Capítulo 25
Pasaron diez días. Cada mañana, al amanecer, los hombres de las murallas escrutaban la llanura, no veían nada y respiraban aliviados. Patrullas de bárbaros circulaban de vez en cuando, pero poco podía verse, porque la mayor parte de su campamento estaba detrás de las colinas. Cuanta menos actividad mostraban, más se preocupaba Eskkar.
Cada noche recibían alguna nueva amenaza. Para los bárbaros, la noche era una oportunidad de tomar a los pobladores por sorpresa. Bajo el oscuro manto, los hombres podían acercarse hasta el muro, tirar algunas flechas a los centinelas y desaparecer. Los vigilantes se cubrían con cuero, pero aun así algunos hombres murieron y otros resultaron heridos. Cuando los soldados llegaban con antorchas a la muralla, los atacantes ya habían huido, y rara vez veían a alguien. Además de las pérdidas humanas, esta estratagema mantenía a todos nerviosos y en vela.
Aquella noche Eskkar tenía poco que contarle a Trella. La había abrazado hasta que cayó dormida, y luego se dio la vuelta y se quedó boca arriba despierto, pensando en los sitiadores. Si tuviera suficientes hombres en la retaguardia —cien valdrían—, podía atacar al enemigo y desbaratar el campamento, quemar los carros y ahuyentar a los caballos. Pero no estaba en la retaguardia, estaba atrapado en Orak y no podía salir.
Mientras tanto, los bárbaros continuaban con sus preparativos. Aquella idea lo inquietaba, así que se levantó, se puso una túnica y salió del dormitorio. Desplazándose sigilosamente, descendió a la planta baja, hasta llegar al patio. Allí una antorcha ardía de forma permanente y sus guardaespaldas controlaban la zona, vigilantes aún después de un largo día.
Saludó con un gesto a los que estaban en la mesa de mando y se encaminó hacia la parte posterior de la casa. Se sentó en el banco, frente a los árboles donde Natram-zar había sido torturado. Aquellos días parecían ya muy lejanos, un mero incidente que ni siquiera valía la pena considerar.
Un buen recuerdo, sin embargo, persistía. A poca distancia de la base del árbol, cerca de la pared, la cabeza de Caldor había sido enterrada en un profundo pozo. Tanto el joven Drigo como Caldor habían insultado a Trella y ambos habían muerto, algo que todos en Orak conocían. Caldor había puesto incluso sus manos sobre Trella, pero eso nunca volvería a suceder. Nadie podría volver a tocarla y seguir vivo.
Eskkar volvió a pensar en Alur Meriki. Miraba fijamente a la oscuridad, preguntándose qué harían a continuación. Necesitaba un espía, alguien que supiera cómo funcionaban sus consejos. Si hubiera un modo de acercarse a su campamento, de pasar allí uno o dos días, observando y escuchando. Pero nadie podía salir de Orak. Los atacantes habían cerrado todo acceso a la aldea.
Una sombra se movió en la oscuridad. Levantó la vista y vio que era Trella, envuelta en un manto, aunque el aire de la noche no era frío.
—Creí que estabas cómodo en nuestra cama —le dijo en voz baja—. ¿O acaso piensas dormir en el jardín?
Se sentó a su lado y se recostó contra él.
Eskkar le pasó un brazo por los hombros y respiró el perfume de sus cabellos.
—No podía dormir. Comencé a pensar en los bárbaros, preguntándome qué estarán planeando, por dónde atacarán.
—Parece como si siempre adivinaras cuáles van a ser sus movimientos. ¿Por qué sus planes te resultan ahora un misterio?
—Tienen muchos jefes de clan, y en este momento todos están pensando exactamente en el mismo tema. Orak para ellos es como una nuez, y se están preguntando cuál es el mejor modo de romperla. Cómo atravesar el pozo y la muralla, o cruzar la puerta, para matarnos a todos. Y ahora tienen otro problema: de qué forma llevarlo a cabo sin perder demasiados hombres. Así que se están preparando, y cuando estén listos atacarán. —Suspiró—. Tal vez los dioses nos sonrían.
—Los dioses ya nos han sonreído. Nadie puede dudarlo, ni siquiera los sacerdotes. ¿Por qué crees que han estado tan tranquilos estos últimos meses? Saben que has sido tocado por los dioses.
