Capítulo 8

La cena en casa de Nicar se transformó, inesperadamente, en una reunión familiar. Sus dos hijos, Lesu y Caldor, habían regresado aquella tarde tras un viaje que había durado dos semanas.

Lesu, el mayor, se había encargado de dirigir la pequeña caravana, compuesta por un grupo de animales cargados de mercancías, y de custodiar a siete nuevos esclavos que su padre tenía previsto revender, sin duda con buenos beneficios. Trella sabía que Lesu era inteligente y cortés. Con sólo diecinueve años, tenía previsto tomar esposa dentro de pocas semanas, y pronto sería capaz de manejar por sí mismo el negocio de su padre.

Caldor, casi un año más joven que su hermano, estaba sentado frente a Trella. Se agitó en su asiento durante la mayor parte de la comida, haciendo recordar constantemente a la muchacha que el menor de los hijos de Nicar carecía de la paciencia y del autocontrol que poseía el resto de su familia. Aunque, al menos aquella noche, no le había mirado los pechos con descaro. Todavía podía sentir el áspero contacto de sus manos sobre su cuerpo, pero trató de evitar el estremecimiento que aquel pensamiento le ocasionaba.

Nicar debía de haber advertido a sus hijos que no provocaran a Eskkar y que no se dirigieran a ella de manera irrespetuosa. Al cenar en la misma estancia en la que había matado a dos hombres, el comerciante, seguramente, querría estar seguro de que no ocurrirían más accidentes. Nadie cometió el error de llamar bárbaro al capitán.

Una vez finalizada la cena, Trella y Eskkar salieron de la casa y atravesaron el patio. Al llegar a la calle, la joven cogió a Eskkar de la mano y la apretó con fuerza, agradecida de que el día hubiera terminado. Respiró hondo varias veces, como si quisiera borrar de sus pulmones los recuerdos de aquella casa. Se prometió que nunca la volvería a pisar a menos que fuese estrictamente necesario.

Caminaron rápido, pero la joven no tuvo problemas para seguirle el paso. Sentía que él le apretaba la mano, anticipando el cálido lecho que les esperaba.

—Has estado muy callada esta noche. Pensé que tendrías más cosas que decirle a Nicar.

—No estoy capacitada para darle consejos a Nicar, amo. Ni las mujeres deben dar su opinión a sus hombres cuando hay otras personas presentes. En las mesas de los nobles, las mujeres guardan silencio mientras los hombres discuten sus asuntos. —Se detuvo un instante—. Y no ha sido de mi agrado volver a esa casa, ni siquiera para comer. No tengo ningún recuerdo agradable de ese lugar. Y preferiría no tener que volver nunca más.

Siguieron caminando por la callejuela hasta doblar en una esquina. Una antorcha ardía a la entrada de los barracones.

—¿Ha sido tan malo, Trella? Quiero decir… háblame de ello.

—Por favor, amo, esta noche no. Doy gracias a los dioses por haber salido de ese lugar.

—Entonces no quiero que me cuentes nada. —Le pasó el brazo por los hombros al mismo tiempo que entraban en el recinto de los soldados—. Tendremos otras cosas que tratar en nuestro lecho.

Ella se inclinó hacia él en silenciosa promesa. El fresco aire de la noche había eliminado finalmente los olores y los recuerdos de la casa de Nicar. Sintió que una oleada de deseo recorría su cuerpo ya ansioso por el inminente encuentro amoroso.

Una vez en la habitación, Eskkar colgó su espada y cogió a Trella en brazos. Ella se abrazó a él con fuerza. Estuvieron de pie unos instantes, hasta que la joven comenzó a relajarse, disfrutando de la sensación de sentirse segura una vez más y de percibir su excitación contra su cuerpo.

—Amo, he visto…

—Eskkar… llámame Eskkar cuando estemos solos, especialmente en el lecho.

Trella se acurrucó contra él.

—Eskkar, he visto que no tomaste mucho vino durante la cena, ni comiste demasiado. ¿Acaso el vino y la comida no te gustaron?

