Capítulo 7
Una hora más tarde, Eskkar abrió la puerta y salió al patio. El guardia seguía en su puesto. Gatus se había unido a él y ambos estaban sentados bajo un árbol. Por la expresión en el rostro del viejo soldado, el capitán supuso que su alegría estaba a punto de desvanecerse.
—¿Qué sucede, Gatus?
—¿Podemos hablar en privado, capitán? —preguntó mirando hacia la casa.
Trella estaba levantada y vestida, pero la habitación todavía olía a sexo.
—Sí, vayamos a la taberna a buscar algo de comida y cerveza.
Se le había abierto el apetito, y lo que antiguamente era un lujo ahora carecía de importancia. Comenzó a caminar, con Gatus a su lado. Pasó por alto las tabernas más baratas, cercanas a los barracones, y se dirigió a una más pequeña, a dos calles de distancia, poco frecuentada por los soldados. En aquel lugar, el vino y la cerveza eran bastante aceptables, y si uno quería algo más que pan, iban a buscarlo a los vendedores vecinos.
El posadero intentó sentar a sus clientes cerca de la puerta, de modo que todos los transeúntes pudieran verlos. Pero Eskkar eligió un rincón oscuro y le hizo saber al dueño que quería privacidad, además de pan y algo de cerveza. Eskkar ahora poseía oro, pero no tenía pensado gastárselo en bebida.
—Bien, Gatus —comenzó tras tomar un largo trago de cerveza—. ¿Qué nuevo problema tenemos?
—Los hombres. Mientras tú te dedicas a los placeres, ellos están sin dirección, preocupados por los bárbaros. —Se detuvo y tomó un sorbo de cerveza—. Saben que no son suficientes para resistir a los invasores, ni siquiera con una muralla. Necesitas hablar con ellos. Algunos se están preparando para huir como Ariamus. Lo veo en sus ojos. Cuando los observo me dan la espalda. Tienes que decirles algo pronto o se marcharán.
La mano de Eskkar apretó la jarra de cerveza al oír a Gatus mencionar el tiempo que pasaba con Trella, pero se relajó de inmediato. No podía enfadarse con él por eso. Cuando Ariamus perdía horas, o incluso días enteros, sus entretenimientos irritaban a todos los que le necesitaban, incluido Eskkar. Además Gatus contaba con la confianza de los hombres. Si decía que había un problema, era cierto. De otro modo, lo habría resuelto por sí mismo.
Una semana antes, Eskkar se habría ido furioso de la taberna, habría regresado a los barracones y habría comenzado a romper cráneos. Pero aquella solución hoy no funcionaría, sobre todo con la amenaza de los bárbaros a las puertas. Ahora necesitaba a los soldados más de lo que ellos lo necesitaban a él.
Sin ellos, cualquier muro sería inútil. Peor aún, la muralla nunca sería construida si a los soldados no les obligaban a realizar el trabajo. Eskkar se quedó sentado, pensando, haciendo una lista de lo que podía hacer y decir. Se le ocurrieron algunas ideas, que examinó con más cuidado de lo que solía hacer habitualmente. Tal vez Trella tuviera razón. Antes de hablar o actuar, debía pensar todo detenidamente.
Siguieron sentados en silencio.
—¿Qué ha dicho Corio? —preguntó finalmente Gatus cuando terminó su cerveza—. ¿Podrá construir la muralla a tiempo?
Eskkar le contó su conversación con el constructor.
—Ahora que sabes tanto como yo, concentrémonos en los hombres. Quiero que hagas lo siguiente.
Enumeró a Gatus una serie de cosas que necesitaba hacer. Cuando terminó, el viejo soldado sonrió, se apoyó contra la rugosa pared de piedra y pidió más cerveza.
Dos horas más tarde, después de haber hecho algunos preparativos y de contarle a Trella sus planes, el capitán se dirigió a la zona de entrenamiento de los barracones. Gatus había reunido a todos los hombres, dejando sólo un centinela en cada puerta. Eskkar vestía un faldellín de lino que mostraba su pecho desnudo. Llevaba en la mano su espada larga.
Gatus, Jalen, Bantor y Sisuthros esperaban juntos frente a sus hombres. Dos mantas, a sus pies, ocultaban algo. Detrás de ellos habían colocado una carreta alta, con cuatro ruedas grandes y sólidas.