El recuerdo de los sacerdotes siempre le hacía fruncir el ceño. En el pasado, las disputas con ellos y sus exigentes dioses habían causado bastantes problemas en Orak, aunque el peligro de Alur Meriki los había tranquilizado. Cuanto menos tuviera que ver con ellos, mejor.
Trella apoyó la cabeza en el hombro de él, con su manto cubriéndola ligeramente. Debajo estaba desnuda.
Eskkar deslizó su mano bajo la prenda y sintió el calor de su cuerpo. Su pecho era suave y pesado en sus manos. Se recostó, disfrutando de un momento de placer.
Ella se relajó con sus caricias, cerró los ojos y luego levantó la mirada hacia él.
—Es el momento de ir a la cama, y esta vez me aseguraré de que duermas.
Él sonrió y le quitó el manto de los hombros para poder ver su cuerpo bajo la pálida luz de las estrellas y de las antorchas. Cuanto más la miraba, más urgente era el deseo de poseerla allí, en el jardín. Los guardias escucharían ruidos e investigarían, aunque no le importaba que los descubrieran.
—Entonces debemos volver a nuestra habitación, mujer.
Volvió a colocarle el manto, la cogió de la mano y la condujo al interior de la casa, saludando a los guardias, que miraron con sonrisas de envidia a su afortunado capitán.
En la cama, Eskkar olvidó sus preocupaciones y le hizo el amor a su mujer, una tarea que les llevó un tiempo considerable, teniendo en cuenta el deseo que sentían el uno por el otro. Trella estaba excitada y sus deseos reclamaban satisfacción. Incluso después de haber sido vencida por la pasión, su entusiasmo no disminuyó, y aún tuvo que transcurrir un buen rato hasta que ambos cayeron agotados en los brazos del otro, empapados en sudor.
Ninguno se dio cuenta de que las sacudidas o los gemidos ahogados habían despertado a la mitad de los habitantes de la casa y provocado sonrisas a los guardias que vigilaban el patio. Cuando terminaron, Eskkar la estrechó contra su pecho antes de caer en un sueño profundo.
El tambor de alarma lo despertó, anunciándole que se estaba produciendo un ataque. Se levantó apresuradamente, se puso la ropa y cogió su espada antes de que Trella se hubiera despertado del todo. Salió descalzo escaleras abajo, siguiendo a los soldados de la reserva que corrían por la calle hacia la muralla norte.
Sus temores se acrecentaron a medida que se acercaba al lugar del asalto. Se trataba del sector que a él le había parecido más adecuado para un asalto nocturno. Oyó el sonido de las espadas, pero cuando llegó, la lucha en el muro había terminado.
—¡Agáchese, capitán! —gritó alguien, a la vez que una flecha pasaba sobre su cabeza.
Maldiciendo para sus adentros, avanzó pegado a la pared hasta que encontró a Jalen. Su lugarteniente tenía todo bajo control. Los pobladores habían colocado antorchas sobre postes en el foso, proporcionándoles a los arqueros buena visibilidad para disparar. Como de costumbre, los ataques nocturnos favorecían inicialmente al enemigo, que podía distribuir a sus arqueros en la oscuridad mientras que los defensores se veían como siluetas recortadas contra la pared e iluminadas por detrás. Las flechas bárbaras habían eliminado, al menos, a dos hombres, como verificó Eskkar al ver los dos cuerpos inmóviles bajo el parapeto.
En aquel momento, el parapeto estaba ocupado por unos cuarenta arqueros y una lluvia de flechas volaba en la oscuridad. Poco a poco, las respuestas del enemigo se hicieron menos frecuentes. Trajeron más antorchas, pero ya no había nada que ver.
Finalmente Jalen tuvo oportunidad de presentar su informe.
—Un centinela oyó ruidos en el foso y dio la alarma. Las flechas nos obligaron a agacharnos, mientras ellos intentaban trepar por la muralla. Pero las piedras pronto acabaron con su tentativa, aplastando a tres de ellos. —Miró a su alrededor un momento—. Éste ha sido un asalto en toda regla, no sólo una escaramuza. Pude ver por lo menos a cien guerreros ahí fuera. ¿Han atacado algún otro sector?
—No lo sé. Gatas estaba en la mesa de mando y yo sólo escuché la alarma. ¿Podéis resistir aquí?
—Sí, tenemos suficientes piedras y ahora los hombres están completamente despiertos.
