Capítulo 18
Eskkar encontró a Trella vestida, sentada en un banco, peinándose. Sólo había transcurrido una semana desde que la habían herido y ya había prescindido de los cuidados de Ventor o de cualquier otra persona de la casa. Eskkar se encontraba a la entrada del dormitorio. El rostro de la muchacha estaba pálido, por la herida o por el confinamiento en el interior de la casa. Tenía que moverse con lentitud para evitar que se aflojaran los vendajes, pero aparte de eso, tenía bastante buen aspecto. Los jóvenes sanan rápidamente. Ella apenas había pasado su decimoquinta estación.
El capitán disfrutaba observando cómo se peinaba. Quizá porque su cabellera era uno de sus dones más hermosos, o porque, evidentemente, Trella disfrutaba haciéndolo. Ella vio su reflejo en el pequeño espejo de plata y sonrió, pero continuó con la mirada decidida. No volvería a la cama.
Cuando intentó cambiar de mano, Eskkar vio que un gesto de dolor le ensombrecía el rostro. Se acercó a ella y le quitó el peine.
—Deja que te ayude. No querrás arriesgarte a que se vuelva a abrir la herida.
Le gustaba peinarla, aunque fuese torpemente, usando una mano para alisar la ondulada cabellera. Nunca había peinado a una mujer, pensaba que era indigno de un hombre. Ahora no le preocupaba absolutamente nada lo que pudieran pensar de él.
—No serás una buena sierva, Eskkar —le dijo, sonriéndole para mostrar su agradecimiento—. Le diré a Annok-sur que termine.
—Mis manos son torpes —admitió, mientras dejaba a un lado el peine—. Pero no deberías haber salido de la cama. El curandero dijo…
—Ya he oído a Ventor. Estaba ahí cuando lo dijo. Pero la herida está cerrada, y no es necesario que siga en la cama como una vieja. Además, tengo un regalo para ti.
—¿Un regalo? —Los presentes eran poco habituales entre los pobladores, pero aún menos entre los bárbaros—. ¿Qué clase de regalo?
No pudo evitar que su voz delatara interés.
—Uno que te gustará. Te lo iba a dejar sobre la mesa cuando volvieras a casa esta noche, pero ahora tendrás que buscarlo tú mismo. Está debajo de la cama.
Sorprendido, se agachó. Al principio no vio nada, las sombras se mezclaban con la oscura tela. Tan pronto como lo tocó, supo lo que era, tiró de ello y luego lo desenvolvió. Una magnífica espada de bronce brillaba sobre una negra tela.
Alzó el arma hacia la luz y la giró en todas las direcciones, sorprendido por su peso y por la manera en que parecía fundirse con su mano. Nunca había visto una espada semejante, de tan fina forja que parecía un solo filo de la punta a la empuñadura. El bronce parecía más oscuro de lo habitual, excepto en el filo, en donde la rueda del afilador le había otorgado un pulido que reflejaba la luz del sol.
La empuñadura, forrada de madera y trenzada con resistentes tiras de cuero para mejorar el agarre, era más larga y ancha que las que él conocía, para equilibrar mejor el peso del arma. El remate, una simple bola de bronce, parecía lo bastante macizo como para partir un cráneo. Sus ojos se fijaron en el filo. Aunque era más ancha y maciza que su antigua espada, pesaba menos, con un centro acanalado para que se escurriera la sangre. El guardamano también era distinto, con una tira de metal en ángulo, diseñado para proteger la mano, pero lo suficientemente plano como para permitir cargar el arma con comodidad sobre la espalda.
—Por los dioses, Trella. Jamás había visto un trabajo de forja semejante. ¿De dónde procede? ¿Cuánto te ha costado?
Hizo un par de fintas con la espada. Un arma para un jinete, más para cortar que para embestir.
Trella le sonrió, como una madre que mira a su hijo con un juguete nuevo.
—El maestro Asmar la fabricó, aquí en Orak. ¿Recuerdas tu reunión con él?
La recordaba claramente. Habían convocado a aquel artesano para pedirle armas para Orak. Para su vergüenza, Eskkar descubrió que sabía menos de fundición que de arcos y flechas. No tenía ni idea de que las armas de bronce eran un descubrimiento reciente, un método de trabajar los metales que tenía menos de cien años.