—Sentaos, en dos filas —gruñó Eskkar. Contó veintisiete hombres. Al menos nadie se había escapado todavía, aunque el día aún no había terminado. Los miró uno por uno, mientras caminaba ante la formación.
—Vosotros, montón de estiércol, vais a ayudarme a derrotar a los bárbaros. Y lo haréis entrenando a los cientos de pobladores y de hombres que acudirán a Orak en los próximos meses. Pero antes de que podáis hacerlo, vosotros mismos tendréis que recibir la instrucción adecuada, y nosotros —señaló con la espada a Gatus y a los otros— vamos a dárosla, empezando hoy mismo.
Vio cómo lo miraban y se movían un poco. Pero no dijeron nada, demostrando haber aprendido dos reglas básicas de los soldados: no presentarse nunca voluntario y no ser el primero en hacer una pregunta.
—Veo que tenéis dudas —dijo Eskkar con una sonrisa—. Bueno, está bien. Tal vez podríamos hacer una apuesta. A vosotros os gusta apostar, ¿no? Imaginémonos que soy un fiero bárbaro guerrero. Gatus, ven aquí. —El soldado obedeció la orden, desenvainó su espada corta y se colocó ante Eskkar, a unos diez pasos de distancia—. Ahora, apostemos. El bárbaro contra Gatus. —El capitán hizo girar su espada en el aire. Era casi el doble de larga que las armas usadas por los soldados—. ¿Quién será el vencedor?
Todos guardaron silencio, así que les gritó.
—¡Contestadme, perros! ¿Quién será el vencedor?
Esta vez respondieron entre murmullos, decantándose por él.
Esperó un momento.
—Así que nadie piensa que el soldado puede ganar. ¿Y por qué no? —Los provocó hasta que escuchó la respuesta que estaba buscando—. Con la espada más larga, le puedo herir antes de que se me acerque. —Los miró fijamente—. ¿O acaso no puedo? ¡Jalen!
Gatus dio un paso atrás. Jalen buscó algo bajo la manta, se puso un grueso chaleco de cuero y levantó un macizo escudo de madera reforzado con dos gruesas bandas de cobre. Tras deslizar los brazos entre las cintas de cuero, desenfundó su espada y se encaminó con aire desafiante hacia Eskkar, levantando el escudo a la altura de los ojos. El arma corta, que hasta ese momento había parecido tan insignificante, se presentaba ahora mucho más amenazadora.
Eskkar, instintivamente, se echó hacia atrás, a la vez que levantaba su espada antes de que Jalen se detuviera a diez pasos de él.
—Bien, ahora volvamos a apostar. ¿El bárbaro o Jalen? ¿Quién vencerá ahora?
Transcurrido un instante, la mayoría comenzó a gritar el nombre de Jalen.
—¿Por qué habéis cambiado de idea? El escudo le da la ventaja, ¿no? Ahora la espada larga del bárbaro ya no es tan peligrosa. En cambio la espada corta, protegida, es mortal. Jalen se puede acercar al bárbaro, resguardarse de los golpes de su arma con su escudo y matarlo con facilidad.
Uno de los hombres gritó:
—Los bárbaros no pelean a pie. Usan sus caballos como escudos.
—Ah, veo que tenemos aquí a un jefe —señaló Eskkar, y volvió a hacerle un gesto a Gatus.
El capitán se llevó los dedos a los labios y emitió un agudo silbido y, de inmediato, un muchacho de establo se acercó con rapidez, trayendo un caballo. Eskkar saltó sobre el animal y levantó su espada. El caballo se alzó sobre sus patas traseras, nervioso, obligando a Eskkar a apretar las rodillas y tirar con fuerza de las riendas para sostenerse.
Mientras tanto, Gatus había arrastrado un poste de entrenamiento, un tronco de un metro y medio de alto que colocó sobre otro bloque de madera enterrado en el suelo, para sostenerlo. En un extremo situó un melón que había traído del mercado.
Eskkar se alejó a una cierta distancia con el caballo y luego lanzó al animal a la carrera hacia el poste, lanzando un grito de guerra bárbaro que actuó como acicate sobre el excitado animal. Al aproximarse velozmente al poste, el capitán se inclinó y dio un golpe seco con su espada, haciendo estallar el melón y partiendo al mismo tiempo el madero, mientras pasaba al galope entre una nube de tierra y trozos de fruta.