—Iré a ver a Gatus.
Dio un ligero apretón en el hombro de su lugarteniente y luego se descolgó del parapeto. Se dejó caer con suavidad al suelo y fue corriendo hasta su casa, ahora más iluminada que cuando había salido. Se encontró con Gatus hablando con varios soldados, todos tensos pero sin dar señales de pánico.
Su segundo respondió a su pregunta antes de que la hiciera.
—No ha habido otros ataques, capitán. Sólo el muro norte. ¿Jalen tiene todo lo necesario?
Los informes habían llegado con celeridad a la mesa de mando. Eskkar podía haberse quedado en casa y ser informado de todo sin haber salido corriendo. Bueno, la próxima vez ya estaría al tanto y mantendría la cabeza fría.
—Sí, pero que los mensajeros se mantengan en contacto. —Gatus lo miró fijamente. El capitán se dio cuenta de que había impartido otra orden innecesaria. Tal vez tendría que haberse quedado en la cama, ya que Gatus tenía todo bajo control—. Me llevaré un caballo y yo mismo inspeccionaré las murallas.
Por lo menos tendría algo que hacer.
Encontró un caballo y saltó sobre su lomo. En su apresuramiento por llegar al lugar del ataque, Eskkar se había olvidado de que, siguiendo sus órdenes, tenían que tener siempre un caballo listo para su uso personal. En cambio, había seguido a los hombres a pie. Soltó una maldición en voz baja mientras tiraba de las riendas del animal con más fuerza de la necesaria y se dirigía hacia la puerta posterior del poblado.
Se juró que algún día, si vivía lo suficiente, aprendería a pensar antes de actuar. Hizo el recorrido por las murallas dos veces, tomándose su tiempo y hablando con los soldados, recomendándoles que se mantuvieran en silencio y prestaran atención a cualquier ruido extraño que pudiera producirse. Tres horas más tarde volvió a casa e intentó dormir un poco antes de que amaneciera.
Ya en su dormitorio, colgó la espada y se dejó caer pesadamente en el lecho. Trella se acurrucó a su lado y le cogió la mano.
En aquel momento un fuerte golpe llegó desde la puerta exterior.
—Señora Trella… capitán… por favor, abrid la puerta. Era la voz de Annok-sur.
Eskkar se levantó, consciente de que algo importante había sucedido, o de lo contrario no lo habrían molestado. Trella llegó primero a la puerta, la abrió y se encontró con Annok-sur.
—Jalen te pide que vayas. Un muchacho esclavo ha escapado del campamento enemigo.
***
Sentado a la mesa de su sala de trabajo, Eskkar esperó a que el extraño muchacho terminara de comer. Simcar aseguraba tener doce estaciones, pero por su cuerpo escuálido aparentaba menos. Trella y Annok-sur habían insistido en lavarlo primero. Cuando Trella lo trajo de vuelta, Eskkar, Gatus y Sisuthros esperaban ansiosos lo que el muchacho pudiera contarles.
Pero Trella había preferido que el muchacho comiera un poco antes de empezar a hablar. Los tres soldados, que no habían dormido en toda la noche, miraban cómo Simcar devoraba lo que le habían puesto delante. Eskkar tuvo que admitir que el muchacho parecía no haber comido decentemente durante meses. Al fin terminó.
—Ahora, Simcar, cuéntanos quién eres y qué es lo que has visto —le pidió Trella amablemente mientras se acercaba y le limpiaba la boca con un trapo, y luego le agarró de la mano—. Tómate tu tiempo y cuéntanos todo.
Simcar abrió los ojos de par en par, nervioso ante la mirada de los hombres. Al principio tenía dificultades para hablar, su voz salió aguda e insegura, pero gracias a las sonrisas de Trella poco a poco fue ganando confianza.
—Hace tres meses, Alur Meriki atacó la granja de mi padre. Vivíamos en las tierras del Norte. Mataron a mi hermano mayor, pero al resto nos llevaron presos. Nos golpearon a todos, y tuvimos que trabajar muy duro para que nos dieran algo de comer.
—¿Aprendiste su idioma, Simcar? —Trella le sonreía al pequeño.
—Sí, tuvimos que aprenderlo rápido. Cuando no entendíamos nos pegaban. Mi madre me ayudó todo lo que pudo.
—¿Qué pasó con tu familia?
