Capítulo 9
La situación de Eskkar y Trella había cambiado cinco días después. Se habían trasladado a casa de Drigo. El piso inferior de la espaciosa vivienda estaba dividido en cinco habitaciones de gran tamaño, además de un gran espacio central que podía ser utilizado para reuniones o comidas y un área separada para la cocina. El piso superior, que Eskkar reservó para ellos, constaba de sólo dos habitaciones grandes, una para dormir y otra para trabajar.
Con todo aquel espacio, Eskkar permitió que Bantor y Jalen se instalaran allí. Bantor tenía esposa y una hija de ocho estaciones. Después de conocerlas, Trella las había contratado para que la ayudaran a dirigir la casa. La familia de Bantor estaba muy agradecida de haber podido salir de su ruinosa choza, lo único que hasta entonces el soldado había podido costearse.
Un escriba, proporcionado por el noble Néstor y hábil en la escritura de los símbolos, llegó la mañana en que tomaron posesión de la casa. Aquel hombre llevaba la cuenta de los gastos, pero volvía cada noche a casa de su amo, sin duda para comunicarle todo lo que consideraba de interés.
Los dos hijos de Gatus y sus amigos comenzaron a pasar los días en el nuevo cuartel general e inmediatamente se convirtieron en mensajeros, al servicio del capitán o de sus lugartenientes. Nicar contribuyó con una vieja esclava para la cocina. Había planeado ponerla en venta, pero habría dado poca ganancia. En cambio, se la regaló a Eskkar. La agradecida esclava se ocupó de la comida, y pronto Eskkar y Trella comenzaron a alimentarse con pan y verduras frescas del mercado, además del pollo o las salchichas habituales.
Para aquellos hombres, acostumbrados a una vida comunal en barracones atestados y mugrientos, la casa les parecía enorme y lujosa, pero Eskkar sabía que pronto se instalarían allí algunos de sus comandantes. No obstante, ordenó a cada uno de ellos que durmiera tres noches seguidas en el alojamiento de Ariamus. Esto los mantendría cerca de los soldados, no sólo para controlarlos sino también para estar al tanto de lo que pensaban y sentían.
La casa principal contaba con un edificio adyacente, de un solo piso, en donde Drigo alojaba a su guardia y a sus esclavos. Tenía cinco habitaciones, con capacidad cada una de ellas para cuatro o cinco hombres. Eskkar decidió mantener un grupo de diez soldados cerca de ellos de forma permanente, por si acaso los pobladores, o incluso las Familias, creaban problemas. De cualquier modo, tendría que albergar a sus hombres allí, ya que los viejos barracones podían ser habitados, como mucho, por cincuenta soldados. Gatus le ayudó a elegir a los soldados, asegurándose de que fuesen de toda confianza.
Eskkar y Trella comenzaron a organizar su vida de una forma rutinaria. Cada día, el capitán entrenaba hasta media mañana con sus hombres. Después de una breve pausa dedicada al aseo, se reunía con sus cuatro lugartenientes y con Trella para planificar el resto del día. Celebraban su encuentro en lo que había sido la estancia de trabajo de Drigo, la gran habitación colindante con el dormitorio de Eskkar y el pequeño santuario. Cuando Nicar había efectuado el traslado de los muebles de la casa, nadie quiso hacerse cargo de las dos mesas de aquella estancia. Eskkar las compró, y destinó la más pequeña para mesa personal de trabajo y la más grande para las reuniones con sus cuatro subordinados.
Durante la sesión inicial, el capitán fue el primero en tomar la palabra, según la costumbre. Posteriormente, Trella le sugirió que, en lo sucesivo, permitiera a sus hombres hablar primero. Así no podrían contradecirle con nuevos datos o alguna información que él no poseyera cuando le tocara el turno. Añadió, además, que no necesitaba impresionar a sus hombres con su autoridad. Él consideró que se trataba de una recomendación muy prudente, por lo que a la mañana siguiente dejó que fuera Gatus quien comenzara.
—Los blancos para hacer prácticas han sido completados —anunció el segundo en el mando—. Como Sisuthros necesitaba materiales de construcción y nosotros espacio, hemos demolido casi todas las chozas del área noreste de la empalizada. Allí hemos establecido un campo de prácticas de unos trescientos pasos, hasta la orilla del río.