Regresó lentamente, hablándole al caballo para calmarlo y sonriendo para sus adentros, porque le había costado un poco acertar al melón. Se detuvo ante sus hombres.
—¿Quién quiere enfrentarse al bárbaro y su caballo? —Nadie respondió—. Vamos, os daré incluso un caballo, aunque os advierto que tendréis ventaja si lucháis a pie. ¿Nadie se atreve?
Los miró, riéndose. Se volvió hacia Gatus y le hizo otra señal. Esta vez Gatus y Bantor saltaron sobre la carreta y dispusieron flechas y arcos, aunque no los tensaron. Los dos hombres se colocaron hombro con hombro de pie sobre el carro.
—Ahora, ¿por quién apostaríais? ¿Por el bárbaro a caballo o por los hombres con los arcos preparados sobre la muralla? Porque eso será lo que los bárbaros van a encontrarse cuando lleguen a Orak. Sólo que la muralla tendrá ocho metros de alto. Enséñales, Jalen.
Jalen y Sisuthros fueron corriendo hasta el fondo de los barracones y volvieron con dos troncos unidos por los extremos con una soga. Jalen colocó uno de los extremos en el suelo, asegurándolo con su pie, mientras Sisuthros comenzaba a elevar la otra punta, jadeando por el esfuerzo, hasta llegar al lado de Jalen y el travesaño quedó sostenido por los dos hombres verticalmente.
—Estos troncos miden ocho metros. Cuando los bárbaros se encuentren debajo, sus espadas y sus caballos serán inútiles. —Acercó su caballo hasta los troncos para que pudieran ver la diferencia de alturas, tratando de tranquilizar al animal, nervioso ante semejante objeto balanceándose por encima de su cabeza—. Imaginaos de pie sobre ese muro, lanzándole flechas a los bárbaros y a sus caballos. Ahora, ¿por quién apostaríais?
Observó a sus hombres, boquiabiertos, y esperó a que comprendieran lo que quería decirles. Uno de ellos exclamó:
—Capitán, los bárbaros también tienen arcos. Pueden acertar a los hombres que estén encima del muro.
Las palabras habían sido pronunciadas por Alexar, el que también había hecho la primera pregunta.
—Ah, veo que nuestro jefe es inteligente —contestó Eskkar mientras desmontaba. Caminó hacia la carreta, extendió el brazo para agarrar el arco y la flecha que le tendía Bantor y luego regresó a donde estaban sus hombres—. Éste es el arco que usan los bárbaros —explicó como si fuera el primero que veían en su vida—. Es corto, porque tiene que ser disparado desde un caballo a galope. Es curvo, porque debe proporcionar impulso suficiente. Este arco está hecho con tres tipos de maderas, pegadas, y reforzado con cuerno. A un artesano le lleva seis meses construir un arma como ésta.
Eskkar sabía que la mayoría de sus hombres no tenía ni idea del esfuerzo que se requería para elaborar un arco, ni cuántos eran desechados o se rompían durante el proceso.
Alzó la flecha.
—Esta flecha es corta porque tiene que caber en el arco y ser transportada en el caballo. La punta puede estar hecha de hueso endurecido o bronce. No pesa casi nada. —La lanzó al aire varias veces, para que pudieran ver lo ligera que era, y luego la colocó en el arco. Giró hasta ponerse frente a la carreta, tensó el arco y disparó. La flecha se clavó en una de las gruesas ruedas—. Con un arco como éste, incluso el más lento de los bárbaros puede lanzar entre diez y quince flechas por minuto.
Lo supieran sus soldados o no, aquél era un número de proyectiles impresionante para cualquier grupo de hombres, puesto que un grupo de cincuenta jinetes podía llegar a lanzar quinientas flechas por minuto, y cada uno de ellos transportaba unas cuarenta o cincuenta flechas.
Los bárbaros podían vaciar sus carcajs y diezmar completamente a un grupo de hombres cinco veces más numeroso que ellos. Podían infligir enormes bajas entre sus indefensos oponentes, arrasando sus filas y volviéndolos presa fácil para el ataque final con lanza y espada.