—Mataron a mi padre hace unas semanas. Hizo algo mal… no estoy seguro de qué. Mi madre es esclava de uno de los jefes de clan. A mi hermana no he vuelto a verla.
Eskkar vio que los ojos del niño se llenaban de lágrimas, pero fingió no darse cuenta.
—Lo siento por tu familia. —Trella le dio una palmadita en el hombro—. ¿Por qué te escapaste?
—Mi madre me dijo que huyera, que tenía que intentar llegar a Orak. Había oído hablar sobre los combates y me aseguró que ésta era mi única oportunidad. No quería dejarla, pero… —La voz de Simcar fue sofocada por un sollozo. Se detuvo un momento—. Me dijo que me escabullera por las llanuras si el ataque fracasaba, porque no estarían controlando que nadie escapara hacia Orak.
—Ahora estás a salvo, Simcar —lo tranquilizó Trella—. Tu madre tenía razón al enviarte con nosotros. Pero necesitamos hacerte algunas preguntas. Estamos intentando averiguar qué ha planeado Alur Meriki para atacarnos. ¿Puedes ayudarnos?
Eskkar y los demás se acercaron aún más, cada uno con una docena de preguntas, aunque estaban de acuerdo en que fuera Trella quien interrogara al muchacho. El capitán hizo un esfuerzo por sonreír y ocultar su impaciencia.
—Has sido muy valiente cruzando las líneas enemigas, Simcar. Continúa.
El muchachito se enorgulleció ante el cumplido y Trella comenzó con las preguntas. ¿Cómo eran los otros niños? ¿Había muchas mujeres en el campamento? ¿Había suficiente comida para todos los niños? ¿Cómo estaban los animales? ¿Bien alimentados o flacos? ¿Había suficiente agua en el campamento? ¿Y leña? ¿Qué comían? ¿Qué decían los otros niños de Orak? ¿Qué aspecto tenían los guerreros? ¿Estaban enfadados o tranquilos? ¿Había visto a alguno de los jefes de clan? ¿Cómo eran? ¿Los guerreros hablaban mal de ellos? ¿Dónde estaban los caballos? ¿Cuántos había? ¿Había muchos centinelas? ¿Se peleaban los guerreros entre sí? ¿Por qué motivos?
A cada pregunta las respuestas de Simcar se volvieron más detalladas y extensas, como si estuviera orgulloso de poder recordar todo lo que Trella le preguntaba. Eskkar continuó con la sonrisa inalterable en su rostro y Gatus y Sisuthros, conscientes ahora de la estratagema, asentían alentadoramente, disimulando su ansiedad lo mejor posible. El capitán observó que Gatus se mordía el labio y que la mano de Sisuthros se aferraba a la mesa. Pero Trella continuaba conversando, manteniendo el tono cordial y las preguntas cortas, deteniéndose por si Simcar quería más comida o agua.
Poco a poco empezaron a tener una clara visión de conjunto y Eskkar pudo hacerse una representación mental del campamento Alur Meriki a través de los ojos del pequeño. Constaba de un gran núcleo central flanqueado por dos campamentos más reducidos. La manada más numerosa de caballos se encontraba a la orilla del río. Otra más pequeña estaba hacia el Sur, aunque allí había menos pasto. En las tierras más próximas al río la hierba ya había comenzado a crecer de nuevo, después de los incendios. Las carretas y carros cambiaban de dueños a medida que los hombres morían en las batallas, y sus mujeres y posesiones eran entregadas o distribuidas entre los guerreros restantes. Recorrían con frecuencia el camino que las mujeres y las niñas seguían para ir a buscar agua al río.
Del relato del muchacho pudo enterarse también de que habían dispuesto una fila de centinelas ocultos detrás de las pequeñas colinas que controlaban todos los movimientos del poblado. Un grupo de cuarenta o cincuenta guerreros esperaba detrás de los puestos de vigilancia, siempre preparados para evitar que cualquiera tratara de entrar o salir de la aldea o para rechazar a cualquier grupo. Eskkar casi podía oír el llanto de las mujeres en medio de la noche y la expresión sombría de los niños cuyos padres habían muerto.
Mientras Simcar continuaba hablando, el capitán se imaginaba los rostros iracundos de los guerreros mientras deambulaban por el campamento, incapaces de atacar, pero sin ningún otro objetivo en más de sesenta kilómetros a la redonda. Los guerreros estaban inactivos, con demasiado tiempo disponible y sin poder realizar su actividad habitual de los días de marcha. Naturalmente habían comenzado a beber y a pelear entre ellos en cuanto caía el sol.
