Capítulo 21

Con las primeras luces del alba, Eskkar despachó a un jinete hacia Orak para llevar noticias de la victoria. También quería que Trella estuviera al tanto de la muerte de Mesilim y del efecto que había tenido en Subutai.

Los hombres pasaron la mañana enterrando a los muertos y cuidando a los heridos. El sol ya estaba alto cuando emprendieron el regreso, pero los largos días de verano les garantizaban algunas horas más de luz.

A los heridos que podían sostenerse se les habían dado caballos, mientras que un grupo de hombres se turnaba para transportar a los tres heridos incapaces de montar. Habían capturado treinta y dos caballos. Eskkar entregó treinta a los Ur-Nammu. El resto de las cabalgaduras de los Alur Meriki habían muerto en la batalla. Cada soldado contaba con su ración de carne de caballo; lo que había quedado de la granja había servido para alimentar el fuego y asar la carne.

Acamparon al oscurecer, y a la mañana siguiente volvieron a emprender la marcha tan pronto como salió el sol. Al comienzo de la tarde ya habían recorrido casi las tres cuartas partes del camino de vuelta y esperaban estar en Orak antes del ocaso. No quería apresurarse, aunque sus hombres caminaban más ligeros al no tener que cargar con los incómodos y pesados escudos.

Tampoco llevaban víveres. Lo que quedaba lo habían terminado con el desayuno. Pero no iban a morir de hambre por saltarse una comida.

El sol había comenzado a caer cuando un jinete apareció sobre la colina, espoleando a un animal agotado hacia la columna de soldados.

Subutai avanzó con Eskkar, aunque sólo diez de sus jinetes lo acompañaban. Los otros se habían quedado en el valle, custodiando a los caballos y descansando. El capitán vio acercarse a aquel hombre, con su caballo cubierto de sudor y extenuado. Detuvo la columna, desmontó, se sentó en el suelo y le indicó al jinete que hiciera lo mismo. El resto de sus hombres, deseosos de escuchar las últimas noticias, se reunió alrededor, olvidando por un momento toda disciplina.

—Capitán, me envía Trella. Pide que te avise de que los bárbaros han sido avistados. —El hombre hizo una pausa para recuperar el aliento—. Una columna importante llegó hace dos días desde el Sur. Contamos más de cien jinetes. Ahora vigilan la aldea.

—¿Ha intentado alguno de ellos cruzar el río? —El agua estaba baja, y un buen nadador quizá no tuviera problema.

—No, capitán. Hay agua en abundancia en las granjas, así que no necesitan el río.

Y tampoco querrían llamar la atención, pensó Eskkar.

—¿Alguna otra cosa?

—Sí, capitán. La señora Trella llegará en unas horas. Ha cruzado el Tigris conmigo y con las mujeres barbar… las mujeres y los niños que los guerreros dejaron en el poblado. Dijo que quería sacarlos de Orak antes de que el enemigo les impidiera la salida.

¡Trella en camino hacia ellos! Bueno, un grupo pequeño de hombres y mujeres que cruzara el río no levantaría sospechas. No importaba. No correría ningún riesgo en esta orilla.

—¡Gatus! Que los hombres se pongan en marcha y apresuren el paso. No quiero que Trella esté caminando campo a través con un grupo de mujeres. Avanzaremos hasta encontrarnos con ella.

—Capitán, la acompañan cuatro soldados —dijo el mensajero—. Sisuthros quería enviar más, pero ella dijo que llamarían demasiado la atención.

Cuatro o cuarenta serían lo mismo. Eskkar no descansaría hasta verla a salvo de regreso en Orak. Se subió a su caballo y marcó el rumbo a trote rápido, lo cual hizo que sus hombres gruñeran mientras intentaban mantener el ritmo y seguirle el paso.

Una vez más Subutai se le acercó.

—Tal vez debiera adelantarme, Eskkar, para comprobar que Trella está segura.

El capitán pareció considerar su ofrecimiento durante unos instantes.