—Pero el alcance de esta flecha es de menos de cien pasos si ha de dar en el blanco. Unas cuantas pueden ser mortales a unos ciento cincuenta pasos. —Eskkar dejó que reflexionaran sobre sus palabras—. A corta distancia, la flecha es mortal. Más allá de los cien pasos, no puede perforar ni la coraza ni el escudo. A doscientos pasos o más, casi no tiene fuerza, y no atravesaría ni siquiera un chaleco de cuero. La mayoría de vosotros sabéis cómo usar un arco. Incluso Forno —señaló al que había dado muerte al guardia de Naxos—, al menos cuando está sobrio, puede ensartar a un hombre con una flecha a cincuenta pasos. Nuestros arcos serán más largos y fuertes y utilizarán flechas más pesadas, lo suficiente como para matar a un hombre a doscientos pasos a menos que tenga una coraza de bronce. Y puesto que nuestros arcos no tienen que ser pequeños y compactos, podemos construirlos en menos de tres meses. —En su rostro apareció una sonrisa implacable—. Entonces, seréis vosotros los encargados de enseñar al resto todos los secretos de la lucha con arco, lanza y espada corta. El maestro constructor Corio nos construirá la muralla que rodeará la mayor parte de Orak. Nosotros desmantelaremos el resto de la aldea e inundaremos los terrenos circundantes. Obligaremos a los bárbaros a acercarse a nosotros por la puerta principal y los mataremos con flechas desde el muro. A partir de mañana, todos vosotros os ejercitaréis tres horas al día con arco y flechas. Gatus y Forno dirigirán la instrucción. —Miró a su segundo en el mando, que hizo un gesto de asentimiento—. En tres meses quiero que cada uno de vosotros sea capaz de arrancarle los ojos a un hombre a doscientos pasos. Cuando el muro esté listo, marcaremos las distancias sobre el terreno, para que podáis tener una referencia.
Los hombres le escuchaban con mucha atención, y casi podía leer sus pensamientos en las expresiones de sus rostros. Pensaban que era posible que aquello funcionara. Les estaba dando algo en lo que creer y que los mantendría en sus puestos en los próximos meses. Mientras pensaran que tenían opciones, se quedarían.
—Cuando podáis lanzar por lo menos diez flechas por minuto, de pie sobre el muro, con corazas de cuero y eligiendo los blancos, seréis capaces de hacer a los bárbaros lo que ellos suelen hacer a los demás. Arrasaréis sus filas y mataréis a cientos de ellos. Recordad que un caballo es un blanco enorme. Si lo matáis o herís, caerá su jinete, y cuando esto sucede, puede perder su arco y sus flechas, su espada o su valor, aunque no se rompa la crisma. En cinco meses espero tener entre trescientos y cuatrocientos arqueros, bien preparados, para defender la muralla, y los restantes hombres y mujeres de Orak listos para ayudarnos. Tendremos comida y agua, mientras que los bárbaros no encontrarán ningún alimento fuera de la aldea. Cuando ya no puedan resistir el hambre, seguirán su camino. Tengo otras sorpresas preparadas para ellos, pero no quiero llenaros la cabeza con demasiadas cosas a la vez. Pero recordad, cuando las flechas comiencen a volar, yo estaré de pie en el muro, junto a vosotros. Mañana comenzará nuestra instrucción. Yo me entrenaré con vosotros. A medida que vayan llegando los hombres, empezaréis a trabajar con ellos de la misma forma que Gatus y Forno os han enseñado a vosotros. —Vio la duda en sus rostros—. Ah, no os preocupéis. Vendrán muchos hombres huyendo de los bárbaros; hombres cuyas familias han sido asesinadas, cansados de escapar cada varios años. Incluso ahora hay docenas de ellos en el poblado buscando una oportunidad para vengarse. Cuando sepan que estamos decididos a combatir, se unirán a nosotros. —Se detuvo, como si estuviera sopesando sus palabras, y miró a sus hombres uno por uno—. Podemos vencer a los bárbaros si peleamos a nuestro modo. Yo sé cómo luchan y también sé que pueden ser derrotados. Y seréis vosotros los encargados de hacerlo. A menos que prefiráis huir a pelear. —Dejó aquella idea flotando en el aire durante un instante—. A partir de hoy, la paga mensual se duplica y recibiréis mejor comida. Mañana cobraréis vuestro dinero, y obtendréis una gratificación cuando hayamos expulsado a los bárbaros.
Sin duda, Nicar podía hacerse cargo fácilmente de una suma tan pequeña, ahora que contaba con el oro de Drigo.