Las preguntas de Trella empezaron a ser más directas a medida que el jovenzuelo cogía más confianza.
—… entonces, Simcar, ¿oíste algo sobre algún plan que tengan los Alur Meriki para atacar Orak?
La pregunta parecía casual, pero Eskkar se inclinó todavía más sobre la mesa.
—Sí, señora. Hace seis noches, Thutmose-sin, el jefe, se reunió con su consejo y yo quise escucharles hablar sobre la batalla. —Las palabras surgían sin dificultad—. Me arrastré hasta las hogueras y encontré un lugar desde donde otros niños y yo pudimos verles. Oímos cómo planeaban atacar Orak en mitad de la noche.
Debajo de la mesa, la mano de Eskkar se cerró, y una vez más tuvo que obligarse a relajarse. Si el muchacho había oído sus planes…
—¿Y nadie te echó de allí? —le preguntó Trella mientras le servía más agua.
Simcar dio varios sorbos antes de responder.
—No, a los guardias no les importó, y había otros mucho más cerca. Así que volví otra vez anoche, después del asalto. Los jefes se habían reunido una vez más, con muchos guerreros. Muchos gritaban y se empujaban y Thutmose-sin tuvo que alzar la voz en varias ocasiones. Los vigilantes ni siquiera nos prestaron atención, con tantos guerreros allí reunidos. Ellos también querían escuchar. Yo sólo podía oírlos cuando hablaban en voz alta, y eso sucedía con frecuencia.
Trella volvió a darle una palmadita en el hombro.
—Cuéntanos todo lo que oíste. Desde el principio.
—Bueno, Thutmose-sin comenzó a explicar por qué el ataque nocturno no había tenido éxito. Culpó a uno de los otros jefes por el… fracaso. —Simcar se había detenido a pensar en la palabra exacta—. Dijo que él ya les había advertido que no iba a funcionar. Estaba muy enfadado por aquella derrota. Hubo más gritos e insultos. Algunos hicieron gestos airados contra Thutmose-sin. Otros dijeron que Alur Meriki tenía que continuar la marcha, que había poco que ganar, aunque el ataque con fuego tuviera éxito.
—¿Qué es el ataque con fuego, Simcar? —preguntó Trella despreocupadamente, mientras jugueteaba con el borde de su vestido, como si fuese una pregunta más en medio de una larga lista—. ¿Es algo especial que tienen planeado?
—¡Ah, sí! Han llenado muchos carros con leña, troncos y cualquier cosa que arda, suficiente como para quemar todo el poblado, dijo mi amo. Pondrán los carros contra la puerta y les prenderán fuego. Han estado recogiendo leña por todo el territorio durante más de una semana, empapándola en el aceite negro o secándola al sol.
—¿Qué más dijeron sobre el ataque con fuego? —La voz de Trella continuaba tranquila, como si el tema no fuera más importante que los alimentos que consumían en el campamento.
—Bueno, nada más. Thutmose-sin dijo que el ataque con fuego tendría éxito, y que los otros asaltos habían sido una pérdida de tiempo y de hombres. Discutieron bastante tiempo y después todos se fueron a sus tiendas.
Entonces Thutmose-sin continuaba siendo el gran jefe, pensó Eskkar. Durante aquellos meses ni siquiera habían estado seguros de quién lideraba Alur Meriki. Pero los días de Thutmose-sin estaban llegando a su fin. El sarrum había discutido con sus jefes y nada, salvo una rápida victoria, lo salvaría. Había fracasado en la toma de Orak, así que ahora sería mucho más peligroso, porque la desesperación lo empujaba.
—¿Sabes cuándo vendrán con los carros de fuego o cómo lo harán? —prosiguió Trella, agarrándole suavemente la mano y sonriéndole.
—Sí, señora. Pronto. Se lo oí decir a un amigo mío. Todo el campamento conoce los planes. Usarán grandes escudos de madera para protegerse de las flechas. Después amontonarán troncos contra la puerta, les prenderán fuego y seguirán añadiendo más y más hasta destruirla. Entonces cruzarán el foso y atacarán.
Trella continuó interrogando al niño un poco más, pero finalmente se detuvo y miró a Eskkar.