—No, es mejor que sigas a mi lado. Los hombres que la custodian podrían sorprenderse si ven que se les acercan guerreros.

—Estaría dispuesto a arriesgarme. Podríamos darles aviso, decirles quiénes somos. Nuestras mujeres nos reconocerían.

—Podría ser peligroso. Quédate conmigo. Los alcanzaremos en una hora, o dos a lo sumo.

—Y si mi caballo saliera repentinamente al galope, ¿qué harías?

Por primera vez Eskkar se volvió y miró cuidadosamente al hombre que tenía a su lado. Examinó al nuevo jefe de Ur-Nammu con detenimiento y meditó sus palabras antes de responderle.

—En la aldea, Subutai, muchos hombres miran a Trella con deseo, y estoy seguro de que alguno de ellos me rebanaría el cuello si pensara que eso le ayudaría a conquistarla. Pero algo así nunca sucedería en Orak. Todo el poblado se alzaría en armas y castigaría a quien quisiera tomarla por la fuerza. —Su voz se endureció—. Pero aquí cualquier hombre con un caballo puede apresar a una cautiva; recuerdo un refrán de mi clan: «No le confíes a ningún hombre tu mujer, sobre todo a tu hermano o a tu amigo». El guerrero que hay en mí ve peligros en todas partes, y no voy a correr ningún riesgo en lo que respecta a su seguridad.

Subutai consideró las palabras de Eskkar.

—No te preocupes. Cabalgaré a tu lado hasta que los encontremos. —Después de un instante añadió—: Aunque creo que has aprendido mucho de tu mujer.

—Ella tiene muchas máximas, tantas que a veces la cabeza me da vueltas. Una de ellas es que siempre hay que intentar ponerse en el lugar del otro para entenderlo desde dentro. A veces no es sencillo, pero con frecuencia es útil para comprender a los demás. Ahora eres el jefe de tu clan. Si has de convertirte en un gran jefe, el tiempo lo dirá. Pero quizá ese consejo te resulte valioso también a ti.

Marcharon en silencio unos cien pasos antes de que Subutai volviera a hablar.

—He pensado en ello. Para mí ha sido una gran tentación. Pero sabía que primero tendría que matarte. Después de todo lo que hiciste por mi gente, me conformo con recibir su sabiduría. Pero no olvides tu instinto. Mantén siempre un ojo vigilante sobre ella.

—Ésa es una lección que ya he aprendido. Ahora hablemos del futuro.

La luna no había salido todavía cuando llegaron a la cima de una pequeña colina y vieron dos antorchas brillando en la lejanía. Momentos después la comitiva de Trella los vio y saludó con las antorchas.

Los hombres gruñeron aliviados cuando vieron al grupo que procedía de Orak. Caminaban sin descanso desde hacía tres horas. El poblado ya estaba cerca, a dos o tres horas a paso lento. Trella no se había alejado mucho. Venía acompañada de las mujeres y niños Ur-Nammu, además de gran cantidad de provisiones.

Eskkar galopó hacia las antorchas tan pronto como las avistó. Desmontó de un salto y la cogió en brazos con tanta fuerza que le quitó el aliento.

—No deberías haber abandonado Orak. Ha sido una temeridad. Podrían haberte atacado por el camino. Todavía no estás recuperada de tu herida.

Ella lo miró bajo la luz de la antorcha.

—Orak está sólo a pocos kilómetros. Pero el paso puede ser bloqueado en cualquier momento. No quería quedarme sola al otro lado del río, lejos de ti.

—Ya hablaremos después de eso. Ahora tenemos que ocuparnos de Subutai. Espero que tengas más influencia con él y sus mujeres de la que tengo yo.

Le contó los pormenores de la batalla en el valle, la muerte de Mesilim y los planes de Subutai. Mientras hablaban, llegó Gatus con sus hombres. Los soldados prepararon una pequeña hoguera y se sentaron en torno a Eskkar y Trella. Bebieron el agua que les quedaba y descansaron. El capitán contó a su esposa sus impresiones sobre la nueva situación y escuchó con cuidado sus respuestas.