Asmar había lanzado un suspiro, y luego le explicó que con la aparición del bronce, la espada se había convertido en el arma preferida del guerrero, reemplazando a la maza o el hacha. Antes, las espadas estaban hechas de cobre. Pero eran muy blandas, perdían el filo y tendían a romperse, así que los soldados continuaron usando armas más seguras. El bronce lo había cambiado todo. Como era un metal mucho más duro, se mantenía afilado, y un filo de bronce podía cortar sin problemas una espada de cobre.
Las dagas y los cuchillos, como no se utilizaban contra otras armas metálicas, siguieron fabricándose con cobre. Pero las espadas de este material eran en aquellos tiempos una rareza.
El modo en que se descubrían los yacimientos, se extraían y convertían en metal, cómo se forjaba, se batía y finalmente se le daba forma, constituía un misterio para Eskkar. No sabía que el bronce sólo podía fabricarse mediante la combinación de precisas cantidades de cobre y estaño, y que estos elementos requerían el esfuerzo de muchos esclavos para extraerlos de las vetas ocultas bajo la tierra. Los dos materiales, cada uno por su lado, blandos y flexibles, podían entonces fundirse y combinarse. La aleación metálica resultante era después vertida en un molde en donde se enfriaba con la forma deseada, endureciéndose en el proceso, hasta convertirse en un metal mucho más fuerte que cualquiera de sus elementos originales.
—Sí, me acuerdo de Asmar. Recuerdo que pasé todo el día escuchándole y viéndole hacer su mágico trabajo, para que la próxima vez que alguien me hablara de fabricar espadas yo entendiera lo que estaba diciendo.
Después de aquel encuentro, el capitán se prometió que nunca más consideraría simple el oficio de ningún artesano. Había aprendido algo más que el misterio del bronce.
—Esta espada parece haber sido forjada para mi mano. ¿De dónde ha sacado Asmar el tiempo para elaborar esta arma tan extraordinaria?
El artesano y su familia trabajaban día y noche, con frecuencia a la luz de sus forjas, para construir todas las espadas, puntas de lanza, cabezas de flecha y hachas de guerra que Orak necesitaba. Todos los días el humo de sus fraguas se elevaba hacia el cielo, mientras él y sus ayudantes fabricaban armas.
Sus hachas de guerra, más sencillas de hacer y más baratas, eran las preferidas de muchos combatientes. Con su sencillo filo de bronce unido a un mango de madera, serían muy útiles para defender la ciudad. Mientras que se tardaban meses en aprender a manejar una espada, se podía entrenar a un campesino en el manejo del hacha en unos pocos días.
—Le pedí que te hiciera una nueva espada —respondió Trella—, adecuada para el hombre que salvaría Orak. Me dijo que ya había comenzado a trabajar en una de excelente calidad, pero que le llevaría muchos meses y sería muy cara. Discutimos sobre el precio, pero finalmente redujo sus exigencias.
Trella siempre podía conseguir una rebaja en los precios. Eskkar volvió a sopesar la espada, y ardía en deseos de probarla durante los entrenamientos. Pero recordó sus buenos modales.
—Este obsequio es la cosa de más valor que he poseído nunca, y no tengo palabras para expresar mi gratitud.
Su sonrisa se desvaneció.
—El precio que he pagado no será suficiente si te salva la vida. Llévala contigo cuando cruces el río. Por eso te la doy hoy, para que puedas probar su fuerza. Pero no olvides que una espada no es nada, y que siempre se puede hacer otra. No cometas una tontería creyendo que te hará invencible. Es sólo un pedazo de metal. Pero si te ayuda a volver sano y salvo, habrá cumplido su único cometido.
Eskkar asintió, recordando a quienes habían muerto porque se habían encariñado demasiado con una u otra arma.
—La usaré con buen juicio, Trella.
Dejó el arma sobre la cama y cogió a la muchacha en brazos.
—Ahora, ¿cómo puedo darte las gracias? Tal vez puedas volver a la cama, como te ordenó el curandero, y yo podría mostrarte cuánto aprecio tu regalo.
—No creo que descansara demasiado, y hay mucho que hacer. Además, yo creí que te pondrías contento al verme levantada.
Trella volvió a la mesa y se sentó.