—Nunca había probado un vino mejor en todos mis viajes. Pero tengo que ejercitarme con los soldados, y demasiado alcohol debilita al hombre. Si tengo que hacerte el amor todas las noches, necesitaré todas mis energías.

—Nicar estaba preocupado porque bebías demasiado y no podía confiar en ti. Le oí decirlo el día que me entregó a ti.

El capitán suspiró.

—Y tenía razón. Durante estos últimos meses me pasé demasiado tiempo en la taberna. Si hubiera tenido más monedas, habría bebido todavía más. —Se rió, pero luego su voz adquirió un tono de seriedad—. La noche que Ariamus huyó, me encontraba inconsciente en la taberna. Los soldados tuvieron que llevarme a mi lecho. Me podrían haber matado mientras dormía. Eso nunca volverá a suceder.

—Eres astuto al mantener la cabeza fría, amo… Eskkar. Necesitarás toda tu lucidez, sobre todo cuando trabajes con Corio.

—Me alegra que las Familias acepten a Corio entre sus filas. Es un buen hombre, creo yo.

Durante la cena Nicar había accedido a elevar a Corio al rango de noble, mencionando que anteriormente ya habían barajado su nombre.

—El joven Caldor no vio con buenos ojos tu sugerencia sobre Corio.

—Caldor es casi un niño, Trella. Acaba de llegar con su primera caravana, si es que se la puede llamar así. Poco más de cien kilómetros al Este. Dos días de viaje para un hombre con un buen caballo. —La besó en la frente—. ¿Cuánto oro crees que sacaron de casa de Drigo?

Nicar no quiso revelarle lo que había encontrado, aunque dijo que un cuarto había sido entregado a la mujer de Drigo. Ella y su hija, junto a sus sirvientes más fieles y su guardia, se habían marchado en barca, de regreso a la aldea de su padre.

—En la casa de Nicar trabajé con los escribas, y ellos decían que poseía más de mil doscientas monedas de oro —musitó Trella. Recordaba su primer día en Orak. Nicar la había interrogado durante casi una hora y puesto a prueba, para asegurarse de que sabía contar y escribir los símbolos, antes de asignarla al jefe de los escribas. Necesitó poco más de un día para aprender las diferencias entre los símbolos utilizados en Orak y los de su aldea natal. El escriba de Nicar pronto la encontró más útil que sus otros dos ayudantes y la muchacha enseguida estuvo al tanto de la totalidad de los bienes del rico comerciante—. Los escribas afirmaban que Drigo era casi tan rico como Nicar. Supongo que encontraron por lo menos mil monedas de oro, cantidad más que suficiente para poder empezar a financiar los gastos de la defensa de Orak.

—Por eso Drigo se paseaba por Orak como si fuera su dueño. Tanto oro y todavía quería más. Quería convertirse en la Primera Familia de Orak.

—Mi padre decía que la codicia puede acabar con un hombre. Drigo habría destruido Orak. ¿Te arrepientes de haberlo matado?

—Si hubiera sido un mendigo de la calle, lo habría matado por haberte insultado. Nadie volverá a hacerlo, te lo prometo.

Sus palabras la hicieron muy feliz; Trella se dio media vuelta para darle un largo beso, que fue correspondido de inmediato. Aquel beso llevó a otras caricias, y la muchacha suspiró satisfecha al sentir a Eskkar excitado una vez más.

—Trella, mañana será un día especial para ti. Después del entrenamiento con los soldados, nos reuniremos con Nicar y las otras Familias.

Sorprendida, se apoyó sobre un brazo para poder mirarle a la cara.

—¿Qué? ¿Para qué necesitamos verlos?

—Mañana te concederé la libertad. Hablé con Nicar cuando nos quedamos a solas y le pregunté qué debía hacer. Nicar procederá como si fuera un contrato, con los otros nobles como testigos.

Sus palabras le causaron una enorme sorpresa. Se sentó sobre la cama.

—¿Por qué haces eso, Eskkar? Éste no es el momento para ello. Más tarde, tal vez, o cuando los bárbaros se hayan ido. Ahora, como tu esclava, tengo tu estatus y puedo hablar en tu nombre. Como mujer libre, seré una cualquiera, la mujer de un soldado.