—¿Y el entrenamiento?
La mayoría de los soldados sabían cómo usar el arco con cierta soltura, pero aquellos hombres necesitaban, a su vez, entrenar a otros. Esto requería bastante habilidad y un cierto conocimiento sobre la forma de enseñar a los demás.
—Va bien, pero más lento de lo que desearía. No puedo asegurar que los mejores puedan desenvolverse solos antes de que transcurra, al menos, una semana más. —Gatus pasó al tema siguiente—. En los últimos días hemos incorporado a cuarenta reclutas. Hasta que éstos no estén entrenados, no podremos aceptar nuevos hombres.
—Gatus, cuantos más hombres tengamos mejor, así que apresúrate tanto como puedas —dijo Eskkar—. Pero no quiero hombres a medio entrenar paseándose por Orak con armas, o idiotas matándose entre sí o a alguno de los pobladores. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que puedas alistar a más?
—Por lo menos dos semanas, tal vez más. —Las palabras de Gatus no dejaban lugar a réplica alguna—. Después seremos capaces de incorporar a unos cuarenta o cincuenta. Tevana ya ha empezado a proporcionarnos flechas para hacer prácticas, aunque ha pedido cuatro toneladas de bronce, además de una nueva fragua y una docena de herramientas para trabajar el metal y la madera. Creo que el artesano está aprovechando para aprovisionarse a sí mismo y asegurarse de que no tendrá que comprar nada jamás.
El capitán hizo una mueca, pero nada podía impedir que Tevana, u otros como él, sacaran ventaja de la situación. Si Orak sobrevivía, muchos comerciantes se beneficiarían enormemente de sus acuerdos con Eskkar y Nicar.
—Y gracias a Trella —continuó Gatus con una sonrisa—, ahora tenemos suficientes arcos con los que practicar, y además de buena calidad. Cuéntales cómo lo has hecho, Trella.
Todos los ojos se volvieron hacia la muchacha. Estaba sentada a la izquierda de Eskkar, un poco retirada de la mesa.
—Cuando fui a trabajar con Rufus a su casa, le dije que no sabía nada del proceso de fabricación de arcos y le pedí queme enseñara todo. Al principio se resistió, pero finalmente me llevó al taller donde se daba forma y armaban los arcos y se preparaban los pegamentos. Vi los recipientes utilizados para sumergir la madera y las prensas en donde se colocaban los arcos mojados para curvarlos. Pero no vi un arco finalizado. Cuando terminé, fui a hablar con Gatus. Trajo algunos hombres y recorrimos toda la casa. En un pequeño altillo sobre el dormitorio del artesano, encontramos la sala de secado y almacenamiento. Dentro había veinticinco arcos terminados, listos para usar. Le dije a Gatus que se los llevara. Como Rufus había dicho que no tenía ninguno en existencias, me negué a pagarle. No se puso muy contento que digamos.
Gatus se rió.
—No le hizo ni pizca de gracia. Empezó a gritarle a Trella. Sus hijos se apresuraron a contenerlo. E hicieron bien, o le habría partido la cabeza a ese viejo estúpido.
—Aseguraos de que la historia se repita por toda la aldea —dijo Eskkar riendo, aunque él ya estaba enterado del episodio—. Puede persuadir a otros para que sean más honestos. Gatus, continúa entrenando a los hombres. Primero con los arcos, después con la espada y la lanza. Que se ejerciten, si es posible, detrás de un muro. Sisuthros, ¿cómo va nuestra muralla?
—Capitán, estoy preocupado —respondió sombrío el soldado—. Durante estos últimos cinco días, Corio y sus ayudantes han estado cavando agujeros en la tierra, enterrando palos aquí y allá y mezclando barro y paja. Se reúne con frecuencia con sus asistentes y no dejan de hablar y comentar. Los alhamíes trabajan desde el amanecer hasta el ocaso haciendo ladrillos, pero Corio aún no ha empezado a colocarlos, aunque parece estar siempre ocupado. Le pregunté cuándo comenzaría, pero «pronto» fue lo único que me respondió.
Eskkar frunció el ceño.
—¿En qué tareas lo has ayudado?