Aquel comentario provocó entre los soldados una algarabía de júbilo, como había previsto. Esperó a que reinara de nuevo el silencio.
—A partir de mañana, trabajaréis duro, os entrenaréis para la defensa del poblado. Los mejores se convertirán en jefes de grupos de diez hombres y recibirán mejor paga por ello. —Endureció entonces su voz, para hacerse comprender mejor—. Pero si no os esforzáis, no me molestaré ni siquiera en mataros. —Guardó silencio un momento—. Seréis expulsados de Orak y os dejaré a merced de los bárbaros. —Miró hacia el sol que se ocultaba—. Gatus, llévate a estos aprendices de soldado a la taberna, dales de comer y un poco de cerveza. Pero no demasiada. Mañana empezaremos al amanecer.
Eskkar se alejó, pensando que él también tendría que presentarse, al menos durante los próximos días. Podía ejercitarse con la espada y el arco. Quedarse sentado en los barracones había debilitado sus músculos y no se sentía preparado para enfrentarse a una lucha cuerpo a cuerpo. Matar a estúpidos como Naxos y Drigo era sencillo, pero los endurecidos guerreros de Alur Meriki eran otra cosa.
Al doblar la esquina se encontró con Trella, que le estaba esperando. Detrás de ella había más de una docena de mujeres y un grupo de niños y perros.
—Los mantuve a distancia, amo, como ordenaste —dijo levantando la voz para que todos la oyeran—. Podían resultar un estorbo y distraer a los soldados.
Él abrió los ojos sorprendido. Las mujeres de los barracones casi no obedecían a sus hombres, y mucho menos a la esclava de otro. Sin embargo, ella se las había arreglado, imponiendo su voluntad sobre aquellas mujeres que le doblaban la edad o el tamaño. Algunas de ellas comenzaron a hacer comentarios groseros sobre los atributos de Eskkar, y éste se sintió agradecido, aunque se abstuvo de decirlo, de que Trella las hubiera mantenido a distancia.
—Muy bien, Trella. Ven conmigo.
Hizo un gesto cortés de saludo a las mujeres, que ya se estaban dirigiendo al campo de entrenamiento, impacientes por saber lo que el destino les tenía reservado a sus hombres.
—Tenemos que prepararnos para la cena de esta noche. Debes lavarte y vestirte —le dijo Trella arrugando la nariz—. Hueles como un caballo.
Nicar había invitado a Eskkar a cenar a su casa. Si la invitación incluía o no a Trella poco importaba, puesto que había decidido que lo acompañara.
—Sí, seguro que sí. Pero antes de cenar, quiero ver a los constructores de arcos y flechas del poblado. He hecho una serie de promesas con respecto a esas armas y tengo que asegurarme de que serán cumplidas.
Al volver a su alojamiento, le pidió al centinela que hiciera venir a los artesanos en una hora. Después, Eskkar y Trella fueron hasta el río a bañarse, separándose al llegar a las áreas reservadas para hombres y mujeres. Tras un rápido baño, Eskkar se secó y esperó hasta que apareció la muchacha, con su cabello mojado y enredado, pero brillando bajo el sol del ocaso. Sus ojos se detuvieron en su vestido, que se pegaba a su cuerpo húmedo, y lamentó haber convocado a los artesanos. La cogió de la mano, ignorando la sonrisa de los pobladores ante aquel gesto, y regresaron caminando a los barracones.
Cuando llamaron a la puerta, Eskkar acababa de colgarse la espada. Dos hombres, de aspecto muy diferente, se encontraban en la entrada. El maestro arquero, Rufus, era un anciano encorvado, de cabello gris largo y enredado y dientes amarillentos. Vestía una túnica sucia, salpicada de manchas de diversos colores, y su piel estaba impregnada con el olor de las colas y resinas usadas en su profesión.
El constructor de flechas era mucho más alto, y su túnica limpia indicaba que se trataba de un artesano próspero. Tenía exceso de peso, lo que venía a demostrar que la fabricación de flechas era más lucrativa que ser soldado, aunque eso podía decirse de cualquier actividad, incluso del trabajo de la tierra. Se llamaba Tevana y era, principalmente, un carpintero especializado en construir herramientas, instrumentos pequeños y una gran variedad de objetos para los artesanos locales. Como negocio suplementario, Tevana había estado fabricando flechas para los soldados durante años. Eskkar lo conocía de vista pero jamás había hablado con él.