—Pensé que estarías contenta. —El capitán pareció sorprendido—. Además, no quiero que muchachitos como Caldor te miren con desprecio. Como mujer libre, puedes elegir ser mi sirviente, y así puedes hablar en mi nombre.

—¿Por eso me liberas? ¿Para no avergonzarte de una esclava que piensa y habla demasiado?

—¡No! ¡Por los dioses! Lo hago porque quiero que estés a mi lado. —La agarró con fuerza por los brazos—. Y quiero que me elijas libremente. Nunca he tenido tanto interés en una mujer. Si tú quieres, dejaremos la aldea mañana y que se defienda sola. Orak no significa nada para mí. Sólo tú eres importante.

Trella se mantuvo en silencio durante bastante tiempo. Cuando habló, su voz era firme.

—No. Debemos permanecer aquí, y tienes que derrotar a los bárbaros. Sólo entonces tendremos poder y estaremos seguros. Y… —dudó, insegura de las palabras que iba a pronunciar—. ¿Eso significa que me quieres… que… quieres que sea tu esposa? —Eskkar pareció meditar un instante su respuesta. Trella le pegó en las costillas—. Bueno, ¿qué estás pensando? ¿Acaso no puedes tomar una decisión?

Él se rió, frotándose la zona donde ella le había golpeado, antes de volver a recostarse en la cama.

—No había pensado en una esposa. Además, está la nueva esclava que ha traído Lesu. Es bastante bonita, y tiene una buena figura. Podría servirme…

Trella lo empujó y trató de irse del lecho, pero Eskkar la agarró y la detuvo. Ella intentó liberarse, pero él se lo impedía con su peso, aferrándola por las muñecas.

—Eres fuerte para ser una muchacha. Supongo que podríamos casarnos en el templo de Ishtar, una vez que Nicar selle tu libertad. Aunque estoy seguro de que serás una esposa terrible y tendré que golpearte con frecuencia.

Se inclinó para besarla, pero ella giró el rostro, resistiendo todavía, y él le besó el cuello y el cabello con suavidad, después la obligó a abrir las piernas, dejándole sentir su deseo contra su cuerpo. Finalmente ella permitió que la besara.

—Trella, no sé a qué se refiere la gente cuando habla de amor, pero estoy seguro de que te amo, y quiero que seas mi esposa. Lo juro por todos los dioses que hay en el cielo y bajo la tierra.

Su cuerpo lo había excitado. Ella dejó de forcejear y abrió aún más las piernas. Él la penetró con facilidad. Su cuerpo seguía húmedo gracias al encuentro anterior. Trella dio un largo suspiro de placer y lo rodeó, lentamente, con sus piernas.

—Supongo que podría casarme contigo. Necesitas a alguien que te cuide. —Lo abrazó, tensando de repente todos los músculos de su cuerpo y aferrándose a él con fuerza. Después de un momento se relajó, dejando que Eskkar se moviera en su interior—. Y nuestros hijos necesitarán el nombre de su padre.

—¿Niños? No había pensado en hijos. —Deslizó la mano hasta su cintura.

—Sí, amo —respondió Trella, volviendo a su papel de esclava—. Si hacemos el amor de este modo todas las noches, estoy segura de que los dioses pronto nos enviarán un niño. ¿O no se te había ocurrido?

La idea de dejarla embarazada lo excitó. Volvió a entrar en ella con más brío, moviéndose cada vez más rápido, hasta que ella gritó de placer.

Eskkar no respondió, pero siguió dentro de ella con toda su fuerza. Trella sintió cómo perdía el control de su cuerpo a la vez que se escuchaba a sí misma gemir. Él se contuvo, esperándola, mientras sus gemidos de placer aumentaban, y ella se tensó contra su sexo y gritó su nombre. Notó cómo Eskkar gemía y se derramaba, y una oleada de placer los recorrió hasta dejarlos exhaustos.

Él permaneció dentro de ella, sin moverse, un instante, hasta que ella casi no pudo respirar y tuvo que pedirle que saliera. Se mantuvieron abrazados largo rato, mientras el placer disminuía y recuperaba su capacidad para pensar.