—Confiscamos madera y herramientas y establecimos tres grupos de trabajo. También limpiamos la zona en donde se elevará la nueva puerta, pero hasta ahora no hemos hecho ninguna otra cosa.
—Amo, no te preocupes todavía —sugirió Trella—. He visto cómo se construyen las casas, y, antes de que comiencen las obras, hay mucho trabajo previo. Es siempre igual al principio, mucha confusión y poco progreso aparente. Mejor que se aseguren de lo que tienen que hacer que tener un mal comienzo que les obligue a empezar de nuevo.
—Bueno, esperemos para nuestro bien que sea así —observó Eskkar sacudiendo la cabeza—, aunque me gustaría que la muralla estuviera terminada uno o dos días antes de que llegaran los bárbaros. —Se dirigió a Bantor—. ¿Y los centinelas de las puertas?
El trabajo de Bantor había resultado ser el más intenso. Una multitud de personas entraba y salía del poblado, y el tránsito en los caminos se había incrementado proporcionalmente. Ya habían tenido que sofocar dos peleas a la entrada de la aldea, en las que había estado involucrada gente que intentaba marcharse. La segunda de ellas casi había sobrepasado a los soldados. Eskkar había asignado más hombres, y ahora eran cuatro los que se encargaban de vigilar ambas entradas en todo momento.
—Revisamos todos los carros y carretas que abandonan Orak —respondió Bantor—. No se han llevado ni esclavos ni herramientas de valor, y nos aseguramos de que ninguno de los pobladores de la lista de Nicar se vaya sin su permiso. —Miró en torno a la mesa—. Capitán, los hombres se cansan de vigilar la puerta. Se quejan de que tienen que entrenarse diez o doce horas diarias y luego deben hacer turnos de guardia de cuatro horas o patrullar las calles.
—Sé que el trabajo en estos momentos es duro. Di a los hombres que será sólo durante unas pocas semanas más, hasta que los reclutas estén preparados. —Eskkar no estaba plenamente convencido de lo que decía. Cada momento de alivio creado por los nuevos reclutas sería utilizado para alguna nueva actividad—. Puedes persuadirlos de ello, Bantor. Haz las mismas tareas que ellos y tus hombres las soportarán.
Su lugarteniente asintió y luego se sentó, aliviado al saber que su capitán comprendía sus problemas.
Trella se acercó a la mesa.
—Bantor, ¿ha intentado alguien sobornar a tus hombres para que abandonen Orak? Si no lo han hecho, lo harán pronto. Algún mercader o artesano rico les ofrecerá oro, y la tentación será enorme.
—Quieres decir, como Rufus —dijo Gatus con una carcajada—. Estoy seguro de que está planeando algo semejante mientras conversamos.
Eskkar no había considerado aquella posibilidad, aunque tendría que haber pensado en algo tan evidente. Se quedó sentado, intentando imaginar qué haría si fuera un rico mercader que tuviera que sobornar a unos centinelas para que hicieran la vista gorda.
—Diles a tus hombres que si alguien les ofrece un soborno deben aceptarlo. Una vez que lo consigan, deberán entregarlo y yo lo duplicaré. No importa la cantidad, les daremos siempre el doble.
—¿De dónde sacaremos más oro? —preguntó Sisuthros.
—De la persona que ha ofrecido el soborno —respondió Eskkar—. Si un hombre puede pagar cinco monedas de plata, significa que en otro lado debe de tener otras cinco. De ese modo, el que se atreva a sobornar a mis soldados tendrá que pagar el doble y seguir en Orak. Coméntaselo a tus hombres. Si son capaces de guardar el secreto, es posible que cuenten con un nuevo incentivo para su trabajo. Y algunos podrán conseguir incrementar su paga antes de que se corra la voz.
Todos sonrieron. Podían imaginarse la cara de consternación de algún mercader cuando descubriera que había sido estafado. Eskkar solicitó a Jalen que le diera su informe sobre la condición de los embarcaderos, pero al momento levantó la mano y le interrumpió.