Después enviaron a buscar a Subutai. Estaba con su esposa y su hija, escuchando lo que las mujeres del clan le contaban y examinando las provisiones y regalos que Trella les había dado. Todo sería de gran ayuda para los Ur-Nammu en los próximos meses.

Eskkar hizo que sus guardias se alejaran un poco para poder hacer el círculo más grande, quedando él con Trella en el centro. Entonces Subutai y sus hombres se sumaron a ellos con sus mujeres, aunque aquélla no fuese su costumbre. Pero aquellas circunstancias eran también extraordinarias. Con sólo cinco mujeres para treinta hombres, ellas tendrían mucho que decir sobre sus destinos.

Eskkar observó cómo Subutai miraba a Trella, que se sentó sobre un árbol caído que uno de los soldados había acercado. No sabía cómo lo hacía, pero su esposa aparecía noble y deseable al mismo tiempo, incluso con su sencillo vestido de viaje. Tal vez era el resplandor de la fogata y de las antorchas en su rostro lo que le daba aquel aspecto. Tenía una presencia indiscutible, de la que era consciente y se preocupaba en fomentar.

Cuando los Ur-Nammu tomaron asiento, con sus mujeres detrás de los hombres, Eskkar comenzó a hablar.

—Nuestros dos pueblos han luchado juntos contra el enemigo común, no una vez, sino dos, y en ambas ocasiones ha sido derrotado. Ahora Subutai volverá con los suyos de regreso a sus tierras, al norte del río Enratus. Cuando los Alur Meriki sean vencidos y expulsados de Orak, nuestra gente permanecerá en el Sur. De ese modo, nuestros dos pueblos vivirán en paz. —Le hizo un gesto a Trella—. Trella y yo hemos ofrecido al jefe Subutai nuestra ayuda en todo lo que nos sea posible.

Hizo entonces un gesto al muchacho, que debía hablar a continuación.

—Señora Trella —comenzó Subutai, adoptando todas las formalidades—, te agradecemos la ayuda otorgada a nuestras mujeres e hijos. Nos has hecho muchos regalos de alimentos y vestidos, así como herramientas y medicinas. Nos avergüenza no tener nada para poder corresponderte. Somos muy pocos para luchar contra Alur Meriki. Conocemos tu sabiduría, y por eso mi pueblo te pide consejo.

Eskkar imaginó que Subutai dudaba de que Trella tuviera consejo alguno que ofrecerle. Pero la muchacha había plantado aquella semilla en sus mujeres incluso antes de que dejaran la aldea y sin duda la habían tenido en cuenta en las conversaciones que habría tenido Subutai con su gente hacía unos instantes.

—Somos nosotros los que estamos en deuda contigo, jefe Subutai. —La suave voz de Trella flotó en el aire de la noche como la música de un laúd. No se escuchaba otro sonido en el círculo, salvo el crepitar de las llamas y los susurros de los traductores. Nadie quería perderse el más mínimo detalle de sus palabras—. Sin tu ayuda no habríamos conseguido la victoria hace dos días y los Alur Meriki contarían con una gran fuerza en la retaguardia de Orak. Pero un gran desafío aparece ahora ante ti: la necesidad de regresar a tu hogar y reconstruir tu pueblo. Es algo que debes hacer rápidamente, o arriesgarte a ser dominado por otro clan. Necesitarás más mujeres para que tus hombres te den hijos, y precisarás herramientas y alimentos antes de poder mantenerte por ti solo. Es posible que Eskkar y yo podamos ayudarte en eso.

Eskkar sonrió por el atolladero en el que Trella había colocado a Subutai. Se había ofrecido a ayudarlo a reconstruir su pueblo, pero él tendría que pedírselo, y esto le haría estar en deuda con ella. Si la rechazaba, alguno de sus hombres comenzarían a dudar de su liderazgo, especialmente si sus ideas eran dignas de tener en cuenta.

Subutai se dio cuenta de la situación rápidamente. Tenía que solicitar ayuda y examinar sus sugerencias con seriedad.

