canales ya se han ampliado y están listos para ser probados. Podemos abrir las compuertas y comenzar a inundar la llanura en menos de una hora.
Eskkar se dirigió a continuación a Gatus y a Jalen.
—¿Y los hombres? ¿Cómo va el entrenamiento?
—Sesenta hombres han acabado de ejercitarse esta semana, y otros setenta van a empezar. —Gatus sonreía de oreja a oreja—. La instrucción va rápido, ahora que contamos con tantos veteranos. Cuando lleguen los bárbaros, tendremos más de cuatrocientos veinte hombres bien entrenados para defender las murallas.
—Entonces debemos estar agradecidos ante tantos progresos —dijo Eskkar—. Y tú, Nicar, ¿estás satisfecho con el avance que se ha realizado?
—Estoy más que satisfecho. Hasta ahora, las esperanzas de derrotar a los bárbaros eran vagas. La primera vez que hablamos, sólo me prometiste que podríamos tener una posibilidad. En estos momentos estoy seguro de que contamos con ella, especialmente ahora que has vuelto. Todas en la aldea han estado preocupados durante tu ausencia. —Muchos en torno a la mesa asintieron en silencio—. Pero con tu regreso, la gente recuperará la confianza. Permítenos dar gracias a los dioses y honrar tu vuelta mañana con una celebración.
Eskkar se sorprendió ante la calidez de las palabras de Nicar, pero las mandíbulas apretadas de Caldor le recordaron lo que todavía estaba por venir.
—Estoy agradecido por haber vuelto, Nicar… nobles señores. Pero ahora me gustaría regresar a mi casa y descansar.
Con eso dieron por terminada la cena. Todos parecían alegres ante la perspectiva de una celebración. La aldea había trabajado sin descanso desde hacía meses y no vendría mal un motivo para divertirse. En las calles, algunos pobladores aguardaban para aclamarle y, para su sorpresa, también a Trella.
Volvió a casa caminando, con Trella de la mano. Cerró la puerta de su habitación y emitió un suspiro de satisfacción.
—¿No quieres comer nada más? Apenas probaste la cena en casa de Nicar, y tenemos mucho de que hablar.
Su sonrisa era tal como la conservaba en su memoria.
—Sí, Trella, todavía tengo hambre.
La cogió en brazos y recorrió su cuerpo con las manos. Después la besó con avidez, y ella respondió del mismo modo, de puntillas, mientras le rodeaba el cuello con sus brazos. Cuando finalmente se detuvieron para recuperar el aliento, le quitó el vestido. Le cogió ambas manos y dio un paso atrás para mirarla, dejando que sus ojos se deleitaran ante su cuerpo desnudo, iluminado por la temblorosa luz de la lámpara, antes de levantarla y llevarla hasta la cama.
***
Dos horas más tarde, Trella se levantó y llamó a los sirvientes ordenándoles que trajeran comida. Sentados a la mesa de trabajo, volvieron a comer pan y cordero y bebieron vino rebajado con agua. De postre, Trella peló una manzana mientras el capitán saboreaba un puñado de dátiles frescos. Ella escuchó con atención mientras él le describía el viaje y todo lo que había aprendido. Cuando terminó, la muchacha sacudió la cabeza.
—Hay algunas cosas que no me has contado. —Puso su mano sobre la de Eskkar—. Quiero conocer todos los detalles de la batalla: qué pensaste, qué viste, por qué hiciste lo que hiciste, e incluso cómo reaccionaron tus soldados. No sé nada de eso, y si he de ayudarte, necesito saber qué piensan tus hombres en semejantes circunstancias.
A diferencia de muchos guerreros, Eskkar tenía dificultades para describir su comportamiento en la batalla. Era demasiado personal, demasiado intenso. Sabía que había esquivado a la muerte muchas veces como para vanagloriarse de su habilidad, consciente de que la suerte o la ocasión propicia eran tan importantes como la capacidad del guerrero. El terror del combate, el relincho de los caballos, el olor del miedo en el aire y en el cuerpo de los hombres, la ansiedad en el pecho al recibir una herida, el temblor en el vientre, la debilidad de los miembros y de la mente…
Eskkar volvió a comenzar, esta vez relatando tan detalladamente como le fue posible todo el episodio, comenzando en la cima de la colina desde la que había visto que los Ur-Nammu quedarían atrapados. Trató de explicarle las ideas que cruzaron por su mente y por qué había decidido ayudarles. Recordó el miedo en el rostro de Mitrac cuando lo animó a entrar en combate, la tensión y las dudas de Sisuthros, que, hasta entonces, nunca había participado en un combate cuerpo a cuerpo, e incluso los esfuerzos de aquellos a quienes Eskkar se había enfrentado y matado.
Palabras y emociones que nunca se había imaginado que poseía le ayudaron a describir algo que estaba casi más allá de toda descripción. Cuando terminó, ella le cogió de la mano y lo condujo de vuelta a la cama, y esta vez le hizo el amor con tanta ternura que lo dejó débil y tembloroso.
Después volvió a lavarlo. Se relajaron abrazados el uno al otro, a la luz de la lámpara casi extinguida y de la humeante mecha. Pero Trella tenía más preguntas.