Trella sintió que se estaba quedando dormido, por lo que levantó la voz para mantenerlo despierto.

—Me necesitas para que administre tu hogar, para asegurarme de que todo se haga como corresponde. Y habrá muchas tareas que realizar para que la aldea esté protegida. La casa de Drigo está lista para recibirnos. Podemos trasladarnos allí mañana. —Ella guardó silencio un momento—. Pero no me liberarás ni te casarás conmigo. Todavía no, aunque tu oferta me alegra mucho. En los próximos meses puedo serte más útil como esclava que como esposa. Esperaré. Cuando los bárbaros sean expulsados, entonces podrás darme la libertad, si todavía estás dispuesto.

—Nunca conocí a un esclavo que rechazara su libertad. ¿Y si cambio de idea?

Ella posó un dedo sobre sus labios.

—Todavía tengo tu moneda, amo. ¿O te has olvidado ya de tu palabra?

—Guarda tu moneda de oro, Trella, o devuélvemela en nuestra noche de bodas. Jamás renegaré de mi palabra. Ningún guerrero lo haría. —La besó con cansancio—. Y ahora, ¿puedo dormir un poco?

—No soy yo la que te mantiene despierto. En vez de trabajar para defender el poblado, te pasas gran parte del día y de la noche satisfaciendo tus apetitos. ¿A quién más le dijiste que querías liberarme?

—Sólo a Nicar, y él no se lo dirá a nadie. Me lo ha asegurado.

—Bien. Entonces mañana le contarás que has cambiado de idea y quieres esperar un poco. Ahora duerme.

Eskkar se dio la vuelta y cayó dormido al instante. Trella miró a la oscuridad, relajada pero alerta. Su cuerpo evocaba placenteramente los momentos de pasión, pero su mente volvía una y otra vez a la sorprendente oferta del capitán.

Le parecía increíble que un soldado, hasta hacía poco tan pobre que no podía costearse ni siquiera una túnica decente, estuviera dispuesto a renunciar a un presente tan caro. Ella no necesitaba que le concediera la libertad para demostrarle que la quería. Podía verlo en sus ojos, y lo sabía desde aquella primera mañana, cuando le había dado la moneda de oro.

De alguna manera, aquel regalo la había cambiado, había hecho que lo mirara de otro modo, y ahora veía en él muchas cualidades admirables que dulcificaban su tosquedad y sus hábitos de soldado. Su inesperada oferta la había sorprendido. Estaba segura de que, cuando reclamara su libertad, él se la otorgaría.

Sus pensamientos se dirigieron a Drigo y a su hijo. Eskkar había matado al hijo no sólo para provocar al padre sino porque el joven la había insultado. Cuando el muchacho le había pedido el vino, los ojos de Eskkar se endurecieron, y en ellos pudo ver al guerrero inmisericorde que llevaba en su interior. En un bárbaro, la sangre hierve enseguida, y el más mínimo insulto puede llevar a desenvainar las espadas y provocar la muerte en un instante.

El joven Drigo y su padre tendrían que haberse retirado en silencio. Si lo hubieran hecho, estarían vivos todavía y los nobles de Orak divididos en dos facciones, enfrentándose y creando confusión. Ahora el oro de Drigo sería utilizado para pagar la defensa de la aldea y los nobles estaban unidos en torno a Nicar.

Ningún hombre volvería a insultarla, pensó. Incluso Caldor se había comportado de forma educada aquella noche, manteniendo su mirada alejada, advertido, sin duda, por su padre. Nicar también se había mostrado cauto, viendo en Eskkar a un hombre nuevo, que ahora trataba con facilidad con gente como Corio y Rufus. El rico comerciante tendría sus propias preocupaciones sobre el futuro si los bárbaros eran derrotados. Pero primero Orak debía sobrevivir. Al igual que Nicar, ella procuraría hacer todo lo necesario para conseguir dicho objetivo.