Tevana habló primero, con una voz profunda y agradable, tras hacer una reverencia a Eskkar y echar una rápida ojeada a Trella.
—Buenas tardes, capitán.
Rufus, el arquero, no hizo reverencia alguna.
—Tu llamada ha interrumpido mi trabajo y no quiero perder el tiempo hablando. ¿Qué es tan importante que no puede esperar a mañana? —Su tono era de irritación.
Eskkar había tratado dos veces con Rufus, una para recoger unos arcos y otra para quejarse cuando una de las armas se rompió al cabo de unos días. La primera vez había sido ignorado y la segunda se había reído en su cara, porque Rufus no garantizaba su trabajo. «Después de todo, ¿cómo sé el uso que le dará algún imbécil cuando salga de mi taller? Podría utilizarlo para remachar un clavo o hacer un pozo. Cuando lo hice, estaba perfectamente, me han pagado por él, y el resto no me incumbe», le había dicho en aquella ocasión. Eskkar tuvo que informar a Ariamus de que había fracasado en su intento de conseguir un arco nuevo.
—Por favor, sentaos. Trae algo de vino para nuestros invitados, Trella. —Eskkar mantuvo la voz tranquila y resistió el impulso de sacar la espada y hacer volar la cabeza de Rufus. El viejo fabricaba los mejores arcos no sólo de Orak sino de toda la región. Ahora sus hijos y aprendices hacían la mayor parte del trabajo, pero su reputación era impresionante.
Los tres hombres se sentaron y Trella les sirvió vino y a continuación ocupó su lugar en un banco detrás de Eskkar. Rufus le arrancó prácticamente la copa de la mano a la muchacha y se bebió de golpe la mitad; luego miró al capitán de una manera que parecía indicar que no le había gustado demasiado. Una vez más la mano con la que Eskkar empuñaba la espada se movió nerviosa ante el insulto.
—Gracias, capitán —dijo Tevana después de dar un sorbo—. ¿En qué podemos ayudarte?
—No voy a haceros perder demasiado tiempo, Rufus —comenzó Eskkar—. Esta noche me reúno con Nicar. Pero primero quería hacerle saber lo que necesito lo antes posible. Los bárbaros se están aproximando y necesitaré arcos y flechas para enfrentarme a ellos.
—Creo que necesitarás algo más para detener a los bárbaros —dijo Rufus con una risa cascada que volvió a tentar a Eskkar a desenvainar su espada—. Pero puedo venderte todos los arcos que necesites, si puedes pagarlos.
—Bien, Rufus, me agrada oír eso. —Si el viejo imbécil iba a adoptar semejante actitud, que así fuera—. Trella, dile a Rufus y a Tevana lo que necesitamos.
La joven acercó su banco a la mesa.
—Mi amo desea cuatrocientos arcos, todos de metro y medio de largo y capaces de perforar corazas de cuero a doscientos pasos. En cuanto a las flechas, necesitaremos cien mil flechas de guerra, además de diez mil flechas para prácticas, todas adecuadamente preparadas y con puntas de bronce. —Las flechas podían tener cualquier tipo de punta, aunque se prefería el hueso endurecido o el bronce. La punta de hueso podía penetrar más profundamente, pero la de bronce dejaba una herida más dañina y era más difícil de extraer—. Y, por supuesto, mi amo necesitará el resto de los materiales: cuerdas para los arcos, argollas y protectores de muñeca.
La copa de vino de Tevana quedó a un centímetro de sus labios, mientras Rufus se reía a carcajadas, golpeando la mesa con su mano y haciendo tanto ruido que incluso el otro artesano lo miró irritado.
El constructor de flechas fue el primero en recuperar la voz.
—Capitán, eso es imposible. Nadie ha pedido hasta ahora semejante cantidad de flechas, ¡y con la punta de bronce! Eso significa, por lo menos, tres, o quizá cuatro toneladas de bronce. Y después está la madera, las plumas, la cola. No podría fabricar tantas…
Rufus se inclinó hacia delante, interrumpiéndole y acercando su rostro al del capitán.
—Si hubieras pedido cincuenta arcos, tal vez podría fabricarlos, pero cuatrocientos… Ni siquiera lo voy a intentar. —Cogió su copa y la vació de un trago; luego se la alcanzó a Trella y le exigió más con la mirada, dando, aparentemente, por concluida su conversación con Eskkar.