—Señora Trella, si tienes alguna idea de cómo ayudar a mi gente, te pedimos que nos la digas.

—Nada es seguro, jefe Subutai —respondió ella—. Nos enfrentamos a una gran batalla contra tu enemigo, y es posible que no sobrevivamos. Pero si lo hacemos, y si los Alur Meriki son expulsados, las tierras por donde hayan pasado estarán sumidas en el caos y la confusión. Habrá muchos hombres sin amo y sin tierra que no dudarían en matar y destruir lo que quedara de Alur Meriki. Incluso entre los tuyos, habrá muchos clanes de las estepas vagabundeando por estas tierras. Se enfrentarán entre sí y contra los soldados que Orak envíe para proteger a nuestros campesinos y pastores. Ya hay pequeños grupos de gente de las estepas en la orilla oeste del Tigris, rumbo al Norte, tratando de evitar a los Alur Meriki mientras se apoderan de todo lo que encuentran a su paso. —Eskkar vio que Subutai prestaba atención a las palabras de Trella. Hasta ahora no había dicho nada que no supieran—. Si lo deseas —continuó—, podríamos hablar con esos grupos, o ir tú mismo hacia el Sur a su encuentro, y reunirlos en un nuevo clan, en tu tierra, con una tregua entre tu gente y los hombres de los poblados y granjas. Con suministros y mercancías de Orak para comerciar, la vida en las tierras del Norte podría ser más fácil. Orak te proporcionaría oro, y tú sólo tendrías que vigilar las montañas y avisarnos de cualquier peligro. Podrías cambiar la información por lo que necesitaras. Todo lo que te pedimos es que no ataques las tierras al sur del Enratus.

Eskkar vio que Subutai lo estaba considerando, del mismo modo que lo había hecho él cuando Trella se lo propuso. La confusión generada por Alur Meriki había dado lugar a muchos grupos de hombres sin hogar. Si reunía a todos esos grupos dispersos en un solo clan, tal vez pudiera reconstruir la tribu en meses en lugar de en años.

—Aun así necesitaríamos mujeres como esposas para nuestros hombres, señora Trella. No será fácil encontrarlas, y sin ellas Ur-Nammu se vería disminuido.

—Mi esposo te ha dicho el modo en que podrías obtener muchas mujeres, capturándolas a Alur Meriki cuando se intensifique su ataque contra nosotros. Estarán ocupados y desprevenidos, por lo que no tendrás problema en apresar todas las que quieras.

—Aunque Alur Meriki sea derrotado al pie de tu muralla, perseguirá al que se atreva a raptar a sus mujeres. —Subutai hablaba con seguridad. Sin duda había pensado mucho en un ataque semejante. Su padre podía haber estado dispuesto a arriesgarse, con tal de llevar muerte y vergüenza a Alur Meriki, pero él no—. Si nos sobrecargáramos de cautivos, nos alcanzarían rápidamente y nos aniquilarían.

Eskkar tomó la palabra.

—Subutai, con un buen plan pueden conseguirse muchas cosas. Hemos visto con qué facilidad Alur Meriki puede ser derrotado cuando todo está planificado por adelantado. Ahora tienes muchos caballos, más de los que te hacen falta, incluso más de los que puedas conducir sin problemas de regreso a las montañas. El ataque podría limitarse a capturar a las mujeres y subirlas a los caballos. Si se planeara con cuidado, podrías tener cuerdas preparadas para atar a las mujeres a los caballos y antorchas para quemar todo lo posible en el campamento. Si tus hombres no pierden tiempo luchando, podrías escapar de inmediato. Tendrías caballos suficientes para cabalgar hasta agotarlos porque tienes monturas de repuesto; Alur Meriki te perseguiría con animales cansados. Cuando cambiaras a un segundo grupo de caballos, se quedarían muy rezagados, corriendo el peligro de quedar separados del grupo principal de la tribu. Tendrían que regresar, y los pocos que continuaran podrías vencerlos y matarlos con facilidad.