Aceptar su libertad en ese momento sería un error. Mejor trabajar desde las sombras, tanto para Eskkar como para sí misma. Los errores de un esclavo podían ser fácilmente ignorados o ser considerados insignificantes, y podía necesitar esa excusa en cualquier momento. Trella había sido esclava durante sólo tres meses, tiempo más que suficiente para conocer la amarga realidad.

A diferencia de aquel que se vendía a sí mismo en servidumbre durante una o dos estaciones y era tratado, más o menos, como un sirviente, un esclavo se convertía en la propiedad de su amo el resto de su vida, sin derechos ni expectativas. Los traficantes de esclavos la habían golpeado un par de veces durante la primera semana, hasta que aprendió a obedecer. Un escalofrío la recorrió al imaginar lo que podían haberle hecho si no hubieran decidido pedir un precio más alto por su virginidad. A pesar de ello, la habían desnudado para su propio goce o para el de cualquier comprador potencial, que la había examinado igual que a un animal.

Nicar también la había mirado con lujuria y había verificado con sus manos su posesión. Sólo había visto en ella a una muchachita que podía utilizar para complacerlo. No, la vida de un esclavo era demasiado amarga para tolerarla. Trella había vivido muy bien en la casa de su padre y aprendido suficiente como para aceptar semejante destino. Con los bárbaros aproximándose, su condición e incluso la de Nicar significaban poco. Eskkar le había contado que el más desgraciado esclavo de la aldea llevaba una vida mejor que cualquier cautivo en las tiendas de los bárbaros.

Trella trató de alejar aquellos oscuros pensamientos. Quedaba mucho trabajo por delante, y el futuro era incierto, sin un camino claro frente a sí. Esperaría por su libertad.

Recordó lo que decía su padre: «Un buen jefe piensa seis meses por anticipado; un gran jefe, seis años». Meditó sobre aquellas palabras. Su amo no parecía acostumbrado a pensar más allá de unos días por adelantado. La necesitaría para guiarlo y planificar los próximos años. Aun así, a veces la sorprendía con ideas y planes respondiendo a sus interrogantes. Pero sólo cuando ella preguntaba. Podía ver que contaba con inteligencia, aunque nunca había aprendido a utilizarla.

Todo eso tendría que cambiar. Y tenía que comenzar de inmediato si ella y Eskkar iban a sobrevivir. Orak saldría victoriosa o fracasaría dependiendo de lo que ella y el capitán hicieran en los próximos meses. Sus destinos dependían de la resistencia del poblado. Aquellas ideas la sorprendieron. Habían cambiado con respecto a las de unos días atrás. Ahora ella quería no sólo que Eskkar saliera indemne, sino que, en los próximos años, ocupara el lugar que le correspondía como un noble poderoso.

Su padre había planeado que ella se integrara en una familia noble a través del matrimonio, y la había instruido intensamente para semejante papel. Había aprendido los misterios del comercio y de las negociaciones, del oro y la plata, de las granjas e incluso del bronce. Y cada noche su padre le comentaba los acontecimientos del día, le explicaba las opciones a las que se enfrentaban los jefes y las decisiones que tomaban. En el tiempo que pasó en casa de Nicar, no hubo nada que no entendiera.

El sueño de su padre había finalizado con su muerte. Ahora la amenaza bárbara se cernía sobre ella, poniéndola en grave peligro y brindándole una extraña oportunidad. Si la aldea resistía, Trella se convertiría en la esposa del capitán que había salvado Orak. La familia de Eskkar, los hijos que tuviera, vivirían y se harían poderosos. Él era un hombre fuerte. De su semilla saldrían muchos hijos.

Sintió que la primera oleada de sueño la invadía y sus pensamientos comenzaron a caer en el letargo. Su Casa tendría que ser rica y poderosa para protegerla a ella y a sus descendientes. Al pensar en los hijos, no pudo evitar elevar una oración a Ishtar. Diosa, dame un hijo, pero no todavía. Por favor, diosa, todavía no. Repitiendo la plegaria, se quedó dormida, acunada por los brazos de Eskkar.