Éste levantó la mano cuando Trella iba a acercar la jarra de vino.
—Basta de vino para el maestro Rufus. Todavía tenemos muchos asuntos que discutir.
—No conmigo —respondió Rufus mientras se ponía de pie y se dirigía hacia la puerta—. Me vuelvo a mi taller antes de que se haga de noche.
Eskkar levantó la voz.
—¡Guardia! —En el exterior, el centinela se puso firme y colocó su lanza en posición mientras se acercaba a la puerta—. Si el maestro Rufus trata de salir, mátalo.
Se oyó el zumbido de la lanza cortando el aire al cambiar a posición de ataque. La delgada punta de bronce se aproximó a un palmo del estrecho pecho de Rufus, que estaba de pie en la entrada. Miró el arma. Luego volvió al interior de la habitación.
—No puedes amenazarme, Eskkar.
—No te estoy amenazando, sólo estoy diciéndote lo que va a suceder. Si cruzas el umbral, serás atravesado por la lanza. Ahora vuelve a la mesa y siéntate. Tenemos mucho que discutir y poco tiempo.
El arquero se sentó.
—No me asustas. Me quejaré a Nicar y a las Cinco Familias.
Eskkar sacudió la cabeza. El anciano debía de estar senil o no se había enterado muy bien de los acontecimientos del día anterior.
—Por si no lo sabes, las cosas han cambiado en Orak. ¿Acaso crees que puedes decirle a las Cinco Familias que estás demasiado ocupado para construir arcos? ¿Te consideras demasiado importante para trabajar en la defensa de Orak?
—No me importa, estoy pensando en irme de la aldea. No voy a arriesgar mi vida para intentar detener a los bárbaros. Nada puede detenerlos. Busca a otro que te construya los arcos.
—Si quieres irte, Rufus, puedes hacerlo. Te acompañaré a la puerta yo mismo, en este momento si tú quieres. Pero tu familia se queda en Orak y vivirá y morirá junto al resto de nosotros. Tal vez no escucharas ayer a Nicar. Dijo que nadie se iba sin su permiso. Pero por ti haré una excepción. Estoy seguro de que tus hijos y tus aprendices estarán contentos de verte marchar. Obviamente estás ya muy viejo para seguir siendo el maestro arquero.
Vio cómo el rostro de Rufus palidecía a medida que comprendía lo que le había dicho.
—No puedes obligarme a quedarme. Soy un hombre libre y un maestro artesano. Tengo derecho a marcharme si quiero. Además, es imposible construir tantos arcos en cinco meses.
—No he dicho que tuvieras que construirlos todos tú, Rufus. Busca a otros que lo hagan. Ésa es la razón de que os haya llamado a ti y a Tevana hoy. Ambos debéis encontrar la forma de satisfacer mis demandas. Madera, cobre, bronce, cuerdas, plumas, pegamentos, herramientas, artesanos cualificados, todo lo que necesitéis. Si no podéis hacer el trabajo vosotros solos, encontrad a otros que os ayuden. Enviad mensajeros a las otras aldeas a lo largo del río. Y tú debes hacer lo mismo, Tevana. Si no puedes fabricar las flechas tú solo, contrata a otros, o cómpraselas. Nicar arreglará el pago. Así que sugiero que volváis a casa y empecéis a planificar el modo de cumplir mi encargo.
Los dos hombres se miraron pero no dijeron nada.
Se escuchó entonces la voz de Trella.
—Amo, me pediste que te recordara la cuestión de la calidad de los materiales.
—Ah, sí, por supuesto. No penséis que se trata de pegar unas maderas y decir que son arcos. Tienen que ser perfectos. Nuestras vidas dependerán de ellos, y no quiero más de un arco roto por cada cincuenta entregados. Lo mismo sucederá con las flechas. Los fustes deben ser rectos y de una pieza, con sus correspondientes plumas y puntas, y todos del mismo tamaño y peso. No quiero que haya diferencias que provoquen que mis arqueros puedan errar el blanco.
—Amo, ¿deseas discutir el pago ahora? —agregó la chica.
Demonios, se había olvidado del oro, siempre el factor más importante cuando se conversaba con comerciantes. Se apartó un poco de la mesa.