—Jalen, no te he dado tareas de importancia esta semana porque tengo algo especial para ti. Quiero que vayas hacia el Norte y busques a los bárbaros. Necesito saber dónde están y cuándo podemos esperar su llegada. Eres el mejor jinete de Orak, y has visto a los Alur Meriki en acción. Tenemos que conocer, cuanto antes, todos sus movimientos y cuántos se aproximan. Lo que puedas averiguar será de gran utilidad, pero sobre todo hay que saber cuánto tiempo nos queda antes de que lleguen. —Todos los ojos se fijaron en Jalen, que mantenía una aparente tranquilidad—. Sé que es arriesgado. Correrás grave peligro, porque si te acercas demasiado te matarán o capturarán.
—Lo haré, capitán —respondió el soldado—, aunque tendré que llevarme varios hombres.
—No quiero que te enfrentes a ellos. Quiero que los vigiles y me traigas un informe.
Jalen respiró hondo, pero no protestó.
—¿Cuándo quieres que parta?
—Por la mañana —respondió Eskkar—. Utiliza el resto del día para escoger a tus hombres y prepararte. Cada uno de ellos recibirá diez monedas de oro a su regreso, además de la paga habitual. Y el doble para ti, Jalen. —Por todo aquel oro, la mayoría de los hombres arriesgaría su vida sin dudarlo—. Viajarás ligero y con rapidez. Y llevarás tan sólo dos soldados experimentados. El resto los elegirás entre los nuevos reclutas. Que sean buenos jinetes capaces de obedecer tus órdenes y a los que no se les suba la sangre a la cabeza ante los bárbaros. —Este último consejo no sólo estaba dirigido a los hombres que debían acompañar a Jalen, sino también a él mismo—. En cuanto a los caballos, escoge los que quieras de la aldea, incluidos los de las Familias. ¿No tenía Drigo buenos animales? —Eskkar golpeó la mesa irritado por haber olvidado los caballos de Drigo, requisados, sin duda, por las otras Familias. La cría y el mantenimiento de un buen caballo costaba muchas monedas de plata, y sólo los más ricos podían permitirse ese lujo. Las monturas de los soldados, proporcionadas a regañadientes por los nobles, eran en general mediocres, utilizadas para patrullas locales o animales de carga—. Esos caballos tienen que estar en algún lado. Los encontraremos. Pero recuerda, Jalen, que tu tarea es conseguir información, no luchar. Quiero que regreses vivo, no con la cabeza en el extremo de la lanza de algún guerrero. Si te parece, envía de vuelta antes a dos hombres con un informe. Llévate a un muchacho como sirviente y para cuidar de la segunda cabalgadura. —A un sirviente siempre se le podía abandonar si el caballo se volvía indispensable.
Trella se levantó, se dirigió a la otra mesa y regresó con un pequeño envoltorio de cuero. Levantó una pequeña tela marrón claro y la extendió sobre la mesa.
Todos se acercaron a mirar, y se quedaron sin aliento. Aquella tela era un mapa con los detalles cosidos sobre ella, mediante hilos verdes, azules y rojos. El río y Orak estaban claramente marcados, así como la mayoría de las aldeas hacia el Norte.
Puso sobre la mesa dos finas agujas de madera y dos carretes de hilo, uno rojo y otro blanco.
—Puedes usar estos hilos para indicar lo que aparece y dónde lo encuentras. Mi amo consiguió esto para ti ayer.
A Eskkar no le molestó explicarse.
—Cuando vi el mapa de Corio, me quedé pensando, así que le pregunté si podía hacerme uno. Él me dijo que lo había conseguido del noble Rebba, que tiene un esclavo instruido en semejantes tareas. Entonces fui a la casa de Rebba y le convencí de que necesitaba a su esclavo para trabajar en ello. —Le había costado algo más que una conversación educada. Eskkar amenazó con llevarse al esclavo por la fuerza si el mapa no estaba terminado para aquella mañana—. Pasé una hora con el esclavo. Me dijo que un mapa de tela es más sencillo de usar que uno de papiro. Él te explicará algunas cuestiones, y cómo calibrar las distancias entre distintos lugares. Quédate con él hasta que todo te resulte claro. Y ahora regresemos al trabajo. Jalen, ven a cenar con nosotros a la caída del sol y discutiremos algunos asuntos. Voy a visitar a Corio para ver cómo van las cosas.
Se puso de pie para indicar que la reunión había terminado y que había dado comienzo un nuevo día en la transformación de Orak.