—Me gustas más en la cama —le dijo mientras le acariciaba el cuello con la mano y le masajeaba los hombros—. Hablas mucho menos y me das mucho más placer con tus gemidos y esos gritos capaces de despertar a los muertos.
Trella se recostó contra él, con la cabeza apoyada en su cadera.
—Si lo deseas, volveré a la cama, esposo. Y trataré de estarme quieta.
De pie frente a ella, alcanzaba a ver su pecho izquierdo ya que el vendaje le abría un poco el vestido; la imagen lo excitaba. Era mediodía y todos estaban comiendo. Pero no quería hacer nada que ralentizara su recuperación.
—Tal vez más tarde, una vez que te hayan cambiado las vendas. —La besó en la cabeza—. Y no tienes que preocuparte por quedarte quieta.
—Trataré de esperar hasta la noche. —Se enderezó y dejó el espejo a un lado—. Ahora dime, ¿qué te ha alejado de tu entrenamiento?
—Jalen ha vuelto de la otra orilla del río. —Eskkar le había enviado a buscar un lugar adecuado para tender una emboscada a los bárbaros—. Se sorprendió al oír lo que había pasado. Ha rogado a los dioses por tu pronta recuperación. Esta noche vendrá a cenar con nosotros.
—¿Ha encontrado un sitio apropiado? —La misión de Jalen le interesaba a Trella más que sus plegarias a los dioses.
—Él cree que sí. Hablaremos de eso esta noche.
Eskkar se sentó en el borde del lecho.
—¿Crees que los bárbaros tardarán mucho en llegar?
Parecía como si le estuviera preguntando por el tiempo.
—El grupo principal se está desplazando más rápido. Llegarán en menos de un mes.
—¿Tienes que cruzar al otro lado del río? —Ahora su voz sonaba como la de la esposa de un soldado, preocupada por su marido, temerosa de que arriesgara la vida en una escaramuza de menor importancia cuando sería necesario para la gran batalla frente a la muralla.
Ya habían discutido sobre el tema.
—Sí, a juzgar por lo que me dice Jalen. —Dudó—. Esperaré unos días más, por si acaso Mesilim puede llegar.
Estaba más preocupado de lo que admitía. A aquellas alturas, Mesilim debía haberles hecho saber si estaba ya acercándose. El cerco había comenzado a estrecharse en torno a Orak, y muy pocos llegaban ya en busca de refugio o de transporte para cruzar el río.
Si transcurría una semana más, ya sería demasiado tarde para que los Ur-Nammu cruzaran las líneas enemigas. Los hombres de Eskkar habían comenzado a quemar los campos y las cosechas, acercándose tanto como se atrevían a los bárbaros, para luego retroceder, arrasando todo a su paso. Los Alur Meriki encontrarían muy poco que les sirviera de sustento a hombres y animales cuando llegaran. Y la vida de los pobladores dependería del grano y animales que enviaran al otro lado del río, al menos hasta la próxima cosecha.
—¿Qué más te preocupa, esposo?
Se había dado cuenta de que algo lo perturbaba.
—Nicar quiere hablar conmigo… con nosotros. Ha enviado un mensajero a preguntar si nos podíamos reunir hoy. Todavía no le he respondido.
Eskkar no había visto al rico mercader desde la muerte de Caldor. El padre había permanecido de pie, tapándose los ojos, mientras apedreaban a su hijo. Gatus había tenido que protegerle de la ira de la multitud, que pedía a gritos su cabeza.
—Debe de ser terrible ver morir a tu hijo. —Por un momento Trella pareció inmersa en sus pensamientos—. ¿Qué le diremos?
El capitán se había hecho aquella misma pregunta. Se sentó y pensó en lo que sería mejor para Orak, para él y para Nicar. Después de la agresión a Trella, había considerado desterrarle con su familia, en contra de los consejos de su esposa, pero ahora se daba cuenta de que habría sido un error. Orak necesitaba hombres como Nicar, razonables, justos y que podían tratar a la gente con honestidad.
—Debemos encontrar la manera de hacer las paces. ¿Pero cómo podemos lograrlo tras haberse derramado sangre por ambas partes? Una disputa de este tipo sólo se resuelve con sangre.