—Cuéntame más cosas sobre Mesilim y su hijo.
Aquello le llevó a hablarle de la conversación con Sisuthros, del reparto del botín, de la formación del clan del Halcón y, finalmente, del regreso a Orak. Repitió sus conversaciones con Tammuz y Maldar, sorprendido de poder recordar tantos detalles. Cuando terminó, la luna ya estaba alta en el cielo nocturno.
—Has hecho bien, esposo mío, muy bien. Mi padre decía que pocos hombres tienen capacidad para mandar a un grupo de guerreros. Tú eres uno de esos hombres, Eskkar. Viste la oportunidad y la aprovechaste. La suerte es un favor de los dioses, y a veces es mejor ser afortunado que hábil. Todas tus decisiones fueron sensatas, y te has preparado para el futuro convirtiendo a Sisuthros en aliado y estableciendo el clan del Halcón. Esto hará que muchos guerreros te sean leales. Has fundado un clan familiar.
—Siete hombres y un muchacho no son muchos —señaló él, aunque satisfecho al oír aquellas palabras—. Pero tienes razón, hemos sido afortunados.
—Sí, has tenido suerte de que no te mataran, de que no perdieras a todos tus hombres, de que los Ur-Nammu no se enfrentaran a ti y os aniquilaran tras el combate. Pero dime, ¿a quién más de Orak habrían seguido esos hombres para luchar contra setenta bárbaros? No se me ocurre otro hombre. Y para ti y tus soldados la batalla ha sido una prueba. Después de eso, mil te seguirán a donde tú digas, de la misma forma que lo hicieron esos diez.
Pensó en ello unos instantes. Los hombres no habrían seguido a nadie más en el desfiladero. Al menos a nadie de Orak. Ahora, al pensar en ello con detenimiento, le parecía increíble que hubieran acatado sus órdenes y entrado en combate tras él. Pero quizá lo que acababa de decir ella era posible y fuera capaz de mandar a quinientos hombres, o incluso a mil.
Trella interrumpió sus pensamientos.
—Pero no debes volver a arriesgar tu vida. Nunca vuelvas a asumir ese riesgo. Has probado tu valor. ¿Dices que planeas llevar a los soldados contra los bárbaros al otro lado del río? Ve si debes hacerlo, pero no luches en primera fila. No puedes poner en peligro tu vida de forma tan imprudente. Harás falta para defender Orak y para lo que suceda después.
—Un guerrero necesita pelear o sus hombres le pierden el respeto. La batalla al otro lado del río será fácil, pero debo estar allí para asegurarme de que tenga éxito. Después de eso, me mantendré en la retaguardia. —Le acarició los senos, deleitándose con sus manos ante el contacto con su cuerpo—. Y ahora, tal vez, tú me recompenses una vez más.
Trella se agachó, lo besó en la oscuridad, y luego le dio un fuerte codazo, dejándole sin aire por sorpresa.
—Eres igual que todos los hombres, sólo pensáis en vosotros mismos. ¿Acaso no te interesa saber qué he hecho durante tu ausencia? ¿Crees que nada sucede sin ti?
Eskkar se consoló pensando que la oscuridad ocultaba su expresión culpable. De hecho, ni se le había pasado por la cabeza preguntarle por ella o sus planes.
—¿No podríamos hablar mañana? —se arriesgó a decir, incapaz de evitar un tono lastimero.
—No, no podemos esperar a mañana. Hay muchas cosas que debes conocer, ¡y ya has hecho el amor demasiadas veces para una sola noche! ¿No te gustaría saber ahora que los pobladores enloquecieron cuando pensaron que habías muerto?
—¿Muerto? ¿Qué les hizo pensar que había muerto?
—Yo hice correr ese rumor. Es decir, Annok-sur y yo hicimos que se propagara esa mentira. Todo Orak se enteró en menos de una hora, y la gente en el mercado estaba aterrada. Los pobladores tenían miedo y la gente empezó a prepararse para abandonar la aldea. Por las calles gritaban que sin tu protección estaríamos perdidos.
—Y esa gente…
—Más amigos de Annok-sur. —La voz de Trella sonaba satisfecha—. Nicar tuvo que dirigirse a la multitud y decirles que sólo se trataba de un rumor, que no había noticias ciertas. Habló justo a tiempo, e incluso me llamaron a mí para que confirmara sus palabras. Unas horas más y la mitad de la aldea habría emprendido la marcha. Muchos ya habían recogido sus cosas incluso.
—¿E hiciste eso para…?
—Para asegurarme de que Nicar y las otras Familias supieran cuánto te necesitan, y también para que los pobladores lo tuvieran presente. Recuerda, cuando termine la batalla necesitaremos muchos amigos para que nos acepten entre las Familias. Ahora todos saben que los dioses te son propicios.
Así que había estado ocupada. No se molestó en preguntarle qué habría hecho si lo hubieran matado. Seguramente ya había considerado esa posibilidad.
—¿Qué más hiciste en mi ausencia?
Transcurrió una hora más mientras escuchaba su relato. Su cansancio se había desvanecido. Finalmente, cuando terminó la conversación, ella se acurrucó entre sus brazos y ambos se quedaron dormidos con las manos entrelazadas.