***
Las actividades de Eskkar se habían convertido en una rutina que apenas era notada por los pobladores. Se desplazaba con Trella y dos soldados, uno veterano y el otro novato, esperando que éste aprendiera y siguiera el ejemplo del primero. Acompañados por Sisuthros, encontraron a Corio trabajando fuera de la puerta principal, inclinado sobre una pequeña mesa y hablando con uno de sus hijos. Media docena de esclavos y obreros los rodeaban.
Nadie parecía estar construyendo nada. La mayoría de los hombres estaban simplemente de pie, alrededor de Corio. Las herramientas descansaban en el suelo. Habían cavado unos cuantos agujeros de escasa profundidad. No había ningún ladrillo.
—Buenos días. —Corio les saludó a cada uno por su nombre, con una amplia sonrisa—. Esperaba tu visita, capitán. Me temo que Sisuthros no está satisfecho con nuestros avances.
—Sabemos que estos trabajos llevan tiempo, Corio —respondió Eskkar, determinado a mostrarle al maestro constructor que comprendía algunas cuestiones sobre la naturaleza de su trabajo—. Pero quería ver lo que se había hecho hasta ahora y tener una idea de cuándo va a estar terminado el muro.
—A decir verdad, estamos casi listos para comenzar. Ven, te enseñaré. —Se dirigió hacia una estrecha zanja—. Eskkar calculó que el pozo tendría un metro y medio de ancho por dos de largo, y un metro de profundidad. —Éste es el principio de la muralla. Haremos el pozo un poco más hondo para cerciorarnos de que sus cimientos sean sólidos, y los aseguraremos con piedras. Luego, los ladrillos de barro y paja secados al sol formarán dos muros. Rellenaremos el centro con tierra, piedra y ladrillos verticales para reforzarla. Añadiremos la tierra lentamente y la apisonaremos a medida que ganemos altura. Algunos ladrillos serán colocados en ángulo en relación al frente de la muralla para hacerla más resistente. De ese modo, será lo suficientemente sólida aunque esté formada por unos pocos ladrillos en cada extremo. Por supuesto, si contáramos con más tiempo, haríamos el muro más hondo, más alto y más ancho. —Corio habló un momento con su hijo, que salió corriendo y volvió al instante con un pesado ladrillo de barro con algunas briznas de paja—. Éste es el ladrillo que usaremos. —Medía alrededor de cuarenta y cinco centímetros de largo, quince de ancho y diez de espesor, y parecía bastante pesado. Eskkar quiso agarrarlo, pero Corio le detuvo—. Capitán, procura no agarrarlo por los extremos. Se podría romper por el medio. Pero por debajo aguantará.
Eskkar agarró el ladrillo como le había sugerido el constructor, sorprendido por su peso. Se lo pasó a Sisuthros, que lo sopesó antes de devolvérselo al muchacho, quien lo colocó cuidadosamente en el fondo de la zanja y salió luego corriendo en busca de otro. Cuando regresó, lo puso en línea recta con el primero, dejando un espacio de un dedo de ancho entre los dos. Volvió a buscar un tercero mientras Corio continuaba con las explicaciones.
—Los ladrillos se colocan de este modo en el agujero y luego se cubren con una delgada capa de barro y arena. Después se pone un tercer ladrillo sobre los otros dos y se añade más barro, repitiendo el proceso. La muralla crece y se hace más fuerte a medida que el barro y la arena se secan alrededor de los ladrillos. Finalizamos alisando la superficie exterior de la muralla con una mezcla diferente de arena y barro, que también se endurecerá.
—Maestro Corio —comenzó Sisuthros, a la vez que golpeaba los ladrillos con el pie—, no parece muy resistente. ¿No se trata sólo de barro? Quiero decir, ¿no serán los bárbaros capaces de derribarla únicamente empujándola?
Eskkar había pensado lo mismo, pero había aprendido a no hacer preguntas obvias. Sin embargo, se sintió aliviado cuando Sisuthros expresó sus mismas dudas.
—Sisuthros, la muralla será lo suficientemente sólida para proteger a tus hombres y proporcionarles una plataforma desde donde pelear. No será fácil de escalar o derribar. Pero si traen herramientas para agujerear la muralla o un ariete para intentar perforarla, entonces no resistirá demasiado. Para hacer un muro compacto que pueda frenar un ataque de ese tipo, necesitaríamos un tiempo del que no disponemos.