***

A la mañana siguiente, Corio mandó un aviso a Eskkar de que debían posponer su encuentro hasta media tarde y lo convocó en su casa. Al capitán no le importó. Se sentía bien después de haber pasado la mañana en el campo de ejercicios y luego viendo cómo Gatus hacía trabajar a los soldados. A su segundo no había nada que le gustara más que transformar a hombres sudorosos en soldados.

Ninguno de los hombres había huido durante la noche, aunque todavía tenían muchos meses y oportunidades para hacerlo. Estaban de buen humor y parecían orgullosos ante el hecho de que Eskkar entrenara y practicara a su lado. La noticia de que, a partir de aquel día, Eskkar y Nicar comenzarían a incorporar nuevos hombres para aumentar la guarnición, había sido recibida con alegría por los soldados. La mayoría de los nuevos reclutas serían granjeros o pobladores expulsados de sus casas, o quizá hombres en busca de una nueva vida. Pero entre ellos habría también, sin duda, personas con espíritu de lucha.

Dos guardias acompañaron a Eskkar, Trella y Sisuthros a casa de Corio. Aquel despliegue de fuerzas tal vez no habría sido necesario, pero algunos de los seguidores de Drigo todavía permanecían en la aldea. Y muchos de los pobladores de Orak estaban descontentos con la orden de Eskkar de prohibir que se fueran.

La casa del constructor estaba situada al noreste del poblado. Tenía dos plantas y se levantaba tras una alta pared que la protegía de la ruidosa calle. Una maciza puerta de madera daba acceso al pequeño patio adornado con parterres de rosas, geranios y otras plantas que perfumaban el lugar. Una parte del jardín estaba pavimentada con cantos de río, amalgamados con una mezcla de barro endurecido y paja, resistente a la lluvia.

La asistencia de Sisuthros había sido idea de Trella. Cuando le preguntó a Eskkar cuál de sus subordinados era el más inteligente, había elegido a Sisuthros.

—Escoge a un hombre inteligente para trabajar con Corio cuando construya la muralla. Tú tendrás muchas otras cosas de que ocuparte.

El joven lugarteniente no parecía contento con la designación. Sisuthros quería luchar, no construir una muralla.

Ordenaron a la guardia que esperara en el jardín, mientras Eskkar, Trella y Sisuthros se introducían en el taller de Corio. En el interior, sentados a una larga mesa cubierta con una delgada tela de algodón, les esperaban Corio, sus dos hijos y sus ayudantes. Esta vez Trella se colocó a la izquierda de Eskkar, a su altura, para participar al mismo nivel en las negociaciones.

Corio parecía de buen humor, debido posiblemente al encuentro que había tenido ese mismo día con Nicar y que había confirmado el ascenso de su familia a la nobleza. Los saludó a todos y les presentó a sus hijos y aprendices. Eskkar observó cómo el maestro constructor los señalaba uno a uno con cuidado, incluido el más joven, honrando a cada uno en particular. Sus pechos se hincharon de orgullo a medida que mencionaba sus nombres.

Así se construye la lealtad, pensó el capitán, mostrando respeto a la propia gente frente a unos extraños. Quizá pudiera aprender de hombres como Corio y Nicar. Anotó mentalmente que tendría que recordar esta actitud cuando estuviera con sus hombres.

—Capitán de la guardia —comenzó Corio de manera formal—, ayer te dije que respondería a tu pregunta sobre la construcción de un muro para defender Orak. Mis hijos y yo hemos trabajado toda la noche y esta mañana para poder darte una respuesta.

Hizo un gesto a sus asistentes y éstos levantaron la tela de algodón de la mesa.

Trella contuvo el aliento, y Sisuthros golpeó sorprendido la empuñadura de su espada. Eskkar se quedó con la mirada fija. El mapa del día anterior se había convertido en una maqueta de Orak, pero de mayor tamaño, que mostraba la aldea y sus alrededores. Pequeños bloques de madera representaban las hileras de edificios; la empalizada estaba hecha con palitos y el río con piedrecillas verde pálido. La estructura tenía un metro y medio de largo por un metro de ancho. Listones delgados de madera pintada de verde eran las granjas. Corio iba señalando con su regla, mientras explicaba lo que significaba cada miniatura.