Algunos hombres no dejarían nunca de perseguirlos. Serían aquellos para quienes sus mujeres o hijas fueran importantes. Pero la mayoría regresaría al ver que no había una posibilidad de venganza rápida o de saqueo. Habría suficientes viudas en el campamento principal después de la batalla de Orak. Y serían más fáciles de conseguir que perseguir a un grupo de audaces Ur-Nammu hacia el Norte.

—Un ataque planeado tan cuidadosamente sería poco arriesgado y tendría buenas posibilidades de éxito —insistió Trella—. Y un jefe inteligente consideraría a las nuevas mujeres como esposas, no como esclavas. Si fueran tratadas mejor que cuando estaban con los Alur Meriki, pronto secarían sus lágrimas y verían con admiración a sus nuevos esposos. —Se dirigió a las mujeres—. Para que vuestro clan sobreviva, tendríais que aceptar a estas nuevas cautivas como iguales, no como concubinas, y tratarlas amistosamente, no a golpes. De este modo, sus hijos y los vuestros crecerían como hermanos.

El fuego se había extinguido. Nadie se molestó en avivarlo, por lo que Eskkar cogió unos leños y los echó sobre las brasas. Otros hicieron lo mismo, y durante un momento todos se concentraron en la hoguera, lo que le dio a Subutai tiempo para pensar. Cuando Eskkar volvió a sentarse, todos guardaron silencio de nuevo.

—Me habéis dado mucho en que pensar —dijo cauto Subutai—. Y como pago a vuestra ayuda, ¿sólo pides que ataquemos a Alur Meriki cuando la batalla alcance su máxima intensidad?

—Sí —respondió Eskkar, un tanto apresuradamente, por lo que luego tardó un tiempo en proseguir—. Es posible que tu ayuda no sea necesaria para derrotarlos, o que ellos nos destruyan. Pero en el punto culminante del combate, tu ofensiva puede suponer una distracción y provocar un cambio de rumbo.

Subutai respiró hondo y apretó los labios.

—Tenía la esperanza de que hubiéramos abandonado la lucha durante un tiempo. Ahora tenemos que decidir si hemos de arriesgarnos en otra batalla.

—Jefe Subutai, nosotros también tenemos una batalla más que emprender —respondió Eskkar—. Pero siempre habrá una por delante. Cada estación nos trae nuevos desafíos. Lo importante es tener presente qué combates harán crecer a tu pueblo y cuáles son los que no proporcionan ganancia alguna, sino que acrecientan el odio.

Aunque fue el capitán quien se expresó así, las ideas eran de Trella. Habían hablado muchas veces acerca del futuro, de cuando Alur Meriki fuera derrotado.

Subutai se puso de pie e hizo una reverencia. Su gente hizo lo mismo.

—Me pides que cambie las costumbres de mi pueblo, y eso no es fácil de conseguir. Pero consideraremos tus palabras.

Se retiró al lugar en el que estaban reunidos los suyos, seguido de sus guerreros y sus mujeres. Al poco rato, encendieron una pequeña hoguera y se congregaron a su alrededor.

—¿Crees que aceptará? —preguntó Eskkar a Trella en un susurro mientras le pasaba un brazo por los hombros.

—Oh, sí. No tiene alternativa. Las mujeres se lo harán ver. Saben que si la tribu no prospera, pronto estarán muertas o cautivas. Y quieren las cosas que pueden conseguir en Orak para que sus vidas sean más placenteras.

Apoyó la cabeza en el hombro de Eskkar.

—Me enfadé cuando supe que habías dejado Orak —murmuró él—. Pero ahora estoy contento de que hayas venido. Había intentado convencer a Subutai pero no había encontrado la forma de hacerlo. Aunque conseguí que cambiara de idea respecto a convertirte en su cautiva. —Sonrió ante el gesto de confusión de Trella—. No te preocupes. Te lo contaré todo cuando lleguemos a casa. Ahora descansa. Partimos para Orak y para la gran batalla dentro de una hora.