—Maestro constructor —dijo Eskkar—, tú tarea es edificar la muralla; la nuestra, defenderla. —Se dirigió a Sisuthros—. Si permitimos que los bárbaros tengan tiempo para acercarse a la muralla y excavar con palas y hachas, entonces estaremos perdidos. Si les damos tanto tiempo… no, debemos matar a todo aquel que se acerque al foso o a la base de la muralla.
Corio meditó un momento las palabras de Eskkar.
—La muralla no cederá con facilidad, y la tierra apisonada será difícil de perforar. Pero si una cantidad suficiente de hombres atacan la base de la muralla, en veinte o treinta minutos de trabajo duro podrían abrir una pequeña brecha.
En menos tiempo, pensó Eskkar, sabedor de que Corio no había sido testigo de la feroz energía de los pueblos de las estepas durante la batalla.
—No les daremos ni siquiera diez minutos. Sólo asegúrate de que la muralla no se caiga.
Miró a Trella para ver si ésta tenía algo que añadir.
—Maestro constructor —comenzó—, si crees que es una buena idea, tal vez podrías construir una pequeña sección, para que Eskkar y sus hombres puedan intentar atacarla, y comprobar el tiempo que les llevaría derribarla. Con lo que aprendan, quizá puedan ayudarte en tu proyecto.
Corio se frotó el mentón, pensando en aquellas palabras.
—Una excelente sugerencia, Trella. Nunca intenté derribar nada de lo que construí. De todos modos, estamos casi listos para empezar, así que construiré una sección de entre tres y seis metros de muralla en donde queráis.
—¿Y cuánto tiempo tardarás en edificar esa parte? —preguntó Eskkar. Todavía tenían que saber si podían construirla a tiempo.
Sin embargo aquella pregunta no pareció preocupar mucho a Corio.
—Dentro de diez días veréis concluida la primera sección de la muralla —respondió—. Ahora lo más urgente es que me proporcionéis todos los materiales y hombres que necesito.
—Entonces me marcho para cumplir ese cometido. —Eskkar se inclinó cortésmente ante Corio—. Y os dejo a ti y a Sisuthros para que comencéis con el vuestro.
Eskkar se alejó con Trella a su lado, sin preocuparse de la costumbre que obligaba al esclavo a caminar detrás de su amo.
—Bueno, ¿qué opinas?
—Corio está seguro de poder completar la muralla a tiempo, a menos que suceda algo imprevisto. Pero no creo que haya pensado demasiado en la solidez de la misma. Ahora sí lo hará, y estoy segura de que los cimientos de la muralla serán ahora más resistentes de lo que había planeado, al menos en aquellas zonas que puedan ser objeto de un ataque continuado por parte de los bárbaros. —Le sonrió—. Amo, has conseguido mucho hoy. Corio te construirá una muralla defensiva, no la pared de una casa.
Eskkar se rió, la cogió de la cintura y la atrajo hacia sí. Luego le dio una palmadita en el trasero, sin preocuparse de las miradas y sonrisas de la gente que les rodeaba.
—Bien, entonces esta noche tendrás doble trabajo para asegurarte de que tu amo sea recompensado por su inteligencia.
***
Cuando terminaron de hacer el amor, Eskkar se quedó dormido, pero Trella permaneció despierta, acurrucada contra su cuerpo. Había tenido que obligar a su mente a apartarse del cálido brillo de la pasión, pero finalmente lo había conseguido y pensaba en el futuro. Los próximos meses requerirían largas horas de trabajo agotador. Sabía que estaría ocupada ayudando al capitán a administrar los detalles de la defensa, para asegurarse de que nada vital se les olvidara.
Pero toda aquella coordinación y planificación para el ataque sería sólo el trasfondo de la verdadera lucha que les aguardaba. Los pocos días que había pasado a su lado la habían convencido, para su sorpresa, de que su amo poseía muchas buenas cualidades y más inteligencia de la que muchos suponían. Había demostrado ser hábil y disponer de recursos. Puede que no tuviera educación y que fuera tosco, pero contaba con un código de honor personal con el que se había ganado primero su respeto y luego su corazón.