—No debe haber más derramamiento de sangre, sobre todo de las familias nobles. Además, le debemos mucho a Nicar. Fue él quien te nombró capitán de la guardia, estuvo a tu lado cuando mataste a Drigo y convenció a las otras Familias para que te dieran el oro necesario y acataran tus órdenes. Me entregó a ti para que te ayudara. Pienso que incluso entonces me estaba protegiendo de Caldor.
—Tal vez temía que le clavaras un cuchillo a su hijo en las costillas mientras dormía. —Eskkar hizo un gesto de rechazo. No podía imaginarse la idea de Trella en la cama de Nicar o de cualquier otro—. Tienes razón. Estamos en deuda con él. ¿Pero cómo hacemos las paces?
—¿Qué estará pensando ahora? ¿Qué es lo que le preocupará más?
—¡Lesu! Debe de estar inquieto por su hijo —dijo Eskkar. Unas semanas antes habían puesto a Lesu a cargo de todo el ganado, las cosechas y animales al otro lado del río, junto a treinta y cinco soldados y cuarenta pobladores armados para cuidar de los animales. Establecieron un campamento en la colina a unos ciento cincuenta kilómetros de distancia—. Nicar envió un mensajero hacia allá hace seis días, sin duda con noticias de la muerte de su hermano. Tal vez Nicar venga a suplicar por la vida de su hijo.
—Sí, es posible. Pero no debes permitirle que te pida nada. Eso destruiría su dignidad. Debes tratarlo con respeto y asegurarle que tanto él como su hijo no corren peligro. —Se acercó y le agarró de la mano—. Veamos qué podemos decirle.
***
El sol del verano todavía brillaba en el cielo de la tarde cuando Nicar llegó. Eskkar había hablado con los sirvientes, y todos recibieron al mercader con respeto antes de acompañarlo al piso superior.
Eskkar y Trella se levantaron para recibirle. El capitán hizo una reverencia formal y le ofreció una de las tres sillas en torno a la mesa pequeña, cubierta con platos de frutas y dátiles y una jarra de vino.
Eskkar lo observó y vio a un hombre avejentado. Hasta entonces, su odio hacia Caldor le había impedido sentir simpatía hacia Nicar. Pero al verlo en aquel estado sintió una punzada de dolor por aquel padre desgraciado.
El hombre que había sido el más poderoso de Orak sabía que ahora todas sus riquezas no le devolverían su influencia. Las acciones de Caldor habían debilitado su autoridad, y la invasión bárbara cambiaría la organización del poblado. El nuevo Orak sería muy diferente al antiguo. Nicar permaneció sentado, incómodo, hasta que Trella le dirigió la palabra.
—Noble Nicar, la muerte de tu hijo debe de ser un gran dolor. Si hay algo que podamos hacer, dínoslo, por favor. Necesitamos tu ayuda en los días venideros.
Nicar la miró fijamente durante un instante, y luego a Eskkar.
—Trella… Veo que te has recobrado. Me alegra. He venido a pedir perdón por lo que hizo mi hijo. —Bajó la cabeza—. Fue un acto débil y vergonzoso, la acción de un muchacho estúpido malcriado por su padre. La culpa fue mía. Yo no supe contenerlo… ni le enseñé a respetar a las personas…
Trella se acercó y le tocó el brazo.
—Nicar, no hay necesidad de decir nada. Te entendemos. Sin ti, Eskkar y yo no estaríamos hoy aquí. Te debemos más de lo que nunca podremos pagarte. Pero ahora tenemos que pensar en el futuro. Si sobrevivimos a la batalla, habrá años de trabajo por delante, y para eso necesitamos tu ayuda.
—Aquella noche, la multitud quiso matarme. —Nicar se dirigió a Eskkar—. ¿Por qué ordenaste a tus hombres que me protegieran? Habría sido más sencillo para ti que yo estuviese muerto y mi Casa destruida. Cada día, desde entonces, he esperado tu venganza.
—Yo no quiero venganza, Nicar —respondió Eskkar, analizando con claridad la situación—. Siempre has sido honesto conmigo. No hay disputa de sangre entre nosotros. Sé que no has tenido nada que ver. Caldor pagó el precio por su error y ahí termina todo.
Ciertamente, Nicar no había estado al tanto de nada. Si se hubiera enterado, el intento no habría tenido lugar, o habría estado mejor planeado y ejecutado.