—Bueno, Simcar, has sido muy valiente. Ahora creo que al capitán le gustaría hacerte algunas preguntas. ¿Quieres descansar un poco?
El pequeño negó con un gesto.
A aquellas alturas Eskkar tenía sólo dos preguntas.
—Simcar —comenzó, manteniendo la voz serena—, ¿sabes dónde está el montón de leña y los carros? ¿Sabes si los custodian los guardias?
—Sí, señor. La leña está almacenada detrás de la colina sur. Mi madre y yo tratamos de acercarnos una vez, pero los guardias nos echaron a pedradas. Sabían que queríamos robar. Siempre hay alguien vigilando, o de lo contrario las mujeres se llevarían toda la leña para las hogueras. Creo —hizo una pausa para recordar— que hay tres o cuatro guerreros.
Gatus y Sisuthros plantearon otras cuestiones, pero no consiguieron averiguar mucho más. Trella sugirió que dejaran descansar al muchacho y lo acompañó hasta la puerta, donde se lo entregó a Annok-sur antes de regresar a la mesa.
—Mejor que duerma unas horas antes de que le pidamos que repita la historia. Puede que recuerde algún otro dato de importancia.
Trella se reclinó en su silla y miró a los tres hombres.
—Bueno, ya sabemos que atacarán pronto —dijo Gatus mientras se acomodaba en su silla y relajaba los hombros. Casi no se habían movido durante una hora, para no interrumpir el relato del niño.
Sisuthros sirvió agua para todos.
—Y sabemos cómo y por dónde —agregó Eskkar—. Esta vez no escatimarán esfuerzos. Thutmose-sin tiene que ganar o perderá el mando. Han muerto demasiados hombres. Los otros jefes intentarán matarlo en el momento mismo que fracase el ataque. Ni siquiera los de su clan serán capaces de protegerlo.
—Podemos reforzar la puerta —sugirió Sisuthros en un susurro, pronunciando con dificultad.
—Sí, eso lo podemos hacer —acordó Gatus—. Para empezar, necesitaremos mucha más agua.
Pero los tres sabían que el agua sola no alcanzaría para detener el fuego.
—Creía que si conocíamos sus planes —dijo Eskkar—, podríamos hacer algo, atacar el campamento, provocar una estampida entre los caballos, cualquier cosa… pero todo eso carece de importancia y ni siquiera retrasaríamos el ataque. Y no podemos acercarnos al lugar donde almacenan la leña. Está demasiado lejos de la muralla y tendríamos que pasar entre los centinelas y los guerreros de refuerzo. Cuando lo hubiéramos conseguido, todo el campamento estaría alerta.
—Llevaría demasiado tiempo prender fuego a todo el montón de leña —añadió Gatus—. Y si avanzamos con suficientes hombres para llevar a cabo nuestro plan, nos oirían llegar, de la misma forma que nosotros los oímos a ellos.
Nadie dijo nada. Trella se levantó y se dirigió hasta un armario. Sacó un mapa de Orak y sus alrededores, copia del que Corio les había mostrado meses atrás. Lo desplegó sobre la mesa y alisó su superficie con cuidado.
—¿Puedes mostrarme dónde está almacenada la madera? —preguntó mientras los hombres, instintivamente, se inclinaban sobre el mapa. Sisuthros se sentó al borde de la mesa y se acodó sobre el hombro de Gatus.
Gatus cogió el fino listón de madera que estaba junto al papiro.
—Si el muchacho está en lo cierto, éste es el lugar. Estas colinas son lo suficientemente altas para impedir que veamos lo que hay detrás. Podrían esconder lo que quisieran sin que nos diéramos cuenta.
Eskkar examinó el mapa. Aquel sitio se encontraba demasiado lejos de las murallas de Orak, a un kilómetro hacia el Sur. Aunque un grupo consiguiera acercarse, nadie volvería vivo, ni siquiera en medio de la noche.
—¿Y dónde guardan los caballos? —continuó Trella—. No entendí lo que decía Simcar acerca del río.
Gatus volvió a señalar.
—Aquí. Desde las murallas se puede ver una de las manadas.
Eskkar le quitó la varilla de las manos a Gatus.
—Si yo estuviera al mando, con tantos caballos, los habría dividido en tres grupos, distanciados entre sí, con corrales de cuerda para mantenerlos separados y contra la orilla del río.