Eskkar había convencido a Nicar, después a los soldados y finalmente al resto de la población de que podía defender Orak, y ahora incluso ella creía en él. Había que proporcionarle los hombres y los recursos necesarios y asegurarse de no pasar nada por alto y que cada detalle estuviera adecuadamente planificado, y entonces Eskkar tendría alguna posibilidad contra los bárbaros. Por eso se prometió a sí misma que haría todo lo posible para que esa posibilidad se materializara.
Sin embargo, Trella sabía que la victoria de Eskkar no le garantizaría la supervivencia. Cuando desapareciera la amenaza, los nobles y los mercaderes más influyentes recordarían el asesinato de Drigo y todo el oro que él les había exigido. Estarían deseosos de eliminar o alejar al exitoso capitán de la guardia. Los nobles se consideraban demasiado inteligentes, demasiado acaudalados y demasiado poderosos para someterse al mando de un extranjero como Eskkar. Y aún menos aceptarían compartir el poder con alguien como él, un recuerdo constante de lo que le debían. Así que, aunque sus sueños de sumarse a los nobles eran posibles, parecía dudoso que él, siendo bárbaro, pudiera sobrevivir en semejante grupo.
Encontrarían una manera de deshacerse de él, y eso también la incluía a ella. Recordarían que había provocado a Drigo, que le había proporcionado a Eskkar la ayuda necesaria para convencer a los mercaderes y, sobre todo, que había sido una esclava. Su destino estaba unido al de su amo. En el caso de que sobreviviera, aunque quedara liberada de su condición de esclava, sería entregada en matrimonio a algún noble de segunda fila que la obligaría a estar en su casa, como una simple distracción o para procrear hijos, encerrada para el mundo y olvidada.
Eskkar podría ganar en la batalla pero perder en la victoria. Tendría que concentrar en ello todos sus esfuerzos. Toda su inteligencia y recursos debía dedicarlos a asegurarse de que Eskkar y ella retuvieran los frutos del triunfo. Sería difícil, y además tendría que hacerlo discretamente, tanto que nadie podría enterarse, ni siquiera Eskkar, que, de momento, era mejor que ignorara sus actividades en este sentido.
La información era la clave. La información sobre todo lo que sucedía en Orak sería su objetivo, y ya tenía algunas ideas sobre cómo llevarlo a cabo. Aquella tarde, mientras caminaban de la mano por las calles de la aldea, había visto cómo la gente la miraba. Era la esclava que iba de su mano y que seguramente había hechizado al gran soldado, la esclava que había causado la caída de la Casa de Drigo y que estaba presente en los consejos de los nobles. Aquellas miradas reforzaban su forma de pensar.
Mañana comenzaría a hacerse agradable ante la gente común, comenzando por las mujeres. Una vez estuvieran de su lado, las utilizaría para obtener información. Conseguiría aliados y amigos entre los pobladores, especialmente entre los nuevos que irían llegando a Orak en los próximos meses, aquellos desposeídos y sin amigos, con escasa lealtad hacia los nobles o los ricos mercaderes.
Esto le llevó a nuevas ideas; se giró levemente, haciendo que Eskkar se pusiera de lado pero sin despertarse. Sonrió al pensar en ellos dos, el soldado bárbaro y la esclava instruida. Todos en la aldea pensaban que lo había hechizado, que había usado pociones mágicas para convertirlo en jefe. Incluso Nicar pensaba algo semejante. Tal vez pudiera sacar algo útil de aquello, dejar que todos creyeran que tenía poderes sobre los hombres.
Sabía que su inteligencia era lo bastante aguda para ver con rapidez y facilidad muchas cosas que otros tardaban en apreciar o no lo hacían. La gente común sería una de las llaves de acceso al poder en la nueva Orak, una fuerza que contrapesara la autoridad y el dinero de los nobles. Ella encontraría la manera de ganarse el corazón de las masas. Ya había despertado su curiosidad, y eso era un buen comienzo. Sí, aquél sería el camino hacia el poder y la seguridad para ella y su amante. Sonrió en la oscuridad y se dio la vuelta, puso su brazo contra el cuerpo de Eskkar y se durmió casi instantáneamente, segura entre sus brazos.