—Así es Orak hoy —continuó Corio—. Ahora lo transformaremos.

Como si fueran magos, sus hijos comenzaron a cambiarlo todo, eliminando algunas figuras y añadiendo otras. En unos momentos habían transformado la maqueta. Los pequeños bloques que representaban las casas y las granjas fuera de la empalizada desaparecieron, cubiertos por un paño verde. Un muro más alto formado por delgadas tiras de madera dispuestas verticalmente reemplazaba la empalizada original, ahora rodeada por una delgada cinta de algodón teñida de marrón que representaba el foso que Corio había propuesto. Los embarcaderos desaparecieron, y las puertas fueron sustituidas por otras hechas con trozos de madera más grandes.

—Se puede construir el muro, Eskkar. —Corio tocó, para dar más énfasis, la muralla de la maqueta con su regla—. La muralla tendrá cuatro metros y medio de alto en tres lados de la aldea y casi cinco a ambos lados de la puerta principal. Inundaremos las tierras bajas y, utilizando el agua de los pozos, como dijo Trella, mantendremos el foso frente a la muralla húmedo y cubierto de fango, según lo necesitemos. La distancia del fondo del foso a lo alto de la muralla será de casi ocho metros.

Reconocer la buena idea de un esclavo, y especialmente de un esclavo ajeno, era un cumplido poco habitual en un maestro.

—¿Y todo esto puede llevarse a cabo en cinco meses?

—Tendremos el tiempo justo, pero sí, creo que sí, siempre y cuando todos trabajen como has prometido. Debemos comenzar inmediatamente a reunir todo lo que necesitaremos, como madera del otro lado del río y de los bosques del Norte. Aquí crecen sólo sauces y álamos, y su madera es demasiado blanda y frágil para nuestros propósitos. Precisamos cientos de troncos de todos los tamaños, incluidos los más grandes, para la puerta principal, que mi hijo construirá. Tendrán que ser transportados por el río, en barcazas. Debemos enviar inmediatamente mensajeros y comerciantes para adquirirlos. Las piedras deben extraerse del lecho del río. Por suerte están cerca y hay cantidad suficiente. Después tendremos que delimitar una zona para fabricar los ladrillos que se secarán al sol en gran número. Tardan semanas en endurecerse adecuadamente, por lo que hay que comenzar enseguida. Necesitaremos todas las palas y herramientas para cavar que podamos encontrar así como arena de las colinas del Sur, carretas de arena. Y esclavos, por supuesto, para encargarse de las zanjas y los demás trabajos pesados.

—Entonces empezaremos mañana —dijo Eskkar, sin poder apartar los ojos de la maqueta de Orak, examinando dónde terminaba el muro y comenzaba el pantano. Se parecía mucho a lo que había imaginado desde la colina unos pocos días antes—. Debes mostrarle esto a Nicar y a las Familias. Estará satisfecho, estoy seguro.

Eskkar se dirigió a Sisuthros y lo cogió del brazo.

—Sisuthros, ya sabes lo que hay que hacer. Hará falta una mano firme para asegurarse de que lleguen las maderas, se reúnan las piedras y se fabriquen los ladrillos. Tanto esclavos como pobladores deben ser obligados a trabajar tan pronto como Corio esté listo y tendrán que seguir haciéndolo hasta que caigan exhaustos. Todos han de cumplir su parte, incluso las mujeres y los niños. No puede haber pobladores ocultos en sus cabañas mientras otros trabajan. Te daré diez soldados para empezar. Será una tarea difícil, pero estoy seguro de que la realizarás perfectamente.

El soldado asintió, fascinado por la maqueta e impaciente por hacerse cargo de la tarea que aquella misma mañana había querido rechazar.

—Así lo haré, capitán. Valdrá la pena ver las caras de los bárbaros cuando vean que el muro de Corio les bloquea el paso.

—Hay más todavía. Seguidme —dijo el constructor.

Corio salió del taller y se encaminó por un lateral del patio hasta donde lo esperaban dos aprendices.

—Estos jóvenes han construido una maqueta de la muralla, para que tengáis una idea de la escala que se está usando.