***

Dos horas después de la medianoche, Eskkar y Trella descendían de la barcaza en la orilla este del Tigris. Al bajar, un grupo de barqueros y soldados comenzó a tirar de las sogas, enviándola de vuelta al lado opuesto. El ruido que hacían a causa del esfuerzo resonaba sobre las aguas, que amplificaban hasta el más leve sonido.

Pero no podían hacer nada por evitarlo. Y serían necesarios cuatro viajes más para trasladarlos a todos, incluidos los caballos, de regreso a Orak. Así que sus hombres correrían peligro algunas horas más.

Sisuthros esperaba ansioso en el embarcadero. Una expresión de alivio se reflejó en su rostro al verlos sanos y salvos. Una vez en el poblado, Eskkar, Trella y Sisuthros se dirigieron rápidamente hacia la casa. En la estancia de trabajo de Eskkar los esperaban Corio y Nicar. En la mesa habían servido una cena fría, agua y vino; dos lámparas iluminaban la habitación.

—Por Ishtar que nos alegra volver a veros —comenzó excitadamente Sisuthros—. A los pobladores casi les entra el pánico por la ausencia de ambos. Un día más y la mitad hubiera tratado de cruzar el río para ir a vuestro encuentro.

—¿Han llegado los bárbaros? —preguntó Eskkar mientras agarraba una pata de pollo y le daba un mordisco.

—Sí, el gran grupo que arrasó el territorio sur llegó hace dos días. Nuestros exploradores tuvieron que regresar apresuradamente. Ahora están acampados a unos tres kilómetros, en la granja del viejo Gudea y sus hijos. Él y su familia están furiosos de que hayan elegido su casa. Desde la muralla llegamos a ver a unos cien hombres, pero hay por lo menos el doble.

—¿Y el grupo principal? ¿Hay alguna novedad?

—Nada en los últimos días, pero no deben de estar demasiado lejos. Ahora estamos encerrados aquí. No hemos enviado patrullas hacia el Norte desde tu partida. Es posible que la fuerza principal se instale a unos kilómetros de aquí en dos o tres días. —La tensión en su voz era palpable—. ¿Habéis ganado la batalla?

—Arrasamos. Perdimos sólo ocho hombres, aunque uno de los heridos murió en el viaje de regreso. Pero los setenta y tres bárbaros fueron aniquilados, y los caballos que sobrevivieron se los dimos a los Ur-Nammu. Pasará por lo menos una semana, tal vez más, hasta que los Alur Meriki empiecen a preguntarse dónde están los guerreros que enviaron al otro lado del Tigris. —Eskkar sonrió amargamente—. Ahora contamos con noventa y nueve veteranos más para apostar en la muralla, hombres que saben que los bárbaros pueden ser derrotados.

—¿Y los Ur-Nammu? —preguntó Corio—. ¿Nos ayudarán en el combate?

Eskkar se encogió de hombros.

—No estoy seguro. Su jefe murió en la batalla y su hijo es quien toma las decisiones ahora. Pero Trella hizo lo posible por convencerlo. Puede que nos presten algo de apoyo.

—No queríamos que Trella saliera a vuestro encuentro —dijo Nicar, mirando a la muchacha mientras hablaba—. Sabíamos que te enfurecerías. Pero insistió y no hubo nada que pudiéramos hacer para impedírselo.

—Ahora ya no importa, puesto que ambos han regresado a salvo —replicó Corio—. Hay que prepararse para el primer ataque. ¿Cuándo crees que lo harán?

—Tan pronto como llegue su jefe —respondió Eskkar—. Querrá ver el primer combate, y probablemente acompañará a sus guerreros en la ofensiva. Pero no dejará el campamento principal desprotegido. Así que mañana o pasado nos atacarán.

Nicar se levantó.

—Debemos dejarles que duerman un poco. Están cansados y necesitan recuperarse.

Los demás asintieron, dieron las buenas noches y se fueron a sus camas en busca de unas pocas horas de sueño. Eskkar los acompañó a la salida. Cuando se fueron, volvió al cuarto de trabajo y encontró a Trella sentada a la mesa. Había apagado una de las lámparas para ahorrar aceite.