Sin embargo, Eskkar no pudo evitar decir lo que sentía.
—Si Trella hubiera muerto, tal vez las cosas habrían sido diferentes.
Si hubiera muerto, habría extraído hasta la última gota de sangre de Nicar y de su familia, dejando que sus cadáveres se pudrieran al sol.
Nicar los miró a ambos, como si los viera por primera vez.
—Has cambiado mucho, Eskkar, desde la primera vez que nos vimos. Te has convertido en un gran jefe. Y Trella se ha hecho una mujer noble, con más sabiduría de la que pueden proporcionarle sus pocas estaciones. No supe ver lo que los pobladores apreciaron hace meses, cuando la llamaron señora por primera vez. Y ahora recibo vuestra compasión.
Sacudió la cabeza como si aquello estuviera más allá de su comprensión.
—No hables de compasión, Nicar, sino de amistad —respondió Trella—. Necesitamos tu experiencia. El poblado ha cambiado mucho en los últimos meses. Si los bárbaros son expulsados, no podremos volver al pasado. Orak se convertirá en una gran ciudad, más grande que lo que cualquiera de nosotros puede imaginar, y las manos de todos los hombres se extenderán queriendo aferraría como un trofeo. Todos conocerán Orak y vendrán a ella en busca de protección. Una ciudad así debe ser gobernada por un jefe fuerte, y semejante hombre necesita de un consejo sabio que lo asesore.
Nicar sonrió ligeramente.
—Estoy seguro de que mientras Eskkar cuente contigo a su lado, Trella, necesitará muy pocos que lo aconsejen.
—Hay mucha gente en Orak, Nicar —dijo Eskkar—, y en los próximos años vendrán muchos más. Una vez me dijiste que habías construido Orak y querías que perdurara. A causa de ese sueño, yo me quedé para luchar. Pero serán necesarias muchas manos en el futuro para hacer que tu sueño se convierta en realidad, y las costumbres y leyes del poblado deberán ir más allá de la voluntad de las Cinco Familias. —Eskkar respiró hondo—. Te pido que me ayudes a convertir Orak en una gran ciudad para todos sus habitantes, incluida tu familia.
—Con gusto te ofrezco mi ayuda y la de mi hijo Lesu. Es un buen hombre y crece en sabiduría cada día que pasa. No habrá disputas de sangre entre nuestras familias. Lo juro. —Nicar hizo una pausa y preguntó—: ¿Cuál es mi futuro?
Trella había preparado a Eskkar para esa pregunta.
—Mañana los tres recorreremos las calles de Orak juntos. De ese modo todos podrán ver que no hay odio entre nosotros y que tú continúas siendo una voz importante en la defensa de la aldea. Cuando lleguen los bárbaros, la gente tendrá otras cosas de que preocuparse.
—Y después —agregó Trella— sólo se acordarán de lo bueno que has hecho para ayudarlos.
Nicar pareció conmovido por lo que acababa de escuchar. Se levantó e hizo una reverencia.
—Tienes razón, Eskkar. Me había olvidado de Orak y de su futuro. Eso es más importante que cualquier otra cosa. Y ahora, capitán… señora Trella… agradezco a todos los dioses vuestra presencia en Orak.
Cuando Nicar se retiró, Eskkar hizo saber que no debían ser molestados y cerró la puerta de su dormitorio.
—Así que voy a ser el gran jefe de Orak. ¿Cuándo lo decidiste, esposa?
Mientras decía estas palabras, la cogió en brazos y la llevó hasta el lecho.
—No quería que se te subiera a la cabeza —le respondió con una sonrisa mientras él la ayudaba a quitarse el vestido—. Nicar tenía que saber el lugar que ocuparías. Ahora te estará agradecido y te dará su apoyo. —Dejó escapar un suspiro de placer mientras Eskkar comenzaba a acariciarle el cuerpo, evitando con cuidado la parte vendada—. Y con Néstor aterrado por su propia conspiración, él también nos ofrecerá su ayuda. Y lo mismo sucederá con Corio, que se vuelve cada día más importante y te lo debe todo a ti. No debería haber más problemas con las Familias. Al menos durante un tiempo.
—Entonces quédate quieta, muchacha, y comencemos a trabajar en la Sexta Familia.