—El pago. Sí, debemos discutirlo. Rufus, pagaremos el precio que cobres por un arco de la mejor calidad. Pero, además, por cada veinte arcos que entregues, te pagaremos veinticinco. Y tendrás una gratificación de veinte monedas de oro cuando los bárbaros hayan sido expulsados. Y para ti, Tevana, será lo mismo. Por cada veinte flechas, te serán pagadas veinticinco. Pero serás responsable personalmente de su calidad, sin importar quién las haga. Las vidas de mis hombres dependerán de lo bien que se deslicen y de la profundidad con que entren en el blanco. Si la calidad de las armas no es perfecta, no dudaré en arrancaros la cabeza.
—¿Y obtendré la misma recompensa —preguntó Tevana con lentitud, con una sombra codiciosa en su rostro— si los bárbaros son derrotados?
Eskkar entendió aquel gesto. Tevana salía beneficiado con aquel arreglo, puesto que era mucho más sencillo construir una flecha que un arco.
—Obtendrás lo mismo. Yo necesito las armas, y a cambio vosotros os enriqueceréis. Y cuando esto termine, os convertiréis en los héroes de Orak, los hombres que construyeron las armas que salvaron el poblado.
—Amo, tenemos que marcharnos o llegaremos tarde.
—Sí —dijo Eskkar—, y ahora podemos comunicarle a Nicar la buena noticia de que ya ha comenzado la fabricación de nuestras armas. —Sonrió a los hombres—. ¿Y a qué hora tendrán que volver mañana estos admirables artesanos para discutir sus planes para la fabricación u obtención de arcos y flechas?
—Una hora después del mediodía, amo —contestó Trella—. Si los objetivos no están claros, podemos trabajar juntos para resolver todas las dudas.
—Ah sí, me olvidaba. Trella trabajará con vosotros para asegurarnos de que todo sea correcto, incluida la fecha de entrega, y para que consigáis todos los elementos y materiales que podáis necesitar. Trabajaréis con ella del mismo modo que lo haríais conmigo o con Nicar. Descubriréis que tiene una mente prodigiosa para los detalles. Ella os ayudará en todo lo que preciséis; no perdáis el tiempo intentando engañarla. Sería perjudicial para vuestra salud. —Se levantó, dándose cuenta de que había caído la noche. Con toda seguridad llegarían tarde—. Buenas noches, Rufus, Tevana. Quedo a la espera de oír cómo planificaréis el trabajo. —El centinela continuaba de pie en la entrada. Éste lo había oído todo y difundiría, por todas partes, las noticias sobre cómo Eskkar había tratado a Rufus—. Guardia, el maestro arquero puede retirarse.
Cuando se marcharon, Eskkar pasó su brazo por el hombro de Trella.
—Creo que no tendrás problemas con ellos. Pero si los tuvieras, házmelo saber.
Sintió cómo la cabeza de Trella se reclinaba sobre su hombro.
—No debería haber problemas, amo. Pero se me ha ocurrido que podríamos hablar con alguien más. El encargado del embarcadero.
—¿El encargado del embarcadero? ¿Para qué? —Aquel hombre se ocupaba de los seis postes de amarras que permitían sujetar las barcazas del río y a los esclavos cargar y descargar todo lo que llegaba. También coordinaba el transporte de mercancías que entraban y salían de Orak y su distribución.
—Le dijiste a Rufus que era libre para marcharse, siempre que lo hiciera él solo, pero únicamente mencionaste la ruta terrestre. Sería fácil para cualquiera de los dos artesanos arreglar una huida en barca. Ellos, junto a sus familias, podrían partir incluso antes de que lo supiéramos.
Frunció el ceño y se dio cuenta de que ella tenía razón. Él había subido a un bote sólo una vez, y era una experiencia que no deseaba repetir.
—Eso significará que habrá que colocar vigilancia en el muelle, supongo. Y, además, tendremos que hablar con todos los capitanes de las barcazas. —Necesitaba más hombres, prestar más atención a los detalles, y más tiempo, del que no disponía. Suspiró.
—Arregla para mañana una reunión con el encargado del embarcadero y con Bantor.
Eskkar la miró a los ojos y se sintió profundamente feliz.
—Ahora vayamos a ver a Nicar. Piensa en lo contenta que se pondrá Creta al verte y tenerte como invitada a su mesa. Estoy seguro de que tendréis mucho de que hablar.