Utilizando barro del río, los muchachos habían construido una muralla, de un metro de alto y uno y medio de largo aproximadamente. En la parte exterior habían removido la tierra para representar el foso. Por el lado interior, una plataforma de madera se elevaba casi a la misma altura que la propia muralla.

Corio se agachó y señaló a un muñeco. La figura llevaba una pequeña espada de madera y había sido colocada en el foso, ante la muralla.

—Ésta es la altura de un hombre, de pie frente al muro. Necesitarán escalas muy largas para alcanzar la parte superior. —Cambió de posición y señaló al otro lado de la muralla—. Dentro de la muralla habrá muros de sostén cada seis metros, que soportarán el peso de las plataformas de defensa. Esa plataforma, que llamaremos parapeto, será construida con planchas de madera y estará un metro y medio por debajo del borde de la muralla y tendrá tres metros de ancho. Será lo suficientemente amplia para permitir que los hombres tensen un arco o usen una espada, o incluso para que otros puedan transitar por ella mientras se combate. El capitán se agachó junto a Corio.

—¿Qué altura tendrá el parapeto? —Eskkar se preguntaba cómo iban a subir y bajar los hombres de aquella plataforma. Otro detalle en el que no había pensado hasta entonces.

Uno de los aprendices sofocó la risa ante la ignorancia de Eskkar y recibió un golpe en el brazo con la regla que Corio tenía en la mano.

—Cierra la boca, muchacho.

El constructor pareció irritado, claramente avergonzado por aquella falta de cortesía. Todo el personal de Corio habría sido advertido de que no debían reírse o decir nada que pudiera ofender a los ignorantes soldados, y en particular a su bárbaro capitán, si alguno de ellos no era capaz de entender algo.

Pero Sisuthros hizo la misma pregunta.

—Sí, maestro Corio, ¿qué altura tendrá? Necesitaremos que los hombres suban y bajen rápidamente, y llevarán cargas pesadas. Además será preciso que haya un espacio libre en la base para que los hombres puedan moverse rápidamente de un punto a otro.

—El parapeto tendrá tres metros de alto. Pondremos rampas de madera o escalones en el interior para que los hombres puedan subir al muro. Usaremos poleas para levantar piedras que puedan arrojar sobre los invasores.

—Rampas de madera no, Corio —dijo Eskkar—. Nada que se queme con facilidad. Recibiremos constantemente flechas incendiarias por encima de la muralla. No quiero nada que pueda arder o hacer humo.

El fuego era siempre un peligro latente en la aldea, incluso en las mejores circunstancias. Las paredes de las casas podían estar construidas con barro del río, pero los techos eran una mezcla de telas, maderas o paja y ardían con facilidad. Los fuegos del hogar provocan incendios con frecuencia. Durante el asedio, si los pobladores detectaban humo, a muchos les entraría el pánico. Los defensores debían estar preparados contra el fuego y el humo, decidió Eskkar. Otro detalle más a considerar.

—Una buena observación —concedió Corio—. Construiremos todo usando el mínimo de madera indispensable.

—Maestro Corio, si me permites —comenzó Trella—, tal vez podamos cubrir todo lo que haya en el interior de las murallas y que pueda arder con una capa de barro. Y podemos hacer que las mujeres y los hombres más ancianos estén preparados con baldes con agua para extinguir cualquier fuego que se inicie. Pero, además de las flechas encendidas, ¿no se lanzarán también muchas flechas corrientes por encima de la muralla y hacia la propia aldea?

—Trella tiene razón —añadió Sisuthros—. Habrá una auténtica lluvia de flechas por todas partes. Quizá necesitemos refugiarnos en un lateral de la muralla. Puede que ése sea el lugar más seguro.

Corio asintió pensativo.

—Habrá muchas cosas que considerar en las próximas semanas. —Se puso de pie y se dirigió a Eskkar, que también se levantó—. Trabajaré junto a Sisuthros a partir de mañana. —El constructor le miró a los ojos—. Tendrás tu muralla, capitán. Ahora tienes que preocuparte de buscar suficientes hombres para defenderla.