—Tiene sentido —dijo Gatus—. La curva del río y la elevación del terreno harían más sencillo controlar a grandes manadas. —Miró a Eskkar—. ¿Cuántos animales habrá en cada grupo? ¿Trescientos? ¿Cuatrocientos?
Eskkar cerró los ojos y trató de imaginar el terreno. Lo había examinado con frecuencia y recorrido un par de veces durante los preparativos finales contra el asedio. Luego señaló hacia el terreno más cercano a Orak.
—Aquí pondría la manada más numerosa, probablemente unos cuatrocientos caballos. Y unos trescientos animales en los otros dos corrales.
Miró a Trella y vio que ella continuaba examinando el mapa.
—Lo mejor sería que pudiéramos incendiar la madera que han preparado, ¿no es cierto? —preguntó ella, con sus ojos fijos en Eskkar—. Si pudiéramos destruirla, tal vez desistieran de atacarnos.
—Sí, eso los retrasaría considerablemente, y quizá pudiera evitar el ataque con fuego o al menos lo debilitaría. Han arrasado toda esta zona y no debe de quedar demasiada leña aunque pudieran ir a recogerla y la transportaran de nuevo.
—Pero no puedes atacar el lugar donde está la leña por su lejanía. —Señaló el área donde suponían que se encontraba la manada principal—. Pero podrías espantar a los caballos, ¿no? Por lo menos los que están más cerca de aquí. ¿Qué se podría hacer allí?
Eskkar no respondió, porque comprendió la idea de Trella y había comenzado a analizarla. Se recostó en la silla y empezó a pensar en voz alta.
—Podríamos ir con un grupo pequeño, amparados por la oscuridad, y pasar entre los centinelas, o matarlos sin hacer ruido. Y entonces podríamos espantar a los caballos hacia el río. Allí la corriente es fuerte. Muchos se ahogarían y otros tantos serían arrastrados corriente abajo. Todo el campamento quedaría conmocionado y todos los guerreros correrían hacia el río en busca de los animales. Entonces… —movió el listón hasta donde estaba la leña— durante la confusión podríamos enviar a otro grupo pequeño a través de las líneas enemigas a este lugar e incendiar los carros.
Sisuthros hizo un ruido que quiso ser una carcajada si sus heridas no fueran tan dolorosas, y Gatus lanzó una maldición antes de responder.
—Atacar a los caballos atraería a los hombres al río. Me juego la vida. Podríamos colarnos, incendiar los carros y regresar a la muralla corriendo. Pero llevará algún tiempo conseguir que la madera arda.
—¿Y qué hay de los hombres que ataquen a los caballos? —intervino de nuevo Trella—. ¿Cómo volverían a Orak?
—Quedarían allí atrapados —respondió Gatus con seriedad—. Cuando los caballos comenzaran la estampida, los jinetes que vigilan el acceso a Orak les cortarían el paso. —El silencio siguió a sus palabras—. Aun así valdría la pena, aunque perdiéramos a esos hombres. Como dice Eskkar, si quemamos la leña, entonces debilitaremos el ataque, aunque no podamos evitarlo.
Sus ojos se posaron en Eskkar, al igual que los de Trella y Sisuthros.
El capitán seguía ensimismado, con la mirada perdida en el mapa. Nadie quería interrumpirlo. Golpeó con su dedo el sitio en el que estaban los caballos, olvidando que Corio le había dicho que no tocara el papiro con la mano.
—Quizá haya una manera de que los hombres puedan volver. —Alzó la vista y vio que todos lo observaban—. Los carros y la madera deben ser destruidos —comenzó en voz baja—, aunque tengamos que arriesgar algunas vidas. Pero creo que podemos arreglarnos. —Se dirigió a Gatus—. Llama a los otros jefes, incluido Bantor. Tenemos mucho que planear para el ataque de esta noche.
—¿Esta noche? Por los dioses, ¿acabamos de terminar una batalla y ya estamos planeando la próxima?
—Esta noche. Tiene que ser esta noche. Si dejamos pasar un día más, puede que sea demasiado tarde.
Sonrió a Trella y la cogió de la mano.
—Como siempre, nos das buenas ideas, mujer. Y creo que, de ahora en adelante, Simcar formará parte de nuestra familia, por si acaso los dioses se retrasan al darnos un hijo.