—¿No estás cansada? —Se sentó a su lado—. ¿Hay algo que desees comentar?

—Todo está a punto de comenzar. —Hablaba en voz baja, con la mirada fija en la mesa—. Quiero decir, todo lo que hemos planeado, edificado y entrenado… todo eso ha terminado. Ahora comenzará el combate.

Tardó un momento en comprender sus palabras.

—Sí, así es la guerra. Todos los preliminares han concluido, y ahora la suerte o los dioses deciden tu destino. Nos hemos preparado lo mejor que hemos podido. Ahora las espadas y las flechas decidirán si vivimos o morimos. Todas nuestras decisiones y opciones estarán a la vista de todos.

La muchacha se dirigió hacia Eskkar.

—¡No temes al mañana! ¿Por qué, de repente, tengo miedo? Hasta ahora no estaba asustada.

—Todos los hombres tienen miedo en su primera batalla, Trella. Cuando esperábamos a los Alur Meriki allá en el valle, el miedo era tan espeso que estaba seguro de que nos podían oler a trescientos pasos de distancia. A los hombres les castañeteaban los dientes y les temblaban las manos. Pero cuando comienza el combate, no hay lugar para el miedo. Ésta es tu primera batalla. No te preocupes por esos pensamientos. —La noche anterior a un combate, todo hombre debía enfrentarse a sus temores. Algunos temían el golpe de la espada, otros las flechas o las lanzas, y la mayoría estaban preocupados por su propio valor. Se dio cuenta de que una mujer podía tener los mismos sentimientos—. De todos modos, ahora no tenemos escapatoria posible.

—¿Y la muerte? ¡Mañana por la noche podríamos estar muertos!

Aquello era más probable de lo que imaginaba. La atrajo hacia sí desde la silla a su regazo, abrazándola mientras ella le rodeaba el cuello con los brazos con todas sus fuerzas.

—Todos los hombres temen a la muerte, pero yo he peleado toda mi vida, y debería haber muerto ya muchas veces. Ahora sólo temo perderte. —La besó en el cabello y en el cuello, y luego hizo que le mirara—. Cuando estabas sentada en el fuego frente a Subutai, parecías y hablabas como una diosa bajada del cielo. Todos los hombres del campamento me envidiaron cuando me acosté a tu lado a descansar, y estoy seguro de que muchos hubieran querido estar en mi lugar, con sus manos sobre tu cuerpo.

Volvió a besarla y esta vez ella le correspondió, aunque las lágrimas le rodaban por las mejillas y el cuerpo le temblaba al intentar contenerlas.

—Yo sólo soy una niña asustada, que pretende ser sabia, porque eso es lo que necesita la gente. Ahora todo lo que quiero es que me lleves lejos, a algún lugar donde no haya cinco mil bárbaros que quieran matarnos.

Le sonrió.

—No, ya es tarde. Quizá antes podríamos haberlo hecho. Pero yo no quiero hacerlo. Tú eres inteligente y te preocupas por mucha gente, y mereces algo más que la dura vida de la mujer de un soldado. Aquí eres… serás… una reina en Orak, y todos los hombres conocerán tu sabiduría y tu belleza.

Trella se acomodó en su regazo mientras intentaba abrazarlo aún más fuerte; de pronto él se sintió excitado ante su contacto, por el calor de su cuerpo o por el temor a la posibilidad de morir al día siguiente.

La cogió en brazos y la llevó hasta la habitación a oscuras.

—Ahora necesito que me ames, que me des fuerza para los días que se avecinan.

La sentó en la cama y la ayudó a quitarse el vestido, ya que parecía demasiado débil para hacerlo por sí sola, y luego la recostó cuidadosamente. Cuando se deslizó bajo las sábanas, ella se acercó a sus brazos y hundió el rostro en su cuello, por lo que apenas pudo oír sus palabras.

—Dame tu fuerza, Eskkar, y seré fuerte para ti siempre.